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Pasión con el jefe Kate Hardy p>El magnate Luke Holloway vivía de manera salvaje, pero en el trabajo siempre era un profesional. Sin embargo, su nueva empleada Sara Fleet le parecía irresistible. No pasó mucho tiempo antes de que consiguiera seducir a su ayudante correcta y formal y de que empezaran a romper todas las normas laborales… una y otra vez. Sara, una mujer tremendamente eficiente, nunca se había sentido tan fuera de control y, por si fuera poco, ¡tenía que decirle a su jefe que estaba embarazada! Hija secreta Maxine Sullivan Dominic Roth le había hecho a su difunto hermano un gran favor y ahora tenía que pagar el precio. El magnate no podía contarle a nadie que la hija de Cassandra Roth era en realidad hija suya; para todos, Nicole era su sobrina. Pero cuando se presentó la oportunidad de reclamar tanto a la madre como a la niña, Dominic no la dejó escapar. Sin embargo, a pesar de haber conseguido a la mujer a la que secretamente había deseado siempre, sabía que no podía revelar la verdadera paternidad de la niña. Porque el millonario papá no se atrevía a perder aquella tenue posibilidad de ser feliz. Seducción de verano Katherine Garbera Sebastian Hughes no solía tener en cuenta los sentimientos de su secretaria. Pero, para evitar que se marchase, debía demostrar lo antes posible que la valoraba. Ella, sin embargo, conocía sus tretas de seducción demasiado bien y no pensaba aceptar algo que no fuese amor verdadero. Aventura de un mes Yvonne Lindsay El magnate Richard Wells estaba harto de romances y, sobre todo, del matrimonio. Sin embargo, un día descubrió a una mujer guapísima montando a caballo y se propuso seducirla. El objeto de su deseo no era una mujer de clase alta, sino una empleada con un corazón que podía hacer que hasta el divorciado más convencido se rindiera para siempre.
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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47 Editado por Harlequin Ibérica. Una división de HarperCollins Ibérica, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A. E-pack Deseo, n.º 214 - septiembre 2020
I.S.B.N.: 978-84-1348-783-0
–Entonces, ¿cómo se llama, Luke? –le preguntó Karim mientras ambos abandonaban las pistas de squash.
–¿Quién?
–La mujer que te está distrayendo –replicó Karim, con una mirada cómplice–. ¿Cómo si no iba yo a poder derrotarte con un marcador tan amplio?
Luke sonrió muy a su pesar. Él también le había hecho aquella pregunta a su amigo en alguna ocasión. La diferencia era que, cuando él cuestionó de este modo a Karim, sí que había habido una mujer distrayendo a éste, la que en aquellos momentos era su esposa. El caso de Luke era muy distinto. Él no tenía intención alguna de dejar que nadie se le acercara tanto.
–No tiene nada que ver con mi vida social, sino con el trabajo.
–Pues parece que necesitas que alguien te dé unos mimitos, al estilo de Lily. Vente a cenar a casa con nosotros.
–¿Cómo? ¿Esta noche? No me parece justo decírselo a Lily así, en el último momento.
–Tú eres de la familia.
Antes de que Luke tuviera ocasión de protestar, Karim marcó el teléfono de su casa. Dos minutos más tarde, colgó y dijo:
–Arreglado.
A Luke no le quedó más remedio que aceptar. Sabía que su amigo lo hacía con la mejor de las intenciones. Además, no creía que pudiera encontrar una sustituta para Di aquella noche. La empresa de trabajo temporal le iba a enviar a alguien a primera hora de la mañana y esperaba que esa persona se quedara el tiempo suficiente hasta que pudiera encontrar una sustituta adecuada mientras su asistente estaba de baja por maternidad. Simplemente tendría que ser paciente.
Ja. Paciente. Esta palabra apenas aparecía en el vocabulario de Luke. Cuando él quería algo, lo conseguía. No perdía el tiempo. Por eso, el hecho de tener que estar pendiente de los planes de otras personas era el modo más rápido de volverlo loco.
No tardaron en llegar a casa de Karim. Entraron y él se dirigió directamente a la cocina donde besó a su esposa muy cariñosamente, tomándose su tiempo.
–Suéltala ya, por el amor de Dios. Lleváis casados tres meses ya. Deberías haber superado ya esta etapa –dijo Luke desde la puerta.
Lily simplemente se echó a reír.
–Ya veo que estás algo decaído, Luke. Toma, consuélate con esto hasta la hora de cenar –le dijo, señalando un plato de canapés que había sobre la encimera que ocupaba el centro de la cocina.
–Gracias, Lily –dijo Luke sentándose sobre un taburete.
–De nada. Bueno, ¿nos vas a contar qué es lo que te preocupa?
–Ojalá comprendiera por qué diablos las mujeres quieren tener hijos –suspiró Luke–. Di no ha dejado de vomitar desde el día en el que se hizo la prueba de embarazo y...
Se detuvo en seco al notar la mirada que Karim y Lily estaban intercambiando. La clase de mirada que sólo podía significar una cosa.
–Vaya, lo siento... Soy un impresentable. Perdonadme... y, por supuesto, lo que acabo de decir no se aplica a vosotros. Me alegro mucho por los dos.
–Eso espero –dijo Karim–, ya que te vas a convertir en tío honorario de la criatura.
Por lo que Luke sabía, cabía la posibilidad de que ya fuera tío. Decidió no pensar en eso. La decisión que había tomado había sido difícil, pero también era la única posible. Si se hubiera quedado, habría terminado como el resto de los hombres de su familia.
–Gracias –dijo, cortésmente–. Me siento muy honrado. ¿Para cuándo lo esperáis?
–Dentro de seis meses –respondió Lily, riendo–. Veo que te estás esforzando mucho por decir lo que debes, ¿verdad, cariño? –añadió, mientras le revolvía el cabello de camino al frigorífico.
Lily estaba tratando a Luke como si fuera su hermano mayor y esto hacía que él se sintiera muy raro. Como si tuviera un espacio vacío dentro de él. Como si quisiera formar parte de una gran familia.
Ridículo. Estaba perfectamente bien solo. Mucho mejor que formando parte de una gran familia. Ya lo había sido y no tenía intención de volver atrás.
–Sí, pero sólo porque tú vas a preparar la cena y quiero que me des de comer –replicó.
–¿Y quieres que me crea eso? Sé que en realidad eres como un gatito.
Karim se echó a reír. Se sentó y agarró a su esposa para que se le sentara encima mientras le colocaba las manos con gesto protector alrededor del vientre.
–Te aseguro que por ti, Lily, podría serlo –bromeó Luke–, pero desgraciadamente tienes un esposo al que seguramente no le haría mucha gracia. Me conformaré con que me des de cenar.
–Tus deseos son órdenes para mí –replicó ella–. Bueno, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Que tu secretaria tiene náuseas por las mañanas?
–Y a la hora de comer. Y por la tarde. Mi despacho es un lío y ella ni siquiera ha podido instruir a la temporal, si es que la hay mañana, y yo tampoco y... Ya he tenido bastante caos por el momento. He mandado a Di que se tome la baja para lo que le queda de embarazo. Necesito a alguien que pueda organizarme el despacho antes de que pierda más oportunidades.
–Alguien que sea buena organizadora –dijo Lily, pensando–. Creo que podría ayudarte. Louisa, mi proveedora favorita, tiene una hermana que soluciona problemas en empresas y despachos.
–¿De verdad?
–Es una persona organizada y eficaz a la que se le da muy bien solucionar las cosas. ¿Has visto alguna vez esos programas de televisión en los que la gente viene a tu casa a ayudarte a limpiar o a organizar los armarios? Bueno, pues eso es lo que hace Sara en la vida real, aunque se centra en despachos y empresas. Ella se podría encargar de todo...
–¿Tienes su número?
–No, pero tengo el de su hermana –dijo Lily. Desapareció unos minutos y regresó con una tarjeta–. Aquí tienes.
–«Productos orgánicos Fleet» –dijo Luke leyendo la tarjeta.
–Hacen zumo de manzana, vinagre balsámico y... bueno, todo lo que se espera de una tienda de productos orgánicos –explicó Lily–. Pregunta por Louisa. Dile que yo te di su número y que necesitas hablar con Sara.
–Gracias –replicó Luke mientras se guardaba la tarjeta–. Espero que sea buena...
–Podría estar ocupada...
–Hmm, eso fue lo que le dijo alguien a Karim sobre ti, pero de todos modos consiguió que cocinaras para él –le recordó Luke con una sonrisa–. La llamaré a ver si puede. Gracias por tu ayuda.
–Bueno, ya está hecho –anunció Lily, después de abrir la puerta del horno–. Idos los dos al comedor.
Karim y Luke obedecieron enseguida.
Luke fue el primero en probar la comida.
–Lily, esto es maravilloso. Si alguna vez decides que te aburre ser una princesa, puedes venir a mi casa y convertirte en mi ama de llaves.
–Te aseguro que no se aburrirá –le informó Karim–. Encuéntrate tu propia princesa.
–Yo no soy un príncipe –repuso Luke–. Ni necesito princesa.
Lo único que él quería era una buena asistente para su trabajo, un ama de llaves a tiempo parcial y un montón de novias que quisieran divertirse y que aceptaran el hecho de que él no estaba buscando nada permanente.
Aparte del problema de su asistente, que esperaba solucionar con la persona que Lily le había recomendado, así era su vida en aquel momento. Y le gustaba.
Sara comprobó la dirección en su agenda. Sí, allí era. Se trataba de un antiguo almacén transformado en un bloque de uso residencial, con oficinas y tiendas. La planta baja estaba ocupada por cafeterías y tiendas de bisutería. Suponía que el primero y el segundo piso eran oficinas y que el resto del bloque serían viviendas. Las habitaciones de uno de los laterales del edificio tendrían unas maravillosas vistas del Támesis.
«Seguramente se necesita una pequeña fortuna para poder permitirse uno de esos pisos». Ella no se quejaba del dormitorio que su hermano mayor le había cedido en su apartamento. El hecho de que no tuviera una vivienda propia no significaba que fuera una fracasada. Tenía una familia que la quería tanto como ella a ellos, una gran vida social y un trabajo que le gustaba. No necesitaba nada más.
Subió al primer piso, donde una recepcionista estaba sentada tras un mostrador de madera.
–¿Puedo ayudarla?
–Tengo una cita con Luke Holloway. Mi nombre es Sara Fleet.
–Al final del pasillo, la última puerta a la derecha –respondió la recepcionista con una sonrisa.
La última puerta a la derecha estaba cerrada. Llamó y esperó.
–Entre –dijo una voz, que sonaba algo agobiada.
Sara se había imaginado a Luke Holloway como un hombre de traje impecable y zapatos hechos a medida. Sin embargo, el que vio estaba hablando por teléfono con los pies sobre el escritorio y tenía más bien el aspecto de ser una estrella de rock. Llevaba un jersey y pantalones negros y tenía el cabello corto y oscuro, peinado con uno de esos estilos que le daban el aspecto de acabar de levantarse de la cama. Eso, junto a unos ojos azules y la boca más sensual que ella hubiera visto nunca, era suficiente para poner a la libido de Sara en estado de alerta.
A pesar de todo, sabía muy bien que no debía mezclar los negocios con el placer. Después de todo, aquel hombre era su cliente. Bueno, un posible cliente.
Él colocó la mano sobre el recibidor y dijo:
–¿Es usted Sara?
Ella asintió.
–Estupendo. Yo soy Luke. Lo siento mucho. Estaré con usted dentro de un par de minutos. Siéntese.
Sara se sentó y miró a su alrededor. Había dos escritorios en la sala, que contaban con ordenadores de última generación, y un montón de archivadores. Desde la ventana, se divisaba una increíble vista del río.
–Está bien. Soy todo suyo –dijo él, unos instantes después.
Estas últimas tres palabras pusieron en la cabeza de Sara unos pensamientos muy poco profesionales. Se imaginó a Luke Holloway desnudo sobre unas sábanas de algodón... Apartó la idea de su pensamiento y esperó que no se hubiera sonrojado. ¿Qué demonios le ocurría? Nunca antes había fantaseado sobre sus clientes. Ni siquiera sobre los guapos.
No obstante, Luke Holloway era más que guapo. Era el hombre más atractivo que ella hubiera visto nunca. La clase de hombre cuya sonrisa podía ponerle alas al corazón de una mujer.
–¿Le apetece un café? –le preguntó él.
–Sí, gracias.
–¿Lo toma con leche, azúcar...? –quiso saber él tras abrir una puerta, que dejaba al descubierto una pequeña cocina.
–Sólo leche, por favor.
Luke Holloway añadió leche a una taza y azúcar a la otra y luego sacó una lata de un armario.
–Sírvase usted misma. Son mi único vicio. Bueno, casi.
Galletas de chocolate. Sara notó el brillo que se le reflejó en los ojos y se imaginó sin poder evitarlo el otro. De repente, se le secó la boca y tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para centrarse de nuevo en su trabajo. Luke Holloway necesitaba a alguien que lo sacara de un apuro, no a una amante. Además, ella tampoco estaba buscando pareja. Le gustaba su vida tal y como era. Feliz y soltera. Sin complicaciones.
–Bien, ¿qué le hace pensar que yo podría ayudarle? –le preguntó.
–Viene usted muy recomendada. Lily me advirtió que podría usted estar ocupada.
–Suelo estarlo. Había pensado en tomarme el verano libre para poder viajar un poco. Pasarme un mes en Italia o Grecia.
–¿Buena comida, buen tiempo y playas de fina arena?
–Ruinas, más bien –le corrigió ella. Asociaba las playas con el aburrimiento. Le gustaba explorar–. Es una de las ventajas de trabajar para una misma. Puedo elegir cuándo quiero tomarme unas vacaciones.
Luke le entregó su café y volvió a la zona del despacho para sentarse de nuevo a su escritorio.
–Vaya. A la mayoría de los que tienen su propio negocio hay que convencerlos para que se tomen tiempo libre.
–Es importante hacerlo. Si no se llena el depósito, uno acaba quemado y ya no le sirve de nada a nadie. El aprovechamiento correcto del tiempo ayuda mucho.
Luke no pareció convencido, pero, al menos, no trató de discutir con ella. Menos mal. Después de Hugh, Sara había terminado harta de los hombres adictos al trabajo. En realidad, había terminado harta de los hombres. Mantenía relaciones superficiales sin dejar opción alguna al compromiso.
–Mi despacho no suele estar tan desorganizado –dijo.
–¿Desorganizado? –repitió ella. Todo estaba impoluto.
–Como le dije por teléfono, mi asistente personal está embarazada y está de baja. He tenido algunas empleadas temporales, pero, Di, mi asistente, no ha podido prepararlas adecuadamente ni yo he estado aquí lo suficiente para hacerlo yo mismo. La empleada temporal que esperaba hoy ni siquiera se ha molestado en aparecer. Estaba hablando con la agencia cuando se ha presentado usted.
–¿Me está usted diciendo que da tanto miedo que las empleadas temporales tienen su nombre en una lista negra y se niegan a venir a trabajar para usted? –bromeó ella.
–No doy ningún miedo. Simplemente espero un volumen de trabajo justo por una paga diaria también justa. Además, si no se pueden hacer cosas básicas como contestar el teléfono cortésmente o anotar un mensaje, no se debería aceptar un empleo como asistente personal. Necesito a alguien que repase todos los archivos y ponga mi despacho en el orden al que estoy acostumbrado y que lo mantenga funcionando hasta que Di decida si quiere regresar después de haber tenido a su hijo.
–Lo primero lo puedo hacer sin problemas, pero yo sólo realizo trabajos durante un corto espacio de tiempo. Creo que una baja por maternidad es un periodo demasiado largo para mí.
–Comprendido.
–¿El volumen de documentos sin archivar adecuadamente es muy grande? Porque, a menos que me esté volviendo loca, yo no veo ningún papel fuera de su sitio.
Luke se levantó y se dirigió al otro escritorio. Entonces, sacó una caja de cartón enorme de debajo. Estaba llena de papeles colocados de cualquier manera.
–Además, Di tira documentos del archivo de vez en cuando y creo que tampoco lo ha hecho desde hace algún tiempo.
–¿Tendría yo carta blanca para reorganizar el archivo?
–Si sirve para ahorrar tiempo, sí. Si sólo es para justificar sus honorarios, no.
A Sara le gustaba que Luke Holloway fuera tan directo. Esto significaba que sabía exactamente qué terreno pisaba con él.
–Bien. ¿A qué se dedica usted exactamente?
–¿Me está diciendo que no me ha buscado en Internet?
Ella se sonrojó. Por supuesto que lo había hecho.
–No he encontrado mucho. Sé que tiene usted veintiocho años y que es un millonario que se ha hecho a sí mismo.
Sus novias eran todas del mismo tipo. Altas, con largas piernas, aspecto exótico y un cabello oscuros de un brillo imposible. Salía mucho y estaba en la lista de invitados de las mejores fiestas. Además, cambiaba de novia frecuentemente. Demasiado frecuentemente.
–Sin embargo, los artículos de los periódicos y las columnas de crónica rosa en la red no siempre resultan exactas.
–Yo tampoco he encontrado mucho sobre usted, aparte del hecho de que no tiene sitio web.
¿La había investigado a ella? Por supuesto. Luke era la clase de hombre que prestaba mucha atención a los detalles.
–No necesito página web. Consigo mis clientes con el boca a boca.
–Y ésa es precisamente la mejor forma de anunciarse. Es exacta y no puede comprarse.
–Aún no ha respondido usted a mi pregunta –dijo ella, reconduciendo la conversación.
–Compro y vendo empresas.
–¿Es usted uno de esos empresarios que compra empresas para destruirlas?
–No. Lo que ocurre es que me canso fácilmente y me gustan los desafíos. Compro negocios que están teniendo problemas y, cuando logro recuperarlos, los vendo de nuevo a los directivos que trabajan en ellas. Se me da bien resolver problemas. Normalmente –dijo, señalando a su alrededor–. Ésta es la excepción que confirma la regla.
–¿Qué clase de negocios?
–Deportes y ocio. Gimnasios, clubes deportivos, spas... Estoy pensando en ampliar un poco el negocio.
–¿Y lo hace usted todo solo?
–Con una buena asistente personal y directivos de categoría en cada negocio. ¿Y usted? ¿Por qué trabaja por libre?
–Supongo que por la misma razón. Se me da bien resolver problemas y me aburro con facilidad. Además, me gusta ordenar las cosas. Supongo que soy una obsesiva de la limpieza –comentó ella, mientras contemplaba el minimalista despacho–. Parece que a usted también.
–¿Hace usted otras cosas aparte de ordenar?
–¿A qué se refiere?
Luke se quedó atónito por lo primero que se le vino a la cabeza. Acababa de conocer a aquella mujer. Además, era completamente opuesta al tipo de mujeres que solían gustarle, aparte del hecho de tener las piernas largas. Tenía el cabello rubio y liso, peinado en un elegante recogido. Todas sus novias siempre habían tenido el cabello oscuro y los ojos oscuros, al contrario del penetrante color azul de los de aquella mujer. Iba vestida muy profesionalmente, con un traje de chaqueta oscuro y una blusa blanca. Una gargantilla de perlas negras añadía un toque de clase.
Y entonces estaban los zapatos. Tacón de aguja. Brillantes... y de color rosa.
Un toque de exotismo.
Luke respiró profundamente y deseó que su libido volviera a aplacarse. Aquello no era apropiado. Aunque Sara Fleet tuviera una boca muy sensual y unas piernas maravillosas, estaban tratando de temas de trabajo. No pensaba dejarse llevar por el impulso de invitarla a cenar ni del de tomarla entre sus brazos, soltarle el cabello y besarla.
–No sé cuánto tiempo va a llevarle ordenar todo esto ni cuánto voy a tardar yo en encontrar una sustituta adecuada. Creo que usted funciona igual que yo. Se va a aburrir de ordenarme el archivo.
–¿Qué otra cosa tenía usted en mente? –insistió ella.
Una vez más, se la imaginó pegada a él, con el cuerpo enredado en el suyo. Era una locura. Aparte del hecho de que Sara Fleet no era su tipo, sabía muy bien que no debía mezclar los negocios con el placer. Siempre terminaba mal.
–Bueno, la clase de negocio que estoy considerando en estos instantes... Me vendría bien un punto de vista femenino. Y sincero.
–¿De qué clase de negocio se trata?
–Estoy pensando en comprar un hotel. Tengo tres o cuatro opciones y quiero comprobar cómo son todas, por lo que tendríamos que viajar un poco. ¿Sería eso un problema?
–No. A Justin no le importaría.
¿Justin? Evidentemente, se trataba de su pareja.
Este hecho la colocaba decididamente fuera de su alcance. Luke sólo salía con mujeres solteras que no quisieran casarse. Sara ya estaba comprometida con otro, por lo que sería mejor que se despidiera de aquella instantánea atracción.
Tomó un sorbo de café y comenzó a explicarle los distintos archivadores, respondiendo las preguntas que ella le iba haciendo. A continuación, encendió el ordenador y le mostró varios programas.
–Cuentas, nóminas, correspondencia, proyectos pasos, proyectos presentes... Todo esta informatizado. Supongo que sabe usted hacer gráficos y esquemas.
–Sí.
Ella realizó algunas preguntas más. Entonces, por fin llegó el momento de tomar una decisión. Luke sabía lo que quería. Fue directo al grano, como siempre.
–Bueno, eso es todo –dijo–. ¿Estaría usted dispuesta a ordenar mi despacho y a trabajar como mi asistente personal hasta que encontrara una persona adecuada?
–Sí. ¿Cuándo quiere que comience?
Luke se miró el reloj.
–¿Qué le parece ahora mismo?
Luke se sorprendió de lo rápidamente que se adaptó Sara. A principios de la semana siguiente, parecía que ella llevaba trabajando para él desde siempre. Era una mujer brillante, organizada y muy buena en su trabajo. Además, siempre que Luke decidía tomarse una pausa en su trabajo y se disponía a tomar un café, Sara llegaba antes de él. Antes de que él pudiera levantarse, ella ya le había colocado una taza sobre la mesa. Café fuerte, sin leche y con una cucharada de azúcar. Perfecto.
–¿Has estado hablando con Di o algo así? –le preguntó él cuando terminó su café.
–¿Qué quieres decir?
–Siempre pareces leerme las intenciones, tal y como hacía ella. Es casi como tenerla de vuelta, pero Di tuvo cuatro años para acostumbrarse a mi modo de trabajo.
Sara se echó a reír.
–No, no he hablado con ella. En cualquier caso, no sobre ti. Llamó el otro día para ver cómo iba todo. Yo le dije que se relajara, que se tomara una infusión de jengibre y que dejara de sentirse culpable.
–Bien. Eso fue lo que le dije yo también la última vez que me llamó. ¿Cómo has sabido...?
–¿El modo en el que trabajas? Observando. La mayoría de las personas tiene sus rutinas.
–Tú también, por supuesto.
–¿Qué quieres decir?
–Bueno, estás aquí a las nueve en punto. Siempre te tomas exactamente una hora para almorzar y te marchas a las cinco en punto. Nunca haces horas extras.
–Porque me organizo bien mi tiempo –dijo ella tras volver a su escritorio–. Además, cuantas más horas se trabajan, más cae la productividad. Al tercer día de echar horas extras, uno va más retrasado que antes porque está más cansado.
–Hmm... ¿Y las variables personales? Algunas personas trabajan mejor a primera hora de la mañana y otras a última hora del día.
–Cierto.
–Igualmente, algunas personas prefieren trabajar muchas horas. Como yo.
–Esas personas creen que lo prefieren. Eso no es bueno. A mi modo, hay que trabajar eficientemente, no duramente –comentó. Entonces, frunció el ceño–. ¿Te tomas tiempo alguna vez para oler las rosas, Luke?
–No lo necesito.
Sara lo miró por encima de las gafas que se ponía para trabajar en el ordenador.
–Claro que sí. Todo el mundo necesita refrescar la mente de algún modo. Si no, se quemarían. ¿Qué es lo que haces tú?
–Bueno, voy al gimnasio.
–Eres dueño de varios. Eso no cuenta. Es trabajo.
–No lo es.
–¿Puedes decirme con el corazón en la mano que cuando vas al gimnasio, no empiezas a considerarlo para maximizar todo lo posible su potencial?
–Cuando voy al gimnasio, me centro en lo que estoy haciendo. Si no, sería el peor jugador de squash de todos.
–¿Significa eso que eres el mejor?
–Bueno, el primero o el segundo.
–Y en el momento en el que terminas de jugar, empiezas a pensar en los negocios.
–Así soy yo.
–No. Eso es tu trabajo. Quien eres tú...
Se interrumpió de repente. Luke captó una mirada extraña en sus ojos. Algo que le aceleró el pulso. Desapareció de repente y tuvo que recordarse que Sara estaba fuera de su alcance.
–Entonces, ¿no resultan divertidas esas fiestas a las que vas?
–No me lo parecen. Tal vez me estoy haciendo viejo, pero estoy empezando a encontrarlas muy aburridas.
–¿Por eso cambias también de novia tan frecuentemente?
–Probablemente.
–En ese caso, tal vez sales con la clase de mujer equivocada.
Luke estuvo a punto de preguntarle qué clase de mujer creía ella que le convenía, pero decidió que tal vez era mejor no hacerlo. Mejor no preguntarse si una cierta rubia algo mandona podría llenar el vacío que casi nunca admitía que había en su vida.
Antes de que se diera cuenta de lo que estaba haciendo, preguntó:
–¿Y tú?
–Voy al cine y al teatro con mis amigas. A veces vamos a cenar. En ocasiones, vuelvo a la casa de mis padres para que me mimen un poco, para jugar con mi sobrinita y para sacar a pasear a los perros por el campo.
Hmm. No había mencionado a su pareja. Muy raro.
–¿No trabajas los fines de semana?
–Por supuesto que no.
–Es una pena... Me vendrías bien este fin de semana.
–¿Qué es lo quieres decir?
–Voy a ir a ver un hotel y como creo que tienes buen instinto, me gustaría saber qué es lo que te parece, Sara. Por supuesto, te pagaría tu tiempo porque significaría que tendríamos que pasar la noche fuera. Si me acompañaras, te prometo que respetaría tu horario. Puedes dejar de contestar el teléfono a las cinco en punto y la semana que viene dejaré que te tomes un par de días libres, que por supuesto te pagaré, para compensar el tiempo.
–¿Y es este fin de semana?
–Sí. ¿Crees que le supondrá un problema a tu pareja?
–¿Pareja? –preguntó ella, perpleja.
–Sí, a Justin.
–Oh, Justin, dices. No es mi pareja, sino mi hermano mayor. Comparto piso con él.
Luke sintió que el corazón le daba un vuelco. Había podido contenerse con Sara porque pensaba que ella tenía una relación estable y que, por lo tanto, estaba fuera de su alcance. De repente, se había enterado de que no era así. Además, dada la reacción que ella había tenido al preguntarle por su pareja, se deducía que en realidad no tenía pareja. Sara estaba a su alcance...
Llevársela a Scarborough sería muy mala idea. Demasiadas tentaciones. Tentaciones que no estaba seguro de que pudiera resistir. Entonces, se dio cuenta de que ella le estaba hablando.
–¿Cómo dices?
–¿Puedes prestarme atención?
–Sí, claro. ¿Te importaría repetírmelo?
–Por favor –le instó ella.
A Luke le encantaría oírla pronunciar esa palabra en otras circunstancias. En un tono de voz diferente. Ronco, sensual, a punto de perder el control...
Tuvo que tragar saliva y cerrar los ojos durante un instante para recuperar el control. Sólo esperaba que ella no le mirara la entrepierna, donde se notaba claramente la naturaleza de sus pensamientos.
–Por favor.
–Te decía que si te referías a que yo te dijera sinceramente lo que pienso.
–Dado que la mitad de mis clientes serán mujeres, necesito el punto de vista de una mujer, algo que, evidentemente, no tengo. Además, tú me dices las cosas tal y como son y eso es precisamente lo que yo necesito.
–¿Tendríamos que marcharnos el viernes?
–Sí. Regresaríamos el domingo. Te daría el lunes y el martes libre para compensarte, además de pagarte mientras estuviéramos fuera.
–Lo de alojarnos en un hotel juntos significa habitaciones separadas, ¿verdad?
–Por supuesto que sí. Te pido que me acompañes como asesora. ¿A tu pareja no le importará? –le preguntó, para asegurarse de que estaba libre.
–Ya te he dicho que Justin es mi hermano. No tengo pareja. Estoy soltera. ¿Y a tu pareja? ¿Le va a importar que yo te acompañe a ti? –le preguntó con un cierto aire de desafío.
–En estos momentos no estoy con nadie. Por eso te he pedido que me acompañes para darme un punto de vista femenino.
–¿Y tu madre? ¿Y tu hermana?
–No tengo ni lo uno ni lo otro.
–Lo siento, Luke. No quería meter la pata.
–No podías saberlo.
Sabía que Sara daría por sentado que su madre había muerto. De hecho, ni siquiera sabía si su progenitora seguía con vida. La había perdido hacía mucho tiempo, antes incluso de que él abandonara a su familia.
–Cambiemos de tema, ¿de acuerdo?
–Buena idea –dijo ella, aliviada–. Entonces, deduzco que este hotel al que vamos no es muy elegante ni moderno y necesita desesperadamente una reforma que tú le vas a dar.
–Si las cifras concuerdan y mi instinto me da el visto bueno sí, claro. De eso se trata. Bien. Ahora tengo una reunión. Es mejor que me vaya –dijo.
Había decidido marcharse antes de cometer una estupidez con Sara.
–No tienes ninguna reunión anotada en tu agenda.
–Se me ha olvidado anotarla –mintió–. Voy a ir a ver a los de la agencia de trabajo temporal para entrevistar a unas cuantas posibles sustitutas.
Necesitaba poner espacio entre Sara y él. Por el bien de los dos.
Cuando Luke se marchó, Sara se obligó a concentrarse en la tarea que tenía entre manos. Resultaba extraño sentir lo vacía que parecía haberse quedado el despacho sin su presencia.
Seguía sintiéndose culpable por el hecho de haber podido hacerle daño. El dolor se le había dibujado inequívocamente en los ojos cuando ella le mencionó a su madre. Resultaba evidente que era la clase de hombre que se encerraba en su trabajo para no tener que prestarle atención a sus sentimientos. Un hombre solo. Este hecho le hacía querer darle un fuerte abrazo y decirle que todo iba a salir bien.
No tenía intención de hacerlo, por supuesto. Sabía perfectamente que no se detendría en un abrazo. A lo largo de aquella semana, había levantado la vista en varias ocasiones y se había encontrado conla mirada de Luke. Él rápidamente había enmascarado la expresión de su rostro, pero no tanto como para que ella no notara el interés. El deseo. La pasión.
Era exactamente lo mismo que ella sentía. Cuanto más tiempo pasaba con él, más fuerte eran sus sentimientos.
Tal vez debería haberse negado a ir a Scarborough...
Contuvo el aliento.
–No seas estúpida. Eso ya lo has hecho antes y sólo has conseguido que te rompan el corazón –se dijo en voz alta–. ¿Te acuerdas de Hugh? Era tan adicto al trabajo como Luke. Entonces no funcionó y no funcionará ahora.
Sin embargo, Hugh no había tenido una boca tan sensual como la de Luke... A pesar de que por fin había podido olvidarse de los besos de Hugh, le daba la sensación de que no le resultaría tan fácil con los de Luke. Sufriría. Y mucho.
Lo mejor que podía esperar era que él encontrara una sustituta para Di para que ella pudiera terminar su trabajo antes de que la tentación resultara demasiado irresistible.
Cuando Luke regresó, Sara ya había conseguido recomponerse. Sólo faltaban cinco minutos para que ella se marchara.
–¿Ha habido suerte? –preguntó.
–No. Evidentemente, esta semana no tengo suerte para encontrar nuevos empleados. Si pudiera pedirte que te quedaras un poco más...
–Sí, claro –afirmó ella, antes de que su sentido común tuviera oportunidad de impedírselo.
–Bien. Sara, creo que te he obligado un poco a lo de Scarborough.
–¿Un poco, dices?
–Está bien, mucho. Sé que no es justo, dado que no te he dado mucho tiempo para organizarte el fin de semana. Así que quiero que sepas que no estás obligada a nada.
–No importa. No tenía en mente nada en particular. Había pensado en llamar a mis amigos para ir al cine, pero nada en concreto. Además, sería agradable poder salir de Londres para ir a la playa.
–Vamos a Scarborough a trabajar –le recordó él.
–Sí. Un máximo de ocho horas al día, lo que significa que tendré tiempo para mí.
–Está bien, mientras que sea cierto que no te supone un problema.
–No lo es, pero insisto en lo de ir a la playa. Tal vez también me tome un helado.
–En tu tiempo libre para almorzar, puedes hacer lo que quieras.
–¿Acaso eres tan cobarde que ni siquiera te atreves a chapotear un poco en el mar?
–Demasiado ocupado.
–Bueno, no creo que estar cinco minutos en la playa te vaya a quitar mucho tiempo. Y creo que ese descanso te vendrá bien. Bueno –dijo–, te he enviado los mensajes por correo electrónico. Tienes un informe sobre el escritorio, junto a unas cartas que tienes que firmar –añadió–. Con eso, hasta mañana.
–Bien. Sara... –dijo, antes de que ella se marchara por la puerta–. Gracias, aprecio mucho todo lo que estás haciendo, aunque no lo diga.
–¿Sabes una cosa? Por eso estás en la lista negra de las trabajadoras temporales. Eres demasiado quejica, demasiado mandón y gruñes en vez de hablar.
–No hay lista negra de las trabajadoras temporales, y yo no gruño.
–¿No?
–No. Vete a casa –le ordenó antes de sentarse a su escritorio.
El martes, para sorpresa de Sara, Luke estaba en el despacho a la hora de comer.
–Voy a llamar a la cafetería para pedir unos bocadillos. ¿Quieres algo?
Sabía que debería sonreír cortésmente y darle las gracias, pero decidió que prefería comer fuera. Sin embargo, el alocado impulso de reformar a Luke Holloway le resultaba irresistible. Quería enseñarle a disfrutar de la vida. A que la sonrisa de los labios le iluminara los ojos.
–No, gracias. Se me ha ocurrido algo mejor. En vez de hacer que nos traigan aquí los bocadillos, ¿por qué no los compramos de camino adonde me gustaría llevarte?
–¿Adónde?
–Digamos que se trata de un experimento para incrementar la productividad. Si vas a dar un paseo a la hora de comer, se hacen más cosas por la tarde. Tiene que ver con el hecho de que el cerebro reciba más oxígeno al pasear.
–Podría ser que tengas razón –dijo Luke mirando por la ventana–. Hace un buen día. Un paseo estaría bien.
Sara miró el reloj.
–Nos marchamos dentro de media hora. Pediremos los bocadillos de todos modos para asegurarnos de que no se acaban.
Media hora más tarde, fueron a recoger su almuerzo y ella lo llevó hasta la estación del metro.
–Pensaba que habías dicho que íbamos a dar un paseo.
–Y así es, pero no por aquí.
–¿Vamos a la Torre de Londres? –preguntó Luke al ver que se bajaban del metro en Tower Gateway y se dirigían hacia Tower Hill.
–No exactamente. Confía en mí.
Lo condujo hasta un estrecho sendero y, de soslayo, lo miró para ver cuál era su reacción cuando llegaron por fin a su destino.
–¿Una iglesia?
–No del todo –dijo ella mientras lo conducía al exterior.
–Vaya –comentó Luke asombrado–, no sabía que este lugar estaba aquí.
–Se llama St. Dunstan in the East. Sufrió los bombardeos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, pero, en vez de derruirlo, las autoridades de entonces lo convirtieron en un jardín. Si estoy trabajando en la city, siempre vengo aquí a almorzar.
–Es muy hermoso y también muy tranquilo. Jamás se podría decir que estamos en medio de una gran ciudad.
–Exactamente. Me recuerda un poco a mi casa.
–¿Echas de menos el campo?
–Sí, pero también me gusta mucho la ciudad así que supongo que tengo lo mejor de los dos mundos. Vivo aquí en Londres, pero puedo marcharme a Kent siempre que pueda.
–Yo siempre he vivido en Londres.
–¿Jamás has pasado tiempo en el campo?
–Algún fin de semana que otro. Nada más.
–En ese caso, tendrás que venirte conmigo algún día. Te mostraré algunos de mis lugares favoritos.
–¿Me estás proponiendo una cita, Sara?
Durante un segundo, ella se quedó sin respiración. El aire parecía cargado de electricidad. Una cita. Aquellas palabras sólo habían significado una oferta generosa. Mostrarle algunos de sus lugares favoritos y alegrarle un poco la vida. Sin embargo, podía interpretarse de otro modo...
El corazón le dio un salto en el pecho. ¿Y si él aceptaba? ¿Acaso quería ella que él aceptara?
Decidió dar marcha atrás.
–No. No se trata de una cita, sino simplemente de una oferta a un amigo. Me caes bien y creo que podríamos ser amigos.
–¿A pesar de que no paras de darme órdenes?
Sara se sintió aliviada cuando volvieron a las bromas. Con eso podía enfrentarse.
–Bueno, tendré que darte órdenes si te voy indicando el camino.
–¿Y qué me dices del GPS?
–Bueno, no creo que eso pueda con el conocimiento de una habitante de la zona.
–Cierto... –dijo él. Entonces, la miró muy seriamente–. Tal y como tú ves la vida… todo el mundo es un posible amigo hasta que se demuestre lo contrario, ¿verdad?
–Supongo que sí.
–¿Y no te llevas muchas desilusiones?
–No muchas –dijo. Le había ocurrido con Hugh, pero él había sido una excepción–. ¿Me estás diciendo que tú consideras a todo el mundo como potencial enemigo?
–No soy un paranoico.
–Pero tampoco dejas que la gente se te acerque.
–Así la vida es mucho menos complicada –admitió él encogiéndose de hombros.
–En ese caso, siempre ves el vaso medio vacío, ¿verdad?
–Y evidentemente tú siempre lo ves medio lleno –replicó sonriendo, aunque la sonrisa no le llegó a los ojos–. Yo diría que es simplemente medio vaso. Sin florituras.
Las palabras de Luke no parecían tener importancia alguna, pero ella notó que había un cierto tono de advertencia en su voz. Si ella quería ser su amiga, él la mantendría a distancia.
Durante el resto del almuerzo charlaron de cosas sin importancia. Cuando regresaron al despacho, él se pasó gran parte de la tarde en reuniones o hablando por teléfono. A las cinco, cuando Sara iba a marcharse, Luke volvía a estar sentado tras su escritorio.
–Sara...
–¿Sí? –dijo ella, levantando la mirada brevemente del ordenador. Vio que en aquella ocasión, Luke sonreía de verdad, con ganas.
–Sólo quería darte las gracias por compartir conmigo ese jardín.
–De nada. Bueno, ya me marcho. Hasta mañana.
–Sí. Que tengas una buena tarde.
–Lo mismo te digo.
Aparentemente, sólo se trataba de un cortés intercambio de frases, pero Luke no se dejaba llevar nunca por conversaciones intranscendentes. Se mostraba siempre encantador, pero odiaba desperdiciar un solo instante. Por eso, el hecho de que se hubiera molestado en darle las gracias y desearle una buena tarde... Tal vez estaba empezando a confiar en ella. A abrirse a ella aunque sólo fuera un poco.
A la mañana siguiente, Sara se quedó completamente asombrada cuando entró en el despacho y se encontró un hermoso ramo de rosas sobre la mesa. Eran de color rosa.
–¿Qué es esto?
–Ayer me invitaste a detenerme y a oler las rosas –dijo–. Hoy quería hacer lo mismo por ti. Un modo de darte las gracias por ayudarme.
–En realidad, tú eres mi cliente. Me pagas para que te ayude –replicó ella. Enterró la nariz entre las rosas–. Gracias. Son muy bonitas. ¿Cómo sabías que me gustan las rosas de color rosa?
Luke tosió y señaló los zapatos que ella llevaba puestos. Sara sonrió.
–Está bien. Me has pillado. Efectivamente es mi color favorito. Gracias. Son preciosas.
Sara fue a preparar un café para los dos. Cuando dejó la taza sobre el escritorio de Luke, no pudo contenerse y le dio un beso en la mejilla.
–¿A qué ha venido eso? –preguntó él.
–Sólo quería decirte que agradezco mucho las rosas.
–De nada –susurró él. No podía dejar de mirarle la boca.
Igual que Sara estaba mirando la de él. Preguntándose... Estaba acostumbrada a dar besos y abrazos. Así había crecido, en medio de una familia unida, ruidosa y afectuosa. Sin embargo, el hecho de haber besado la mejilla de Luke, de estar lo suficientemente cerca de él como para aspirar su aroma y sentir la suavidad de su piel... Tenía que reconocer que no había sido muy buena idea. Había despertado en ella un anhelo que podía ser peligroso.
Este anhelo fue creciendo más y más a lo largo de la mañana. Luke tenía un almuerzo de trabajo, por lo que ella tuvo que comer sola, sentada en un banco mirando el río. Así tuvo tiempo para pensar.
Las cosas estaban empezando a cambiar entre Luke y ella. Aunque Sara aún no sabía qué era lo que le hacía vibrar, le gustaba lo que él le había dejado ver hasta entonces. Deseaba saber más. Conocerlo mejor y...
Se tomó un sorbo de agua fría. Si dejaba que sus pensamientos fluyeran mucho más en esa dirección, tendría que terminar echándose la botella entera por la cabeza para refrescarse.
–Vamos a tener un almuerzo de trabajo –le dijo Luke al día siguiente.
–Se supone que la hora de comer debe de suponer un respiro.
–Sí, bueno, eso ya me lo has dicho, pero necesito darte algunas indicaciones sobre este fin de semana. Mira, es hora ya de comer. Si no tienes nada mejor planeado, hay una pizzería muy buena a la vuelta de la esquina.
–Me parece bien, siempre y cuando lo paguemos a medias.
–Como tú digas. Eres la jefa.
–Sí, claro –replicó ella, riendo.
A Luke le encantaba el modo en el que ella se reía. Le hacía sentirse como si el sol acabara de entrar por la ventana después de una mañana gris y apagada. Lo que no entendía era cómo una mujer divertida, hermosa, inteligente y afectuosa podía seguir soltera.
¿Por qué estaba especulando sobre algo que no era asunto suyo? Sacudió la cabeza.
–Vayámonos ya antes de que llegue todo el mundo.
Llegaron a la pizzería a tiempo para conseguir mesa bajo una de las sombrillas que había en la terraza junto al río.
–¿Me recomiendas algo? –preguntó Sara.
–Todo está muy bueno. Las pizzas están hechas en horno de leña, por lo que son fabulosas. ¿Vino?
–Gracias, pero creo que tomaré agua con gas. Si bebo a la hora de comer, me entran ganas de dormir.
Luke prefirió no pensar en lo mucho que le gustaría verla durmiendo, saciada por completo después de hacer el amor. Tenía que mantener aquella comida estrictamente en el ámbito laboral. Sin embargo, Sara tenía algo que lo atraída irremediablemente.
Se decidieron por una pizza y una ensalada. Cuando el camarero llegó, resultó evidente que le costaba mucho anotar su pedido.
–Luke, ¿te importaría que pidiera yo? –le interrumpió Sara.
–Como quieras –dijo Luke.
Sara dijo unas pocas palabras en italiano. El camarero sonrió brevemente antes de empezar a hablar por los codos. Ella le devolvía la sonrisa y hablaba casi tan rápido como él. Luke no tenía ni idea de qué estaban hablando, pero le gustaba el sonido de las palabras que ella pronunciaba.
El camarero estaba también encantado. Desapareció en la cocina y regresó casi inmediatamente con una rosa en un jarrón pequeño. Una rosa de color rosa.
Sara le dio las gracias. El camarero se despidió con una inclinación de cabeza antes de ir a atender a otro cliente.
–Sabía que te asegurarías de que teníamos tiempo de oler las rosas –comentó Luke con una sonrisa.
Ella se sonrojó.
–Lo siento, no quería presumir, pero... Gianfranco estaba teniendo problemas y ya resulta bastante duro tener que tratar con los clientes sin la barrera del idioma. Sólo lleva en Inglaterra una semana. Ha venido a trabajar en el negocio de su tío.
Luke se sintió muy impresionado por el hecho de que ella hubiera averiguado tantas cosas en un espacio tan breve de tiempo. Sara tenía algo que provocaba que todo el mundo quisiera confiar en ella. Eso la convertía en una mujer peligrosa.
Apartó el pensamiento.
–Ayudarle ha sido muy amable de tu parte. Veo que hablas italiano con fluidez –dijo. Entonces recordó–. Y yo te he robado tus vacaciones en Italia.
–En realidad, aún no había reservado el billete, por lo que no me suponía problema alguno. Puedo ir a Sorrento en otra ocasión.
–A pesar de todo, me siento culpable.
–Bien –replicó ella con una sonrisa–. Me puedes invitar al postre para compensarme.
El amor a la vida, el amor a la comida... Todo eso resultaba muy refrescante después de estar con mujeres que se limitaban a tomar lechuga y no hacían más que contar calorías.
–Trato hecho. ¿Hablas algún otro idioma?
–Francés. Un poco de alemán y me las puedo arreglar en griego con un diccionario.
–Impresionante. Yo nunca aprendí idiomas en el colegio. Tampoco los he necesitado para mi trabajo.
–Tú hablas el idioma universal. El del dinero.
–Sí, ése bastante bien –admitió–. ¿Has estado antes en Scarborough?
–No. Nosotros íbamos casi siempre al sur, a la costa de Sussex. ¿Y tú?
–Hace mucho tiempo –respondió Luke. Era uno de los pocos recuerdos felices de su infancia.
–Tienes razón. La pizza es excelente –comentó ella después del primer bocado–. Me recuerda a Florencia...
–¿Te gustan las ruinas? –preguntó Luke. Recordó que ella era licenciada en Historia, por lo que resultaba bastante evidente que así sería.
–Son el modo en que el pasado tiene de reflejarse en el presente. Además, la belleza jamás se marchita.
–Podrías haber sido profesora. Habrías inspirado de verdad a tus alumnos con ese modo de hablar –dijo.
–Lo pensé –admitió Sara–, pero hay tanta burocracia en la educación. Creo que me quitaría por completo la alegría. Además, me gusta mucho lo que hago ahora.
Tras tomar el postre regresaron al despacho. Una vez allí, Luke se quedó atónito al darse cuenta de que había pasado una hora y media. Considerando que para él el almuerzo duraba lo justo para poder comerse un bocadillo... Aquello significaba que tendría que trabajar aquella noche. Se obligó a concentrarse en las llamadas de teléfono y en las cifras el resto de la tarde. Acababa de colgar el teléfono cuando Sara le puso una taza de café sobre la mesa.
–¿Algún problema?
–Nada importante. El tipo con el que iba a jugar esta noche ha tenido que cancelar la cita porque le ha surgido algo importante en el trabajo. Eso significa que tengo una pista reservada pero no compañero. Supongo que tú no...
–Por supuesto que no.
–Creía que habías dicho que el ejercicio era bueno para uno.
–Se me dan muy mal los deportes de raqueta. Justin trató de enseñarme y a mí se me daba tan mal que él tuvo que darse por vencido.
–Yo podría enseñarte.
Las miradas de ambos se cruzaron. Algo vibró dentro de Luke.
–Gracias por la invitación, pero no es propio de mí. No obstante, si no tienes nada que hacer esta noche...
–¿Cómo dices?
–No pareciste muy convencido a la hora del almuerzo cuando te dije por qué me gustaban tanto las ruinas. Ven a verlo conmigo. No tienes excusa. Me acabas de decir que vas a tener que cancelar tu partido de squash.
–¿Te ha dicho alguien en alguna ocasión que eres como una apisonadora?
–Sí –comentó ella, riendo–. Bueno, ¿qué me dices?
Luke sabía que debía decir que no. Debía utilizar ese tiempo para trabajar, pero su boca no parecía trabajar en sincronía con su cerebro.
–Claro.
A lo que Sara se refería resultó ser el museo Británico.
–Me encanta este patio –decía ella–. Luces y sombras... es maravilloso.
Luke tenía que reconocer que así era. Él jamás había visitado muchos museos, pero ella lo llevó a ver las momias egipcias y los mosaicos romanos, lo vio todo a través de los ojos de Sara y quedó encantado.
–¿Has hecho esto en alguna ocasión? –le preguntó ella. Estaba muy sorprendida.
–Supongo que cuando vives en un lugar das por sentado que está ahí y nunca vas a hacer las cosas propias de los turistas.
–Es cierto. Además, cuando se hacen en solitario, no se disfrutan tanto porque no se pueden compartir ni hablar sobre ellas con nadie –dijo Sara. Extendió la mano y tomó la de él durante un instante. La apretó con fuerza–. Tal vez podamos regresar juntos en otra ocasión.
–Estaría bien.
A Luke le sorprendió el hecho de que hablara en serio. Quería pasar tiempo con Sara. Le gustaba el sonido de su voz y podría haber estado todo el día escuchándola mientras ella le explicaba todo lo que llamaba su atención. Sin embargo, lo que más le gustaba era el roce de la piel de ella contra la suya.
Demonios... Se suponía que algo así no debía ocurrir. Luke no tenía relaciones. Siempre había tenido breves aventuras que lo satisfacían mutuamente a él y a las mujeres que sabían a qué atenerse. Mujeres que se movían en los mismos círculos que él. Mujeres que no tenían campanas de boda en los ojos ni que querían que conociera a sus familias.
Sara Fleet era una contradicción. Era eficiente y profesional, pero a la vez resultaba cálida y cariñosa al mismo tiempo. Luke aún no se había recuperado del beso que ella le dio hacía sólo unas pocas horas. Sólo Dios sabía cómo había podido contenerse para no girar el rostro y capturarle la boca.
Y, en aquellos momentos, ella le había tomado la mano. Resultaba tan tentador... Lo único que tenía que hacer era levantar la mano y llevársela a los labios. Besarle el reverso de los dedos. Girarle la muñeca y besarle el punto exacto en el que le latía el pulso para ver si éste igualaba los rápidos latidos de su propio corazón. No importaba que estuvieran en medio de un lugar público. El resto del mundo parecía haber desaparecido. Podía tomarla entre sus brazos. Enmarcarle el rostro. Bajar la boca a la de ella. Saborear toda la dulzura que ella le ofrecía...
–Luke.
–Sí, de acuerdo –susurró, sin estar del todo seguro a qué estaba accediendo. Sin embargo, la calidez de la sonrisa de Sara le prometía que era algo bueno–. Escucha, es mejor que te deje marcharte. Tienes que preparar la maleta para mañana.
–Y tú, sin duda, estás pensando en irte a trabajar un rato.
–Sí, un poco –admitió. Tal vez así podría dejar de pensar en ella.
–Eres imposible.
–Eso me han dicho.
Soltó la mano de la de ella. Se sintió atónito al ver lo mucho que echaba de menos aquel contacto.
Esto no hacía prever nada bueno. Tenía veintiocho años, no trece. Ya iba siendo hora de que se comportara y actuara de acuerdo con su edad.
–Vamos. Te buscaré un taxi.
–Puedo ir en metro.
–Lo sé, pero hazme caso.
–Eso depende.
–¿De qué?
–Tomaré un taxi si tú accedes a chapotear conmigo en el mar el sábado.
–¿Y tú dices que yo soy imposible? Venga ya –protestó. Paró un taxi, le dio dinero al taxista y se despidió de ella. Lo peor de todo era que se moría de ganas de que llegara el día siguiente.
–Estás loco –se dijo a sí mismo en voz alta–. Esa mujer representa una complicación que no necesitas.
–Tardaremos cinco horas en llegar –dijo Luke cuando Sara entró en el despacho al día siguiente–. Nos marcharemos sobre las dos, cuando tú regreses de almorzar. Así, llegaremos allí sobre las siete, tendremos tiempo de deshacer las maletas y de darnos una ducha rápida antes de salir a cenar.
Sara pareció sorprendida.
–¿No vamos a parar por el camino?
–No, a menos que tú lo necesites.
–¿Y tú?
–Yo prefiero llegar cuanto antes.
–Tú eres el jefe.
Luke se pasó el resto de la mañana reunido y leyendo informes. Sara regresó de su almuerzo a las dos en punto, tal y como él había esperado.
–Sólo una maleta... y encima pequeña.
–Sólo vamos a estar fuera dos días. ¿Por qué iba a necesitar más? Evidentemente, te mezclas con la clase equivocada de mujeres.
–¿Qué significa eso?
–Es la clase que necesita muchos cuidados. Las que no pueden abrir una puerta sin comprobar si se han roto una uña. Las que tiene un cajón entero lleno de productos de belleza y las que no pueden viajar sin al menos seis vestidos diferentes para cada día.
Luke se echó a reír.
–Entendido. Resulta muy refrescante –dijo. Como los zapatos que Sara llevaba puestos. Aquel día eran de ante, de un color verde oscuro que hacía juego con su camisola.
De repente, deseó no haber pensado en prendas que hacían juego. Esto le había hecho pensar en si llevaría también a juego la ropa interior. Se preguntó qué aspecto tendría ella con ropa interior de encaje de color verde oscuro, los mismos zapatos que llevaba puestos y un collar de perlas negras, con el cabello suelto en vez de recogido y...
–Te la llevo yo –dijo algo enojado–. Cierra tú la puerta.
–Yo puedo llevar mi maleta.
–Como me has dicho, me mezclo con la clase de mujer equivocada. Yo llevo las maletas y mi ordenador portátil –afirmó. Le lanzó las llaves a Sara y, tal y como esperaba, ella las atrapó automáticamente.
Sara le dedicó una mirada de reprobación, pero no dijo nada. Se limitó a cerrar la puerta y a bajar las escaleras tras él.
–Muy bonito –dijo mientras contemplaba el vehículo. Entonces, frunció el ceño al ver que él abría la puerta trasera para meter las maletas–. ¿No las vas a poner en el maletero?
–No hay sitio.
–¿Cómo? ¿Acaso te llevas un archivador entero o algo así?
–Es un coche híbrido. El único inconveniente es que la batería ocupa la mayor parte del espacio del maletero.
–¿Tienes un coche ecológico? Vaya –dijo, muy sorprendida–. Yo me habría apostado algo a que tenías un deportivo rojo muy llamativo y muy exclusivo.
–Por supuesto –comentó él, riendo–. Ya me he apuntado a la lista de los coches deportivos ecológicos que van a salir dentro de... aproximadamente siete años. De momento, tengo éste.
–No se parece en nada al que conduce mi hermana. El suyo también es ecológico, pero es... bueno...
Sara arrugó la nariz.
–¿Feo? En eso estoy contigo. No entiendo por qué un coche, sólo porque sea ecológico, tiene que ser también feo. Se puede ser verde y divertirse al mismo tiempo.
–Pero tú no te diviertes –señaló ella.
–Claro que sí –protestó Luke. Se humedeció el labio inferior consciente de que ella estaba observando todos y cada uno de sus movimientos. Le gustó que ella se sonrojara. Bien. No estaba tan fresca y tranquila como quería aparentar–. Ahora, no me vengas con monsergas sobre el hecho de que eres perfectamente capaz de abrir la puerta tú sola.
–¿Acaso crees que lo haría? –replicó ella con una pícara sonrisa. Entonces, tomó asiento e introdujo las piernas en el coche con un fluido movimiento. El hecho de que la falda le tapara apenas las rodillas, elevó varios grados la temperatura corporal de Luke. Se lo merecía por sus jueguecitos.
Al entrar en el coche él también, decidió que iba a necesitar el aire acondicionado al máximo para refrescarse.
–Este coche es muy caro, ¿verdad? –le preguntó ella.
–Eso depende de tu definición de caro. Me gusta estar cómodo cuando conduzco.
–Eso ya lo veo. Interior de madera y cuero... Mi hermano Justin se pondría a babear con esto –comentó, riendo–. Aunque tengo que confesar que babearía aún más si fuera un Jaguar E-Type.
–Y si fuera rojo, yo también. Sin embargo, esa clase de coches tan especiales necesitan muchos cuidados y mucho tiempo.
–Algo que tú no estás dispuesto a darle.
–Tú lo has dicho.
–Hmm. Si te soy sincera, jamás te habría etiquetado como un guerrero ecologista.
Luke señaló el edificio que tenían a sus espaldas.
–Está construido y reformado con materiales ecológicos. Es una de las razones por las que lo escogí –dijo. Sara no necesitaba saber que era dueño de gran parte del edificio–. Y mi cadena de hoteles va a ser lo mismo. Ecológica y utilizando los materiales de la zona en la que se encuentre cada uno de ellos.
–¿Por qué Scarborough?
–Estoy buscando un hotel en una ciudad que tenga un balneario. Scarborough fue muy famosa por sus aguas en el pasado. Estoy evaluando otro en Cromer y otro en Buxton.
–¿Y por qué no en algún lugar más cercano a Londres para que no tengas que viajar tan lejos?
Porque Scarborough era el único lugar en el que recordaba haber tenido unas vacaciones familiares felices, aunque, por supuesto, no se habían alojado en un hotel, sino en una pequeña pensión. No obstante, las vacaciones habían sido maravillosas.
–En este momento, sólo estoy buscando opciones –dijo, sin explicarle nada a Sara.
–¿Saben que estás pensando en comprarlo?
–No. Por lo que a ellos se refiere, somos tan sólo unos clientes y así quiero que sea. No estoy tratando de sorprender a nadie. Sólo quiero ver cómo funciona en el día a día, no cuando se esfuerzan.
Estuvieron trabajando durante las tres primeras horas del viaje. Sara respondía el teléfono, concertaba citas y le organizaba la agenda para los siguientes días.
De repente, se detuvo.
–¿Son las cinco en punto? –bromeó él.
–Así es –respondió ella.
Luke se quedó tan sorprendido que ni siquiera pudo responder.
–Vaya, es un equipo de música fabuloso.
–Tiene diecinueve altavoces –comentó Luke.
–¿Diecinueve? ¡Qué barbaridad! ¿Y para qué quieres tantos? Ah, los hombres y sus juguetes. Rupert, mi hermano pequeño, se volvería loco con esto. Veamos. ¿Qué tenemos aquí? –preguntó ella mientras recorría la lista de canciones–. Oh, me lo tendría que haber imaginado. Rock.
–Eso no es rock, sino indie. Es estupendo para conducir.
–Sí, sí... –dijo. A pesar de todo, lo encendió.
–Supongo que a ti te gusta más la música de ballet.
–¿Qué te hace decir eso?
–Bueno, eres muy elegante con tus perlas y todo eso.
–En realidad, sí que me gusta la música de ballet.
Y, antes de que me lo preguntes, sí, di clases de ballet cuando estaba en el colegio.
–Ni que lo digas. No me cuesta imaginarte con un tutú.
–Los tutús no se utilizan para ensayar. Se llevan las mallas y las medias sin pies.
Luke se la podía imaginar muy fácilmente así vestida. La tela se le ceñía al cuerpo... Entonces, deseó no haberlo hecho. Como era previsible, su cuerpo reaccionó en consecuencia.
–De todos modos, dejé de hacer ballet cuando tenía doce años.
Para su alivio, Sara dejó el tema y se contentó mirando por la ventana y escuchando la música. Todo fue bien hasta que el informe de tráfico interrumpió la música y les anunció que había un atasco en la carretera justo al tiempo que llegaban al mismo.
–Genial –dijo él, deteniendo paulatinamente el coche–. Y estamos a muchos kilómetros aún del siguiente desvío.
–No es culpa tuya. A veces hay accidentes. Simplemente tendremos que esperar hasta que el atasco desaparezca.
La paciencia no era uno de los puntos fuertes de Luke. Cuando él le preguntó a Sara por tercera vez que se metiera en Internet con su teléfono para ver si había alguna actualización del tráfico, ella suspiró.
–No puedes soportar estarte quieto, ¿verdad?
–No. Odio perder el tiempo.
–Dudo mucho que algo haya cambiado en los últimos cinco minutos. Estamos atascados, así que no te queda más remedio que aguantarte.
–Mmm...
–Podrías hablar conmigo para no tener que pensar en ello.
¿Hablar? En su experiencia, cuando las mujeres querían hablar, significaba problemas.
–Quieres que te explique cómo es el hotel, ¿no?
–Recuerda que ya son más de las cinco. No estoy trabajando. No podemos hablar de trabajo.
–Entonces, ¿de qué quieres hablar?
–De ti. Simplemente, quiero conocerte un poco mejor.