Pack Bianca enero 2016 - Varias Autoras - E-Book

Pack Bianca enero 2016 E-Book

Varias Autoras

0,0
9,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Su hija secreta Maisey Yates Una noche… un secreto que lo cambiaría todo… Seducida por él Dani Collins Te deseo, Natalie. Y no después de las cinco de la tarde. Ahora. Suya por un precio Caitlin Crews Esto solo es una partida de ajedrez para ti y yo soy un oportuno peón.... Pasión húngara Una mujer despechada, un recién descubierto marido, una fogosa reconciliación…

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 804

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 90 Bianca, n.º 90 - enero 2016

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8089-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Índice

Su hija secreta

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Seducida por él

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Suya por un precio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Pasión Húngara

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

Londres. Tres años antes.

 

Eran las seis de la mañana cuando Lily se despertó gracias a su reloj interno, una inconveniente peculiaridad genética que siempre la despertaba a esa hora. Sabía que no podría volver a dormirse, pero, durante unos segundos, se resistió a apartar la fina sábana que separaba el sueño de la vigilia.

Además, nunca llegaba tarde y era increíble todo lo que se podía avanzar a aquellas horas, antes de que el resto del mundo o, al menos, de su ruidoso barrio, se despertase.

Acalló a la tediosa voz interior que insistía en ver siempre las cosas de manera positiva y se apartó una maraña de rizos de la cara. Allí tumbada, con el brazo sobre la cabeza, se centró en el resentimiento que sentía hacia las personas capaces de darse la media vuelta y volver a dormirse, como su gemela, Lana, que podía seguir durmiendo aunque hubiese un terremoto. Ella, sin embargo, no era capaz, le ocurría lo mismo todas las mañanas…

Aunque aquella era diferente.

Frunció el ceño, aquella mañana había algo diferente, pero ¿el qué?

¿Había dormido más de lo habitual?

Cerró los ojos y alargó la mano hacia el teléfono que tenía en la mesita de noche. Golpeó varios objetos más antes de encontrarlo y entonces abrió un ojo, miró la pantalla y se llevó el aparato al pecho desnudo. ¡Desnudo! ¿Era eso relevante? No, lo diferente no era la hora ni que estuviese desnuda.

Entonces, ¿qué era?

Miró a su alrededor. No estaba en su habitación.

Fue al darse cuenta de aquello cuando empezó a recordar. Tenía el cuerpo como si hubiese corrido un maratón, cosa que no había hecho ni probablemente haría nunca, pero la noche anterior… ¡La noche anterior!

Abrió los ojos verdes como platos al recordar lo que había ocurrido la noche anterior.

Se llevó una mano al pecho izquierdo porque tenía el corazón a punto de estallar y después giró la cabeza despacio, muy, muy despacio. ¿Y si estaba soñando? Apretó los dientes, preparándose para una decepción que no llegó.

Suspiró. No era un sueño, era real. Él era real.

Parpadeó para enfocar el rostro que había a su lado y su cuerpo sintió deseo al asimilar los rasgos simétricos, grabando cada detalle en su memoria. ¡Aunque jamás se olvidaría de él ni de la noche anterior!

Tenía un rostro que inspiraba una segunda mirada, e incluso una tercera. La estructura ósea de aquel hombre parecía esculpida, tenía la frente ancha, inteligente, los pómulos marcados, la barbilla cuadrada, sexy, las cejas oscuras y pobladas bien definidas, nariz aquilina y una boca amplia, expresiva. Si hubiese tenido que elegir uno solo de sus rasgos habrían sido los ojos.

Bajo aquellos párpados caídos y enmarcados por unas pestañas tan oscuras como su pelo había unos ojos azules, del azul más eléctrico que Lily había visto en toda su vida.

Al mirar su rostro dormido en esos momentos le pareció distinto y después de pensarlo unos segundos se dio cuenta de que era por la falta de energía que había en él, como un campo de fuerza invisible que lo rodeaba cuando estaba despierto.

Decir que parecía vulnerable habría sido demasiado, pero sí que parecía más joven. Los recuerdos se mezclaron con una nostalgia teñida de rosa que no había sentido la primera vez que lo había visto.

Aunque había sabido quién era, por supuesto. En la finca en la que su padre había sido jardinero jefe y en el pueblo, se había hablado mucho de Benedict, el niño nacido en una cuna de oro, el niño mimado de su orgulloso abuelo. Mientras que a todo el mundo le había entusiasmado la idea de que se hubiese mudado a la gran casa, Lily había albergado un silencioso y creciente resentimiento.

Warren Court, una de las fincas privadas más importantes del país estaba a menos de quinientos metros de la casa en la que vivía ella. Aunque ya entonces había sabido que, en todos los aspectos, estaban en universos diferentes. Así que Lily había estado completamente preparada, incluso decidida a que le cayese mal el niño rico.

Entonces había fallecido su padre y ella se había olvidado de Benedict. Ni siquiera lo había visto al lado de su abuelo en el funeral. Lily había pensado que nadie la veía y se había marchado del cementerio para ir hasta el estanque al que había tirado piedras junto a su padre.

Algo que él jamás volvería a hacer.

Había tomado una piedra grande y había sentido su peso en la mano antes de lanzarla al aire. Y había sentido su corazón como aquella piedra, hundiéndose en el agua. Después había lanzado otra, y otra más, hasta que le había dolido el brazo y su rostro había estado bañado por las lágrimas. Entonces había oído llegar a alguien a sus espaldas.

–Así no, necesitas una piedra plana y todo depende del movimiento de la muñeca. Mira…

Y la piedra había saltado por el agua.

–No sé hacerlo.

–Claro que sí. Es fácil.

–¡No sé! – había replicado ella, enfadada– . ¡Mi padre se ha muerto y te odio!

En ese momento había visto sus ojos, tan azules, tan llenos de comprensión.

–Es un asco, ya lo sé – le había contestado el chico dándole otra piedra– . Inténtalo con esta.

Antes de marcharse, Lily había conseguido hacer saltar una piedra tres veces sobre el agua y había decidido que estaba enamorada.

En realidad, había sido inevitable. Lily había ansiado enamorarse y el chico, que casi era un hombre, le había parecido una mezcla de todos los héroes que aparecían en las novelas que devoraba. No solo había vivido en un castillo, sino que le había parecido la personificación del héroe oscuro y melancólico. Maduro, tenía cinco años más que ella, deportista, sofisticado. Lily había soñado mucho con él. Había soñado con que sus fantasías se harían realidad algún día. Hasta la noche del baile…

 

 

Había pasado semanas esperando la fiesta de Navidad que el abuelo de Benedict organizaba todos los años en el enorme salón de estilo isabelino que había en Warren Court, donde su madre trabajaba de ama de llaves. Sabía que Benedict, que se había graduado en Oxford aquel verano y que, según su abuelo, estaba haciendo algo importante en la ciudad, asistiría.

Lily había tardado horas en prepararse. Había convencido a Lara, que tenía un mayor sentido de la moda y mucha más ropa gracias a los consejos que le daban en el hotel donde trabajaba los sábados, para que le prestase un vestido. Y cuando Benedict había llegado, lo primero que había pensado Lily había sido que estaba cambiado, y que no iba solo.

–Qué aburrimiento – había dicho la mujer alta y rubia, ataviada con un vestido de diseño, que lo acompañaba, sin molestarse en bajar la voz– . ¿Cuándo podremos marcharnos? No me dijiste que la casa estaría llena de paletos.

Y Lara, que nunca dejaba pasar una oportunidad para tomarle el pelo a Lily acerca de su mal disimulado enamoramiento le había preguntado:

–¿Estás babeando, Lil? Si te gusta, ve por él.

–¡No me gusta! – había replicado ella– . Es aburrido y estirado.

Y entonces se había dado la media vuelta y había visto que lo tenía justo detrás.

Después de aquel bochornoso encuentro, no lo había visto ni había vuelto a pensar en él durante años. Evidentemente, había visto su nombre alguna vez en las páginas de economía del periódico, pero pocas veces porque eran noticias que no le interesaban y ni siquiera sabía muy bien lo que era un magnate de las inversiones.

Lo que no había esperado era encontrárselo en la puerta de una librería.

Lily no creía en el destino, pero… no había otra explicación. Había salido por la puerta justo en el momento en el que él entraba, y como se le había puesto el pelo en la cara por culpa del aire, había chocado con él.

Salió de su ensimismamiento e hizo un esfuerzo para no acariciarle el rostro. Estaba durmiendo profundamente, pero seguía teniendo ojeras. El aspecto cansado le sentaba bien, estaba sexy, pensó Lily.

Suspiró. Era muy guapo. El día anterior había tenido que morderse la lengua para no decírselo, pero al final lo había hecho. Se lo había dicho entre beso y beso. Mientras bajaba con los labios por su pecho.

Eran amantes.

Su primer amante… Eso no se lo había contado. El día anterior había cambiado su vida, y en esos momentos se sentía como otra persona…

 

 

–¡Lily!

Benedict había sido de las pocas personas que nunca la habían confundido con su hermana gemela.

Le dio el libro que se le había caído al chocar con él y sus dedos se rozaron. Ninguna fantasía sexual de la adolescencia la había preparado para aquello.

El chispazo había sido tan fuerte que Lily se había quedado completamente en blanco mientras ambos se incorporaban a la vez, lentamente, como si hubiese entre ellos una conexión que ninguno quisiese romper.

Entonces, alguien que pasaba por la calle chocó contra ellos e hizo que se separasen.

El libro volvió a caerse al suelo y ellos se echaron a reír.

En esa ocasión, Lily dejó que Benedict lo recogiese. Lo vio leer el título y arquear una ceja y, en esa ocasión, se aseguró de evitar el contacto al tomarlo.

–Siempre fuiste un ratón de biblioteca – comentó él sonriendo– . Todavía recuerdo la vez que te sorprendí en la biblioteca del abuelo, llevabas escondida entre las faldas una primera edición de Dickens.

–¿Te acuerdas de eso? – le preguntó ella, y después añadió horrorizada– : ¿Era la primera edición?

–No te preocupes, al viejo no le importaba.

–¿Lo sabía?

Benedict se echó a reír de nuevo.

–¿Que utilizabas su biblioteca para tomar prestados libros? Por supuesto que lo sabía, no se le escapa casi nada… –respondió él, apartando la vista de su rostro colorado para mirarse el reloj.

Y ella sonrió e intentó poner gesto de que también tenía prisa. Y se reprendió por creer en las conexiones mágicas y en la química sexual.

–Iba a tomarme un café – añadió él, sonriendo– . Bueno, no es verdad, pero si a ti te apetece tomar un café…

Y a Lily estuvieron a punto de doblársele las rodillas.

«No te precipites, Lily. Te está ofreciendo un capuchino, no una noche de sexo salvaje», se reprendió.

–Sí – respondió ella demasiado deprisa– . No he quedado con Sam hasta dentro de media hora.

Él arqueó las cejas.

–¿Sam es tu novio?

–Somos amigos – respondió ella.

Samantha Jane era en realidad la primera amiga que había hecho en la Escuela de Arte Dramático. A Sam no le importaría si llegaba tarde, le parecería bien. Solía darle consejos acerca de su vida amorosa, o de su ausencia.

–No seas tan exigente – le había dicho Sam– . Mírame a mí, he perdido la cuenta del número de ranas a las que he besado, pero cuando llegue mi príncipe azul lo reconoceré al instante, y la verdad es que las ranas pueden llegar a ser divertidas.

Una hora después Lily y Benedict seguían en una pequeña cafetería, y ella ni siquiera sabía de qué habían estado hablando, pero había hecho reír a Benedict, y él la había hecho sentirse inteligente y sexy. Y divertida. Después de los cinco primeros minutos, Lily se había relajado y había bajado la guardia. Habían charlado de literatura, de política, de su helado favorito y, por supuesto, de su escuela y de la reciente oportunidad que se le había presentado. Había sido más tarde cuando se había dado cuenta de que Benedict casi no le había contado nada de él.

–¿Así que voy a verte en la gran pantalla? – le había preguntado este, con los codos apoyados en la mesa, inclinado hacia delante, mostrando verdadero interés.

Como si solo hubiese tenido ojos para ella.

–Va a ser un papel pequeño.

–No sé si las actrices tienen que ser tan críticas consigo mismas.

–Solo estoy siendo realista. Es un papel pequeño.

–Pero vas a aparecer en una serie de televisión, eso es lo importante.

–He tenido mucha suerte.

–Te vendrían bien unas clases de autopropaganda.

–¿Te estás ofreciendo a dármelas?

Benedict había sonreído lentamente y ella se había derretido por dentro y se le había acelerado el corazón todavía más.

Durante la tercera taza de café, Lily se había dado cuenta de que era adictivo que un hombre la mirase con manifiesto deseo. Sobre todo, cuando el hombre en cuestión había representado, durante gran parte de su vida, el ideal perfecto.

Siempre había comparado a otros hombres con él y, por supuesto, ninguno había estado a la altura.

¿Sería ese el motivo por el que nunca había tenido una relación seria?

Se estaba haciendo aquella pregunta cuando Benedict le agarró la mano y le acarició la palma. Lily se estremeció. Lo que estaba sintiendo en esos momentos no era un enamoramiento de adolescente. No se parecía a nada que hubiese sentido o imaginado sentir antes.

Ni siquiera se había dado cuenta de que había cerrado los ojos hasta que le había oído decir con voz ronca:

–Tengo una habitación.

Y ella no había respondido, no había sido capaz.

Cuando por fin había conseguido articular palabra, la ronca respuesta había sido:

–Sí.

 

 

Si hubiese sabido antes lo que se estaba perdiendo exactamente, no habría esperado tanto tiempo. ¡La noche anterior había sido mucho mejor de lo que jamás había soñado!

Su cuerpo todavía vibraba de placer y se sentía feliz. Y tenía por delante muchos días y noches y… Se le aceleró el corazón al pensar en un futuro con Benedict, a su lado en la cama. La noche anterior había sido el comienzo de algo… tenía que serlo.

El sexo había sido increíble y había ido más allá de lo físico. Nada tan especial podía ser transitorio. No sabía cómo calificarlo, pero había sido real.

Su amiga Sam le había preguntado muchas veces que a qué esperaba, y le había aconsejado bajar las expectativas y ser realista.

Lily ya tenía la respuesta a su pregunta: Benedict era el hombre al que había estado esperando.

¿Se habría dado cuenta este de que había sido su primer amante? La noche anterior, la experiencia de su hermana Lara la había hecho guardar el secreto. El hombre del que su gemela se había enamorado le había dicho que no le gustaban las vírgenes.

¿Le ocurriría lo mismo a otros hombres?

¿Y a Benedict?

¿Podía arriesgarse a contárselo?

¿Se consideraría mentirle si no lo hacía?

Al final se le había pasado el momento de contárselo y también el miedo a que su inexperiencia fuese un problema, pero todavía no sabía si se había dado cuenta.

Decidió que se lo preguntaría, sonriendo, contuvo las ganas de despertarlo y volvió a tumbarse, suspirando. Leyó sus correos electrónicos y varias noticias relacionadas con el mundo del teatro.

–¡No! – susurró con lágrimas en los ojos.

La noticia estaba escrita con efusividad e incluía comentarios de amigos de la pareja. Había fotografías de la futura novia, con su enorme anillo de pedida, y el novio… el novio… muy guapo con traje de esquiar, elegante y frío sobre una alfombra roja, dinámico y serio en una conferencia económica.

Lily suspiro y empezó de nuevo a respirar.

La noticia no ha sorprendido a nadie, decía el artículo.

Pero se equivocaba, la había sorprendido a ella, aunque no sabía por qué. Había visto en él lo que había querido ver, no la realidad. Él era un hombre y ella había sido una presa fácil.

Enfadada y dolida, contuvo un sollozo. Se clavó las uñas en las palmas de las manos y lo miró.

Con dieciséis años, lo había visto venir. ¡Había sido más sensata que con veintidós! Aunque Benedict hubiese dado por hecho que a ella le parecía bien tener una aventura de una noche, estaba recién prometido. ¡Era increíble!

Lily estuvo a punto de despertarlo y enfrentarse a él, pero se contuvo, respiró hondo para intentar tranquilizarse. No quería humillarse admitiendo que era una tonta ingenua que creía en las almas gemelas y en el amor verdadero.

Temblando, apartó las sábanas y, con cuidado para no despertarlo, se levantó.

Recogió su ropa y se vistió en el cuarto de baño sin atreverse a encender la luz, y salió de la casa como un ladrón. Estaba amaneciendo.

Ya estaba en el metro cuando se dio cuenta de que había perdido un pendiente.

Y algo más. Lo que no sabía era que también se había llevado algo…

Capítulo 1

 

Durante los dos primeros días de sus vacaciones, Lily se había puesto un vestido de tirantes encima del bikini, se había aplicado brillo en los labios y una sombra de color claro en los ojos y había paseado, sandalias en mano, por la arena blanca de la playa. Había acompañado al resto de los invitados al comedor, una estructura con techo, pero sin paredes. Por las noches, se podía cenar y escuchar la música en directo de un pianista, ver cómo se ponía el sol sobre el mar y beber cócteles exóticos, pero letales.

Todo era bastante idílico, pero había un problema: Lily no tenía con quién compartir la experiencia. Para ella no era un problema, pero, al parecer, para otras personas, sí. Así que esa mañana había decidido desayunar en la terraza de su bungaló, que estaba frente a la playa.

–Si quiere comer aquí también solo tiene que hacer una llamada, señorita.

Lily sonrió a la camarera, Mathilde, que había ido a recoger las cosas del desayuno.

–Tal vez vaya a explorar un poco, o a dar un paseo por la ciudad, pero sí que tomaré el té por la tarde y cenaré aquí.

–¿Sola? – preguntó Mathilde casi con desaprobación.

Ella asintió.

La mayor parte del complejo turístico estaba ocupada por parejas de recién casados. La única persona que también estaba sola era un escritor de libros de viajes que hablaba mucho. Y si bien era interesante saber que la isla había pertenecido a los daneses antes de que estos se la vendiesen a los estadounidenses, no le apetecía escuchar otra charla de aquellas más durante la cena.

Además, estaba disfrutando de la soledad. Tomó su toalla y echó a andar por la arena mientras pensaba en lo mucho que cambiaba la vida al ser madre.

Aunque eso era algo que no habría cambiado por nada del mundo. Sonrió al pensar en su hija. Tal vez no hubiese planeado ser madre, pero ya no podía imaginarse la vida de otra manera. Echaba mucho de menos a Emmy y, de hecho, se sentía como si le faltase algo, pero también le había gustado pasarse media hora haciéndose las uñas, y un par de horas leyendo sin interrupciones.

Aunque habría sido más práctico haberse gastado el dinero en un ordenador nuevo.

–¡No puedes desaprovechar la oportunidad de pasar las vacaciones en un paraíso tropical! – había exclamado su madre cuando ella le había comentado lo anterior.

–Pero Emmy…

–¿No me crees capaz de cuidar de mi nieta una semana?

–Por supuesto que sí, pero no puedo…

Lily se sentía culpable por haber tenido que contar tanto con su madre, que la había apoyado de manera incondicional durante el difícil embarazo y le había salvado la vida durante los primeros meses de insomnio. Jamás habría podido aceptar un trabajo a tiempo parcial si su madre no se hubiese ocupado de Emmy las dos mañanas que ella trabajaba en la universidad.

–¿Qué voy a hacer en esa isla?

–Esa pregunta demuestra lo mucho que necesitas unas vacaciones. ¿Cuánto tiempo hace que no te dedicas media hora a ti misma, Lily? ¿Cuándo ha sido la última vez que has salido con personas de tu edad? Tienes que soltarte el pelo. Tal vez conozcas a alguien…

Lily había suspirado exasperada. Sabía muy bien adónde quería ir a parar su madre.

–Sé que quieres que me case, mamá, pero…

–Quiero que seas feliz, Lily. Quiero que mis dos niñas sean felices.

Lily sabía muy bien lo que eso significaba para su madre.

–Hay alguien ahí afuera para todo el mundo, un alma gemela. Yo encontré a la mía – había añadido– . Jamás hubo ni habrá en mi vida otro hombre que no sea tu padre.

Lily siempre había intentado encajar aquel discurso con los gritos, los portazos y las lágrimas que recordaba de su niñez, pero nunca se lo había dicho a su madre.

–Soy feliz, mamá.

¿Por qué nadie la creía?

Aunque hubiese querido enamorarse, no tenía tiempo. Trabajaba a tiempo parcial en el departamento de arte dramático de la universidad y era voluntaria en un hospicio además de cuidar de su hija de dos años, así que cuando terminaba el día siempre estaba agotada.

Lily consideraba que tenía una vida activa y gratificante. De vez en cuando se hacía preguntas, pero por poco tiempo. Todavía tenía ambiciones, aunque no fuesen las mismas que cuando había terminado la carrera.

Pero su vida había cambiado inesperadamente y no le importaba. En esos momentos lo que más quería era ser una buena madre para su hija. Si bien no había sido mala actriz, había descubierto que podía ser todavía mejor profesora. En cuanto Emmy empezase el colegio, se prepararía para poder ser profesora titular, no solo adjunta. Tal vez jamás viese su nombre en la gran pantalla, pero podía hacer que otras personas descubriesen la liberación de convertirse en otra persona encima de un escenario.

Mientras paseaba por la arena, no pensó en su futura carrera, sino en la conversación que había tenido la tarde anterior con su hija a través del ordenador.

Aunque la niña se había dormido a los cinco minutos, hablar con ella había hecho que Lily desease abrazarla, oler su pelo. Se le hizo un nudo en la garganta solo de pensarlo.

Dejó caer la toalla en la arena y miró hacia el mar. Mientras se acercaba al agua caliente, clara, había en su pecho una mezcla de orgullo y soledad.

 

 

Devolverle el cuadro había sido un golpe de efecto, pero, en su defensa, Ben tenía que admitir que había intentado todo lo demás y nada había funcionado. Su abuelo se había negado entonces y seguía negándose a retroceder. No quería admitir que vender la vieja casa o los terrenos era una forma de planificación financiera a largo plazo.

Aquella mañana, después de llevar unos minutos discutiendo con él, su abuelo le había dicho que se marchase de su casa, y Ben, que no quería decir nada de lo que después pudiese arrepentirse, había aceptado la invitación.

Gobiernos e instituciones financieras escuchaban sus análisis, valoraban su opinión, pero tenía que aceptar que su abuelo ni siquiera lo consideraba un adulto, mucho menos alguien cualificado para darle consejo.

Iba andando por el pasillo y se detuvo para responder a un mensaje que le había enviado su secretaria. Tenía una reunión en París dos horas más tarde. Entonces oyó un ruido. Miró por la ventana hacia donde estaba el helicóptero en el que había llegado y se sintió tentado a hacer como si no lo hubiese oído, pero entonces se repitió, era el llanto de un niño.

Presa de la curiosidad, se guardó el teléfono en el bolsillo y siguió el sonido, que lo llevó hasta la cocina.

La puerta estaba abierta y al entrar Ben vio a un niño en brazos del ama de llaves de su abuelo, Elizabeth Gray.

–Vaya pulmones – comentó.

«Y cuánto pelo», pensó. La niña tenía el pelo rizado y rojizo, y le recordó algo en lo que prefería no pensar.

Aquello era historia.

–¡Benedict!

La sonrisa de Elizabeth no habría sido tan amplia y cariñosa si hubiese sabido que se había acostado con una de sus hijas.

–Tu abuelo no me había dicho que ibas a venir…

–No lo sabía – respondió él.

–¿Y te vas a quedar a…? Da igual. ¿Te importa tomarla en brazos?

No era una sugerencia ni una petición, sino un ruego al que Ben todavía no había respondido cuando se encontró con la niña, que seguía llorando, en brazos. Era una experiencia nueva para él… Se quedó rígido, sujetando a la pequeña que pataleaba y gritaba sin parar.

Ben no tenía nada en contra de los niños, y entendía que algunas personas quisiesen procrear, aunque también se preguntaba por qué lo hacían otras. Como su madre, que jamás había fingido tener instinto maternal. Su madre, que había hecho todo lo posible por olvidarse de que tenía un hijo. Siempre había tenido claro que lo primero era lo primero: su carrera. Y, como ella misma había dicho, el hecho de no tener una madre siempre pendiente de él lo había convertido en una persona autosuficiente.

Ben reconocía en sí mismo algunos de aquellos rasgos de carácter, que para determinadas personas podrían considerarse defectos. Era ambicioso y estaba completamente volcado en su trabajo. En resumen, era egoísta. Y eso unido a su agudo instinto hacía que tuviese mucho éxito en su trabajo.

No le hacía falta el instinto para saber que habría sido un padre horrible. Era evidente. Ser un buen padre requería sacrificio y compromiso, cosas de las que él no era capaz. Su decisión de no tener hijos era otro motivo de fricción con su abuelo, que estaba empeñado en hacer perdurar su apellido.

–¿Está enferma? – preguntó, intentando que no se notase lo incómodo que estaba y mirando a la niña con cautela.

–Se ha dado un golpe en la cabeza mientras perseguía al gato. Vamos a ver… no es nada grave – dijo Elizabeth, masajeando la cabeza de la pequeña– , pero no deja de sangrar y a Emmy no le gusta la sangre. No obstante, es una niña muy valiente, ¿verdad, cariño?

La valiente niña dio otro alarido y Ben se preguntó si sería normal que una niña gritase tanto. Él, que había sido el único error de sus padres, no tenía ni idea.

–No sabía que Lara tuviese una hija – comentó– . ¿Está de visita, o es que han vuelto de los Estados Unidos? – preguntó, a pesar de que no le interesaba lo más mínimo.

No se imaginaba a Lara Gray casada tan joven, aunque sabía que se había casado, siempre había sido una niña muy rebelde. Tampoco se había imaginado que su hermana se marcharía de su casa antes de que él despertase.

Pero lo había hecho.

Despertar y ver la almohada vacía a su lado tenía que haber sido un alivio, pero Ben se había puesto furioso al darse cuenta de que se había marchado dejando atrás nada más que el esquivo olor de su perfume, algún arañazo en sus hombros y un pendiente de perla. Después de tres años, veía otra cabeza llena de rizos rojizos y todavía le molestaba.

No le gustaba que lo utilizasen y siempre había odiado la mala educación.

Su ego no era precisamente frágil, pero al alargar la mano en busca de la piel caliente de una mujer y encontrarse la sábana fría y vacía, se había sentido enfadado y también… perdido.

No obstante, sabía que aquello no había ocurrido en el mejor momento. Lo había sabido y, aun así, lo había hecho. Había sabido que su vida personal estaría sometida al escrutinio público debido a su compromiso y ruptura del mismo, y tampoco habría sido justo exponer a Lily al mismo.

Pero era toda una ironía que la mujer que había despertado en él su instinto de caballero, la mujer con la que mejor sexo había tenido en toda su vida, se hubiese marchado así. No obstante, la vida era una línea de aprendizaje y él había continuado viviendo.

Había racionalizado la situación. Lily había sido justo lo que él había necesitado, había aparecido en el momento adecuado. Y lo había sorprendido mucho. Siempre le había parecido tan… dulce. Pero era evidente que también estaba centrada en su carrera y que el sexo era solo una diversión. Ya había conocido antes a muchas otras mujeres con aquella actitud pragmática.

–¿Lara? – repitió Elizabeth, apartándose un mechón de pelo rubio de la cara– . Lara no tiene hijos. Es la niña de Lily.

–¿Lily está casada? – preguntó Ben inmediatamente, sin saber por qué.

–No, no está casada. Es madre soltera. Y estoy muy orgullosa de ella – añadió el ama de llaves, poniéndose a la defensiva– . Ha vuelto a vivir aquí y trabaja a tiempo parcial en la universidad, así que yo la ayudo siempre que puedo.

Ben intentó asimilar toda la información que acababa de recibir y las fuertes emociones que esta estaba desatando.

Así que no era actriz, no se paseaba por alfombras rojas, era solo… Miró a la niña, que había dejado de llorar. Tenía las pestañas negras y los ojos muy azules.

De un azul cobalto.

Y se puso tenso.

–Debe de ser complicado – comentó.

Elizabeth asintió.

–Aunque yo estoy encantada de ayudarla. Emmy es un amor, pero Lily…

–¿Mamá? – dijo la niña– . ¡Quiero mamá!

–Es evidente que sabe lo que quiere – comentó Ben.

Elizabeth se echó a reír.

–Sí, no se parece en nada a su madre, con la que siempre fue todo muy sencillo. Lara ya era otra historia. Es difícil hacer entender el concepto del tiempo a los niños – comentó mientras le ponía una tirita a la niña– . Ya está.

Elizabeth aplaudió y la niña la imitó con las manos pequeñas, regordetas. Su mente no podía dejar de darle vueltas a una idea, pero una y otra vez chocaba contra un muro. ¡Su teoría era completamente ridícula!

La tensión que tenía acumulada en los hombros bajó al reflexionar y decirse que en el mundo había muchas personas con los ojos azules; entre ellas, el padre de la niña.

Pero un segundo después dejó de sonreír de nuevo. Acababa de ver en la niña una mancha de nacimiento igual que la que tenía su propia madre y tuvo que contenerse para no apartar el pelo de la pequeña y examinarla mejor.

–Mamá – repitió esta, agarrando su corbata de seda y metiéndosela en la boca.

¿A quién llamaría papá?

–No hagas eso, Emmy, te puedes ahogar – la reprendió su abuela, mirando a Ben con preocupación– . Lo siento… ¿Estás bien?

Él respiró hondo e intentó esbozar una sonrisa.

–He discutido con mi abuelo.

De repente, parecía que hacía siglos de aquello.

Y no pudo evitar hacerse una pregunta. ¿Sería aquella niña… suya? ¿Su hija?

Aquello era surrealista.

¡Imposible!

Miró a la pequeña, que clavó sus ojos en los de él, muy seria, antes de sonreír y volver a agarrarle la corbata.

–¡Mía!

Ben sintió que algo se rompía en su interior y tuvo que tragar saliva, prefirió no poner nombre a aquella incómoda sensación que tenía en el pecho.

–¡No, Emmy! Lo siento, Ben…

Elizabeth alargó los brazos y él le tendió a la pequeña, pero antes aspiró el olor de su pelo y sintió la suavidad de su mejilla. Tragó saliva. No era posible.

Sí, sí que lo era. Estaba seguro.

Elizabeth le quitó a la niña la corbata de las manos y la pequeña gritó con frustración.

–Tu abuelo te echa de menos.

Ben sacudió la cabeza para intentar deshacerse del zumbido que tenía en ella.

–Pues nadie lo diría.

Pensó que la noticia de que era padre no era precisamente algo que lo alegrase, pero que era mejor que no saberlo, y vivir con la duda.

Puso los hombros rectos y ocultó sus sentimientos detrás de una sonrisa.

–Entonces, ¿estás cuidando de la pequeña?

–Voy a tenerla aquí toda la semana, ¿verdad, cariño? – dijo Elizabeth– . Lily ha ganado un premio en un concurso y está de vacaciones.

Ben apretó la mandíbula. Al parecer, la maternidad no había cambiado el ritmo de vida de Lily.

–Iba a rechazarlo.

«Sí, claro», pensó Ben.

–Tuve que llevarla al aeropuerto a la fuerza. Es justo lo que necesitaba, un poco de sol. Llevaba mucho tiempo sin hacer nada para ella misma, y eso no es sano. No paro de repetirle que hay una vida más allá de Emmy, pero no me escucha.

Ben se imaginó a Lily en bikini y respiró hondo, le enfadaba no poder controlarse. Aunque aquella niña no fuese suya, no le gustaba ningún padre que antepusiese sus propias necesidades a las de sus hijos.

–¿Y esta marca de nacimiento…? – preguntando, buscando en el rostro del ama de llaves algo que la delatase, pero o era la mejor actriz del mundo o tampoco se había dado cuenta.

Elizabeth apartó el pelo de la niña y tocó la marca que tenía en la sien derecha.

–Parece una luna, ¿verdad?

En el trabajo, Ben sabía que no era bueno precipitarse al sacar conclusiones, y en ese momento tampoco quería hacerlo.

–¿Qué edad tiene?

–Dos años. Tenía que nacer más o menos en la misma fecha que nacieron las gemelas, pero Lily se cayó y la niña nació un mes antes.

–Mi madre tiene, o tenía, una marca de nacimiento parecida a esta.

Se la había hecho quitar cuando se había hecho su primer lifting.

–¿Qué tal está tu madre? – preguntó Elizabeth.

Ben supo que se lo preguntaba por educación más que por interés, así que se encogió de hombros.

–Ni idea.

Después, impulsivamente, tocó un rizo de la niña, y volvió a apartar la mano como si se hubiese quemado.

–Tiene el mismo pelo que su madre.

Y los ojos de él, la barbilla también era suya, y la marca de nacimiento…

Estaba intentando ser objetivo, pero era complicado teniendo la realidad justo delante. Respiró hondo, puso los hombros rectos. Salvo que alguien le diese una prueba de lo contrario, aquella niña era hija suya.

Elizabeth asintió, sonrió de manera nostálgica y suspiró.

–Me encantaba peinar a las niñas cuando eran pequeñas. Crecen tan rápidamente.

–Es muy…

Hizo una pausa, se le había hecho un nudo en la garganta al recordar la melena rizada y rojiza apoyada en su pecho.

–Es un pelo precioso – continuó Elizabeth– . Es de la familia de mi marido. Había muchos pelirrojos con la piel clara, de origen irlandés. Siempre se quemaban con el sol, aunque esta niña no va a tener ese problema.

Haciendo un enorme esfuerzo para controlarse, Ben preguntó con naturalidad:

–¿Ha heredado la piel de su padre?

–No lo sé. Lily nunca me ha hablado de él – admitió Elizabeth bajando la vista y cambiando a la niña de hombro.

«Seguro que no», pensó Ben. Aunque tendría que hacerlo cuando volviera. Él estaría esperándola.

Aunque, ¿por qué esperar?

–¿Quieres que preparen tu habitación? ¿Has visto a Jane?

–No me voy a quedar, pero me encantaría tomarme un café antes de irme.

Se quedó media hora más y obtuvo la información que necesitaba mientras se tomaba el café. Creía firmemente en la importancia de escoger el campo de batalla y en que había que aprovechar el efecto sorpresa, así que no se iba a quedar esperando mientras Lily se ponía morena en una playa tropical.

Quería ver la cara que ponía cuando apareciese allí. Quería escuchar la verdad de sus labios, ¡aunque fuese tres años tarde!

Apartó de su mente la imagen de aquellos labios separándose para besarlo y salió con paso decidido del edificio.

 

 

Tardó una hora en darse cuenta de por qué le resultaba familiar aquella isla paradisiaca.

–Entonces, ¿lo cancelo todo para los tres próximos días? – le preguntó su secretaria cuando la llamó por teléfono.

–Mejor que sean cuatro.

–De acuerdo, cuatro días. ¿Vas a alojarte en la casa, o hago una reserva en alguna parte?

–¿La casa?

–¿Has cambiado de idea y ya no quieres venderla?

Ben se acordó entonces de que su secretaria le estaba hablando de la casa que había heredado de su tío abuelo.

–Por ahora, no quiero venderla. Veré qué tal está antes de tomar una decisión.

El vuelo se le hizo eterno. Cuando por fin aterrizó pidió que le llevasen el equipaje a la casa y él fue directo al hotel que Elizabeth Gray le había descrito como paradisiaco.

Y no había paraíso sin tentación.

Ben se hizo sombra con la mano y pensó que estaba bajo los efectos del cambio horario. Aunque en realidad ya lo había estado al llegar a Warren Court doce horas antes. En esos momentos, mientras andaba por la arena blanca de la playa con sus zapatos de piel hechos a mano y el mismo traje, había pasado a otro nivel.

Estaba funcionando con una combinación de adrenalina e ira. El tiempo que había pasado desde su descubrimiento no había reducido esta última, sino que había hecho que prácticamente se le agotase la paciencia.

Con la vista clavada en el horizonte, se agachó y examinó la arena que había alrededor del bungaló de Lily. No era tan difícil encontrar a una pelirroja, sobre todo, ayudado por generosas propinas. Las huellas se dirigían hacia el agua.

Se incorporó y fue hasta la toalla que había a unos metros de allí. La tomó y descubrió en ella un característico aroma a rosas. Su libido reaccionó y eso lo molestó.

Todavía recordaba aquel olor, lo recordaba todo.

Juró entre dientes y agarró la toalla con fuerza mientras clavaba la mirada en la cabeza que se veía a lo lejos, dentro del agua, demasiado lejos, teniendo en cuenta los carteles que advertían de la presencia de corrientes peligrosas en la zona.

Todo su cuerpo se puso tenso al ver que la figura empezaba a nadar hacia la orilla.

 

 

A su espalda, el azul claro del agua casi se fundía con el cielo. Delante era de color turquesa y clara como el cristal. La temperatura era maravillosa y aunque Lily había pensado que solo estaría allí un par de minutos, al final había perdido la noción del tiempo. Había disfrutado nadando sin olvidar que la camarera le había contado que un turista no había visto los carteles que advertían del peligro de la playa y se había ahogado.

Una de las cosas que había aprendido sobre la maternidad era que hacía que una fuese mucho más consciente de su propia mortalidad y mucho más prudente. Aunque a ella nunca le había gustado el riesgo, de hecho, solo había sido osada una vez.

Cansada de nadar, se sintió aliviada cuando sus pies por fin tocaron la arena. Nadó un poco más y, cuando el agua le llegaba a los hombros, empezó a caminar. Fue poco después cuando se dio cuenta de que no estaba sola. Había una figura en la playa.

Imaginó que sería otro cliente del hotel y levantó una mano para saludarlo mientras se apartaba un mechón de pelo de la cara y se limpiaba el agua de los ojos.

Y entonces se aclaró su visión.

Por un momento, se negó a aceptar lo que estaba viendo. Con el corazón acelerado, cerró los ojos, se los frotó para quitar el agua que quedaba y volvió a abrirlos.

El hombre del traje negro, alto, moreno y aterradoramente inconfundible, seguía allí. El color de sus ojos era inusual, pero no único, lo veía todos los días.

La última vez que había clavado la mirada en sus ojos se había derretido, en esos momentos, se quedó helada. Completamente paralizada. Su mente se cerró, fue una respuesta protectora ante una situación en la que no podía hacer nada más.

Capítulo 2

 

No sabía el motivo, pero el padre de su hija estaba allí, todavía más alto e imponente de lo que lo recordaba. Iba vestido con un traje gris y camisa blanca con el primer botón desabrochado. Su vestimenta era casi tan inapropiada como el anhelo que ella estaba sintiendo en la zona de la pelvis. ¿Por qué la hacía sentirse como si fuese ella la que no iba bien vestida para la ocasión?

Lily tuvo que hacer uso de sus habilidades como actriz para levantar la barbilla y poner gesto de sorpresa, como si quisiera decirle que el mundo era un pañuelo. Aunque no lo era, el mundo era enorme y él estaba allí. Era difícil pensar que aquello significaba algo bueno.

No obstante, se obligó a no pensar lo peor y se dijo que, al fin y al cabo, Emmy estaba sana y salva, en casa. Ojalá ella hubiese podido estar allí también. Era muy difícil fingir que estaba tranquila cuando en realidad estaba hecha un manojo de nervios.

No obstante, avanzó hacia él. Estaba tan concentrada en controlarse que casi no se dio cuenta de lo tenso que estaba Ben hasta que no llegó a su lado. Irradiaba ira, odio. Y su blanco era ella.

Lily se sintió culpable, sintió miedo y vergüenza y, apartando el rostro de Emmy de su mente, intentó mirarlo a los ojos con cierta compostura.

Era evidente que Ben lo sabía.

Ella deseó echar a correr hacia el mar, pero puso los hombros rectos y le dijo con una voz que sonó extrañamente normal.

–Hola.

 

 

«¿Hola?».

Ni siquiera parecía sentirse culpable, Ben estudió su cuerpo sinuoso y pálido y tragó saliva al notar que la ira se mezclaba con el deseo, un deseo que lo había paralizado al verla salir del agua cual mítica diosa.

Tenía que alegar en su defensa que Lily Grant era la clase de mujer capaz de parar el tráfico aunque fuese vestida con una bolsa de basura. Y en esos momentos iba casi desnuda. El bikini negro que llevaba puesto era minúsculo y el color enfatizaba la cremosa palidez de su piel brillante. Era tan impresionante como recordaba, pensó, mientras la devoraba con la mirada. Tal vez estuviese algo más exuberante que tres años atrás, lo que era bueno, pero Ben todavía podría abarcar su cintura con las manos.

Se miró las manos y se dio cuenta de que tenía en ellas la toalla de Lily. Apretó la mandíbula y se reprendió por la falta de control de sus emociones. Luego, gruñó y le tiró la toalla.

 

 

–Gracias – dijo Lily, sonriendo de manera mecánica y poniéndose la toalla alrededor de los pechos mientras esperaba a que Ben hablase.

Al ver que no lo hacía, se escurrió el agua del pelo, sorprendida de poder hacerlo sin que le temblasen las manos, ya que seguía asustada y sentía las rodillas cada vez más débiles.

Estaba viviendo su peor pesadilla. Si el suelo se hubiese abierto bajo sus pies en ese momento, habría saltado al vacío.

Pero el suelo no se abrió, así que se enfrentó a la mirada hostil de Ben con la mayor compostura posible.

–Qué sorpresa. ¿Qué estás haciendo aquí?

–¿Tú qué crees? – replicó él, apartando la vista por el pequeño río de agua que corría por su cremoso hombro.

–Nunca se me han dado bien las adivinanzas – respondió Lily– . ¿Tienes algo que decirme…?

Él guardó silencio.

–Entonces, si me perdonas, llego tarde a mi masaje.

Intentó pasar por su lado, pero Ben le bloqueó el paso.

–Vas a tener que hacerme un hueco en tu agenda, porque tenemos que hablar. Qué tal si empiezas tú por decirme algo así como que se te había olvidado completamente, pero que tenemos un hijo juntos desde hace un par de años…

Lily cerró los ojos y se maldijo, pero luego pensó que tal vez aquel fuese tan buen momento como cualquier otro para pasar por aquello. Tomó aire y lo miró a los ojos, asintió.

–Lo siento. Quiero decir que siento que te hayas enterado… – se interrumpió, en realidad, no sabía cómo se había enterado– . Así.

Él apretó la mandíbula.

–Entonces, ¿no vas a negármelo?

–No se me da bien mentir.

–Pues yo opino todo lo contrario.

–No te mentí, solo decidí no…

–¿No cargarme con la verdad? ¿O es que no estabas segura de quién era el padre?

El insulto casi la hizo reír, pero apretó los dientes y contuvo la risa. Era una ironía que no iba a compartir con Ben. Contarle que ella había pensado que aquella noche podía haber sido el inicio de algo especial habría resultado humillante, prefería que Ben pensase que era una fresca que se acostaba con cualquiera.

–Jamás tuve la menor duda – le respondió.

–Por curiosidad, ¿no ibas a contármelo nunca? – inquirió él, a punto de perder el control.

–Lo pensé – admitió ella.

Y entonces recordó la sorpresa que se había llevado al leer en la prensa el artículo que la ex de Ben había escrito. Al parecer, solo habían estado comprometidos cinco minutos, y luego él había cambiado de opinión y había dejado plantada a la pobre mujer. La espectacular exmodelo había contado que Ben tenía fobia al compromiso, pero que el motivo real de la ruptura había sido su negativa a tener familia.

Al leer aquello estando en la consulta del médico Lily se había dado cuenta de que no podía decirle a Ben que estaba embarazada.

–Pero sabía cómo reaccionarías – continuó.

Él arqueó una ceja.

–¿Cómo?

Lily estudió su rostro y se le encogió el corazón en el pecho, era muy guapo. Alargó las manos en un gesto expresivo.

–Así.

Antes de quedarse embarazada, Lily nunca se había preguntado si quería ser madre. Al contrario que Ben quien, al parecer, había decidido que no quería ser padre. Un hombre que rompía un compromiso porque no quería tener hijos jamás podía alegrarse al saber que iba a ser padre después de una aventura de una noche.

–¿Cómo te has enterado? – le preguntó.

–¿Que cómo me he enterado? – repitió él, sacudiendo la cabeza y mirándola como si estuviese loca– . La he visto, y ella me ha visto a mí… ¿Tu madre no sabe nada?

Lily tragó saliva al pensar en la de veces que se había sentido tentada a confiar en alguien.

–No, mamá no lo sabe. Te puedes relajar, que no se lo he contado a nadie.

Ni siquiera a su gemela. Sobre todo, porque Lara estaba casada y deseando quedarse embarazada, pero no estaba teniendo suerte. Acostumbrada a confiar siempre en ella, a Lily le había costado mucho aceptar aquella nueva realidad. Solo esperaba que el muro que se había creado entre ambas desapareciese cuando Lara se quedase por fin embarazada.

–¡Que me relaje!

Lily intentó no sentirse intimidada por su ira, pero no le fue fácil. Se mordió la parte interna de la mejilla para no retroceder y poder seguir de pie donde estaba.

–Nadie tiene por qué saberlo, nada tiene que cambiar – le aseguró.

Él cerró los ojos y juró entre dientes. Luego volvió a abrirlos.

–Ya ha cambiado.

Ella quiso contradecirlo, pero se limitó a mirarlo a los ojos.

–¿Cómo es posible que tu madre, que nadie, se haya dado cuenta?

–No lo sé – admitió Lily– . A mí siempre me ha parecido obvio, pero nadie más lo ha visto. Así que pensé que por qué…

–¿Molestarte? – inquirió él furioso– . ¡Soy su padre!

–Biológico – añadió ella, bajando la mirada para que Ben no viese el dolor y la tristeza que sentía cuando pensaba en que su hija se merecía un padre que la quisiera.

Ben la miró con incredulidad.

–¿No piensas que un niño necesita tener un padre?

A Lily le entraron ganas de echarse a reír, pero tuvo la sensación de que iba a ponerse a llorar.

–Depende del padre.

Era mejor que su hija no tuviese padre a que tuviese uno que no la quisiera.

Lily sabía que su padre las había querido a su hermana y a ella, pero nunca había podido olvidar la discusión que había oído sin querer la noche antes de que este falleciera. En esos momentos, como adulta, entendía que sus padres habían sido una pareja con problemas de dinero, que se habían dicho cosas que en realidad no habían sentido, pero, aun así, su padre le había gritado a su madre que si no tenían dinero había sido porque ella había querido quedarse con las niñas.

Lily se obligó a dejar de recordar aquello, pero se prometió que evitaría que su hija sintiese que no la querían.

Lo cierto era que ella tampoco había querido que Ben formase parte de su vida porque habría sido un recuerdo constante de su propio desengaño amoroso.

Habría sido una agonía. Lo era solo de mirarlo. Ella ya no era tan inocente como para llamarlo amor, pero lo que sentía cuando lo veía era algo incontrolable, que tampoco era solo atracción.

 

 

La repuesta de Lily hizo que Ben tomase aire. Bajó la mirada y no pudo evitar preguntarse si Lily tenía razón.

Su propio padre había formado parte de su vida solo un poco más que su madre, y no lo había hecho porque de verdad lo hubiese sentido así, sino solo porque le habían preocupado las apariencias.

¿Podía hacerlo él mejor?

Siempre había pensado que era un hombre preparado para aceptar sus responsabilidades y aceptar las consecuencias de decisiones erróneas, aunque fuesen decisiones que pudiesen cambiarle la vida.

Aquello no había sido su decisión, pero había ocurrido, así que tenía que aceptarlo.

–Así que decidiste sacarme de la ecuación – añadió, enfadado.

A pesar de saber que era una ecuación de la que jamás había querido formar parte iba a hacer lo correcto, lo correcto para su hija.

–En realidad no lo pensé así, pero sí…

–¿Y solo pensaste en Emily Rose?

–Es mi trabajo.

–¿Y decidiste que su vida sería mejor sin mí en ella?

Lily no quiso que Ben se diese cuenta del daño que le había hecho aquella pregunta.

–¿Qué hay de lo que ella quiere? – le preguntó este.

–¿A qué te refieres?

–Un niño jamás debería crecer sintiendo que no lo quieren.

–¡Emmy no se siente así! – replicó Lily enfadada.

–Has permitido que piense que su padre no la quiere. Cuando tomaste aquella decisión unilateral de no contármelo, ¿te paraste a pensar en cómo se sentirá dentro de unos años, cuando piense que su padre la rechazó? Tal vez eso afecte a su desarrollo emocional, a sus relaciones futuras. Has querido privarla de algo que tú tuviste… algo que dabas por descontado, pero yo no.

Aquello ablandó el corazón de Lily, que nunca se había preguntado por qué Ben había ido a vivir con su abuelo. Jamás se le había pasado por la cabeza que sus padres no lo hubiesen querido.

–Me voy a asegurar de que mi hija no crezca pensando que no la quieren. Tendrá lo que todos los niños merecen. Lo que yo… – Ben se interrumpió.

«No tuve», pensó Lily, intentando recordar una sola ocasión en la que los padres de Ben hubiesen ido a ver a este a Warren Court. No recordó ninguna.

–Siento que no tuvieses una niñez feliz, pero…

Él la fulminó con la mirada.

–No estamos hablando de mí, sino de lo que es mejor para nuestra hija. Para ti tal vez signifique un gran mérito luchar económicamente para sacarla a delante…

–¡No es verdad! – protestó ella, sin dejar de sentir pena por el niño triste y solitario que había sido– . Tú no querías tener hijos.

–¿Y tú querías abandonar tu carrera justo cuando estaba despegando?

–¡Ese no es el tema!

Él arqueó las cejas y sonrió triunfante.

–Exacto. Y aunque yo fuese el cretino que piensas que soy, aunque me hubieses dado la opción y yo hubiese decidido no formar parte de su vida, al menos tendría una obligación económica hacia ella.

–¡El dinero no es lo que importa!

–Por supuesto que no, hay mucho más. Mucho más que tu orgullo. Así que ahórrate ese discurso. Mi hija va a tener todo lo que yo pueda darle, ve haciéndote a la idea.

–¿Piensas que puedes aparecer así, de repente, y asumir el control de la situación? – le preguntó Lily, asustada.

Él se encogió de hombros.

–Ahora que lo mencionas, sí.

Ella sintió un escalofrío a pesar del calor del sol. Recordó que en un reciente artículo de prensa había leído que Ben Warrender era todo un depredador en los negocios. Y que no estaba acostumbrado a que nadie le llevase la contraria tampoco en su vida privada.

–Todavía estás en estado de shock – le dijo, intentando calmar los ánimos– . Estoy segura de que cuando te tranquilices verás las cosas de otra manera…

–¡Por supuesto que estoy en shock! ¡No hace falta que me lo digas!

–No quiero nada de ti – balbució Lily, presa del pánico– . No necesitamos nada. ¿Qué sentido tenía contártelo? No teníamos nada de qué hablar entonces ni ahora.

Ben apretó la mandíbula.

–¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?

–Sí, y en lo único que estoy de acuerdo es en que lo importante es pensar en lo que es mejor para Emmy. Y un padre que no la quiere no lo es.

–No se trata de querer o no querer. Ha ocurrido.

–¡Y no lo hice yo sola!

–¡Tomé precauciones! – se defendió Ben.

–¡Pues fallaron!

Algo en la expresión de Lily hizo que Ben se parase a pensar por primera vez en cómo se habría sentido Lily al darse cuenta de que estaba embarazada. ¿Habría sentido miedo? ¿Se habría enfadado? ¿Lo habría odiado?

¿Habría pretendido castigarlo y por eso no se lo había contado?

¿Y por qué demonios se sentía culpable?

–Bueno, ahí me has dado…

–No pretendía…

–¿Darme?

–Tengo que ir a mi habitación, me voy a quemar con el sol – murmuró Lily de repente, echando a andar.

–Piensas que voy a ser un padre horrible – continuó Ben– . Y tal vez tengas razón, pero vamos a tener que averiguarlo.

–Pero si tú no quieres…

–No me digas lo que quiero y no conviertas esto en una pelea, Lily, porque la vas a perder. Vamos a ahorrarnos los reproches mutuos y vamos a hacer frente a la situación.

–¡No puedo! – gritó ella, echando a correr por la playa con el rostro lleno de lágrimas.

Cuando llegó a su bungaló estaba sin aliento. Se sentó en el escalón más alto del porche, a la sombra, y esperó.

No podía huir.

Unos segundos después lo oyó acercarse. Ella siguió con la mirada clavada en la arena hasta que vio aparecer sus zapatos de piel hechos a mano cubiertos de arena. Levantó la mirada hasta sus ojos azules y no pudo evitar que se le acelerase el pulso.

–Siento haberme comportado como una niña.

Ben intentó seguir enfadado, pero vio las lágrimas en sus grandes ojos verdes y no fue capaz. Parecía tan vulnerable que tuvo que hacer un esfuerzo para no reconfortarla. En su lugar, se sentó a su lado y esperó. Aquello no estaba saliendo como él había imaginado.

Lily se puso tensa. A pesar de tener la mirada clavada en la arena, sintió cómo Ben se sacudía la arena de los pantalones antes de apoyar las manos en ellos.

–Sé que tenemos que hablar – admitió por fin, mirándolo con tristeza– , pero ¿podemos hacerlo más tarde?

–A mí me parece que ya he esperado suficiente. No he podido estar con mi hija porque no sabía de su existencia – le dijo, esbozando una sonrisa– . ¿Cuál es tu excusa?

Ella levantó la barbilla, le ardían las mejillas de deseo y vergüenza al mismo tiempo. Se puso en pie y lo miró.

–¿Qué quieres decir? – le preguntó en voz baja.

Ben se encogió de hombros.

–Le has dejado a la niña a tu madre para venirte a pasear medio desnuda por una playa tropical.

–Es la primera vez que paso una noche separada de Emmy – replicó ella– . ¿No querrás hacerme sentir como una mala madre? ¿No pretenderás quitarme a Emmy?

–No te pongas paranoica conmigo – le advirtió Ben, levantándose también y mirándola de arriba abajo.

Le enfadaba que Lily lo viese como una amenaza, pero admiraba que defendiese así a la niña, como una tigresa.

–La quieres – comentó Ben, encogiéndose de hombros.

–¡Por supuesto que la quiero! ¡Soy su madre!

A él casi le dio envidia que Lily diese aquello por hecho. ¿Qué pensaría de una madre que había permitido que su hijo llamase mamá a la niñera? A su madre siempre le había parecido bien, hasta que había sorprendido a la niñera en la cama con su marido.

–Eso es evidente. Y, dado que la quieres, supongo que estarás de acuerdo conmigo en que la niña necesita estabilidad.

–Tiene estabilidad.

–¿Y cuando en el futuro…?

Ben se imaginó el futuro, un futuro en el que Lily estaría con otros hombres, y apretó la mandíbula.

–¿El qué?

–Mi hija…

–Tu hija. ¿Dónde estabas cuando tenía cólicos o cuando…?

Lily cerró los ojos y contó hasta diez, respiró hondo.

–Lo siento, eso no ha sido justo, pero tú tampoco lo has sido. Tal vez no sea una madre perfecta, pero lo hago lo mejor que puedo, y tengo a mi madre si la necesito. Voy a darme una ducha. Y tú deberías hacer lo mismo, tienes un aspecto horrible – mintió.

Ben se pasó una mano por el rostro cubierto de barba de tres días y la miró con incredulidad.

–No me puedes dar con la puerta en las narices así.

–Lo sé, pero… ¿Por qué te has presentado aquí así? ¿Qué querías, que me disculpase por haber tenido a Emmy? – le preguntó, levantando la barbilla– . Porque eso no va a ocurrir, y jamás habría permitido que me convencieses de que abortase.

–¿Eso piensas que habría hecho? – inquirió Ben con incredulidad– . ¿Por eso no me lo contaste?

–Ya tenía bastante con lo que luchar sin tener que enfrentarme a ti – respondió ella, cerrando los ojos– . Sabía que no querías tener hijos. No es ningún secreto. Y es tu decisión. La mía fue tener a Emmy.

A pesar de las voces que le habían dicho que no la tuviera.

–¿Piensas que habría intentado coaccionarte? – volvió a preguntar Ben, sorprendido.

–No se te ocurra decirme que te habrías puesto contento si te hubieses enterado de que estaba embarazada. Nos acostamos una noche y me quedé embarazada. Lo que ocurrió fue porque yo quise, mi responsabilidad.

–Y la mía también. Y voy a asumirla. No hay nada que pueda cambiar eso.

Lily levantó la barbilla.

–Tal vez me equivocase al no contarte que estaba embarazada…

–¿Tal vez?

–¡Estás buscando un motivo para estar enfadado conmigo!

Ben se llevó las manos a las sienes.

–Tienes razón, pero no tienes derecho a…

Bajó las manos y las apoyó en los hombros de Lily. Aquello era suficiente.

–Mírame.

Lily se obligó a hacerlo.

–Tengo derechos. Tal vez te gustaría que no los tuviese, pero soy el padre de la niña y pretendo formar parte de su vida.

Apartó las manos de los hombros esbeltos de Lily.

–¿Y ahora, qué? – preguntó ella, derrotada.

«Buena pregunta».

–Vamos a hablar. Te recogeré a… – Ben se miró el reloj antes de continuar– . Las siete. En el vestíbulo del hotel, ¿de acuerdo?

Demasiado cansada para discutir, Lily lo vio marchar y después entró en su bungaló.

Se dejó caer en el sofá y se quedó dormida llorando.