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El cuidado comunitario es una buena defensa que tienen las mujeres mayores para resistir los embates de lo que ha significado una vida dedicada al cuidado de los demás: de sus hijos e hijas, de su marido, de sus nietos y nietas, de sus familiares. Esta atención hacia otras personas estructura la vida de las mujeres, condiciona sus tiempos, sus actividades, su participación en la sociedad. Los clubes proporcionan un espacio y un tiempo que las mujeres pueden dedicar a ellas mismas. Comparten actividades, vivencias, deseos y frustraciones; por unas horas abandonan su cotidianidad dedicada a los demás, para ser ellas las protagonistas.
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Las trincheras de los cuidados comunitarios
Una etnografía sobre mujeres mayores en Santiago de Chile
Herminia Gonzálvez Torralbo y Menara Guizardi
Editoras
Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869 – Santiago de Chile
[email protected] – 56-228897726
www.uahurtado.cl
Los libros de Ediciones UAH poseen tres instancias de evaluación: comité científico de la colección, comité editorial multidisciplinario y sistema de referato ciego. Este libro fue sometido a las tres instancias de evaluación.
ISBN libro impreso: 978-956-357-303-9
ISBN libro digital: 978-956-357-304-6
Coordinador colección Antropología
Koen de Munter
Corrección de estilo
Edison Pérez
Dirección editorial
Alejandra Stevenson Valdés
Editora ejecutiva
Beatriz García-Huidobro
Diseño interior y portada
Francisca Toral
Imagen de portada: iStock
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.
Con un afecto y cariño que cruzan fronteras, dedicamos este libro a todas las mujeres mayores de Chile. Con especial gratitud a quienes nos acompañaron en nuestra aventura etnográfica, haciéndonos un espacio en sus clubes, su “habitar propio”. Lo dedicamos, además, a nuestras madres, hermanas y abuelas en España y Brasil, mujeres con quienes aprendimos a interpretar y a vivir en las trincheras del cuidado.
ÍNDICE
Agradecimientos
PrólogoDolors Comas d’Argemir i Cendra
IntroducciónHerminia Gonzálvez Torralbo y Menara Guizardi
Nosotras con ellas
Herminia
Menara
Lucía
Volver al futuro
Claves de lectura
Travesía
Primera parteEl frente académico-político
Capítulo ILas mujeres mayores y el envejecimiento en la investigación social (1950-2018)Herminia Gonzálvez Torralbo y Menara Guizardi
Quebrando la conspiración del silencio
De la invisibilidad a la dependencia (1950-1970)
Un “problema social” (1970-1990)
El “giro género-edad” (1990-2000)
Cuidados y vejez (2000-2018)
¿Dónde quedan los cuidados comunitarios?
¿Pueden las mujeres mayores hablar?
Capítulo IIDebates para situar las políticas públicasHerminia Gonzálvez Torralbo, Menara Guizardi y Sofia Larrazabal
El envejecimiento como contexto social
Debates latinoamericanos: perspectivas para el caso chileno
Organización social de los cuidados y envejecimiento en Chile
Familia
Estado
Mercado
Comunidad
Para pensar las políticas públicas
Capítulo IIILas mujeres mayores, los cuidados y los clubesHerminia Gonzálvez Torralbo y Menara Guizardi
El interés por la vejez de las mujeres
Sinceramientos epistemológicos y metodológicos
Los clubes de adultos mayores y los centros de madres
Nuestra aproximación a los clubes y sus talleres
La participación observante
Nuestro modo de relacionarnos
Segunda parte Habitar en las trincheras del cuidado
Capítulo IVEl club como trincheraHerminia Gonzálvez Torralbo, Menara Guizardi, Alfonsina Ramírez y Catalina Cano
Envejecimiento en Independencia: adentrando en la comuna
Club El Rosal: más que un espacio de sociabilidad femenina
Haciéndonos un lugar en el taller
Un espacio de cuidado (comunitario) para sí
Cuidados materiales
Cuidados emocionales
Múltiples descuidos
Puertas afuera
Puertas adentro
Un espacio libre de cuidado hacia otros/as
Situar el cuidado comunitario
Capital social y cultural
Habitar compartido
Superación de las violencias
Capítulo VLa política y la poética de envejecerHerminia Gonzálvez Torralbo, Menara Guizardi y Francisca Ortiz
El envejecimiento en Santiago Centro
El centro comunitario, el club y el taller
Adentrando en el aula: el espacio y sus disposiciones
Mientras pintábamos
La materialidad y el cuerpo de las mujeres
Cuidadoras no remuneradas
Economía del envejecimiento femenino
Señoras políticamente situadas
Las dimensiones políticas del cuidado
Capítulo VINegociar las distincionesHerminia Gonzálvez Torralbo, Sofia Larrazabal y Menara Guizardi
Élites, envejecimiento y distinción social
El envejecimiento en Providencia
Las señoras y las investigadoras
El taller
Entretejiendo género y cuidados
La política de las distinciones
Ejes conclusivos
Capítulo VIIDialécticas del cuidado comunitarioMenara Guizardi y Herminia Gonzálvez Torralbo
Amar la trama
La aventura de los desenlaces
Dimensiones
Definiciones
Nosotras en ellas
Referencias
Las autoras
Anexos
Índice de mapas
Mapa 1. La comuna de Independencia(Región Metropolitana, Chile)
Mapa 2. La comuna de Santiago Centro (Región Metropolitana, Chile)
Mapa 3. La comuna de Providencia (Región Metropolitana, Chile)
Índice de tablas
Tabla 1. Perfil de las mujeres del Club de Adultos Mayores “El Rosal” de la comuna de Independencia (Región Metropolitana, Chile)
Tabla 2. Perfil de las mujeres del Club de Adultos Mayores de la comuna de Santiago Centro (Región Metropolitana, Chile)
Tabla 3. Perfil de las mujeres del Club de Adultos Mayores de la comuna de Providencia (Región Metropolitana, Chile)
Agradecimientos
El punto de partida de este volumen no podría ser otro, sino la expresión de nuestro profundo agradecimiento a las increíbles mujeres mayores de las comunas de Independencia, Santiago Centro1 y Providencia (en la Región Metropolitana de Chile), que han compartido con nosotras sus aventuras cotidianas: sus alegrías y tristezas, problemas y luchas, afectos y dolencias. Les expresamos nuestro inmenso reconocimiento, además, por algo que resulta central en este libro. Invitándonos a participar de las actividades de los clubes de recreación, arte y cuidado mutuo por ellas gestionados, hicieron mucho más que enseñarnos sobre sus experiencias: nos integraron a una parte de sus vidas con una generosidad que difícilmente podríamos sintetizar en palabras. Y es gracias a esta generosidad y sororidad femeninas que, en las páginas que siguen, el cuidado es una experiencia que cruza fronteras: es una teoría encarnada, sentida desde nuestras diversas experiencias femeninas. Una teoría nacida de la tríada de la reciprocidad –del dar, recibir y retribuir– al que las protagonistas de este libro nos socializaron mientras tejían, moldeaban y pintaban.
Por lo mismo, nuestro primer agradecimiento va a cada una de las mujeres mayores que nos han acompañado durante los tres años que ha durado la investigación. Ellas han sido el motivo por el cual nos hemos acercado al estudio del envejecimiento femenino en Santiago de Chile, pero también el impulso para investigar un tema que aún enfrenta muchas resistencias en las ciencias sociales en general, y en el feminismo en particular. La acogida que tuvimos de parte de cada una de ellas fue fundamental. Un reconocimiento especial, se lo dedicamos a las presidentas de estos clubes, quienes apoyaron la investigación desde el primer momento, comprometidas, además, con ayudar en la producción de conocimientos académicos sobre el envejecimiento femenino. También reconocemos el apoyo dado por las profesoras de los talleres, a quienes les agradecemos su paciencia en guiarnos en el papel que asumimos como alumnas de tejido, bordado y cerámica y su orientación fundamental para ir construyendo nuestra pertenencia a los clubes. Cada una de nosotras dedicaría especiales agradecimientos a diferentes figuras femeninas con la cuales interactuamos en los clubes, construyendo relaciones de mucha cercanía y afecto. No lo hacemos aquí por nuestro compromiso ético con mantener sus identidades protegidas, pero les guiñamos el ojo, enviándoles nuestro más tierno abrazo. Desde la camaradería construida, ellas sabrán recibir estos gestos y nuestro cariño genuino.
Pero, además de sostenerse en las redes humanas y afectivas, las investigaciones antropológicas también necesitan apoyarse en redes institucionales. El trabajo que realizamos fue posible gracias al respaldo de la entonces denominada Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica de Chile (actualmente, Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo). Todo el proceso de investigación que da origen a este volumen (elaborado entre 2016 y 2019) fue financiado con recursos del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico de Chile, a través del Proyecto Fondecyt Regular 1160683: “Ser Mujer Mayor en Santiago de Chile: organización social de los cuidados, feminización del envejecimiento y desigualdades acumuladas”, dirigido por Herminia Gonzálvez.
El financiamiento nos permitió algo fundamental para cualquier investigación social: componer un equipo con labores sostenidas a lo largo de tres años. En este equipo, contamos con jóvenes investigadoras interesadas por comprender las relaciones entre género, envejecimiento y cuidados, con quienes compartimos las experiencias etnográficas y el análisis que deslindamos en las páginas que siguen. Esta colaboración es parte fundamental del libro y está plasmada en la autoría de sus capítulos: Francisca Ortiz, Sofia Larrazabal, Alfonsina Ramírez y Catalina Cano, asistentes de investigación, han trabajado con nosotras en la elaboración de varios textos de este volumen y estamos muy agradecidas de su compromiso y colaboración. Pero también quisiéramos expresar nuestra gratitud a las colegas que nos han asistido en momentos puntuales del desarrollo del trabajo: Macarena Huaquimilla, Javiera Carrasco, Florencia Borquez y Natalia Arévalo; cada una de ellas responsables por contribuciones importantes para la etnografía que desarrollamos. El trabajo de cada una de estas colegas nutrió las reflexiones que, unidas, conforman este documento.
Por último, quisiéramos cerrar esta sección dirigiendo estas palabras de gratitud hacia Dolors Comas d’Argemir i Cendra, Joan Prat, Yolanda Bodoque y Montserrat Soronellas y, desde ellos, al Departamento de Antropología y Trabajo Social de la Universidad de Tarragona (Estado Español), cuya acogida fue fundamental para avanzar en la edición de este manuscrito. Una mención especial está dirigida a Dolors Comas d’Argemir i Cendra, quien no solo recibió a Herminia Gonzálvez en su casa, sino que también le abrió las puertas de su hogar, en Altafulla, convirtiéndola en un espacio fundamental de cuidado y de apoyo para la escritura. Su generosidad infinita confirma que una genealogía feminista transnacional (en este caso, entre el Estado Español y Chile) no solo es posible, sino que es necesaria. A Joan Prat, vecino de Altafulla, le dedicamos las últimas palabras de estos agradecimientos. Su curiosidad por conocer los avances semanales de la edición del manuscrito fue un bello y necesario impulso para finalizarlo.
Herminia Gonzálvez y Menara Guizardi
Santiago de Chile, mayo de 2020
1 El uso de la expresión “Santiago Centro” para referirse a la comuna es coloquial, no oficial. La adoptamos a lo largo del libro para evitar confusiones con la denominación de la Región Metropolitana, que también se nombra “de Santiago” y del “Gran Santiago” (conurbación que aglutina varias comunas de la región).
Prólogo
Quiero empezar este prólogo comentando el título de este libro y lo que evoca. Las trincheras de los cuidados comunitarios. Una etnografía sobre mujeres mayores en Santiago de Chile. Las autoras han elegido una metáfora bélica para dar título al libro, y una especificación descriptiva para el subtítulo. La trinchera, en terminología militar, es la zanja defensiva que permite estar a cubierto y al mismo tiempo atacar al enemigo. ¿Por qué el cuidado comunitario aparece como una trinchera? ¿De qué se han de defender estas mujeres mayores santiaguinas de las que habla el libro? ¿Y quién es el enemigo? Son preguntas retóricas, para empezar a pensar, que requieren sin embargo del complemento que ofrece el subtítulo. Se trata de mujeres mayores que, en el contexto de una ciudad tan grande y compleja como es Santiago de Chile, seguramente no se trata de un colectivo homogéneo. Se añade, además, la palabra “etnografía”, que informa sobre el método del estudio. Pero vayamos por partes.
El cuidado comunitario es una buena defensa que tienen las mujeres mayores para resistir los embates de lo que ha significado una vida dedicada al cuidado de los demás: de sus hijos e hijas, de su marido, de sus nietos y nietas, de sus familiares. Esta atención hacia otras personas estructura la vida de las mujeres, condiciona sus tiempos de vida, sus actividades, su participación en la sociedad. Los clubes proporcionan un espacio y un tiempo que las mujeres pueden dedicar a ellas mismas. Comparten actividades, vivencias, deseos y frustraciones; por unas horas abandonan su cotidianeidad dedicada a los demás, para ser ellas las protagonistas. Pueden dedicarse al tejido, al bordado, a la pintura o a la cerámica, pero también a la escucha, al relato de sus inquietudes, a dar consejos y a recibirlos desde la lógica de la complicidad, de no dar muchas explicaciones, de discutirse y debatir, de bromear, de practicar la inteligencia emocional.
Esta es la trinchera de resistencia, pero también de agencia que permite seguir en la lucha cotidiana. Una lucha en que el enemigo es poderoso, persistente y no siempre visible. Es esta estructura social que oprime especialmente a las mujeres, dando poco valor a sus actividades y trabajos, que además no son considerados como trabajo, ya que no se pagan y hay que hacer nomás, simplemente por el hecho de ser mujer. A veces esta estructura de opresión se encarna en hechos concretos: en los salarios bajos, un marido autoritario y ausente, en la tensión entre la necesidad de obtener ingresos y la necesidad de cuidar a los hijos o a la madre enferma. Se encarna también en el problema de las pensiones, insuficientes para vivir, en el precio del transporte, o en las dificultades de acceso a la sanidad. Lo que hacen las mujeres mayores en los clubes es cuidado, porque cuidan unas de otras a través de la lógica de compartir y de los afectos, y es comunitario porque emerge de los lazos sociales creados entre ellas a través de los clubes.
El libro nos muestra los entresijos de este cuidado comunitario, cómo se despliega, la materialidad y emocionalidad que se imbrican en él. ¿Qué interés tiene analizar el cuidado comunitario, y qué interés tiene que sus protagonistas sean mujeres mayores y que lo sean de distintas comunas de Santiago de Chile? El libro aporta conocimiento sobre todas estas dimensiones. Y el interés es doble, académico y político: académico porque analiza temas relevantes, como son el cuidado, lo comunitario y las mujeres mayores, y político porque revela el significado e importancia del cuidado comunitario y porque da visibilidad a las mujeres mayores mostrando su diversidad, sus iniciativas y estrategias en sus vidas. Además, se trata de una aportación a las ciencias sociales desde Latinoamérica.
Analizar el cuidado es relevante, aunque su interés académico y político es reciente. Como ámbito de estudio entra de la mano en la década de los setenta del feminismo académico desde distintas disciplinas: sociología, antropología, economía, politología, trabajo social, historia, psicología social, filosofía. El germen se encuentra en los debates que tuvieron lugar en los años setenta sobre el trabajo doméstico y su papel en la reproducción del capitalismo: se diferencia entonces el concepto de trabajo del de empleo y se desvela que el trabajo doméstico resulta esencial para la reproducción social. Es a partir de los años ochenta cuando el cuidado se diferencia del trabajo doméstico, subrayando sus relaciones afectivas y morales, así como los vínculos y la interdependencia. Fue relevante también mostrar el valor económico del trabajo que se realiza en los hogares y el impacto de la producción doméstica sobre las economías nacionales, así como la información derivada de las encuestas sobre los usos del tiempo. Posteriormente, la literatura académica ha sido especialmente abundante y prolija en este tema.
El cuidado importa. Asistir y mantener la vida es a lo que llamamos cuidado. En el día a día; en la salud y en la enfermedad; en la niñez, en la edad adulta, al envejecer. Sin cuidado no hay vida, sin relaciones sociales que la sustenten, tampoco. Y sin cuidado ni relaciones sociales no hay sociedad, sencillamente. Las actividades de cuidado son fragmentadas y diversas y se ejercen con mayor o menor intensidad según el ciclo vital de las personas o de coyunturas críticas. Nos autocuidamos cada uno de nosotros en el día a día, pero son las mujeres las que asumen la mayor parte de estas tareas, tanto si se trata de cuidar a personas que no pueden valerse por sí mismas como a personas que sí pueden hacerlo; tanto si se cuida en la familia como se si hace de forma remunerada. Y como el cuidado es vital, no se puede elegir no cuidar. Y esto es lo que genera la brecha de los cuidados, que estructura las trayectorias vitales de las mujeres y las sitúa en desventaja respecto a los hombres.
Una parte esencial del cuidado sirve para resolver los riesgos de adversidad y las situaciones de dependencia. Y es esta parte la que ha entrado en la agenda política. El cuidado entra en la agenda política cuando desborda el marco familiar, las mujeres no pueden ocuparse como lo hacían antes y el envejecimiento de la población incrementa las necesidades de cuidados. El derecho a ser cuidado forma parte actualmente de debates sociales y políticos en distintos países y en organismos internacionales. El cuidado ha pasado a ser pues una cuestión social y política.
Estudiar el cuidado comunitario tiene un interés especial. Sabemos que el cuidado es provisto en una variedad de formas institucionales: familia, Estado, mercado y comunidad. El contexto comunitario es una especie de magma en el que se pueden incluir muchas iniciativas y actividades. Es el aspecto que requiere en estos momentos mayor reflexión académica, justamente por su complejidad y también por su importancia política. En un momento en que las políticas sociales acusan retrocesos en prácticamente todo el mundo debido a la expansión de la lógica neoliberal individualizadora, es importante rescatar las experiencias comunitarias, que han sido especialmente relevantes en Latinoamérica. Efectivamente, el marco comunitario ofrece elementos de autoorganización y protagonismo de la sociedad civil frente a las obligaciones familiares, hoy tan transformadas, frente a cierto paternalismo del Estado cuando ofrece los servicios públicos y frente a la inequidad asociada a los servicios de mercado. Redescubrir lo comunitario es una necesidad. Combinar la dinámica que emerge de la sociedad civil con la responsabilidad redistributiva del Estado conduce hacia lógicas más democráticas basadas en la justicia social y en la justicia de género. En ese sentido el libro aporta conocimiento sobre dinámicas comunitarias, los clubes de mujeres mayores, y lo hace desde una forma original de análisis que se sitúa como un elemento de referencia en los estudios sobre cuidado y contribuye a la literatura latinoamericana sobre estos temas.
Centrarse en las mujeres mayores es otro acierto y otra aportación. Envejecer no es lo mismo para las mujeres que para los hombres, ya que los cursos vitales están condicionados por los patrones de género y el desempeño de roles generizados a lo largo de la vida establecen desigualdades que llegan hasta la vejez (desigualdades acumuladas, en términos de las autoras). En general, las mujeres tienen una situación más desventajosa que los hombres al envejecer debido a que son más vulnerables a la pobreza. Las generaciones de mujeres mayores actuales han dedicado buena parte de sus vidas a las responsabilidades familiares, lo cual repercute en tener bajas pensiones; muchas de ellas tienen un escaso nivel educacional, lo que condiciona el acceso a los bienes culturales, de ocio y participación; alcanzan edades muy avanzadas que pueden implicar severas limitaciones en la calidad de vida y, finalmente, sus aportaciones a la familia y a la sociedad están muy invisibilizadas. Paradójicamente, hay una realidad muy llamativa, y es que las mujeres mayores siguen aportando atención y cuidados familiares, tanto en su propio hogar como en el de sus hijos e hijas, contribuyendo al cuidado de sus nietos y proporcionando apoyo en la vida cotidiana. Esta labor de provisión de cuidados contribuye muy activamente al desarrollo de sus familias y al bienestar de la sociedad. Todas estas situaciones quedan muy bien reflejadas en el libro.
Otro factor de diversidad en la vejez es el que deriva de las diferencias sociales. No se llega igual a la vejez si se procede del grupo social rico o del pobre y sus matices. La mayor longevidad actual constituye una democratización de la supervivencia. Sin embargo, persisten las desigualdades en salud, que están estrechamente relacionadas con las diferencias sociales, de manera que las personas con menos recursos envejecen en peores condiciones de salud. Hay pues una injusticia social que se traduce también en la vejez. Múltiples son los factores que inciden en las desventajas de las personas con menos recursos: la precariedad de las condiciones de vida y de trabajo desde la niñez a la vejez, menores niveles de educación y de renta, menor posibilidad de acceso a los recursos, estilos de vida poco saludables (en relación con la dieta, la actividad física, la alimentación en general). Las mujeres mayores pobres sufren especialmente las injusticias en la vejez. Más pobres que los hombres y más dependientes de la solidaridad familiar que ellas mismas han construido, experimentan las posibles tensiones y conflictos de lealtad en forma de culpa, inseguridad y miedo. Miedo a no poder valerse por sí mismas, a la soledad, a convertirse en una carga para los hijos e hijas. La existencia de vínculos familiares y comunitarios sólidos actúa como una red protectora ante las situaciones de adversidad que padecen las personas ancianas y tienen especial relevancia en los países con políticas sociales más débiles.
Esta intersección entre edad, género y clase está magistralmente recogida en el libro. Ha sido también un acierto metodológico escoger clubes en tres comunas de áreas muy diferenciadas socialmente: Independencia, Santiago Centro y Providencia, donde se expresan estas formas distintas de envejecer. La metáfora de la trinchera se aplica de forma muy clara a la dinámica del club de Independencia, donde la comunidad actúa como una forma de protección de las mujeres y ayuda a seguir adelante a pesar de sus problemas y dificultades. Ayudas materiales y emocionales que permiten compensar, aunque sea en parte, los múltiples “descuidos” que sufren estas mujeres. En el caso de Santiago Centro se destaca la poética de la vejez, la capacidad para aportar vida y calor al inhóspito y rígido espacio del edificio en que se alberga el club y en el que predomina el cemento, que tanto contrasta con el local que tenían antes. Conseguir romper las normas estrictas del orden establecido por los funcionarios municipales constituye una suma de pequeñas victorias que dotan de sentido y significado a los espacios y actividades compartidas. En el caso de Providencia se destaca en el texto la negociación de las distinciones. Se trata de mujeres con nivel educativo elevado, que negocian con las propias investigadoras sus métodos y estrategias de análisis, que han sufrido el menoscabo masculino a partir del cuestionamiento o subvaloración de sus actividades, donde el club es un espacio de libertad y que se caracterizan por tener una elevada consciencia y participación política.
El método etnográfico ha sido aplicado desde la sensibilidad y quehacer feminista. Las investigadoras han participado en las actividades de los clubes estudiados, en los que se incorporan de forma prudente y tímida al inicio y donde acaban teniendo su propio estatuto. Han “habitado las trincheras” según sus propias palabras, y para ello han tenido que negociar su presencia en cada uno de los clubes. Y, en este proceso, las etnógrafas consiguen tener un espacio asignado, un rol atribuido y unas relaciones definidas. Ellas están allí para observar desde la participación en la actividad. Y, al mismo tiempo, ellas son observadas, clasificadas, etiquetadas. Esta interacción entre observar y ser observadas condiciona la forma de obtener el conocimiento. Es muy ilustrativo ver cómo las investigadoras entran ellas mismas en las lógicas del cuidado comunitario y cómo ellas mismas cuidan las interacciones que generan. Y esto otorga también valor al libro como producto de esta forma de investigar. La observación participante permite reconstruir las prácticas sociales que desempeñan agentes específicos en el contexto en que se generan. Haber participado en los talleres ha permitido realizar el análisis sutil de las dinámicas en su interior.
El libro aporta además unos capítulos introductorios útiles: un estado de la cuestión sobre las mujeres mayores en la investigación social, un capítulo dedicado a presentar la organización social de los cuidados y el envejecimiento en Chile (el papel de la familia, del Estado, del mercado y de la comunidad) y otro que explica las estrategias metodológicas para aproximarse a los clubes de mujeres y para relacionarse con sus componentes. Finaliza con conclusiones que sintetizan las principales características del cuidado comunitario, desde sus dimensiones sociales y políticas.
Y acabaré refiriéndome a las autoras. Conocí a Herminia Gonzálvez Torralbo en un congreso que se celebró en Barcelona. Recuerdo perfectamente el momento en que me explicó la investigación que estaba llevando a cabo en Santiago de Chile sobre mujeres, vejez y cuidados comunitarios. Estábamos compartiendo mesa mientras almorzábamos, éramos un grupo grande y estábamos cerca. Me interesó lo que me explicaba, hablaba con pasión de su trabajo; percibí que no era una mera formalidad lo que estaba haciendo, sino que le interesaba mi opinión. Esto sería el inicio de un diálogo y colaboración académica y también de un vínculo personal y de amistad. Porque la relación con Herminia no puede ser de otra forma. O es una relación fuerte o no es. Porque es alguien que cuida de ella misma y cuida de su entorno; es prudente y valiente al mismo tiempo; tiene iniciativa y ambición y, a la vez, tiene en cuenta con quien está y cuáles son los deseos y expectativas de los demás. No menciono esto gratuitamente: esta actitud cuidadora impregna las páginas de este libro que tienen entre manos.
El libro es una obra colectiva. Herminia Gonzálvez y Menara Guizardi son quienes conducen la investigación y arman la publicación. Comparten autoría con Alfonsina Ramírez, Catalina Cano, Francisca Ortiz y Sofia Larrazabal. Se trata pues de un trabajo en equipo. Tuve oportunidad de conocer a parte de sus componentes en la breve estancia que realicé en Santiago de Chile en octubre del año 2018. Hicimos alguna sesión de trabajo conjunto para comentar la investigación y aprecié la calidad humana e investigadora que se mostraba. Lo cual nos habla de una formación de calidad, y de un funcionamiento que sabe aprovechar las cualidades que cada miembro puede aportar. No puedo escribir sobre cada una de las autoras con el detalle e intensidad que he hecho con Herminia, pero sí debo dar valor a lo que significa una investigación realizada en equipo, que no solo posibilita sumar los aportes de cada investigadora, sino que los multiplica.
No me queda más que recomendar la lectura de este texto, escrito con rigurosidad y bien hacer, que aporta conocimiento sobre dimensiones de la sociedad chilena, sobre las mujeres mayores y sobre el cuidado comunitario. La vejez es abrumadoramente femenina. Y en nuestras sociedades las personas mayores son cada vez más numerosas. Vale la pena pues conocer lo que el libro nos relata.
Dolors Comas d’Argemir
Catedrática de antropología social y cultural.
Universidad Rovira i Virgili, Tarragona, España.
IntroducciónHerminia Gonzálvez Torralbo y Menara Guizardi
Para mí, envejecer es la suma de las experiencias por las que he pasado día tras día, desde mi juventud hasta lo que soy ahora. Soy mujer y soy mayor, soy todas esas cosas juntas
(Lucía, 73 años, Santiago de Chile).
Nosotras con ellas
Para las dos editoras de este volumen, el ímpetu por sentir y pensar el envejecimiento femenino ha sido parte de un proceso que desbordó fronteras geográficas, entrecruzando y entretejiendo, simultáneamente, dimensiones personales y profesionales. Esto ha dotado todo cuanto se discute en esta obra de un carácter intersubjetivo que, no obstante, extrapola con creces la experiencia de las editoras. La intersubjetividad constituye el corazón epistemológico de este libro porque las protagonistas de nuestra etnografía –las mujeres mayores de la Región Metropolitana de Chile–, nos han socializado en sus dinámicas comunitarias interpelándonos a participar de ellas como mujeres, militantes, profesionales, cuidadoras, amigas e incluso nietas. Estos roles que ocupamos estaban fuertemente estructurados alrededor de reciprocidades del afecto y del cuidado; de un sistema de dones, como diría Dolors Comas d’Argemir i Cendra (2017), que entreteje trayectorias personales, apoyo mutuo y, cómo no reconocerlo, diversas formas de conflictividad.
Por lo anterior, el presente volumen propone un particular aporte a la conceptualización de las intersecciones entre envejecimiento femenino y cuidados comunitarios. Una forma en la cual toda la reflexión está situada desde mujeres y con mujeres; que se construye a modo de un mosaico de voces, relatos, prácticas y posicionamientos. Relatos nuestros (de las investigadoras y de las mujeres) sobre nosotras y nuestras experiencias del cuidado. Y es precisamente debido a esta estructuración intersubjetiva que elegimos partir esta introducción recuperando, en primera persona, cómo hemos iniciado esta investigación: las dos editoras (representando el equipo de investigadoras que participó de la etnografía que origina el libro) y Lucía (en representación de las mujeres mayores cuyas experiencias comunitarias abordaremos en este volumen).
Herminia
Durante la primavera de 2015 comencé a pensar en la vejez de las mujeres en Santiago de Chile. Entonces, escribía el informe que cerraba una investigación previa, sobre el trabajo de producción y reproducción social que realizan las mujeres a lo largo de sus diferentes edades. Con algo de ingenuidad, en el transcurrir de este proyecto, me sorprendí al darme cuenta de que las mujeres mayores sobresalían, a la luz del enfoque de género y feminista empleado en la investigación, debido a su sobrecarga en el trabajo de sostenimiento de la vida: tanto la propia, como la familiar. Sin que lo hubiera previsto, los resultados de la investigación me confrontaron con la realidad de muchas mujeres mayores quienes, con su invisibilizada sobrecarga de trabajos de cuidado, sostienen sus vidas y las de su entorno.
En 2016, tiempo después de haber terminado esta investigación, enfermé y tuve que operarme de urgencia: fue un año de diversos desafíos de salud vinculados a este episodio. Como soy migrante en Chile, vivo lejos de mis redes familiares femeninas. Mientras me recuperaba, no pude dejar de pensar en las mujeres mayores de la investigación concluida; no pude dejar de pensar en la transcendencia de esta función femenina del cuidado desempeñada por ellas y su importancia para que mujeres, entre ellas, mujeres como yo, puedan sostener sus funciones productivas, a modo de una cadena de cuidado. Lo comprendí, entre otras cosas, porque debí usar toda mi capacidad argumentativa para evitar que mi madre y hermana viajaran los casi 11 mil kilómetros que separan mi ciudad natal, Elche (en el Estado Español), de Santiago de Chile, para acompañarme con su incondicional trabajo de cuidado.
Menara
Hacia fines de 2015 me vi fuertemente compelida a reflexionar sobre las complejidades del cuidado en el envejecimiento femenino. Mi madre enfermó de cáncer y, con mis dos hermanas, nos hicimos cargo de cuidarla, asistiendo a mi padre que pese a sus grandes esfuerzos y genuinas intenciones, pasó toda una vida sin cuidar y carecía de herramientas para hacerlo (y menos en una situación tan delicada).
La tarea fue de las más difíciles. Mis hermanas y yo tuvimos que hacer malabarismos para atender simultáneamente nuestras actividades productivas. Dos no vivíamos en Brasil, donde residían nuestros padres; la que sí vivía tenía su casa a más de mil kilómetros de distancia. Nos convertimos, así, en cuidadoras multisituadas, viajando muchísimos kilómetros cada mes. Pero, además, tuvimos que enfrentar la resistencia de mamá. Primera generación universitaria de su entorno, ella se diferenció de las mujeres precedentes en su linaje familiar rechazando tajantemente que el cuidado (de personas y doméstico) debiera ser una obligación femenina. Se propuso educarnos –a las hijas– para no asumir al cuidado como un fatum. En coherencia con estas máximas, se negaba a aceptar ser cuidada por nosotras en la enfermedad. Esto generó una profunda reflexión familiar sobre cómo hacernos cargo de sus necesidades sin lastimar aquello que ella entendía como su principal legado para nuestra libertad femenina. Tras la muerte de mamá, a fines de 2017, conté estas experiencias a Herminia, buscando su escucha amiga. Abrazándome en este proceso, ella me invitó a integrar el proyecto que origina este libro, transformando mi experiencia con mi madre en reflexión antropológica.
Si bien fuimos incentivadas por estas historias personales que nos impelieron a indagar antropológicamente sobre las mujeres, los cuidados y el envejecimiento, el contexto chileno actuó como un catalizador de nuestra entrada a este campo de estudios. Nuestras reflexiones personales coincidieron con un momento en el que los datos sociodemográficos apuntaban a la aceleración del proceso de envejecimiento en Chile. Además, el discurso político sobre el tema estaba en pleno cambio: de enunciados reconocedores de que estábamos en camino a convertirnos en un país envejecido, a otros que aludían al envejecimiento de la población como un hecho.
Fue el conjunto de nuestras constataciones personales, aquellas derivadas de los resultados de investigación que había dirigido Herminia, unidas a las que observábamos cotidianamente en el contexto social y político, lo que nos impulsó a centrarnos en el estudio del proceso de envejecer de las mujeres mayores.
Pero, para invitarles a surcar por los laberintos y ambigüedades de las experiencias del envejecimiento femenino, llamaremos a sumarse a esta conversión a una de nuestras colaboradoras en el estudio que fundamentó esta obra. Se trata de Lucía, mujer de 73 años que, con generosidad infinita, nos compartió su historia. Desde su perspectiva, y como ella sintetiza en las frases del epígrafe que abre esta Introducción, veremos que envejecer implica unir todas las existencias de una vida, poner todas las edades en una sola y mirarlas desde el momento presente. Es decir: un cruce de fronteras entre diacronía y sincronía que permite a los sujetos reestructurar los sentidos de su propia trayectoria. Para introducir fehacientemente esta dimensión dialéctica del envejecimiento y las otras que, en conjunto componen el hilo conductor analítico y etnográfico de este libro, retomaremos las luces y sombras que emergen de la vida de Lucía. Sus experiencias del cuidado, enunciadas desde sus propias palabras, serán el punto de partida de este volumen: un camino hacia comprender el significado del cuidado comunitario autogestionado por mujeres como Lucía en los clubes de personas mayores en Santiago de Chile.
Lucía
Mi infancia, con mi familia, siempre fue en Santiago Centro. Ahora me doy cuenta de que siempre he vivido en la misma comuna. Allí, en la casa en la que nacimos mis hermanos y yo, vivíamos con mi abuela, mi abuelo y mi mamá. En total, éramos tres hombres y tres mujeres. Mi papá era cortador de cuero, trabajaba en una fábrica de zapatos. Él murió cuando yo tenía ocho años. Estuvo en cama desde que tengo uso de razón. Se pegó en una rodilla, y nunca se la vio y después tenía como una pelota grande, llena de pus. Murió en el Hospital San José, cuando yo tenía ocho años. Mi mamá tejía en el telar, vendía ponchos, y lavaba ropa ajena. Con eso, ella nos crió. Mi abuelo compraba y vendía cajas de zapatos a las fábricas. Mi abuela recomponía a la gente que se quebraba los pies, las manos, cualquier cosa; veía a las guaguas, les daba remedios. En ese entonces con esos trabajos se vivía.
Como vivíamos con mi abuela, mi mamá no pagaba arriendo, pero le cocinaba a ella y a mi abuelo. En esa casa, andábamos todos los hermanos juntos. No nos cuidaban mucho. Yo creo que por eso mi hermano, el que es 12 años mayor que yo, no quiso hacerse cargo de nosotros. En cuanto pudo, se casó y se fue. Pensándolo bien, mi relación con mis hermanos no era buena, no sé lo que pasaba. Hasta ahora es así. Parece como si no fuéramos hermanables. Yo pienso que es porque mi mamá nos mandaba a que los cuidáramos, que los paseáramos en brazos, y nosotras éramos muy chicas para esa responsabilidad. Yo creo que por eso estamos medias resentidas. ¡Sí!, eso nos pasó. Yo tuve que cuidar a dos hermanos menores. En ese tiempo no tenían coche, había que andar trayéndolos en brazos, darle el almuerzo, mudarlos. Nos encargábamos de todo el cuidado de ellos mientras mi mamá lavaba y tejía. Así que no fue una niñez muy buena. Aunque jugábamos igual, pero para eso dejábamos a los cabros en el suelo, para poder jugar.
Recuerdo que a los siete años comencé a ir al colegio, cuando entré a la básica. Primero estudié con las monjas y después me trasladaron a un colegio público que estaba a la vuelta de mi casa. Cuando comencé a ir al colegio, no sé cómo hacía mi mamá, pero ella lavaba, tejía y cuidaba a mis hermanos. Yo no la podía ayudar. A veces, incluso, nos íbamos a los columpios. Eso sí, nunca dejé de ir al colegio, me gustaba mucho. Tuve la misma profesora de primero a quinto básico y si yo no sabía algo, ella me llevaba a su casa, me enseñaba todo. Me gustaba esa profesora, todas las profesoras de aquel tiempo eran súper buenas. En ese tiempo nos enseñaban economía (en la asignatura denominada “Educación para el hogar”) también para hacer almuerzo, pan, trabajos manuales como tejer, hacer cosas, no como ahora que no les enseñan nada.
Cuando ya tuve diez años empezamos a trabajar mi hermana y yo. Íbamos a la vuelta de la casa, con una señora que tejía chalecos a máquina. Yo bobinaba la lana. Mi hermana cosía y planchaba. Eso fue lo que ella nos dijo que hiciéramos, pues había que trabajar para ayudar a mi mamá. Cuando terminamos la básica, a los 13 años, entramos con mi hermana a una fábrica de zapatos. Después de un tiempo me hicieron contrato. Trabajé como 12 años en la empresa. Luego entré a trabajar a una empresa donde hacían tubos para juguetes. Hacían de todo ahí. En esa empresa trabajé seis meses, pero tuve que retirarme de trabajar porque mi mami cayó en cama, y quedó tiesa, tenía que mudarla, darle la comida en la boca; por eso dejé de trabajar a los 25 años. En total, fueron diez años cuidándola. Y la verdad es que nunca supe qué era lo que tenía. Solo sé que la cuidé sola. Mi hermana decía que ayudaba, pero cuando se necesitaba su ayuda no estaba. Nunca, nadie, se preocupó de llamarle un médico, o de llevarla al consultorio. Mis hermanos, menos todavía. Así que, yo estuve sin trabajar durante diez años, cuidando a mi mamá, y viviendo con ella.
A mi marido, para mi mala suerte, lo conocí en la casa de una tía. Y a los 17 años, me casé. Antes, a los 21 se era mayor de edad. Por eso, tuvo que ir mi mamá a dar el permiso. Al principio yo no lo tomaba en cuenta porque era chica, tenía como 14 años. Él no me gustaba, y creo que nunca me gustó. Quería salir de la casa nomás. Anduvimos como cuatro años antes de casarnos, y cuando lo hicimos nos fuimos a vivir juntos con su familia. Allí me di cuenta de que su familia era peor de la que yo tenía. Eran todos buenos para el trago. Cuando se armaba la pelea, era cosa seria. Eran alcohólicos. Por tanta pelea, una vez me llevé a mis tres hijos y me fui. Me fui de la casa de mi marido, a la de mi hermana. Nunca más volvimos. Él iba a ver a los niños a veces, pero tampoco les daba nada. Todo lo tenía que aportar yo. Además, mi marido se murió joven, a los 46 años. Así que, por una cosa y por otra, yo crié a mis hijos sola. En realidad, mientras yo trabajaba en la fábrica, era mi mamá quien cuidaba a mis hijos. Luego que ella se enfermó, la empecé a cuidar yo.
En ese tiempo, mientras cuidaba de mi mamá, mi hermana con quien también vivíamos, compró una máquina de coser y otra para tejer. Hacíamos chalecos y yo salía a venderlos. En ese tiempo yo tendría unos 30 años. Estuve como seis años, si no recuerdo mal, tejiendo con la máquina y cuidando a mi mamá. A veces yo me amanecía trabajando, me iba sin desayuno, sin almorzar. Pero mi mamá, a pesar de su enfermedad, me seguía ayudando, pues veía a mis hijos que, además, eran porfiados.
Ahora que somos mayores, mi hermana dice que si se muere primero va a dejar unos papeles para que ninguno de los otros hermanos se haga cargo de la casa. Es que en esa casa hemos vivido la mayor parte de la vida. Por esa razón, está dejando a mi hijo mayor de cabecilla, después vengo yo y después vienen mis otros hijos. La verdad es que nadie ha pagado arriendo, nadie ha pagado nada, mi hermana lo ha pagado todo. A veces, cuando he podido, le he pasado plata, lo más, diez mil pesos, pero es que tenía que mirar por mis hijos.
No sé si ser madre ha sido bueno o malo, por todo lo que pasa una. Traer hijos al mundo no era ni una gracia, pero llegaron. Yo me imaginaba la niñez mía para la niñez de ellos y no quería una niñez así para ellos. Mi tranquilidad es que todos mis hijos estudiaron en un colegio. El menor se fue a hacer el Servicio Militar, y cuando volvió le dije que se inscribiera para que terminara primero medio, para que tuviera algo de estudios y poder trabajar. Así que los terminó. Todos terminaron el colegio y continuaron trabajando, porque tenían que trabajar para comer.
Ahora mi hijo menor trabaja en construcción y el otro trabajó hasta los 30 años en una ferretería, pero quedó ciego por una trombosis. Desde entonces su mujer le lava la ropa, le cocina; a veces va a comprar. Lo tratan más o menos, igual, pero no es como que fuera un ciego feliz. Su mujer hace costura en la casa y él cobra jubilación. Él tiene una hija de 24 y una de tres años. Mi hermana les pasó una pieza para que tuvieran todo ahí, el dormitorio y el comedor. Mi hijo mayor tiene cincuenta y tantos. Trabajó haciendo muebles, después trabajó repartiendo cartas, y ahora que quedó cesante ayuda a hacer las bandejas para el almuerzo en el negocio de mi nuera.
A todas mis nietas, ocho mujeres, las crié yo. Cuidé a ocho nietas. Recuerdo que cuando mi nieta mayor tenía hambre, yo no hallaba qué hacer. Yo tenía una vecina que tenía una guagüita, y yo le pedía si podía amamantar a mi nieta también, y la amamantaba. La mamá de ella trabajaba y no le dejaba ni leche. La madre de la otra nieta no, fue distinto. Pero había una nieta tan llorona, la que sigue de la mayor, la que tiene veinticuatro. Todo el día lloraba. Y no de esos llantos que uno pudiera calmarla. A mis bisnietos, no puedo cuidarlos, la mente ya no me da para eso.
Ahora que ya soy mayor, en la semana, me voy donde mi nuera para no estar pasando rabias con mis hermanos en casa. A veces me paso casi todo el día allá. Ella tiene un negocio de comida en la casa, vende desayuno y almuerzo. La ayudo en la mañana, hago los desayunos y, como a las once, empiezo a hacer los almuerzos. Ya en la tarde quedamos de vagas y nos ponemos a ver comedias. Ella duerme y yo veo la comedia. El día miércoles y sábado yo me voy a la feria a vender ropa y productos de Meiggs1, así que esos días no la ayudo; el domingo tampoco. Cuando llego a la feria, mis vecinas llegan corriendo, me sacan todo, me sacan el toldo, me ponen los nylon, me ponen las cosas. Son todos nuevos, pero son buenas personas. El fin de semana llego de la feria, y me quedo en la pieza. Me quedo a dormir, a veces me pongo a leer. Tengo tantos libros que a veces los empiezo a anotar en un cuaderno. Se me pasa la hora anotando nomás. Antes me ponía a tejer a crochet, pero ahora no le hago empeño.
Ahora que soy viejita, mi familia son mis hijos, mi nuera y mis nietas. Pero, sobre todo, mi nuera y mis nietas que son quienes se preocupan de mí. Siempre andan pendientes, por si me falta algo, champú, lo más esencial. Si no me preguntan, me mandan igual. Si necesito algo le pido a mi nuera y me lo trae. Es que la plata me sirve para pagar nomás lo básico. Tuve que pedir un préstamo para hacerme un examen que me costaba como 120 mil pesos. Hay que estar pagando eso también. Me hicieron ese examen, lo llevé al médico y el médico los miró nomás y no dijo nada. Es puro gasto demás, eso.
Antes pasaba enferma, me pasaba en el SAPU2 o en la Posta3, porque me daban ataques de asma, o me daban resfríos fuertes. Mi nuera era la que me llevaba a la posta. El asma no se me ha pasado, pero estoy en tratamiento. Tomo remedios también para la diabetes y la hipertensión. A pesar de eso, ahora que soy vieja, yo me encuentro igual que cuando era joven. Siempre he sido igual, media distraída. Por dentro me siento igual, como que fuera joven, ese es el pensamiento que tengo. No me siento vieja, son las enfermedades nomás. Pero eso es en mi mente, porque yo me miro las manos y digo yo: “Uy, ¿qué me pasa?”. Por eso no me miro al espejo, no me gusta, entonces no sé si estoy arrugada. A veces miro a las personas de edad y las veo pintadas, “que se ven bien”, digo, “¿cómo me veré yo pintada?”. Pero no me pinto.
Pero de todas las cosas que hago, lo que realmente me distrae es ir al Club. En el club estamos hace un año, pero yo participaba hace ya dos años en el programa Vínculos4. Antes nos pagaban, pero ahora ya no. El programa es para la gente pobre. Llegó una visitadora social y habló conmigo. Yo le dije que no me gustaba mucho estar con gente, porque yo no soy buena para andar conversando con nadie, pero ella me convenció. Pero fue una buena idea, porque lo pasamos bien en el club. A mí me gusta el grupo de socias. Pero había otras que se fueron y me caían mejor. Hace unos años nos llevaban a paseos. Íbamos a distintas partes y más encima nos pagaban, eran casi 50 mil pesos. Después, fue bajando, hasta que nos dieron 11 mil y tanto. Ahora, no participo apenas en otras actividades del centro comunitario, solo el club. Allí me distraigo. Es mi momento, no es una obligación.
Volver al futuro
Con los relatos de Lucía, entendimos que su vida y su historia es, en varios sentidos, un anuncio de experiencias que nos tocarán también a nosotras como mujeres que envejecen. Indagar sobre las trayectorias vitales de mujeres mayores pasó a ser para nosotras, las editoras de este volumen, un viaje al futuro. De hecho, debido a las experiencias personales que atravesaba, este sentido y esta sensibilidad estructuraron la forma como Herminia elaboró el proyecto de investigación que dio origen a esta obra y como lo dirigió. También estructuró la manera como Menara se integró a la codirección y como entre ambas, articulamos el trabajo en equipo que contó con la colaboración de diversas estudiantes e investigadoras en formación.
Este libro representa, en muchos sentidos, un regreso de este viaje que hemos emprendido, como se explicitó en los agradecimientos, cercadas de varias otras investigadoras y de diferentes mujeres mayores que compartieron con nosotras sus experiencias. Por lo mismo, este trabajo está profundamente marcado por diferentes trayectorias femeninas, pero que han sido reunidas, seleccionadas y analizadas a partir del diálogo cuidadoso que las dos editoras hemos querido establecer con nuestro equipo de trabajo y, también, con nuestras colaboradoras. Hemos conducido la forma como los materiales fueron recopilados en campo, la manera como los hemos analizado, la redacción de cada capítulo. Tuvimos, así, un papel de dirección que es anterior a la producción del manuscrito, pero que lo caracterizó. Hay así, una impronta nuestra que debe ser explicitada, para, entre otras cosas, desvincular a nuestras compañeras en esta aventura que aún estaban en proceso de formación de los desperfectos que este libro pudiera tener. Cultivamos la esperanza de que ellas, que constituirán una nueva generación de investigadoras dedicadas a la etnografía feminista, sabrán mejorar nuestras propuestas, ensanchar nuestras miradas y avanzar hacia caminos que no supimos identificar. Este ímpetu del cuidado hacia ellas y hacia nosotras, no obstante, también tienen una dimensión intersubjetiva, dado que es parte de los vínculos e identificaciones comunes que hemos establecido con las mujeres que protagonizan nuestro estudio.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando aludimos a los cuidados como un vínculo intersubjetivo femenino? Si miramos con detenimiento la historia de Lucía –la cual tiene, si cabe, todavía más aristas de las que reflejamos en este relato–, nos damos cuenta de que nos encontramos con una mujer cuyas responsabilidades asociadas al cuidado de otros y otras –primero, sus hermanos, después, su madre, hijos/as, luego, sus nietas–, estuvieron muy presentes en todo su curso de vida. Lucía nos relata que desde muy pequeña ha debido asumir labores asociadas al cuidado. No solo porque estas responsabilidades estaban –y están– naturalizadas como femeninas, sino también porque no podía expresar sus deseos y necesidades: su voz no era legitimada5. No podía elegir no cuidar. Pero, simultáneamente, el que ella y su hermana se responsabilizaran del cuidado de sus hermanos fue fundamental para que su madre pudiera salir a trabajar remuneradamente.
Con el paso de los años, y desde un lugar protagonista de los cuidados de sus familiares cercanos (hermanos, madre, hijos y nietas), Lucía fue mediando su vinculación con el mundo del trabajo formal (en la fábrica de zapatos y de juguetes) e informal (tejiendo ropa en casa, para venderla después), entrando y saliendo del mismo, en la medida en que su carga de cuidado le permitía. Ahora que es una mujer mayor, trabaja informalmente en la feria, ya que la pensión que recibe no le alcanza para sobrevivir. Es más, tiene que endeudarse para cubrir sus necesidades básicas, principalmente asociadas a la salud. Pese a afrontar experiencias de descuido tan apremiantes, todavía lamenta que ya no pueda seguir cuidando, al menos, de sus bisnietos. Dice que la cabeza no le da, como si el cuerpo, a pesar de las enfermedades, pudiera seguir dando de sí cuando se trata del cuidado de otros y otras.
¿Sería posible comprender la vejez de Lucía sin saber sobre las responsabilidades asociadas al cuidado que ha realizado a lo largo de su vida? Las autoras de este libro creemos que no. Pero también creemos que las mujeres no son sujetos pasivos de estas desigualdades de cuidados que, acumuladas en sus trayectorias vitales, aparecen de forma magnificada en la vejez.
Lucía nos muestra en su relato que el cuidado comunitario –en la familia, primero; en el barrio y en la feria, después– constituye uno de los saberes femeninos a partir de los cuales las mujeres resisten a los descuidos sociales. Tras pasar toda una vida cuidando sin ser cuidadas, varias mujeres mayores “capitalizan” sus conocimientos sobre cómo generar redes y afectos, creando espacios sociales donde encuentran amparo para los años finales de sus vidas. Hemos tenido la suerte de encontrar diversos de estos espacios en los centenares de clubes de personas mayores capitaneados por mujeres en las comunas de la Región Metropolitana de Santiago6. Fue precisamente en uno de estos clubes que conocimos a Lucía. Desde un primer momento, estos espacios nos parecieron una respuesta femenina a los descuidos sociales que enfrentan las mujeres en el envejecimiento. Esto nos abrió un campo investigativo de los más fértiles, orientado a comprender las formas comunitarias de agenciamiento protagonizados por las mujeres mayores en tres comunas de la Región Metropolitana de Chile: Independencia, Santiago Centro y Providencia.
Seleccionamos estas tres comunas, y no otras, por dos características sociodemográficas que hacen de ellas espacios condensadores de las problemáticas femeninas que buscamos comprender. Por un lado, están entre las tres más feminizadas y también entre las más envejecidas de la región. Es decir, en ellas se observa una prevalencia de las mujeres entre la población adulta mayor. Por otro lado, presentan perfiles de estratificación socioeconómica diversificados: bajo (en el caso de Independencia), medio (Santiago Centro) y alto (Providencia), permitiéndonos comparar el envejecimiento femenino a partir de las desigualdades y diferencias que las diversas condiciones socioeconómicas articulan.
Como explicaremos más detenidamente en el tercer capítulo, nuestro acercamiento a las experiencias femeninas del envejecimiento en cada comuna se dio a través de un recorte cualitativo específico. Entre 2016 y 2018, participamos de los clubes gestionados por mujeres mayores de 60 años. Nos hicimos asiduas de tres en particular (uno por comuna), en cuyas actividades –talleres artísticos, paseos turísticos, eventos de recaudación de fondos, comidas, meriendas– pudimos intimar con las mujeres que, como Lucía, son las protagonistas de la investigación que desarrollamos.
El contacto sostenido semanalmente con ellas en estas actividades nos permitió profundizar en otros ejes de investigación. A través de sus historias, relatos, conversaciones y de las escenas compartidas con ellas, dilucidamos las ambivalencias y contradicciones del envejecimiento femenino: al paso que reproducen socialmente la vida, las mujeres son recordadas cotidianamente en el acto de cuidar (y con mucha más intensidad en la vejez) de los límites sociales, biológicos, culturales y políticos a que están expuestas, dada la prevalencia (hegemonía, diríamos) de las relaciones de poder patriarcales7. Conocer estos límites que son a su vez reales y/o ficticios, impuestos y/o elegidos, y saber cómo las mujeres mayores conviven con ellos, pero también, cómo los resisten y, sobre todo, cómo los subvierten a través de sus organizaciones comunitarias, será uno de los cometidos del volumen.
Es en este campo de acciones entretejido alrededor de las múltiples facetas del cuidado que las mujeres disputan sus posiciones, negociando la forma como pueden situarse en los intersticios de las imposiciones patriarcales. En este último sentido, el cuidado es también, un territorio de batallas, un campo de conflictos. Y las mujeres actúan, precisamente, atrincherándose en redes femeninas de apoyo mutuo a partir de las cuales logran librar sus batallas –pequeñas, medianas o grandes– en contra de diversos elementos que reducen sus derechos, posibilidades y capacidades de acción. Estas afirmaciones quedarán más claras en los capítulos etnográficos que componen la segunda parte de este libro. Pero nos parece fundamental señalar que de ahí viene la expresión que adoptamos en el título del volumen: los cuidados comunitarios constituyen las trincheras de un proceso dialéctico de resistencia y acomodación protagonizado por las mujeres mayores.
Claves de lectura
Antes de adentrarnos a los contenidos específicos de este libro, nos gustaría explicitar a lectoras y lectores que la obra que tienen entre manos se respalda en una impronta crítica. Quisiéramos detenernos algunos momentos en declarar dicha impronta, circunscribiéndola a por lo menos tres ejes de debate.