Una lección de amor - Rebecca Winters - E-Book

Una lección de amor E-Book

Rebecca Winters

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Beschreibung

Whitney Lawrence estaba decidida a encontrar al hombre que había seducido a su hermana pequeña y la había dejado embarazada. Así que, haciéndose pasar por una estudiante de dieciocho años, siguió los pasos de esta hasta Europa y trató de reconstruir la historia, convirtiéndose voluntariamente en cebo. El primer sospechoso que cayó fue Hank Smith, el guapísimo profesor de francés. Pero el señor Smith no era lo que parecía: ni era el seductor de su hermana, ni tampoco enseñaba francés. En realidad, Gerard Roch era un investigador privado cumpliendo una misión secreta. De hecho, en cuanto reconoció que se sentía atraído por la adolescente, Gerard decidió dejar el caso. Y lo habría hecho si no hubiera descubierto que Whitney había cumplido los dieciocho hacía mucho, mucho tiempo…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1998 Rebecca Winters

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Una lección de amor, n.º 1473 - mayo 2021

Título original: Undercover Bachelor

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-552-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

LO QUE quieres decirme es que quien te dejó embarazada fue uno de los hombres de la excursión a Francia el año pasado?

Whitney Lawson trató de disimular su horror frente a su hermanastra Christine, que intentaba calmar a Greg, su bebé de cinco meses, dándole otro biberón.

Se hallaban comiendo en un concurrido restaurante de Salt Lake, cerca de la empresa de abogados donde Whitney trabajaba.

Hasta ese mismo instante, Christine se había negado totalmente a decirle a la familia quién era el padre de Greg pero, desde el principio, Whitney sospechaba que era uno de los chicos que iban en el mismo autobús que Christine, o algún chico francés que había conocido en París o en Niza. Uno que no tenía ni idea que era el padre del adorable bebé al que Christine alimentaba en ese momento.

Después de un largo intervalo, Christine asintió con la cabeza.

–Era adorable, Whitney. Y tan guapo. Cuando me dijo que me quería, me sentí tan feliz… que no pude evitarlo.

Whitney sintió que se le subía la bilis.

–¿Te forzó?

–No, nada por el estilo. Todo lo contrario –dijo. Al echar la cabeza atrás, se vio que tenía las mejillas mojadas por las lágrimas–. Cuando me confió que estaba separado de su mujer, que hacía mucho tiempo que salía con otro hombre, no me sentí culpable por tener relaciones con él. Me contó que hacía años que su matrimonio estaba acabado y la única razón por la que no se había divorciado de ella era que estaba esperando que su hijita creciera un poco más.

Al escuchar eso, Whitney se quedó helada mientras sacaba una mantilla de la bolsa de los pañales. Hacía un poco fresco y Greg necesitaba más abrigo.

–Al final del viaje me agradeció por escucharlo y reconoció que se estaba enamorando de mí, pero se disculpó por habérmelo dicho, porque yo era demasiado joven para él –continuó Christine–. Le dije que lo amaba también y lo besé para demostrárselo. Una cosa llevó a la otra y ya sabes lo que sucedió. El día antes de volverme teníamos planeado hacer unas compras y pasar un poco de tiempo juntos. Pero él no se sentía bien y me ofrecí a recoger un juguete que él había encargado para su hija.

–¿Lo pagaste tú? –preguntó Whitney, sintiéndose apenada por ella.

–No. Me dio un sobre con dinero. Cuando volví con el paquete, se sentía mejor. Hicimos el amor nuevamente, pero fue la última vez. No me ha llamado ni escrito desde que volví a Salt Lake. Entonces me di cuenta de que me había engañado. Me juré no decírselo a nadie, pero luego descubrí que estaba esperando a Greg –se le quebró la voz. Se apoyó el bebé contra el hombro para hacerlo eructar.

–Oh, cielo –murmuró compasiva. Para una ingenua y tonta jovencita que salía al mundo por primera vez, la atención exclusiva de un hombre atractivo era equivalente a amor a primera vista, al margen de los cuentos que él le contara. Era parte del viaje. Y algún macho sin escrúpulos se había aprovechado de esas circunstancias.

–Ni siquiera mencionó tomar precauciones, ¿no?

En cuanto oyó la pregunta, el bonito rostro de su hermana se endureció. Whitney se dio cuenta de que había metido el dedo en la llaga.

–No quiero hablar de ello más. Ojalá no lo hubiera mencionado. Prométeme que no le dirás ni una palabra de esto a mamá y papá.

–Te lo prometo.

Whitney se dio cuenta de que tenía que dejar el tema. No lograría que su hermana le dijera nada más. En realidad, era un milagro que le hubiera revelado tanto.

Whitney se echó para atrás en la silla y jugueteó con su burrito, incapaz de comérselo. El padre de Greg podía ser o bien un profesor, el conductor, o el guía turístico.

Cuanto más pensaba en ello, más creía que podía ser el profesor de francés de Christine, el señor Bowen. Después de tomar clases con él durante tres años, ella había convencido a su madre y al padrastro de Whitney de que la dejaran ir a uno de los viajes de estudiantes que él organizaba a Francia dos veces al año. Estaba tan loca por él que incluso lo había votado como el mejor profesor del año.

Y el desalmado seguía suelto por ahí con sus alumnos. Quién sabe de cuántas chicas más se había aprovechado.

Mientras Whitney observaba a Christine y a su adorable bebé, su mente de abogado concibió la idea de desenmascarar al tenorio que había engañado a su hermana. La había dejado embarazada y sola, y nunca tendría que pagar ni un céntimo de pensión alimenticia.

Por lograr un instante de pasión, el imbécil había cambiado la vida de Christine para siempre, sin importarle la reputación de la ingenua jovencita. Whitney estaba deseando llegar a la oficina para poner en marcha el plan que comenzaba a urdirse en su cerebro.

–Oye, Christine, cuando salga del trabajo me iré a casa para que puedas salir con tus amigos, quizás al cine. Yo me ocuparé de mi encantador sobrinito. Me encanta darle de comer y bañarlo. ¿Te parece?

–Sería genial –dijo Christine, que pareció ilusionada–. Me alegro tanto de tenerte a ti y a la familia. De lo contrario, no podría arreglármelas.

–No sólo te las vas a arreglar, sino que tú y Greg vais a tener una vida maravillosa. Lo juro.

 

 

–¿Camarada? Phil dijo que querías verme.

–Me alegro de que hayas recibido el mensaje, camarada. Pasa y cierra la puerta. La Interpol está ansiosa por ponerse en contacto contigo.

–¿Qué novedades hay, jefe? –preguntó Gerard Roche, sentándose en la silla frente a la mesa de Roman– Me están persiguiendo todo el tiempo para que vuelva a trabajar con ellos. Siempre les digo que no me interesa, que también me gusta esquiar aquí.

–Gracias a Dios –sonrió Roman–. Además, me he acostumbrado a que mi mejor detective resuelva los casos más difíciles. Me niego a perderte. Y si Yuri se enterase de que te ibas a Europa a trabajar para la Interpol otra vez, tendrías que darle explicaciones a él también.

La mención del hermano mayor de Roman hizo que Gerard sonriese. Roman y Yuri Lufka, el diminutivo de Lufkilovich, su apellido ruso, eran los dos mejores amigos de Gerard.

Lo que más le gustaba a Gerard era esquiar con los dos hermanos, que además de deportistas eran grandes lingüistas. Yuri y su familia volaban desde Nueva York a Salt Lake una vez al mes por negocios y placer.

Entre ellos, los otros detectives y los padres de Gerard que vivían en Alta, un pueblo de montaña a treinta minutos de Salt Lake, la vida de Gerard estaba completa. Si se mudaba fuera del país, las oportunidades de visitar a sus seres queridos se esfumarían.

De ningún modo volvería a vivir en Europa. La avalancha que había acabado con la vida de su mujer en Suiza hacía años también había puesto punto y final a muchos sueños. No tenía deseos de volver.

–Acabo de terminar un caso y estoy listo para comenzar con otro, Roman. ¿Qué te parece un trabajo de protección de testigo en las montañas, donde pueda cambiar con alguno de los chicos y además hacer un poco de montañismo?

–Cuando haya alguno de esos casos serás el primero en enterarse.

–Es decir, que te traes algo entre manos que no me va a gustar.

Roman lo escrutó con la mirada.

–No estoy seguro. Puedes negarte si quieres.

–Me estás intrigando.

–Interpol tiene el ojo puesto a un hombre sospechoso de estar vendiendo información a un gobierno extranjero, probablemente de Europa del este, pero no están seguros. El nombre que usa actualmente es Donald Bowen. Tiene mujer e hijo. Están investigando a la mujer. Durante los siete últimos años se ha hecho pasar por profesor de francés en una escuela secundaria aquí, en Salt Lake. Durante este tiempo ha sido parte de un grupo de profesores que llevan sus alumnos a Francia y Suiza en la primavera y el verano. Se cree que es durante esos viajes cuando actúa como enlace de un espía que vende secretos militares del gobierno de Estados Unidos. Desgraciadamente, no han logrado atraparlo. Aunque ahora eres civil, quieren tu cooperación y están dispuestos a pagarte para que ayudes a pillarlo con las manos en la masa. Te darán todo el apoyo que necesites. Significaría tener que viajar a Suiza y Francia en junio. Si el recuerdo de tu mujer, Simone –puntualizó Roman mirándolo con calma–, es todavía doloroso, considera que no he dicho nada.

–Está bien, Roman. Me despedí de ella hace bastante tiempo. De lo contrario, no podría haber salido con otras mujeres desde entonces, particularmente con Annabelle, cuando ella me lo permitía.

Los dos lanzaron una risita ante ese comentario. A Gerard le había gustado Annabelle Forrester, otra detective de la empresa, mucho más que cualquier otra mujer desde Simone.

Había sido Annabelle, ya felizmente casada, quien había logrado que todos en la empresa dejaran de llamarlo Eric, su primer nombre debido a su padre alemán, y adoptaran Gerard, el segundo, por su madre suizo–francesa, que consideraba mucho más romántico.

Annabelle le parecía muy divertida además de inteligente y adorable, pero un poco escurridiza. Quizás fuese él quien no se considerase preparado para establecer otro compromiso que acabase en tragedia.

A pesar de ello, era difícil de aceptar que Rand Dunbarton, el cliente y ex novio de Annabelle se mudase a Salt Lake y terminase casado con ella. Era un hombre afortunado y Gerard lo envidiaba.

–Mi problema es que no he estado en Suiza desde el accidente.

–Es evidente que el viaje te traerá recuerdos, por eso no te quiero presionar.

–Quizás haya llegado el momento de enfrentarme a mis fantasmas –dijo Gerard pensativamente.

–Sólo si tú quieres. La Interpol te pagará lo que pidas, siempre que sea razonable, para que los ayudes. Parece que han buscado otros detectives de la zona, pero, obviamente, tú eres su primera elección debido a tu excelente hoja de servicios con ellos, por no mencionar tu fluidez en francés y alemán y tu conocimiento de Europa.

–Ahórrame la letanía –intervino Gerard–. Hasta yo tengo que admitir que soy perfecto para este trabajo.

–Es verdad.

–Dime cuál será mi tapadera.

–Un profesor de francés de instituto divorciado.

–No me tomes el pelo. ¿Una especie de «poli de guardería» glorificado?

–Según Brittany, tienes un aire a Schwarzenegger, aunque eres mucho más guapo –dijo Roman, lanzando una risita.

–¿Tu preciosa mujer ha dicho eso de mí?

–Ajá.

–¿Y no te pusiste celoso?

Los dos hombres volvieron a reír juntos.

–La Interpol ha decidido que sólo un profesor que haga la misma excursión podrá vigilarlo día y noche sin levantar sospechas. Usa una compañía local llamada STI, que se ocupa de enviar un autobús de profesores y alumnos a París, donde se ponen en contacto con el guía europeo. Tu trabajo consistirá en supervisar a los jóvenes y hacerte amigo de Bowen a la vez.

–He usado montones de tapaderas –dijo Gerard y se inclinó adelante–, pero no me gusta la idea de que haya jóvenes involucrados en el trabajo.

–Pues el traidor ése no parece tener demasiados remordimientos de conciencia. Ése es uno de los motivos por los cuales la Interpol quiere echarle el guante, para poder ponerlo a la sombra para siempre.

–¿Cuándo tendrá lugar el trabajo?

–La excursión sale el cinco de junio del aeropuerto de Salt Lake en un vuelo chárter a Paris. Os iréis de excursión diez días a Suiza y el este de Francia.

–Supongo que la Interpol se habrá ocupado de todos los documentos.

–Echa un vistazo –dijo Roman. Sacó un pasaporte de un sobre que había sobre la mesa y se lo alcanzó.

Gerard no necesitaba abrirlo para saber que su fotografía era la del pasaporte, además de toda la información falsa. Hank Smith, treinta y ocho, procedente de Utah.

–¿Hank Smith? ¿Quién habrá sido el idiota que se le ocurrió ese nombre?

–Hank te va y en Utah el apellido más común es Smith –dijo Roman guiñando un ojo–. Según el resto de la documentación, eres un profesor de francés de St. George, Utah, que decidió unirse al grupo en el último momento con sus alumnos. Estás dispuesto a encargarte de los chicos que les sobren a los demás, ya que tu objetivo es aprender cómo organizar el tema para montártelo por tu cuenta el año que viene.

–¿Chicos de escuela secundaria, eh?

–Según tengo entendido –dijo Roman con una sonrisa irónica–, los críos de idiomas son los que se portan mejor, pero estoy seguro de que lo encontrarás muy estimulante.

–Es una forma de decirlo –dijo Gerard.

–Hay una reunión el miércoles próximo en la Biblioteca de Salt Lake, en el centro de la ciudad, donde los alumnos y los profesores se conocen. Luego habrá una reunión final dentro de dos semanas en el mismo sitio para dar las últimas instrucciones y repartir los billetes. Está todo aquí –dijo Roman, dándole el grueso sobre–. Si no quieres decidir ahora, tómate tu tiempo –prosiguió–. Tienes cuatro días libres. Vete a hacer montañismo, que te aclarará la cabeza. Llámame cuando sepas lo que quieres hacer. Yo hablaré con la Interpol, sea cual fuere tu decisión.

–Gracias, Roman. Lo pensaré.

 

 

–Siguiente, por favor. ¿Nombre?

–Whitney Lawrence. Union High School.

–No veo… ah, sí, eres una de las alumnas que quieren viajar con el señor Bowen, pero tiene su cupo completo. Te hemos asignado al señor Smith.

–¡Pero, tengo que estar con el señor Bowen! Una de mis amigas vino a la excursión con él el año pasado y le encantó. Por eso me anoté.

–Todos queréis estar con el señor Bowen porque es un profesor de francés muy popular, pero tú firmaste demasiado tarde. Sus alumnos comenzaron a organizarse en el otoño. Pero no te preocupes –dijo al ver que Whitney ponía cara larga–. Estarás en el mismo autobús.

–Oh, de acuerdo –dijo Whitney, lanzando un dramático suspiro con la esperanza de que su reacción pareciera la de una típica adolescente. Se sitió aliviada por la noticia.

–La reunión es en la sala al final del vestíbulo. Aquí tienes una etiqueta con tu nombre. Póntela, así te reconocen.

–Gracias.

Con el pelo suelto sobre los hombros, su peinado era parecido al de todas las demás chicas, y aunque no llevaba ni una gota de maquillaje, Whitney tenía la suerte de poseer la fresca piel de su madre, por lo que esperaba pasar por la adolescente de dieciocho años que simulaba ser. Sólo su pasaporte la delataría, y no tenía ninguna intención de dejar que nadie lo viese.

Había llegado en el último momento a propósito para pasar lo más desapercibida posible.

Si sus jefes de la firma de abogados se enteraban de que su más flamante empleada se hacía pasar por una jovenzuela, se horrorizarían, pero no le había informado a nadie de la misión en la que se proponía desenmascarar al hombre que había dejado a Christine embarazada. Había decidido usar las vacaciones para tratar de encontrar al culpable.

Si lograba llevar a cabo su plan y descubría la identidad, quizás el padre sufriese un ataque de remordimientos y ayudase a mantener al bebé. Y si no lo conseguía, al menos tendría la satisfacción de haberlo intentado.

Su familia pensaba que se había ido a México con un par de amigas de la facultad, porque no quería decirles nada en caso de no tener éxito, así que en vez de mandarles las consabidas postales, pensaba llamar por teléfono para que no sospecharan nada. Christine le había prometido que iría a su piso a recogerle el correo y regarle las plantas.

La única persona que sabía de su plan era John Warren, un compañero de facultad con el que había preparado muchas asignaturas y que había terminado la carrera junto con ella.

John la apoyó desde el principio, aunque no pensaba que fuese el profesor. Prefería creer que el guía de la excursión o el conductor habían sido quienes se había llevado a su hermana a la cama. Dispuesto a ayudarla, se ofreció a averiguar los nombres del chófer y el guía de la excursión de Christine.

Una vez que tuvo la información necesaria, Whitney había logrado apuntarse en el grupo que tenía el mismo profesor, chófer y guía que había tenido Christine. Partía el cinco de junio.

En las paredes, encima de las mesas, habían colocado carteles con los nombres de los distintos profesores: Sta. Ashton, Sr. LeCheminant, Sra. Donetti, Sr. Hart, Dr. Grimshaw, Sr. Smith, Sr. Bowen y Sr. Sorenson.

Los profesores no habían entrado todavía.

Whitney fue probablemente la última en entrar y se colocó detrás de dos chicos que hablaban animadamente de cuánto dinero llevaban para gastar. Vio que sus nombres eran Jeff y Roger. Ambos tenían el cabello moreno y eran guapos.

En cuanto la vieron, dejaron de hablar y se quedaron mirándola.

–Hola, chicos.

–Hola –dijeron al unísono sonriendo abiertamente–. ¿Eres alumna del señor Smith?

–No. Quería ir en el grupo del señor Bowen, pero me apunté demasiado tarde y me pusieron en el grupo del señor Smith.

–Lo mismo nos ha sucedido a nosotros –dijeron al unísono otra vez, lo que les causó una carcajada alegre a los tres.

–¿Cuánto francés has estudiado, Whitney? –preguntó Jeff.

–Dos –respondió Whitney. La escuela secundaria le parecía a años luz de distancia–. ¿Y vosotros?

–Yo, seis.

–Yo también –añadió Roger.

–¡Hala! Debéis de ser buenos.

–Desde luego –sonrió Jeff.

–Mi profesor de francés va a Francia todos los veranos –dijo Roger–, pero no le gusta llevar alumnos, así que llamó a STI y me pusieron con el señor Smith, que enseña en el St George.

–Pensábamos que éramos los únicos que íbamos con él. Parece que estábamos equivocados –sonrieron como si se hubiesen ganado la lotería.

¿Habría sido así de inmadura alguna vez?

–Tenía miedo de que sólo hubiese chicas en la excursión –dijo Whitney, decidiendo comenzar a flirtear ella también. Eso era lo que las adolescentes hacían todo el tiempo, sin ningún tipo de vergüenza–. Me alegro de haberme equivocado.

–El viaje ni ha comenzado y ya está resultando fantástico –dijo Roger, entusiasmado.

–Ya que los tres tendremos habitaciones contiguas y comeremos juntos, podremos ayudarte con tu francés si tienes algún problema.

–Gracias, Jeff. Quizás tenga que tomarte la palabra –dijo Whitney, sonriéndole y mirándolo a los ojos.

–Ningún problema.

–¿Ya habéis conocido al señor Smith?

–Sí. Es impresionante.

–Me gusta más que mi propio profesor.

–Me alegro de que lo digáis, porque mi profe del instituto es un pelmazo. Era la misma que tuvo mi padre.

–¿Tu profe de francés fue profesora de tu padre?

Era una mentira grande como una casa, pero Whitney asintió con la cabeza sin ningún empacho. A los chicos les pareció muy gracioso y ambos rieron.

Los profesores comenzaron a entrar y se dirigieron a las mesas llevando pilas de sobres de papel manila. Eran ocho adultos, pero Whitney sólo vio a uno de ellos, un hombre de pelo rubio oscuro y piel morena por el sol que era al menos un metro ochenta de puro músculo.

Llevaba un traje gris de algo sedoso con una camisa negra abierta al cuello, muy sofisticado y elegante. Tenía un reloj de oro de aspecto caro y no se parecía en nada a un profesor de instituto. Fuerte y atlético, se movía con inconsciente gracia masculina y parecía tener más cerca de los cuarenta que de los treinta. Su fuerte mandíbula que llevaba una sombra de barba y su recta nariz le daban una belleza especial. Exudaba confianza y un inconsciente atractivo masculino que llamaba la atención de todas las mujeres de las cercanías.

Whitney no recordaba la última vez que un hombre le había causado semejante impacto. Si a ella le afectaba de esa forma, su encanto habría sido devastador para Christine, una jovencita de casi dieciocho años a punto de convertirse en mujer sola en Europa.

Whitney se dio cuenta de que su instinto había estado bien desde el principio. ¡El profesor de francés de Christine, el señor Bowen, era el padre de su bebé! El fino cabello de Greg era del mismo color rubio oscuro.

Recordó las palabras de su hermana, «Es tan guapo y nos hicimos amigos en el viaje. Cuando finalmente me dijo que me amaba, no… no me pude contener».

Haciendo un esfuerzo por controlar sus emociones, Whitney se agachó a atarse los cordones de las zapatillas. No necesitaba hacer la excursión para ver lo que quería. El hombre que ella hubiese deseado en el infierno, desde que se enteró que había engañado a su hermana, acababa de entrar en la habitación.

–¿Eh, Whitney? –la golpearon en el hombro.

–¿Sí, Jeff?