E-Pack Los Fortune noviembre 2020 - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

Un destino de fortuna ALLISON LEIGH Quiero que seas mi esposa. Escrito en un sueño JUDY DUARTE ¿Sería esa mujer la cura perfecta para todos sus males? Cerca del corazón SUSAN CROSBY Tendría que volver a conquistar su amor. Dulce fortuna MARIE FERRARELLA Tal vez una cucharada de azúcar era justo lo que ese adicto al trabajo necesitaba… Susurros de amor CHRISTYNE BUTLER ¿De vaquero errante a papá por sorpresa? Un capricho de la fortuna VICTORIA PADE ¿Serían los juguetes de la fortuna?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados.

UN DESTINO DE FORTUNA, Nº 61 - enero 2012

Título original: Fortune’s Proposal

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-421-7

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

FELIZ Año, Deanna. Pásalo bien esta noche. La despedida se repitió tres veces. Los últimos empleados de Fortune Forecasting se marchaban ya.

Deanna Gurney suspiró y miró su reloj de pulsera. Ya casi eran las ocho. Cuatro horas más y otro año habría terminado. Volvió a suspirar y empezó a tamborilear sobre la mesa con la punta del bolígrafo. Se suponía que estaba revisando un artículo, pero sus ojos no encontraban las palabras. El suave tamborileo del bolígrafo bien podría haber sido el tic tac de un reloj.

Se suponía que el Año Nuevo era el comienzo de muchas cosas. Sin embargo, no podía evitar pensar que lo nuevo probablemente sería peor que lo viejo. Deprimida y desanimada, sacudió la cabeza unas cuantas veces y trató de volver a concentrarse en el artículo que su jefe le había dejado un rato antes, empeñado en que lo revisara antes de irse de vacaciones. Las creativas genialidades financieras de Andrew Fortune siempre resultaban de lo más inoportunas para sus empleados. Corrigió un error de ortografía y entonces sintió que la mirada se le desviaba hacia la puerta abierta del despacho de su jefe. Drew no estaba en su escritorio. Si hubiera estado, le hubiera visto de frente. En cambio, sólo podía verle de refilón cuando pasaba de un lado a otro por su espacioso despacho. A veces pasaba por delante del escritorio y miraba por las ventanas panorámicas, que ofrecían unas vistas maravillosas de San Diego. Por el día, se podía ver la orilla del mar, pero a esa hora de la noche lo único que podría ver sería el cielo negro y las luces de la ciudad.

Mientras ella observaba, él atravesó la puerta, ajeno a su mirada, absorto en sus cosas. Llevaba así todo el día, desde que les había dicho que quería terminar ese último proyecto antes de cerrar para las vacaciones. Llevaba una gorra de béisbol; la visera le tapaba los ojos. Un signo inequívoco de que estaba de muy mal humor… Cuando estaba de buen humor se ponía la gorra del revés y una sonrisa prepotente asomaba en sus labios, formando un hoyuelo en su mejilla derecha. Si hubiera estado de buen humor se lo hubiera encontrado practicando algún tiro de golf sobre la moqueta beige del despacho, y no asiendo un bate de béisbol.

De repente el teléfono móvil de Deanna empezó a sonar. La joven lo recogió del escritorio y miró la pantalla. Gigi. Suspiró de nuevo y volvió a dejarlo donde estaba, sin contestar. Su madre ya la había llamado seis veces ese día, pero no tenía ganas de hablar con ella, otra vez. Por muy duro que fuera, ya le había dicho lo que tenía que decir. Sin embargo, la vibración del aparato sí le recordó que tenía trabajo que hacer, en vez de dedicarse a mirar las musarañas. Tenía muchas razones para no sentirse especialmente contenta ese día, pero Drew Fortune tenía la sartén por el mango. Con treinta y cuatro años y ocho años mayor que ella, el heredero de los Fortune era rabiosamente guapo. Además, estaba destinado a tomar las riendas de la exitosa empresa de análisis de tendencias de los mercados financieros que su padre había fundado varias décadas antes. Si no hubiera sido porque sabía que ese día tenía que volar a Texas, sin duda le hubiera visto salir del despacho en compañía de una rubia pechugona y de piernas largas de ésas con las que solía salir.

Deanna hizo una mueca y tachó una frase redundante con su bolígrafo rojo.

—Vaya, Dee. Parece que hay sangre en esa página.

Deanna ni se molestó en levantar la vista.

—Ésa es una de las cosas por las que me pagas, ¿recuerdas? —le dijo, corrigiendo otro error.

Era un tipo brillante, pero su ortografía dejaba mucho que desear.

—Me parece que hay otra gente que también debería andar por aquí todavía, sobre todo teniendo en cuenta lo que les pago —Drew se sentó en el borde del escritorio de Deanna y agarró su móvil como si tuviera todo el derecho.

Dio un golpecito con el bate de béisbol contra la punta de su zapato de cuero.

—No necesitábamos al resto de la plantilla para terminar el artículo.

Todo el mundo había recopilado la información que él necesitaba. Lo único que faltaba era terminar la revisión, lo cual era tarea suya y de nadie más. Tendría que enviarlo por correo electrónico a un montón de clientes y después lo enviaría al periódico que iba a publicarlo como parte de la edición especial del sábado de Año Nuevo.

Drew emitió un sonido de inconfundible descontento.

—¿Entonces fuiste tú quien decidió quién se quedaba y quién se iba?

—Todo el mundo se quedó porque yo les pedí que lo hicieran —le dijo ella sin perder la calma—. Pero en cuanto terminaron sus tareas, se fueron. ¿O acaso esperabas que se quedaran hasta que yo terminara?

Él hizo una mueca.

—Además, es Nochevieja —le recordó ella—. La gente tiene planes —añadió, pensando que él también los tenía. Debería haber estado en el jet de la empresa varias horas antes.

Él pareció perder interés en el teléfono. Agarró la grapadora.

—¿Tienes planes tú?

Ella suspiró, dejó el bolígrafo rojo que tenía en la mano y cruzó las manos encima del borrador que estaba leyendo.

—Sí. Resulta que sí.

—Una cita, supongo —le dijo él. Apenas se le veían los ojos por debajo de la visera de la gorra—. ¿Cómo se llamaba? ¿Mike?

Ella se mantuvo ecuánime. Tampoco era tan difícil. Había tenido mucho tiempo para practicar en los cuatro años que llevaba trabajando para él. Además, ser la hija de Gigi también le había dado muchas tablas.

—Mark —le dijo por fin, sabiendo que él conocía bien el nombre. Le había visto en varias ocasiones durante los nueve meses que había durado la relación—. Y hemos roto.

Drew frunció el ceño.

—¿Cuándo?

«Cuando lo de mi madre».

La corrosiva respuesta saltó de la nada, pero Deanna se tragó las palabras. Los problemas que pudiera tener con su madre no tenían nada que ver con su trabajo.

—Hace unos meses.

Drew arrugó los labios.

—No hay nada como el verdadero amor — murmuró. Dejó la grapadora y se levantó del escritorio—. Bueno, ¿entonces con quién vas a salir?

Deanna no se podía ni imaginar lo que estaba motivando aquel repentino interés en su vida privada, aunque tampoco sabía qué había provocado la mala cara que tenía, por no hablar de aquella actitud taciturna tan inusual…

—Deberías hablar en plural —le dijo, sonriendo, disfrutando de la novedad que suponía ver aquella mirada especulativa e inquisitiva en sus ojos—. Voy a salir con tres amigas —añadió por fin—. Así que no me mires así. Vamos a pasar el fin de semana en un spa.

De repente su móvil volvió a vibrar. Apretó un botón y lo puso en modo silencio.

—Nada de hombres —le dijo.

«Ni llamadas de Gigi», pensó, además. Su madre le había dejado muy claro que esperaba a su pequeña «Deedee» para Nochevieja. Daba por hecho que podía dejarlo todo de golpe, incluso en esa fecha. Y se había enfadado mucho con ella por «semejante traición». Pero Gigi era demasiado melodramática. Le traía sin cuidado que su hija se hubiera pasado la vida intentando satisfacerla.

—¿Dónde?

—En La Jolla —le dijo—. Se supone que tendría que haberme reunido con ellas hace dos horas para ir juntas. Pero, en vez de eso, tendremos que vernos allí.

Conocía demasiado bien a Drew como para esperar algún tipo de disculpa. Ése no era su modus operandi precisamente. Y La Jolla tampoco estaba muy lejos. Sólo estaba a unos pocos kilómetros. No obstante, aquello no era lo que habían planeado. Y todo porque él estaba de mal humor. Estaba hundiendo la punta del bate en la moqueta. Su expresión era seria y ominosa, y Deanna se mordía el labio por dentro mientras trataba de no mirarle. Pero era tan difícil… Él estaba hecho para que lo miraran. Su pelo, copioso y oscuro, solía estar un tanto alborotado, a menos que tuviera una reunión importante. En ese caso se lo echaba todo hacia atrás y entonces estaba aún más guapo. Sus espaldas anchas y su constitución atlética se veían igual de bien con un traje de firma que al descubierto, cuando entretenía a los clientes en la playa.

Sí. A Drew Fortune se le podía mirar. Pero no tocar. Ella era demasiado lista como para mezclar el placer con los negocios. Había aprendido muy bien esa lección viendo los errores que su madre había cometido, y que seguía cometiendo. No obstante, tampoco tenía que preocuparse de que Drew pudiera verla de esa manera. Hacía su trabajo y lo hacía bien. Eso era lo único que importaba. Y así lo quería en realidad. Su profesionalidad estaba por encima de todo y no estaba dispuesta a ponerla en peligro por una aventura amorosa sin trascendencia. Disfrutaba mucho de su trabajo en Fortune Forecasting y, normalmente, le resultaba agradable trabajar para Drew Fortune. Además, en ese momento, con la última crisis de su madre, necesitaba evadirse más que nunca y el trabajo era el refugio perfecto. Agarró el bolígrafo y se obligó a mirar la página nuevamente.

—Termino en diez minutos —le prometió—. Y entonces tú también podrás irte a casa —añadió.

Y entonces se iría con sus amigas y trataría de olvidar por unos días que su madre, aún desempleada después de su último descalabro emocional, estaba al borde de la ruina y que le reprochaba que no quisiera ayudarla. No era capaz de entender que ella no podía salvarla una vez más.

—Aleluya —dijo Drew en un tono bajo, casi como si estuviera hablando consigo mismo—. Sólo termina el artículo.

Deanna apretó la mandíbula. ¿Acaso no veía lo que estaba haciendo? Una vez más el teléfono móvil empezó a vibrar sobre el escritorio. Deanna abrió el cajón superior y lo echó dentro.

Seguía oyéndolo vibrar entre los bolígrafos, clips y papeles que había en su interior.

—¿Por qué no lo apagas de una vez si no vas a contestar?

Buena pregunta.

—Entonces empezaría a llamar a la oficina.

Él levantó el bate de béisbol y lo apoyó sobre el hombro.

—¿Ella?

—Gigi.

—Tu madre debe de tener muchas ganas de hablar contigo. Por lo menos debe de haberte llamado unas seis veces.

Deanna pensó que eso lo sabía porque le había mirado el móvil.

—Está molesta porque no conté con ella para mis pequeñas vacaciones de Año Nuevo —dijo y tachó otra frase con virulencia. El bolígrafo casi atravesó el papel—. Te has repetido un par de veces aquí.

Él volvió a sentarse en el borde del escritorio y le quitó el papel de las manos. Lo miró un segundo y entonces se lo devolvió.

—Para eso te tengo a ti.

Las faltas de ortografía eran su talón de Aquiles. Pero lo de repetirse una y otra vez no era propio de él. Deanna siguió leyendo, pero, por alguna razón, le resultaba más difícil que nunca ignorar su abrumadora presencia. Y por lo menos había casi un metro de distancia entre ellos.

—Eh, espero que ya hayas hecho las maletas para el viaje a Texas —Deanna se dio cuenta de que estaba leyendo por encima el último párrafo, así que empezó a leer más despacio. Lo último que quería era pasar por alto algún error importante que al final terminaría en los medios—. Se supone que tienes que estar en la pista en dos horas.

Le había tenido que cambiar la hora de salida en dos ocasiones a lo largo del día. Era una suerte que la empresa dispusiera de un avión privado. Tenía que estar en Red Rock a primera hora de la mañana para asistir a la boda de William, su padre. Sin embargo, aún con el jet privado de la empresa, ya llegaría de madrugada.

—¿Qué tal es el tiempo allí en esta época del año?

Deanna sabía que Red Rock estaba a unos treinta kilómetros de San Antonio porque lo había mirado en el mapa.

—Hay un poco de brisa, pero hace bastante calor —le dijo él.

Ella levantó las cejas un poquito y le miró de refilón.

—Sé que no te gustan mucho las bodas…

Eso se lo había dejado muy claro a todas las mujeres que habían desfilado por su vida a lo largo de los años.

—Pero se trata de la boda de tu padre —prosiguió Deanna—. ¿No te alegras por él?

William Fortune había perdido a su esposa, la madre de Drew, cuatro años antes.

Deanna recordaba muy bien esa época, y no sólo porque acabara de empezar a trabajar en la empresa. Nunca le había visto tan destrozado como entonces. Además, por aquellos días había estado muy cerca de cometer el error de olvidar que era su jefe. Demasiado cerca. Sólo esa vez… Soltó el aliento rápidamente. De repente se sentía muy acalorada. Habían pasado cuatro años, pero ella lo recordaba como si hubiera sido el día anterior. Él la había besado. Una vez. Una única vez… Y ella casi había perdido el juicio. Pero eso formaba parte del pasado y no estaba dispuesta a caer en lo mismo que su madre.

—No. No me alegro —le dijo Drew con sequedad—. ¿Y tú por qué asientes con la cabeza?

Deanna parpadeó y volvió al presente.

—Yo, eh, acabo de terminar de revisar —apuró la lectura de las últimas oraciones y dejó el bolígrafo. Se volvió hacia el ordenador y arrastró los papeles sobre la mesa hasta ponerlos a su lado.

—¿No te gusta la mujer con la que se va a casar tu padre?

—¿Lily? Es la viuda de su primo —se inclinó sobre el escritorio, abrió el cajón superior y sacó el móvil de Deanna. Todavía seguía sonando.

Temiendo que fuera a contestar, ella se lo arrebató de las manos y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. No quería arriesgarse a presenciar una conversación entre su madre y su jefe.

—¿Y bien?

—No sé por qué tienen que correr tanto. ¿No sería más fácil si hablaras con tu madre de una vez?

Ella soltó una pequeña risotada. Sus dedos bailaban ágilmente sobre el teclado mientras hacía las correcciones al documento.

—Está claro que no quieres ir a la boda de tu padre. A lo mejor no deberías darme consejos acerca de mi madre.

Él soltó el aliento con brusquedad y volvió a levantarse del escritorio.

—No es la boda —murmuró—. No del todo.

Deanna empezó a teclear más despacio y, al darse cuenta, aceleró de nuevo. No era buena idea solidarizarse con Drew Fortune. Su padre iba a casarse. Iba a reemplazar a su fallecida madre. Y ella había visto por sí misma lo mucho que su muerte le había afectado cuatro años atrás.

—Tus hermanos también estarán allí —le dijo, tratando de animarle.

Una vez le había dicho que tenía cuatro, y que sólo su hermano Jeremy y él no vivían en Texas.

—¿Cuánto hace que no los ves?

—Nos reunimos todos en Red Rock hace unos años.

Deanna no tenía hermanos y se había pasado toda la vida deseando haberlos tenido. Así no se hubiera sentido tan sola en el mundo.

—Bueno, entonces, ¿no estás deseando verlos de nuevo?

Él balanceó el bate como si fuera un palo de golf. Sin embargo, su expresión no era en absoluto distendida.

—¿Y eso qué importa?

Deanna sintió que su enfado crecía.

—Supongo que nada —le espetó—. Pero todo este proyecto… —gesticuló y señaló el montón de papeles que tenía sobre el escritorio—. Toda esta insistencia en terminar hoy sin duda es una excusa para no tener que ir a Texas. ¿Acaso esperabas que no fuéramos capaces de terminar hoy para así salirte con la tuya y no ir?

Drew se volvió hacia ella bruscamente, visiblemente sorprendido ante aquellas afiladas palabras. Los ojos verdes de Deanna lo miraban con un gesto desafiante y había un ligero rubor en sus mejillas. Normalmente era muy tranquila y sosegada… Nada que ver con la expresión que tenía en ese momento. La gota que colmaba el vaso…

—Supongo que no sabía lo importante que era para ti este fin de semana en el spa con tus amigas —le dijo.

Ella apretó los labios.

—¿Sabes, Drew? A veces eres un… —se detuvo y sacudió la cabeza con tanta fuerza que su melena cobriza se movió alrededor de sus hombros. Volvió la vista hacia el monitor y continuó escribiendo, golpeando con furia las teclas.

—¿Un qué?

—Nada —dijo ella, tecleando cada vez más rápido. El teclado repiqueteaba casi como una vieja máquina de escribir.

—Dilo, Dee.

Había escogido el peor momento para meterse con él y el deseo de provocarla era irresistible. Todo era culpa de su padre… William no tenía bastante con arruinarse la vida casándose, sino que también quería arruinar la suya.

—¿Por qué te callas ahora?

Ella le lanzó una mirada seria que, sorprendentemente, le recordó a su madre. Probablemente era porque él sí la tenía muy presente, a diferencia de su padre.

—¿Por qué no vuelves a tu despacho y me dejas terminar? —le sugirió ella.

Levantó la mano izquierda y le invitó a marcharse sin dejar de teclear con la otra.

—Tienes que pensar qué quieres poner en las tarjetas de presentación cuando reemplaces a tu padre como director general, ahora que se va a retirar. A lo mejor eso te pone de mejor humor.

—Y a lo mejor a ti te pone de mejor humor saber que probablemente no seré yo el nuevo director general.

El repiqueteo del teclado se detuvo abruptamente. Deanna levantó la vista. Aquel destello desafiante se había desvanecido y en su lugar sólo quedada una profunda confusión en su mirada.

—¿Qué?

Drew agarró con más fuerza el bate de béisbol. Tenía ganas de tirarlo por la ventana.

—No voy a ser el nuevo director general —esas palabras le sabían a vinagre en los labios.

—Pero si todo el mundo sabe que tú te vas a poner al frente… —le dijo ella, totalmente desconcertada.

—Sí, bueno. Supongo que eso a mi padre le da igual —le dijo escuetamente.

—Drew…

Él soltó el aliento.

—Por lo que yo sé, no tiene pensado prescindir de estas oficinas, sino sólo de mí.

El rubor huyó de las mejillas de Deanna. De repente se puso pálida como la leche.

—Pero tú haces un buen trabajo aquí.

—Pues no debe de ser lo bastante bueno para él.

—A mí siempre me ha parecido que tu padre estaba orgulloso de ti por el trabajo que haces aquí —Deanna sacudió la cabeza ligeramente, moviendo la melena.

—Y ahí está el problema —le dijo Drew—. Como cree que no empezó a irle bien hasta que se casó con mi madre y sentó la cabeza, ¡ahora se le ha metido en la sesera que yo tengo que hacer lo mismo! —hizo un movimiento en el aire con el bate y el golpe se lo llevó el mullido asiento de una silla que estaba junto a la puerta de su despacho.

Deanna dio un pequeño salto al oír el golpe seco.

Drew soltó el bate sobre la silla y volvió a meterse en su despacho. Ella fue tras él. Sus manos asían con fuerza la solapa de la chaqueta marrón que llevaba puesta, a juego con una falda hasta la rodilla.

—¿Tu padre piensa que deberías casarte?

Drew tenía un palpitante dolor de cabeza. Necesitaba una copa, un cigarrillo… Todo lo que había dejado seis meses antes. Quería borrar de su mente el año completo y, sobre todo, el ultimátum de su padre.

Se dejó caer sobre la silla de su escritorio y se quitó la gorra.

—No es que piense que debería casarme — dijo, puntualizando—. Espera que me case. Si no lo hago, no me dejará ponerme al frente de la empresa.

Deanna se sentó lentamente frente al escritorio. Parecía aturdida, y ésa debía de ser la única razón por la que no se estaba alisando la falda alrededor de las rodillas, como siempre solía hacer.

—¿Estás seguro de que…? —tragó en seco y se humedeció los labios—. Bueno, ¿seguro que no estás exagerando un poco? A lo mejor no le entendiste bien. A lo mejor oíste la palabra matrimonio y saltaste sin pensarlo bien.

Él soltó una carcajada completamente desprovista de buen humor.

—Oh, creo que lo entendí todo muy bien. Según él, me falta equilibrio en mi vida —se inclinó hacia delante y apretó los puños sobre la mesa—. Para él estoy demasiado entregado a la empresa.

Golpeó con violencia el escritorio. Un bolígrafo se cayó al suelo.

—¿Y qué se supone que tengo que hacer en vez de entregarme a la empresa? Esta empresa lo es todo para mí y él lo sabe muy bien. Pero ahora, mi queridísimo padre ha decidido que no soy la persona adecuada para llevar las riendas si no dejo que me echen el lazo otra vez.

Deanna abrió los ojos, perpleja.

—Eh… ¿Otra vez?

Drew casi podía ver el vapor que despedía su palpitante cabeza.

—Y va a buscar a cualquier mequetrefe para ponerlo al frente de todo. Ni siquiera tiene que ser de la familia.

Todas esas tonterías del matrimonio con las que llevaba un año martirizándolo no eran nada en comparación con la amenaza de esa mañana. Su padre le había dicho que estaba dispuesto a poner a otra persona en el puesto de director si no cumplía con sus exigencias. La conversación telefónica que habían mantenido había terminado en una violenta discusión por ese motivo.

Y Drew estaba que echaba chispas desde entonces.

—No pienso estar a las órdenes de nadie en mi propia empresa.

Deanna frunció el ceño.

—¿Lo dejarías todo en ese caso? —dijo y entonces se sujetó un mechón de pelo detrás de la oreja—. ¿Serías capaz de dejar todo aquello por lo que has trabajado tanto?

—No tengo buenas candidatas para casarme. Mi padre decidió casarse con Lily y mira lo que ha pasado. Ha perdido el juicio.

—Yo… Estoy muy sorprendida —murmuró ella después de unos segundos—. No sé qué decir.

Él se frotó la cara con ambas manos y volvió a apoyarse contra el respaldo de la silla, observándola con ojos agudos. En su mente todavía seguía repasando la discusión que había tenido con su padre esa misma mañana. Aunque su boda con Lily fuera al día siguiente, William había tenido la desfachatez de sacar el tema de su madre, Molly. ¿Cómo se atrevía a usar su recuerdo para criticar su vida disipada y licenciosa? Eso había sido el colmo. Y él le había respondido sin contemplaciones. Si aún añoraba tanto a su madre, ¿por qué iba a casarse de nuevo?

Drew se pellizcó la nariz y cerró los ojos de nuevo. Aquellas palabras envenenadas todavía retumbaban en su cabeza.

—Como si un certificado de matrimonio tuviera algo que ver con el éxito profesional —masculló—. Es una locura —miró a Deanna.

Ella seguía sentada en la silla, tan tensa como una cuerda. Tenías las manos cruzadas sobre su regazo y seguía mirándolo con un gesto serio y preocupado.

—Yo, eh… Me imagino que para ti lo de casarse significa que no hay trato, ¿no?

Drew apretó los labios. Él nunca había fracasado a la hora de cerrar un trato. Siempre había tenido la habilidad de unir bien las piezas del puzle cuando todos decían que era imposible.

De repente una idea empezó a tomar forma en su cabeza.

—Esto es un trato —murmuró, preguntándose por qué no había sido capaz de verlo antes.

A lo mejor Deanna tenía razón… Al oír la palabra matrimonio su cerebro había sufrido un cortocircuito.

—¿Cómo? —le dijo ella, arqueando las cejas.

—Un trato —Drew se echó hacia delante.

Por primera vez en todo el día sintió que una sonrisa le tiraba de las comisuras de los labios.

—Lo único que necesito es un certificado de matrimonio, firmado y sellado.

Ella esbozó una sonrisa, todavía sin comprender nada. Sus ojos seguían serios y circunspectos.

—Normalmente tiene que haber un matrimonio de por medio para conseguir esos papeles. Pero tú acabas de decirme que no te interesa esa solución.

—Y así es. Pero un certificado de matrimonio se consigue con una boda. Y todo lo que necesito para celebrar una boda es tener una novia.

—Exacto —Deanna levantó las manos.

—Puedo contratar a una novia.

—Tienes que estar de broma —ella parpadeó, incrédula.

—A veces necesitas tener especialistas en la mesa para cerrar un trato. Sólo necesito encontrar a una mujer que esté dispuesta a cumplir con las condiciones.

—¿Y cuáles son esas condiciones?

—Firmar los papeles, decir «sí, quiero» y fingir ser mi esposa durante un tiempo, lo bastante para que mi padre se calme un poco, se retire y me nombre su sucesor. Después seguimos cada uno por nuestro lado.

Deanna soltó el aliento bruscamente y le miró con escepticismo, sacudiendo la cabeza.

—¿Necesitas que te recuerde que las mujeres con las que sueles salir, antes de que alcancen la fecha de caducidad a los tres meses, esperarían sacar una buena tajada de un acuerdo como ése?

Eso era algo que ella sabía muy bien, sobre todo porque era la encargada de comprar las joyas que él les daba como regalo de despedida cuando se cansaba de ellas.

—Necesito a alguien convincente… —dijo él con gesto pensativo.

De repente tamborileó con los dedos sobre el escritorio, como si acabara de encontrar la solución perfecta.

—Necesito a alguien como tú.

Capítulo 2

COMO ella? Deanna se levantó de la silla de un salto.

—Bueno, definitivamente te has vuelto loco. Drew seguía sentado en su silla con un gesto impasible. De repente agarró la gorra y volvió a ponérsela. Del revés. La pequeña cicatriz que tenía justo al borde del nacimiento del pelo le daba un aire peligroso y gamberro.

—Es perfecto —dijo. El hoyuelo de su mejilla apareció de repente.

—Estás loco —le dijo ella, conteniendo el aliento.

Él abrió las manos, con las palmas hacia arriba.

—Piénsalo, Dee. Si nombran a otro director general, alguien de fuera, es muy probable que os eche a todos de aquí, ¿no? Si la cúpula cambia, es muy probable que todo lo demás cambie. Así funcionan las cosas.

Una ola de pánico se apoderó de Deanna.

—Acabas de decirme que aunque trajeran a un nuevo director, no cerrarían las oficinas.

—Cerrarlas es una cosa, pero… Supongo que al nuevo director le gustaría meter a su propia gente de confianza —se encogió de hombros—. Si yo fuera a entrar en un sitio nuevo, me gustaría tener a mi gente conmigo. Para entonces mi padre ya estará retirado de forma oficial. Se quedará en Texas. Y es él el que está empeñado en darle un nuevo aire a la empresa. ¿Crees que no sabe lo que eso supondrá para la gente que ha trabajado para él durante tantos años?

—No me puedo creer que tu padre no lo haya previsto. Yo lo conozco. ¡Es una persona muy cuidadosa!

—Es un hombre que acaba de dejar bien claro que está listo para empezar una nueva vida, sin importar las consecuencias para los demás, y eso incluye a su propia familia —dijo Drew con contundencia. Su hoyuelo había desaparecido.

De repente, Deanna sintió que le temblaban las rodillas. Asió con fuerza el respaldo de la silla donde estaba sentada un momento antes. Necesitaba aquel trabajo. Más que nunca. Y aunque estuviera segura de poder encontrar otro empleo en caso de ser necesario, también sabía que no podría aspirar al salario que tanto le había costado conseguir en Fortune Forecasting. No ganaba lo suficiente como para hacerse rica de la noche a la mañana, pero sacaba lo bastante como para mantenerse a flote… hasta que llegaba el último arrebato derrochador de Gigi…

—Nadie se creería que tú y yo… Que nosotros…

—¿Podríamos estar enamorados?

Deanna casi podía ver el engranaje que acababa de ponerse en marcha dentro de su cabeza… Drew agarró un bolígrafo y empezó a golpear la punta contra la mesa.

—¿Por qué no? —le preguntó—. Creo que nadie se sorprendería. Toda mi familia sabe que eres la única mujer que ha durado más de doce meses en mi vida.

—Claro. Porque me pagas bien y ¡normalmente me dejas hacer mi trabajo tranquila! —sacudió la cabeza—. Pero si ni siquiera soy tu tipo.

Él esbozó una sonrisa burlona. El hoyuelo había vuelto.

—¿Y qué tipo es ése?

—Un metro ochenta, rubia, pechugona.

—A mí me ha parecido que estabas describiendo al tipo que lleva el quiosco de prensa que está en la entrada.

Ella hizo una mueca.

—Qué gracioso. Ya sabes a qué tipo de mujer me refiero. La única clase de mujer con la que sales más de dos veces.

Le bastaban los dedos de una mano para contar a las mujeres que sí estaban más interesadas en él que en su cuenta bancaria, o en el beneficio que podrían sacar dejándose ver colgadas del brazo de Drew Fortune. Sin embargo, ninguna de ellas había pasado de la primera cita. Él se había asegurado de ello.

El bolígrafo seguía golpeando la mesa.

—Sé lo que quieres decir. Y tienes razón. Tú no eres una cazafortunas —le dijo suavemente—. Nadie podría cometer jamás el error de pensar eso. Llevas cuatro años trabajando conmigo. Eres todo un ejemplo de discreción. Eres sosegada, sensible… Vaya. Si te soy sincero, seguro que mi padre piensa que eres demasiado buena para mí.

Aquella descripción era más bien la de un perrito faldero. Deanna apretó los labios y sacudió la cabeza.

—No me puedo creer que esté aquí parada, discutiendo esto contigo. Es una locura. Y mis amigas me siguen esperando, así que, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Quieres que mande el artículo o esto sólo ha sido otra demostración de poder por tu parte antes de irte?

Él le hizo caso omiso.

—Dame un año de tu vida, Deanna. Es un trato muy sencillo. Un matrimonio de conveniencia. Sin derecho a roce, ¿de acuerdo? ¿Cuánto te parece que vale eso? ¿Una subida de sueldo? ¿Un ascenso? ¿Un nuevo cargo?

—¡No! ¡No quiero nada de eso! ¡Ese acuerdo sencillo del que hablas implica casarse contigo, aunque tú lo describas de otra manera, y también implica mentirle a tu padre!

—¿Y crees que lo que él pide es razonable?

Ella apretó los labios. Si todo lo que le había dicho era cierto, entonces evidentemente aquella exigencia distaba mucho de ser razonable.

Sí. Drew jugaba duro. Pero trabajaba aún más duro. Y ella llevaba tiempo suficiente trabajando a su lado como para saber que lo más importante para él era la empresa que su padre había fundado. Se mesó el cabello y empezó a caminar por el despacho. Las rodillas seguían temblándole, pero eso no era nada comparado con el revoloteo que tenía en el estómago.

¿Casarse con Drew Fortune? Una nueva oleada de temblores la sacudió de arriba abajo.

Dio un paso atrás.

—¿Pero cómo sé yo que no estás exagerando?

—¿Por qué iba a exagerar? —le dijo él, mirándola fijamente—. ¿Para conseguir una esposa? Vamos, Dee.

Ella se sonrojó. Él tenía razón. Aquello era más que improbable dada su opinión sobre el matrimonio. Si no hubiera sido prácticamente alérgico al compromiso, sin duda hubiera encontrado esposa sin dificultad en la larga lista de mujeres con las que había salido. Que a ella le parecieran todas unas gatitas sin cerebro no significaba que él tuviera que pensar lo mismo.

Drew se puso en pie y rodeó el escritorio. De repente el corazón de Deanna dio un vuelco al sentir su mano sobre el hombro. El calor que despedía su cuerpo le llegó hasta la piel a través del traje de lana fina que llevaba puesto.

—Tú siempre juegas limpio, Deanna —le dijo él en un tono persuasivo y dulzón—. Piensa en toda la gente que se va a ver afectada por esto.

—No trates de chantajearme, Drew Fortune. No te va a funcionar conmigo.

Deanna encogió los hombros y le hizo retirar ese brazo amigable, poniendo algo de distancia entre ellos.

—He visto los trucos que utilizas montones de veces.

—Muy bien —él soltó el aliento y se sentó al borde del escritorio—. Te necesito, Deanna. Confía en mí. Podemos hacer que esto funcione.

Sus palabras sonaban tan sinceras que casi parecía que realmente trataba de convencerla para que se casara con él.

El nudo que Deanna tenía en la garganta se convirtió en una piedra de repente.

—Un año —le dijo en un tono de advertencia.

Él asintió con la cabeza.

—No tiene por qué sonar tan terrible. La gente lleva siglos casándose por conveniencia.

—Jamás pensé que te oiría pronunciar esas palabras —ella casi se rió.

Él hizo una mueca.

—Cierto. Pero lo que quiero decir es que mucha gente se casa por motivos que nada tienen que ver con el amor.

—Bueno, disculpa, ¡pero nunca pensé que me convertiría en uno de esos motivos!

—Y yo nunca pensé que me vería obligado a luchar por la empresa cuya dirección me he ganado con creces, esgrimiendo un certificado de matrimonio. A veces pasan cosas… inesperadas.

Deanna tenía más que aprendida esa lección. Sólo tenía que pensar en su madre para repasarla un poco. Drew se quitó la gorra y la arrojó sobre el perchero de hierro forjado. Deanna recordaba haberle oído decir que había sido un regalo de su madre.

—No obstante, tampoco espero que salgas de todo esto con las manos vacías —le dijo en un tono muy serio.

Deanna se puso todavía más nerviosa. Tenía armas que usar contra el Drew adulador, encantador… Podía aguijonearle con ironías y jugar a su juego superficial hasta el fin de los días, pero cuando él le hablaba de esa manera, clara y sincera, estaba totalmente indefensa.

—Ya te lo dije. No quiero nada.

Él volvió a ponerse en pie y fue hacia ella. Deanna quiso retroceder, pero hizo un esfuerzo por mantenerse firme. De repente, él le tendió una mano. Ella quiso que la tierra se abriera a sus pies y se la tragara de golpe. Pero él no hizo más que meterle la mano en el bolsillo y sacar el teléfono móvil que no había dejado de sonar durante toda la conversación. Lo levantó en el aire y le mostró la pantalla. Gigi.

—¿Ni siquiera quieres mandar de vacaciones a tu madre?

Ella le arrebató el móvil de la mano y esa vez sí que lo apagó. Su madre podía llamar a la oficina todo lo que quisiera. En esos momentos, ése no era el mayor de sus problemas.

—Creo que hará falta algo más que unas vacaciones para resolver el problema de Gigi.

—¿Qué haría falta?

Ella resopló y gesticuló con los brazos.

—Harían falta cincuenta de los grandes.

Bien podían haber sido cincuenta millones; cualquiera de las dos cifras era igualmente inalcanzable para ella. De repente se dio cuenta de que aquella inesperada y singular proposición la había hecho hablar más de la cuenta. Dio un paso atrás. Y después otro.

—Bueno, todavía necesito que me des una respuesta sobre el artículo —le recordó, ansiosa por volver a los temas de trabajo.

Él arrugó los párpados.

—Si está listo para ser enviado, entonces envíalo —le dijo un momento después.

La sorpresa la hacía sentir incómoda. Estaba deseando salir de allí. Asintió con la cabeza y regresó a su escritorio. Unos minutos más tarde ya le había enviado el artículo al editor que iba a publicarlo. Satisfecha con el trabajo hecho, cerró el ordenador, sacó el bolso del último cajón y cerró con llave el escritorio. Drew no había salido de su despacho. Podía verle sentado frente a su escritorio, de cara a las ventanas. No quería formar parte de aquella farsa, pero tampoco podía marcharse como si nada hubiera pasado. Siempre había sido un buen jefe, por muy exigente que resultara en ocasiones.

Suspiró, dejó el bolso junto al bate de béisbol, encima de la silla, y se dirigió hacia su despacho. Podía ver su reflejo en aquellos cristales enormes.

—¿Qué vas a hacer?

Él miraba a la ventana como si fuera un espejo, mirándola a los ojos en el cristal.

—¿Qué vas a hacer tú? —giró la silla y se puso de frente a ella. Dejó su propio móvil sobre la mesa del escritorio.

—Tu madre ha perdido su trabajo de nuevo.

Ella miró el teléfono y después le miró a la cara. Su expresión era de pánico y furia.

—¿Qué has hecho? ¿La has llamado?

—He llamado a Joe Winston. Es el director de Recursos Humanos de Blake & Philips, ¿recuerdas?

Deanna contuvo el aliento. Blake & Philips era el bufete de abogados en el que su madre había trabajado hasta unos meses antes, hasta que la habían echado. Y la única razón por la que Drew sabía que su madre había trabajado allí era porque él mismo le había dado el contacto. Cerca de un año antes le había dicho que Joe, un amigo de la universidad, estaba buscando secretarias para el bufete. Por aquel entonces, su madre también estaba sin trabajo, a punto de perder la casa, y él lo sabía. Pero más bien había sido Deanna la que se había preocupado por no perder la casa. Ella era la que había hecho lo indecible para pagar la hipoteca de Gigi al tiempo que pagaba su propio alquiler.

—Eso no es asunto tuyo —le dijo a Drew en un tono tenso.

—Vamos a jugar al golf la semana que viene. Piensa que lo llamé para hablar de eso.

Una oleada de vergüenza la recorrió por dentro.

—¿Y el tema de mi madre salió así como así?

—No fui yo quien lo sacó.

—Muy bien. ¿Entonces cómo te has enterado?

Él la atravesaba con la mirada.

—Llevas bastante tiempo trabajando para mí, Dee. Aunque no vayas por ahí aireando tu vida privada, sí que me entero de alguna cosa que otra. Y tu madre cambia de trabajo igual que yo cambio de…

—¿… mujer? —le dijo ella en un tono incisivo.

—Iba a decir «camisa» —se recostó contra el respaldo de la silla. Tenía el móvil en la mano y no dejaba de darle vueltas una y otra vez—. No hizo falta que Joe mencionara a tu madre. Sólo he tenido que sondearte un poco y verte la cara.

Deanna sintió que la cara le iba a estallar en llamas.

—Muy bien. Sí. Mi madre ha vuelto a perder su empleo. Otra vez. Es la vieja historia de siempre.

«Pero sólo es una parte de la historia», pensó para sí.

—Ya encontrará otro —añadió.

«Como siempre».

Otro trabajo. Otro hombre inalcanzable al que intentar seducir… Otra despedida trágica y otro despido… Y entonces, como de costumbre, ella tendría que acudir en su ayuda y sacarla del agujero antes de que lo perdiera todo.

—Ya te he enviado el artículo —miró su reloj de pulsera—. Y se supone que pronto debes estar en el aeropuerto. Intenta no poner esa cara mañana durante la boda de tu padre —dio media vuelta—. No querrás arruinar las fotos de boda.

—Te daré los cincuenta mil dólares —le dijo él de repente.

Deanna se detuvo bruscamente, pero no se dio la vuelta.

—No debería habértelo dicho.

Él guardaba silencio, pero Deanna sentía un cosquilleo en la nuca. Sabía que iba hacia ella, caminando lentamente.

—No me lo habrías dicho si no estuvieras preocupada por ello.

Ella cerró los ojos un instante. Por una parte, resultaba inquietante pensar que él pudiera conocerla tan bien, pero, por otra, tampoco era tan sorprendente. Si trabajaban tan bien juntos, era por una razón, y no era sólo por lo bien que ella le comprendía.

—No quiero tu dinero.

—Pero lo necesitas —le dijo él, agarrándola del brazo y rodeándola hasta ponerse delante de ella—. Oye —la agarró de la barbilla y la obligó a mirarle a los ojos —su sonrisa era irónica y ligeramente burlona—. Yo no quiero casarme, pero tengo que hacerlo.

Deanna sintió un intenso escozor en los ojos y rezó para no derramar ni una lágrima. Lo último que deseaba era llorar delante de su jefe.

—Aunque yo… Aunque estuviera de acuerdo, ese dinero sólo sería un arreglo temporal para Gigi.

—¿Y cuál es su problema entonces?

Ella levantó la vista hacia él y sintió que sus ojos la atrapaban sin remedio.

—Es adicta a las compras.

Él arrugó el entrecejo.

—¿Qué?

Ella suspiró. Apartó el bate y el bolso y se dejó caer sobre la silla.

—Tiene una adicción a las compras. Y no es la clase de adicción de la que tantas veces se acusa a las mujeres. No sólo le gusta salir a comprar zapatos o… lo que sea —hizo un gesto con la mano—. Cuando está… sin trabajo… Se deprime… Y cuando se deprime, se va de compras. Por Internet o por la ciudad. No importa dónde ni cómo. Compra cosas que no necesita y que no se puede permitir. Y no importa lo que yo le diga o lo que haga. No para y no quiere pedir ayuda.

Juntó las palmas de las manos y se miró los dedos.

—Ya debe la hipoteca de nuevo. Ha conseguido que le den nuevas tarjetas de crédito de las que yo no tenía ni idea y ahora quiere que yo le resuelva todo el lío.

—¿Por qué tú?

—Porque llevo pagándole todo desde que conseguí mi primer trabajo cuando tenía quince años.

Ese año su padre se había marchado y su madre había empezado a culparla de todo.

—Si sigo sacándola del hoyo como siempre he hecho, jamás conseguirá ayuda.

—Por lo menos te das cuenta de ello.

—Darse cuenta de ello y llevarlo a la práctica son dos cosas muy distintas —se tragó el nudo que tenía en la garganta—. No es fácil decirle que no a tu propia madre.

—Y tampoco es fácil decirle que no a tu padre —Drew se agachó delante de ella y le tomó las manos—. Podemos ayudarnos el uno al otro.

Sus manos eran cálidas y tranquilas. A Deanna las suyas propias le parecían diminutas en comparación.

—No es… Una buena idea. Nunca es buena idea tener un lío en el trabajo —le dijo ella, deseando retirar las manos. El tacto de su piel la quemaba cada vez más—. Eso es lo que hace mi madre. Y siempre termina en un desastre.

—La gente lleva siglos casándose con el jefe. No tiene por qué ser malo.

—Cierto. Pero es así cuando los dos están enamorados.

De repente, Deanna se dio cuenta de que había deslizado los dedos entre los de él hasta entrelazarlos. Se soltó bruscamente y se agarró de los reposabrazos de la silla.

—Y, como te he dicho antes, el dinero no resolvería el problema de base.

—Entonces le buscaremos a tu madre la ayuda que necesita, el tiempo que haga falta, incluso aunque nuestro acuerdo haya llegado a su fin.

Ella hundió las uñas en la tapicería de la silla para que no le temblaran las manos.

—No va a querer. Siempre hace lo mismo.

—La convenceremos. Encontraremos una forma.

—¿Encontraremos?

Él puso su mano sobre la de ella.

—Sí, nosotros la encontraremos.

Deanna sentía que el corazón se le quería salir del pecho. La cabeza le daba vueltas y creía que se iba a desmayar en cualquier momento. Nunca había tenido a quien acudir. Siempre había estado sola, desde la marcha de su padre. Drew la observaba con esa mirada firme que tan bien le salía. Sus palabras, claras y seguras, retumbaban dentro de su cabeza.

«La convenceremos. Encontraremos una forma…».

Que hablara en plural resultaba tan… tentador…

—Muy bien —susurró y entonces sintió un escalofrío.

Él la miró fijamente.

—¿Te casarás conmigo?

Ella tragó en seco y se aclaró la garganta.

—Sí.

Él esbozó una sonrisa radiante.

—¡Siempre he dicho que eras las secretaria perfecta! —se incorporó, se inclinó sobre ella y le dio un beso rápido en la frente—. Esto va a salir fenomenal —dijo, volviendo a su despacho—. Vendrás conmigo a Red Rock. Allí lo anunciaremos.

Deanna le oía hablar solo, entusiasmado. Y entendía todo lo que decía. Pero no podía hacer más que contemplar el escritorio que tenía delante. Todavía sentía el tacto de sus labios sobre la frente, como si aún estuviera ocurriendo.

—Dee, ¿cuánto tiempo necesitas para hacer la maleta?

Ella se frotó las mejillas y trató de volver a la realidad.

—¿No… No podrías decírselo tú a tu padre? No sé si será buena idea que te acompañe a Texas. No quiero ser una molestia.

Él apareció de nuevo en el umbral. Se había vuelto a poner la gorra de béisbol, del revés. Y el hoyuelo volvía a asomar en su mejilla. También tenía una botella de champán que un cliente le había enviado esa misma tarde.

—Estoy seguro de que mi prometida será bienvenida en cualquier reunión familiar —le dijo con sequedad—. Bueno, en realidad la estarán esperando —agitó la botella delante de ella—. Llama al piloto de nuevo. Dile que llegaremos una hora más tarde de lo planeado.

Deanna sintió unas ganas absurdas de echarse a reír. A lo mejor estaba al borde de la histeria.

¿De verdad había accedido a casarse con él?

—Ya le di una hora de margen la última vez que cambié la hora del vuelo —le dijo.

Él levantó las cejas.

—Vaya, qué bien me conoces —sonrió de oreja a oreja—. Bien hecho.

Ella se las arregló para sonreír.

—Vamos. Abramos la botella y celebrémoslo. Busca unos vasos, ¿quieres? —volvió a entrar en su despacho—. Y deberías decirles a tus amigas que no vas a poder ir al spa.

Deanna lo recordó de pronto. Se había olvidado de ellas por completo. Sacó el móvil y volvió a encenderlo. Haciendo caso omiso del indicador de mensajes pendientes, llamó a Susan, que era la que lo había preparado todo, y le dejó un mensaje en el buzón de voz. Y entonces pensó si debía o no llamar a su madre. Ella ya sabía que iba a pasar el fin de semana fuera. Eso no había cambiado, aunque el destino fuera distinto. ¿Y qué iba a decirle cuando la llamara? ¿Que iba a casarse con el jefe? Si le decía eso, Gigi seguramente pensaría que había muerto y que había ido al cielo. Ella no había podido conseguirlo, pero su hija sí… Deanna oyó el sonido del corcho al salir disparado de la botella y, a pesar del sentimiento de culpa, volvió a apagar el teléfono. El único daño que Gigi le haría ese fin de semana sería comprar más cosas; cosas que al final tendría que devolver. Se levantó y fue a toda prisa hacia la pequeña sala de descanso de los empleados. Sacó dos vasos de plástico de un armario y volvió al despacho de Drew.

Al entrar por la puerta casi se le cayeron los vasitos. Él se estaba quitando la camisa que llevaba puesta.

—¿Qué estás haciendo?

Él hizo una bola la camisa y la tiró a un lado. La camiseta blanca que llevaba debajo le marcaba todos los abdominales.

—Se me ha derramado el champán —le dijo él. Agarró la botella y Deanna pudo ver una mancha de líquido en el escritorio—. Aquí —le agarró una mano y le llenó el vaso en el aire.

—Es mucho —le dijo ella, viendo que se lo había llenado casi hasta arriba.

Tenía que hacer un gran esfuerzo por no mirar aquel pectoral bien torneado y fibroso. No era que nunca le hubiera visto descamisado, o incluso desnudo de cintura para arriba… Cuando jugaba al vóley playa en el picnic de la empresa todos los años… Una burbuja de histeria le subió por la garganta, pero consiguió tragársela antes de que explotara.

—Disfruta un poco —le dijo él, sonriente, quitándole el otro vaso de la mano—. Es Nochevieja.

Deanna le entregó el vasito con alivio. Así podría agarrar su propio vaso con ambas manos y controlar los temblores de quinceañera enamorada que la sacudían de pies a cabeza.

—Por el matrimonio —dijo él, alzando su vaso.

Ella sintió que el estómago le daba un vuelco, pero consiguió mirarle con un gesto impasible.

—No deberías bromear sobre ello.

—¿Y quién está bromeando? —empujó el vaso de ella con el suyo propio—. Por lo menos los dos sabemos exactamente el beneficio que vamos a sacar del trato. Nada de ilusiones ni sorpresas.

—Sí —dijo ella y bebió su primer sorbo de champán.

La bebida le supo tan amarga como los nervios que le atenazaban el estómago, pero se la tragó de todos modos.

—Un anillo —dijo él de repente.

—¿Disculpa? —ella levantó la vista de golpe.

—Necesitamos un anillo de compromiso — tomó su móvil del escritorio otra vez y consultó la guía.

—No vas a encontrar una joyería abierta en Nochevieja —le advirtió ella—. Ni siquiera Zondervan’s.

Él sonrió de oreja a oreja. Tecleó un número y se puso el aparato al oído.

—¿Con todo lo que les he comprado a lo largo de los años? ¿Apuestas algo?

—Eh… No, gracias —le dijo ella, por si acaso. No quería arriesgarse, sobre todo teniendo en cuenta todos los pedidos que había tenido que hacer a la joyería a lo largo de los años.

—Chica lista.

Presa de una extraña debilidad, Deanna se sentó y sacudió la cabeza. Su madre siempre le decía que las chicas listas eran las que cazaban al jefe. Y ella siempre le respondía que ella nunca, nunca sería de ésas…

Capítulo 3

VAMOS, Bella Durmiente. Despierta —Drew le dio un codazo en el hombro.

Pero Deanna sólo suspiró, cambió de posición y su cabeza fue a parar al hombro de él. Se había quedado dormida en la limusina que los había ido a recoger al aeropuerto de San Antonio. Su pelo olía a manzanas verdes. Él cerró los ojos un momento y recordó que era Deanna, la joven secretaria que una vez más lo sacaría de un aprieto. Pero ella también sacaba algo a cambio: resolver lo de su madre. Sin embargo, para él eso no era nada en comparación. Por fin tendría el derecho a estar al frente de Fortune Forecasting.

—Deanna —quiso agarrarle la mano, pero titubeó un momento.

El enorme solitario que había escogido de entre las doce piezas que Bob le había llevado a la oficina, brillaba en su dedo anular. Incluso bajo la tenue luz de la parte de atrás de la limusina, la piedra resplandecía. ¿Cuántas veces había dicho que un anillo de boda no era más que la cuerda para el ahorcado? La ironía del destino… En ese preciso momento llevaba dos alianzas de platino en el bolsillo, a juego con el anillo de compromiso. Todo estaba listo para el gran día, fuera cuando fuera. Dada la impaciencia de su padre, no podría ser muy tarde.

Drew ignoró aquellos dedos delgados y le sacudió la muñeca allí donde llevaba el reloj de pulsera tamaño maxi.

—Despierta, Dee —le dijo en un tono más alto.

Ella volvió a mover la cabeza y abrió los ojos lentamente.

—¿Mm? —murmuró, mirándole con ojos adormilados.

Drew pensó que probablemente tendría esa misma expresión en la cama y enseguida empezó a sentir un calor que le recorría la entrepierna.

«Maldita sea…», pensó para sí, incómodo consigo mismo. Se volvió hacia la ventanilla y se fijó en la verja de madera que delimitaba la propiedad de su hermano.

Deanna era su asistente; su prometida de conveniencia. No tenía que imaginársela en la cama…

—Ya casi hemos llegado a el Orgullo de Molly —se aclaró la garganta—. Es el rancho de mi hermano.

Ella parpadeó. De repente se dio cuenta de que estaba recostada contra él y se incorporó como un resorte. Se mesó el cabello y se lo echó hacia atrás.

—Me he quedado dormida —le dijo, haciendo una mueca—. Qué vergüenza. Espero no haberte babeado —añadió con un toque de sarcasmo.

—A lo mejor roncaste un poquito —le dijo él.

Ella le miró con los ojos entrecerrados y después los puso en blanco.

—No es verdad.

Y era cierto. Mientras la veía dormir, tan plácidamente, una oleada de deseo inesperado le había azotado como un Tsunami. Pensaba que ya lo tenía superado. Tiempo atrás había hecho uno de los ridículos más grandes de su vida besándola cuando no debía. Por aquella época no estaba precisamente en uno de sus mejores momentos. Las buenas secretarias eran difíciles de encontrar. Pero las compañeras de cama no. Por suerte, ella miraba por la ventanilla, distraída. Drew se frotó la nuca. Sentía que estaba a punto de explotar.

—Oh, Dios. ¿Ése es el rancho de tu hermano? —le preguntó de repente. Casi tenía la nariz aplastada contra el cristal, como una niña pequeña.

Pero Drew sabía muy bien que debajo de aquel suéter verde que se había puesto antes de salir hacia el aeropuerto se escondía una mujer hecha y derecha.

—Es precioso —añadió, ajena a los pensamientos de él—. Parece sacado de una vieja película, de un Western —le miró por encima del hombro y sonrió—. Con John Wayne cabalgando hacia la hacienda. Habrá que verlo de día.

—Creo que necesitas dormir un poco más —le dijo él en un tono irónico, restándole importancia a su entusiasmo.

Ella levantó la barbilla y volvió a mirar por la ventanilla. La limusina se había detenido delante de la casa. La entrada era de piedra y tenía un arco de estilo morisco. Sin esperar a que el conductor le abriera la puerta, Drew bajó rápidamente. El viaje en coche desde San Antonio no les había llevado mucho tiempo, pero estaba deseando estirar las piernas después del viaje en avión. El espacio era muy importante para él. Ésa era una de las razones por las que le gustaba tanto vivir en San Diego. Cada vez que necesitaba tomar un poco el aire se iba a la playa. ¿Qué más espacio podía necesitar delante del océano Pacífico? Contempló la casa de su hermano mayor. La había comprado de repente unos años antes. Había dejado su vida entera en Los Ángeles para vivir en Texas. J.R. había renunciado a su puesto en el cuartel general de Fortune Forecasting para dedicarse a criar ganado. Atrás habían quedado los trajes de diseño, los coches de lujo… Lo había cambiado todo por las camisas de franela y las camionetas. Y se había casado con Isabella Mendoza. Drew llevaba un año sin pasar por el Orgullo de Molly, pero, aunque fuera medianoche, podía ver que la centenaria hacienda estaba más que cuidada. Le abrió la puerta a Deanna y ella bajó sin siquiera mirarle. Seguía admirando la casa con ojos de asombro. Drew se dijo que era mucho mejor así, pues aún no se le había pasado el arrebato sexual.

A lo mejor hubiera sido mejor que se quedara con aquel horrible traje de vieja que llevaba en la oficina… Todos sus trajes eran iguales. Estaban hechos para esconder aquel trasero que sin duda estaría perfecto dentro de unos buenos vaqueros ceñidos. Molesto con sus propios pensamientos, sacó el equipaje del maletero cuando el conductor se lo abrió.

—Ya lo tengo. Gracias —le dio una generosa propina al chófer.

—Gracias, señor Fortune. Feliz Año Nuevo. Y a usted también, señorita —el conductor cerró el maletero, se puso al volante y salió a toda velocidad. Sin duda debía de estar impaciente por irse a su propia fiesta.

De pronto, Deanna y Drew se encontraron solos en mitad de la noche, a la luz de la luna. El momento parecía tan íntimo… Hacía fresco, pero Drew sentía un calor abrasador. En cualquier otra circunstancia, aquella situación le hubiera parecido de lo más cómica y divertida. Sin embargo, en ese momento casi deseaba tener la cuerda alrededor del cuello. Ella le observaba con aquellos ojos oscuros y misteriosos, pero la forma en que se humedecía los labios demostraba que no era más que nerviosismo.

—¿Seguro que estamos haciendo lo correcto?

La única cosa de la que Drew estaba seguro en ese momento era que no recordaba ningún motivo poderoso para no desearla con locura.

Agarró con más fuerza la maleta y se volvió hacia el arco de la entrada, haciendo un gesto con la barbilla.

—Sí. Vamos.

Ella volvió a humedecerse los labios y avanzó delante de él, en dirección a la imponente puerta de madera.

—Será mejor que llames a la puerta —le aconsejó él.

Habían llegado con mucho retraso y entrar sin más no debía de ser buena idea. A lo mejor a J.R. también le había dado por dormir con un arma cargada en la mesita de noche…

Deanna llamó suavemente, dando unos golpecitos en la puerta.

—Vamos, Dee. No van a oírlo.

Ella le miró un instante y entonces llamó con más energía.

—¿Así?

Enseguida oyeron el ruido de un pestillo y Drew sonrió. La puerta se abrió de par en par y su hermano apareció en el umbral.

—Ya era hora —dijo J.R., con una sonrisa en los labios.

—Yo también me alegro de verte —le dijo Drew y, sin más prolegómenos, puso el brazo sobre el hombro de Deanna.

Ella se sobresaltó.

—¿Te acuerdas de mi secretaria, Deanna?

J.R. asintió.

—Hemos llegado tarde porque… Esta noche me ha dicho que se casará conmigo.

Se hizo un silencio abrupto. Y entonces la sonrisa de J.R. se hizo aún más efusiva.

—Bueno, entonces… —el ranchero se volvió hacia la joven, pero Drew no tardó en ver escepticismo en su mirada—. Estáis perdonados por haber llegado tan tarde, granujas —le quitó el bolso del hombro, la agarró del codo y la hizo entrar.

—¿Granujas? —Deanna se rió suavemente.

—Mejor eso que renacuajo —murmuró—. Eso es lo que solía decirle a Darr.

Dos años más joven que Drew, Darr era el benjamín de la familia; bombero de profesión y fuerte como un roble. Podía tumbarlos a todos sin pestañear.

—A ti todavía te faltan bastantes años para los cuarenta —le dijo J.R., riéndose a carcajadas y dándole un abrazo a su hermano—. Así que tengo derecho a llamarte lo que me dé la gana. Vaya, me alegro mucho de verte —rápidamente se apartó de Drew y agarró la enorme maleta de Deanna—. Aunque ya empezaba a preguntarme si te vería llegar antes del amanecer.

Dio media vuelta y echó a andar por el silencioso pasillo. Iba descalzo.

—Isabella se quedó despierta un rato, pero al final se durmió —miró a Deanna por encima del hombro—. Es mi esposa.

Deanna asintió.

—Drew me ha hablado de ella. Espero no ser una molestia. Le dije a Drew que te llamara para avisarte de que venía con él.

—No te preocupes —le aseguró J.R.—. Estamos encantados de tenerte aquí —sonrió de oreja a oreja—. Sobre todo por ser tan valiente como para aguantar a nuestro querido Andrew. Además, así podrás asistir a la boda.

Drew vio que Deanna se sonrojaba.

—Eres muy amable.

—Mi esposa me daría una patada en el trasero si no fuera así —afirmó J.R., desviándose por un pasillo—. Jeremy también ha venido —señaló con la barbilla—. Está en esa habitación al final del pasillo. Llegó ayer.

Deanna miró a su alrededor y contempló las paredes de escayola blanca. Drew sabía que eran nuevas, pero parecían de la misma época que la casa.

—¿Ése es uno de los tapices de tu esposa? —le preguntó, señalando un colorido dechado de punto colgado en la pared—. Drew me ha dicho que es toda una artista.

J.R. asintió con la cabeza. La expresión de su rostro era de puro orgullo.