Incapaz de olvidar - Kathie Denosky - E-Book
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Incapaz de olvidar E-Book

Kathie Denosky

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Beschreibung

Tyler Braden se quedó de piedra al ver que su primera paciente en la maternidad de la pequeña clínica de Smoky Mountain era la mujer con la que había tenido una aventura de una noche y a la que había sido incapaz de olvidar. Pero la sorpresa fue aún mayor cuando descubrió que el hijo que ella esperaba era suyo. Casi diez meses antes los dos habían pasado una larga, dulce y apasionada noche en Chicago. Ty era un ambicioso médico acostumbrado a vivir en la gran ciudad y que no tenía la menor intención de casarse o de tener un hijo. Entonces, ¿por qué no dejaba de fantasear con llevar una apacible vida junto a Lexi?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2001 Kathie Denosky

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Incapaz de olvidar, n.º 1088 - mayo 2018

Título original: His Baby Surprise

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-225-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–¿Qué sucede ahora? –preguntó Tyler Braden tras dar un profundo suspiro.

Tomó la ficha de un paciente que tenía sobre la mesa. A lo largo de los tres días que llevaba en Dixie Ridge, Tennessee, Ty había aprendido una importante lección respecto a la enfermera Payne. Pensara lo que pensase, lo decía bien alto y claro.

–¿Va a llevar puesta su ropa de los domingos toda la semana, doctor?

Ty abrió su bata de laboratorio para mirar su camisa blanca, su corbata rayada y sus pantalones oscuros.

–¿Qué tiene de malo el modo en que visto?

Martha lo miró por encima del borde de sus gafas como si pensara que era un poco simple.

–La gente de por aquí no se viste así a menos que vaya a su boda o a su entierro.

Ty arqueó una ceja.

–¿Y qué sugeriría usted que me pusiera, Martha?

La enfermera palmeó el grueso moño gris que llevaba en la base del cuello, un gesto que Ty había llegado a reconocer como preámbulo a uno de sus sermones. Cuando Martha salió de detrás de la mesa y se colocó ante él para mirarlo de arriba abajo, Ty sintió el impulso de bajar la mano y asegurarse de que llevaba la bragueta bien cerrada. Una rápida mirada al extremo de su cinturón le bastó para comprobar que así era.

–En primer lugar debería olvidar la corbata y la camisa blanca. Hacen que parezca que está a punto de ahogarse. Un jersey o una camiseta le sentarían mejor –la enfermera señaló sus pantalones–. Y ya puestos, podría comprarse unos vaqueros y dejar esos pantalones tan serios para cuando vaya a misa –se encogió de hombros–. Es cosa suya, por supuesto, pero le advierto que a la gente de por aquí no les gustan las personas que se dan aires.

–Pero yo no…

–Si no quiere saberlo, no pregunte –una vez emitido su juicio, Martha rodeó de nuevo el escritorio para responder al teléfono–. Clínica de Salud de Dixie Ridge.

Ty se mordió el interior de la mejilla para reprimir el epíteto que tenía en la punta de la lengua. Cuando había llamado al doctor Fletcher para hablar sobre una sustitución temporal en la clínica, el viejo médico le había advertido sobre su malhumorada enfermera.

–La vieja Martha le será de gran utilidad, pero también será su crítica más severa. Asegúrese de tenerla de su lado.

Pero unas simples palabras nunca habrían podido preparar a Ty para la realidad de Martha Payne. Con su rostro agradable y maternal y su voz de sargento impartiendo la instrucción, la clínica marchaba bajo su tutela como una máquina perfectamente engrasada. Hacía a la vez de recepcionista y de enfermera y su eficiencia anonadaba a Ty tanto como le irritaba su franqueza. Desde su llegada había sido sometido a sermones que iban desde el malgasto de gasas y esparadrapos hasta el modo adecuado de responder al teléfono de la clínica. Y para empeorar las cosas, las opiniones de Martha parecían estar adquiriendo un sesgo más y más personal.

Él había percibido cierta reserva en los pacientes, pero, preocupado por sus síntomas y quejas, había supuesto que era debido a que no lo conocían. En ningún momento se le había ocurrido que pudiera deberse a su modo de vestir. Tiró del nudo de su corbata, se la quitó y la guardó en el bolsillo de la bata. Afortunadamente, cuando terminaran sus seis meses de sustitución volvería a Chicago y no tendría que volver a escuchar las reiteradas críticas de Martha.

Quince minutos después, Ty se despedía de Harv Jenkins tras recordarle que debía tomar su medicación regularmente. Luego se acercó a recepción.

–¿Eso ha sido todo por hoy? –preguntó.

Martha negó con la cabeza y deslizó una ficha hacia él por la mesa.

–Freddie Hatfield acaba de traer a Lexi. Ha roto aguas y tiene contracciones cada dos minutos. Está en la sala de partos y yo diría que falta realmente poco para que dé a luz.

–¿Ha tenido algún problema durante el embarazo? –preguntó Ty mientras echaba un vistazo a la ficha. El doctor Fletcher tan solo había anotado el peso y la tensión de la paciente.

–No. Conozco a Lexi Hatfield desde que nació y siempre ha tenido la salud de un caballo.

–¿Ha mostrado alguna preocupación respecto al parto?

–No –Martha se levantó–. Lo está haciendo muy bien para ser el primero. Pero Freddie no ha sido capaz de pasar de la puerta principal.

–¿Por qué? –preguntó Ty mientras la seguía por el pasillo que llevaba a la enfermería.

–A no ser que sea cuestión de vida o muerte, Freddie Hatfield evita este lugar en lo posible. Su delicadeza en ese aspecto es increíble –Martha movió la cabeza y rio–. Es capaz de desmayarse solo con oler a antiséptico.

¿Delicadeza? Ty frunció el ceño ante la descripción que había hecho Martha de Fred Hatfield. De todos los términos que habría esperado que Martha utilizara para describir a un hombre con el estómago débil, «delicado» no estaba entre ellos.

Un prolongado gemido procedente de la enfermería interrumpió sus pensamientos. Mientras Martha iba a ver a la paciente, Ty entró en el vestuario a cambiarse.

En conjunto, no había tenido un mal día, pensó mientras se lavaba las manos. Lo más serio que había visto habían sido las articulaciones doloridas de Harv Jenkins.

Hizo girar los hombros y notó que gran parte de la tensión que lo había tenido agarrotado durante las últimas semanas se había disipado. Ya solo le faltaba controlar las pesadillas…

Agitó la cabeza para apartar los sentimientos de culpabilidad y pesar, sonrió y empujó con el hombro la puerta que daba al paritorio. No estaba dispuesto a permitir que los trágicos acontecimientos que lo habían llevado a aquel lugar estropearan su buen humor.

–¿Dónde está Freddie? –preguntó la paciente.

Martha rio.

–¿Dónde crees tú que está?

–En el Blue Bird.

Un cosquilleo recorrió la espalda de Ty al escuchar el familiar acento sureño de la paciente. Solo la voz de una determinada mujer había llegado a afectarlo de aquel modo. Miró hacia la cama, pero Martha le bloqueaba la vista. De no haber sido imposible, habría jurado que…

Agitó de nuevo la cabeza para apartar aquel ridículo pensamiento.

–Freddie ha salido corriendo de aquí como un gato escaldado –dijo Martha.

Mientras ataba las tiras inferiores de la mascarilla en torno a su cuello, Ty oyó que la paciente empezaba a resoplar a causa de una contracción. Cuando pasó, suspiró temblorosamente.

–Freddie es como un pelele en estas circunstancias –dijo con voz ronca.

Ty estaba de acuerdo. Lo menos que podía hacer Fred era tratar de estar presente durante el nacimiento de su hijo.

–Ooooh… ¿por qué tienen… que venir… tan seguidas? –la mujer gimió un segundo antes de empezar a jadear de nuevo.

El desdén de Ty por la cobarde actitud de Fred aumentó. Se acercó al lateral de la cama para tranquilizar a su paciente.

–Es lo normal en estos…

Su voz se fue apagando mientras miraba boquiabierto a Alexis Madison, popular locutora de radio y, hasta hacía una año, vecina suya. La última vez que la vio fue la noche anterior a que ella se fuera de Chicago. Debido a la compra de la emisora en la que trabajaba, le habían ofrecido trasladarse a Los Ángeles o buscar trabajo en otro sitio. Ella había elegido volver a Tennessee.

De hecho, ella era uno de los motivos por los que Ty había aceptado aquel puesto en Dixie Ridge. Mientras buscaba un lugar en que ocultarse de los medios de comunicación, recordó haberle oído hablar sobre la paz y la tranquilidad que reinaban en las Smoky Mountains. Tras tantear el terreno, decidió aceptar aquella sustitución temporal en la clínica de Dixie Ridge.

La decepción que atenazaba su pecho lo sorprendió. Se había sentido muy atraído por aquella mujer desde el momento en que se habían conocido, y tenía intención de buscarla mientras estaba por allí. Pero ya no había ningún motivo para hacerlo. Al parecer, nada más llegar allí había conocido a un tipo llamado Fred, se había casado con él e iba a tener un hijo suyo

Se obligó a sonreír mientras la miraba.

–Hola, Alexis.

 

 

Lexi supuso que estaba alucinando a causa de los dolores. Cerró los ojos. Habían pasado diez largos meses desde que había escuchado por última vez la voz de barítono de Tyler Braden. Además, el lugar no correspondía. Ella estaba de vuelta en su hogar, en las montañas de Tennesse, no en la jungla de asfalto de Chicago.

Pero cuando abrió los ojos de nuevo no fue capaz de reprimir un gemido de horror.

–¡Noooo! ¡Tú no!

–Ya sabías que el doctor Fletcher no estaría aquí cuando vinieras a dar a luz –le recordó Martha, que alzó una mano para palmear el hombro de Ty–. Este es el doctor Braden, que ha venido a sustituirlo.

El pánico hizo que Lexi se aferrara a la parte delantera del uniforme de la enfermera.

–¡Aléjelo de mí!

–Tranquilízate, Lexi –Martha se liberó de la mano de Lexi y se volvió hacia Ty–. No se ofenda. Cuando llegan a este punto, todas se comportan como si estuvieran poseídas por el diablo.

–Por favor, Martha –rogó Lexi. Debía hacer comprender a la enfermera que no quería ver a Tyler Braden cerca de ella–. No quiero que él se ocupe del parto.

–Sabes que no hay otro doctor en varios kilómetros a la redonda, Lexi.

–¡Entonces hazlo tú!

–Olvídalo –Martha negó con un dedo–. Ya sabes que solo me ocupo de los partos en caso de que el doctor no llegue a tiempo.

–¡Pues dile a Freddie que vaya por el coche y me lleve a casa de Granny Applegate! –Lexi se sintió como una ballena varada cuando trató de erguirse.

–¿Quién diablos es Granny Applegate? –preguntó Ty.

–Una mujer mayor que vive en Piney Knob –contestó Martha a la vez que empujaba a Lexi por los hombros para que se tumbara–. Granny se ocupa de algunas de las personas de por aquí con sus remedios caseros. Y ha asistido a más partos que espinas tiene un puerco espín.

La siguiente contracción tomó por sorpresa a Lexis, que dejó escapar un prolongado gemido. Un intenso dolor la recorrió, exigiendo que su cuerpo entrara en acción. Cerró los ojos y empujó con todas sus fuerzas para sacar a su bebé al mundo.

Cuando la contracción terminó, abrió los ojos y vio que Ty movía la cabeza.

–No seas ridícula, Alexis. No hay otra opción. No llegarías más allá de la puerta antes de dar a luz.

–¿Se conocen? –preguntó Martha con curiosidad.

–Nos hemos conocido –dijo Ty.

–Hace mucho… tiempo –añadió Lexi mientras su cuerpo exigía otro empujón.

Ty frunció el ceño y se colocó a los pies de la cama.

–¿Cuánto tiempo llevas teniendo contracciones, Alexis?

Cuando fue a levantar la sábana, ella plantó los pies en el extremo para impedirlo.

–Me llamo Lexi, y haz el favor de dejar en paz esa sábana.

Ty tiró de la sábana. Ella presionó los pies con más fuerza.

–De acuerdo, Lexi. ¿Cuánto tiempo llevas de parto?

–Desde esta mañana –Lexi no podía pensar en una situación más humillante que la posición en que se encontraba, y con Ty a punto de mirarla. En realidad, apenas se conocían–. Aléjate de mí.

Ty ignoró sus protestas, retiró la sábana y la colocó sobre las rodillas dobladas de Lexi.

–¿Por qué has esperado tanto para venir a la clínica?

–No me había dado cuenta de que… estaba… de parto –la nueva contracción hizo que Lexi olvidara por completo su humillación–. Solo me… dolía la espalda… hasta que he roto aguas. Entonces ha sido cuando… el dolor se ha vuelto realmente intenso.

El examen de Ty confirmó sus sospechas. Alexis estaba totalmente dilatada y el feto estaba saliendo.

–Tendremos que posponer esta discusión, Lexi. Estás a punto de tener tu bebé –se volvió hacia la enfermera–. Haga el favor de colocarle los pies en los estribos.

Martha asintió.

–Estas nuevas camas para partos son lo mejor que han inventado desde la penicilina. Puede que tengamos que asistir a más mujeres ahora que contamos con esta pequeña joya.

–¿Dónde suelen ir las mujeres? –preguntó Ty mientras terminaba de ponerse la mascarilla–. ¿A que las atienda Granny Applegate?

–Sí. Pero suele ser Granny la que va a sus casas –Martha rio al ver el gesto de desaprobación de Ty–. No frunza el ceño, doctor. Granny es una matrona titulada y siempre acude a nosotros si tiene algún problema.

Ty no tuvo tiempo de responder a las explicaciones de Martha cuando Alexis gimió de nuevo y alzó voluntariamente los pies hasta los estribos. Mientras se colocaba en el lugar adecuado a los pies de la cama, su mirada se encontró con la de ella. Llevaba su pelo castaño dorado sujeto atrás y su precioso rostro parecía exhausto. El pecho de Ty se contrajo al ver las lágrimas que pendían de sus ojos color esmeralda, el temblor de sus labios perfectos, el brillante tono rosado de sus cremosas mejillas. Estaba muy cansada, dolorida y comprensiblemente asustada. El padre del bebé debería estar a su lado para darle ánimos.

–Lo estás haciendo muy bien, Lexi –dijo–. Puedo ver la cabeza del bebé.

Ella asintió y apretó los ojos.

–Duele mucho, Ty.

Él sintió que su dolor le llegaba hasta el alma. Siguiendo un impulso, tomó su mano y la estrechó con suavidad.

–Ya falta poco. Lo prometo.

Aquel simple gesto desató una serie de emociones en el interior de Ty que no quiso examinar. Otra contracción exigió su atención.

Mientras sostenía la emergente cabeza del bebé, dijo:

–Necesito que des un fuerte empujón más y todo habrá acabado.

Mientras Alexis empujaba con todas sus fuerzas, los hombros del bebé se liberaron y se deslizó hasta las expectantes manos de Ty. Tras succionar rápidamente la mucosa y la sangre de la boca y la nariz del bebé, Ty vio que arrugaba su carita, abría la boca y rompía a llorar con todas sus fuerzas.

La criatura tenía el genio de un taxista de Chicago y suficiente volumen como para competir con el espectro más ruidoso.

Ty sonrió.

–Anote la hora del nacimiento, Martha –dijo mientras sujetaba el cordón umbilical por dos sitios.

–¡Es un niño, Lexi! –dijo Martha mientras anotaba los números.

Lexi rio.

–¿De verdad? Estaba segura de que iba a ser niña.

–A menos que las niñas hayan empezado a venir con un extra más, es un niño –la enfermera rio–. ¿Cómo vas a llamarlo?

–Matthew.

Ty apenas oyó a las mujeres mientras su pecho se contraía. Por muchas veces que hubiera sido testigo del milagro del nacimiento, nunca dejaba de maravillarlo… y de producirle cierto pesar. Ya que no pensaba tener hijos, nunca podría pasar por un momento así.

Fred el Blando era un hombre muy afortunado. Y el muy cretino ni siquiera estaba allí para comprobarlo.

Con los ojos ligeramente velados, examinó al bebé. Diez dedos en las manos. Diez dedos en los pies. Sonrió. Un impresionante sistema de riego.

Pero mientras lo miraba más y más atentamente, la sonrisa fue desapareciendo de su rostro. Un pequeño hoyuelo marcaba la barbilla del bebé, un par de centímetros de pelo negro cubrían su cabeza y un pequeño remolino en su frente hacia que este se apartara a un lado.

Ty pensó en aquella noche en Chicago, en la única noche que él y Alexis habían…

Miró maravillado el milagro que sostenía entre las manos y su interior se contrajo dolorosamente al comprender. El parecido era más que una mera coincidencia. Era innegable. Y aquel remolino en la frente del niño lo probaba. Había sido una característica familiar durante generaciones.

Tyler Braden acababa de ayudar a llegar al mundo a su propio hijo.

Capítulo Dos

 

Ty entregó el bebé a Lexi y, mientras él se ocupaba de los procedimientos del posparto, ella centró su atención en la criatura que se retorcía entre sus brazos. Los puñitos de Matthew Hatfield golpeaban el aire como los de un boxeador frustrado y su carita roja y contraída reflejaba claramente el disgusto que le había producido nacer.

Un amor tan intenso que casi resultó doloroso invadió el corazón de Alexis

Con la cabeza llena de pelo negro, el hoyuelo en la barbilla y el remolino en la frente, era el bebé más bonito que había visto en su vida… y el vivo retrato de su padre.

Sin poder evitarlo, alzó la mirada hacia el hombre que la había ayudado involuntariamente a crear el bebé que sostenía en brazos. ¿Cómo podía ser tan cruel el destino? De todos los médicos que había en el mundo, ¿por qué había tenido que sustituir precisamente Tyler Braden al doctor Fletcher durante su operación de rodilla?

Ty era traumatólogo. Uno de los mejores en su especialidad. ¿Por qué no estaba en algún gran hospital, ocupándose de auténticas emergencias? ¿Por qué no estaba a mil kilómetros de allí, concretamente en Chicago, que era donde debía estar?

Sintió una mezcla de temor y aprensión mientras observaba a Tyler. ¿Sería consciente de que el milagro en el que acababa de participar era el nacimiento de su propio hijo? Y si sabía que el bebé era el resultado de la única noche que habían pasado juntos, ¿cómo reaccionaría?

Aún no había dicho nada, pero eso no sirvió para mitigar los temores de Lexis. Tal vez era la clase de hombre que hervía por dentro mientras por fuera se mostraba como el epítome de la calma.

Cuando Ty tomó al bebé en brazos y lo dejó en los de Martha, Lexi se puso tensa.

–¿A dónde llevas a mi hijo?

–No te preocupes –dijo Martha mientras se dirigía a la puerta–. Solo voy a darle a este hombrecito su primer baño. En cuanto el doctor lo examine de arriba abajo te lo traeré para que le des de mamar.

Lexi permaneció muy quieta mientras Ty le tomaba la tensión y la auscultaba, cuando lo que de verdad habría querido hacer habría sido salir corriendo de allí con su bebé para poner la máxima distancia posible entre ellos y la clínica.

Ty colocó el estetoscopio en torno a su cuello y apoyó dos dedos sobre la muñeca de Lexis. Ella sintió que la piel le cosquilleaba y su respiración se volvió un poco más agitada.

Dios santo, ¿acaso había perdido la razón? Apenas hacía unos minutos que había dado a luz y se sentía como si acabara de conseguir que una bola de bolos pasara a través de una cerradura. Eso debería haberle bastado para renunciar a los hombres de por vida. Lo último que debería estar sintiendo era aquel cosquilleo por todo el cuerpo.

Pero el caso era que no podía negar su existencia, ni su causa. Ty siempre la había afectado de aquella manera. Aún recordaba la primera vez que le habló en el ascensor del edificio de apartamentos en que vivían. Cuando dijo «Hola, soy tu nuevo vecino», su voz de barítono la envolvió como una suave capa de terciopelo. Y necesitó más de quince minutos para que su pulso volviera a la normalidad.

Después de aquello apenas se habían visto. Hasta la noche que ella perdió su trabajo y…

No. No debía pensar en aquello. Si lo hiciera, el pánico podía apoderarse de ella y correría el riesgo de revelar su secreto. De momento estaba a merced de Ty.

–¿Cuándo podré irme a casa con el bebé? –preguntó con cautela.

Ty ignoró la pregunta mientras luchaba contra el torbellino que se agitaba en su interior. Apretó los dientes y trató de ignorar la sensación de la delicada piel de Alexis bajo sus dedos, la corriente de calor que viajó a lo largo de su brazo y estalló en su vientre. ¿Cómo podía sentir algo más que desprecio por ella después de lo que había hecho? Las conmoción de averiguar que era el padre del bebé había estado a punto de hacer que cayera de rodillas unos minutos antes.

–Todo parece ir bien –logró decir finalmente–, así que creo que podréis iros a casa en un par de días –tomó algunas rápidas notas en la ficha y cerró la carpeta. Tenía que alejarse de ella antes de que sus emociones se desbordaran con la fuerza de un río embravecido–. Volveré a verte luego.

Fue a su consulta, cerró la puerta a sus espaldas y se apoyó pesadamente en ella.

Quería respuestas y las quería ya, pero Alexis necesitaba descansar, y una discusión en aquellos momentos podía resultar contraproducente para ella y para el bebé. Además, no estaba seguro de poder hablar con ella sin violar seriamente su profesionalismo.

Una ligera llamada a la puerta indicó que Martha había terminado de bañar al niño.

–Está listo para ser examinado, doctor –dijo la enfermera desde el otro lado–. Voy a llevarlo a la sala uno.

Ty dejó la ficha sobre el escritorio y ocupó el asiento que había tras este.

–Traígalo aquí, Martha.

La enfermera entró en la consulta.

–Mientras usted se familiariza con nuestro último paciente, yo voy a acercarme al Blue Bird Café a decirle a Freddie que todo ha ido bien –Martha dudó un momento antes de salir–. Sé que va a pensar que tengo menos cerebro que una ardilla, pero ese bebé tiene cierto parecido con usted.

Ty no habría podido responder ni aunque su vida hubiera dependido de ello. Apenas se dio cuenta de que Martha había salido. Un nudo del tamaño de su puño le atenazaba la garganta y la humedad que de pronto nubló sus ojos estuvo a punto de derramarse por sus mejillas. Cuando el bebé rodeó con una manita uno de sus dedos, el nudo que tenía en la garganta alcanzó el tamaño de una pelota de baloncesto.

Un amor tan intenso que casi resultó doloroso brotó en su interior mientras miraba a su hijo. Ty nunca se había permitido creer que algún día pudiera llegar a vivir un momento como aquel, que algún día llegaría a tener un hijo.

Pero, cualesquiera que hubieran sido los motivos de Alexis para mantener su embarazo en secreto, la realidad era que Tyler Braden tenía un hijo. Y no pensaba quedarse cruzado de brazos viendo como otro hombre ocupaba su puesto para criar a su hijo.

Por él, Fred Hatfield podía saltar de un acantilado si quería.

Mientras estuviera en su mano impedirlo, la historia no volvería a repetirse. A diferencia de él, Matthew conocería a su padre y nunca sentiría la inferioridad social que él siempre había sentido.

Besó al bebé en la frente y le hizo una solemne promesa.

–Tú vas a saber que te quiero y que siempre podrás contar conmigo. Y estoy dispuesto a hacer lo que sea para impedir que Fred Hatfield o tu madre se interpongan en mi camino.

 

 

Lexi despertó con un sobresalto y el corazón latiendo a toda velocidad en su pecho. Se sentó en la cama y buscó frenéticamente con la mirada el moisés en que Martha había dejado a Matthew después de la última toma.

No lo vio.

Asustada, buscó el botón de llamada, pero las manos le temblaban tanto que no logró pulsarlo. Apartó a un lado las sábanas y trató de salir de la cama.