Pack Bianca febrero 2016 - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

La redención de Darius Sterne Carole Mortimer Tan inocente, tan tentadora… Después de haber levantado un imperio que se había convertido en sinónimo de excelencia, el formidable magnate Darius Sterne era un hombre acostumbrado a conseguir lo que quería. Siempre. Y en aquel momento quería a la exbailarina Miranda Jacobs… en su cama y suspirando de placer. La virginal Miranda no podía resistirse al atractivo del taciturno multimillonario, pero temía que derrumbase las barreras tras las que escondía las cicatrices de su pasado. Sin embargo, ella no era la única que ocultaba un dolor profundo… ¿Podría el amor puro de Miranda redimir al oscuro Darius Sterne? Suya por venganza Caitlin Crews Nunca consideraba la posibilidad de perder... pero, de repente, ganar cobró un significado muy distinto. Casarse con el impresionante pero gélido consejero delegado Chase Whitaker no había sido nunca el destino de Zara Elliott, pero tendría que seguir el juego para salvaguardar la empresa familiar... A Chase solo le interesaba una cosa, su intrincado plan para vengarse del padre de Zara. ¿Qué era lo único con lo que no había contado? El encanto y la belleza natural de Zara, que hacían que sus sólidas defensas se tambalearan. La noche de bodas resultó ser un giro de ciento ochenta grados en el plan y los dos se dieron cuenta de que la situación se les iba de las manos. Obsesión y deseo Sara Craven Lo que siempre había querido... tenía un precio La habían abandonado de niña, así que la enorme mansión que para Dana Grantham era su casa simbolizaba la seguridad que tan desesperadamente quería. Había soñado con un futuro entre aquellas cuatro paredes hasta que un escándalo y el multimillonario Zac Belisandro la habían alejado de su sueño.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 91 Bianca, n.º 91 - febrero 2016

I.S.B.N.: 978-84-687-8093-1

Índice

Créditos

Índice

La redención de Darius Sterne

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Suya por venganza

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Obsesión y deseo

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Escondida en el harén

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14/

Capítulo 15

Capítulo 1

¿QUIÉN es? – exclamó Andy, mirando hacia la puerta del exclusivo restaurante, Midas, en el que estaba cenando con su hermana y su cuñado.

Con una copa de champán en la mano, miraba descaradamente al hombre que acababa de entrar. Alto y serio, se quitó el abrigo oscuro antes de dárselo al maître.

Debía de tener treinta y pocos años y era tan increíblemente apuesto que no hubiera podido apartar la mirada aunque le fuese la vida en ello.

Todo en aquel hombre era oscuro, desde el elegante traje negro a la camisa y la corbata que llevaba debajo. El traje, sin duda hecho a medida, destacaba más que ocultar un físico perfecto de un metro ochenta y cinco.

Su pelo, un poco alborotado, tenía un brillo de color caoba bajo las lámparas de araña.

El pelo era oscuro, el traje oscuro, la piel morena y en cuanto a su expresión...

El adjetivo «hermético» no podría describir su aspecto o ese rostro de facciones patricias. Tenía la frente alta, inteligente, las cejas rectas sobre unos ojos profundos, los pómulos altos, una boca esculpida y firme, el mentón cuadrado y arrogante.

En general, el efecto podría describirse como «electrizante».

No había otra palabra para describir al hombre que conversaba con su acompañante mientras miraba alrededor con desinterés... hasta que puso los ojos en ella.

Andy se quedó sin aliento.

Por alguna razón, había esperado que sus ojos fueran tan oscuros como todo lo demás, pero eran claros y preciosos, de color azul topacio. Unos ojos hipnotizadores.

El hombre enarcó una interrogante ceja oscura al notar su interés.

–Para morirse, ¿verdad?

–¿Perdón? – Andy seguía prendida de esa cautivadora mirada.

–El hombre al que estás mirando, cariño. ¿No te gustaría arrancarle la ropa y...?

–¿Hola? Tu marido está a tu lado – le recordó Colin.

–Esto es como ir de escaparates, mi amor – respondió su esposa, coqueta.

–Pues lo siento, pero hay cosas que son demasiado caras para ti – replicó él, burlón.

–Por eso digo que es como ir de escaparates, tonto – Kim se rio, empujándole el hombro en un gesto afectuoso.

Andy apenas prestaba atención a la conversación entre su hermana y su cuñado. Estaba concentrada en el desconocido, que esbozó una media sonrisa mientras su compañero y él seguían al maître hasta una mesa.

Sin darse cuenta, dejó escapar un trémulo suspiro, con el corazón aleteando como loco.

Los dos hombres se habían detenido frente a una mesa situada al fondo del local para saludar a una pareja de cierta edad que ya estaba sentada mientras el maître apartaba sus sillas.

Andy se dio cuenta de que no era la única que parecía cautivada. Otros clientes los miraban con descaro y las conversaciones se habían convertido en susurros; el aire estaba cargado de expectación.

Considerando que aquel exclusivo restaurante era frecuentado por los ricos y famosos, en general demasiado engreídos como para fijarse en nadie, ese hecho le pareció muy intrigante.

De hecho, se había sentido ligeramente abrumada por la elegante clientela cuando entró. La única razón por la que su hermana y su cuñado podían cenar en tan egregia compañía era que Colin trabajaba en la oficina de Londres de las Empresas Midas. Como empleado, podía reservar mesa en cualquiera de sus restaurantes para él y tres acompañantes una vez al año, usando además el descuento para empleados. Ninguno de ellos hubiera podido permitirse cenar allí de otro modo.

Lo mismo ocurría en la discoteca Midas, en el piso de arriba, que estaba reservada solo para socios. Y para ser socio había que ser aprobado por los dos hermanos Sterne, los multimillonarios propietarios de aquel imperio empresarial.

Y de parte del universo, o esa era la impresión.

Incluso ella, que era prácticamente una ermitaña, había oído hablar de los hermanos Darius y Xander Sterne. Su cuñado le había contado que habían aparecido en el mundo de los negocios doce años antes, cuando lanzaron una red social en Internet que había crecido rápidamente y que vendieron tres años antes por varios miles de millones de libras. Después de eso habían sido imparables, comprando empresas electrónicas, líneas aéreas, productoras de cine y televisión, cadenas hoteleras y exclusivos restaurantes como aquel por todo el mundo.

Aparentemente, todo lo que tocaban se convertía en oro. Y esa debía de ser la razón por la que habían decidido llamar Midas a su imperio empresarial.

–No te preocupes, Andy – su hermana le dio una tranquilizadora palmadita en la mano– . Todo el mundo reacciona del mismo modo la primera vez que ven a los hermanos Sterne.

–¿Son los hermanos Sterne? – repitió Andy, atónita. Era lógico que todo el mundo se hubiese quedado mirando.

–Mellizos, para ser exactos – dijo Kim.

–¿Mellizos? – Andy abrió los ojos como platos– . ¿Estás diciendo que hay otro hombre como ese en el mundo?

No podía ser.

El hombre que acababa de entrar en el restaurante era único, con ese aspecto oscuro e imperioso. Desde luego, no se podía imaginar que hubiese otro hombre exactamente igual.

Ella sabía poco sobre la vida personal de los hermanos Sterne. Cuando empezaron a adquirir notoriedad, ella solo tenía trece años. Entonces estaba en la escuela de ballet, totalmente centrada en ese mundo, y prestaba poca atención a las fotografías de los ricos y famosos que salían en las revistas.

Y tras el accidente había estado demasiado ocupada intentando rehacer su vida como para interesarse por las vidas de los demás.

Su cuñado llevaba unos años trabajando para Empresas Midas, pero los hermanos Sterne vivían en un mundo completamente diferente al suyo; un mundo de dinero, poder y jets privados.

Pero si hubiera visto una fotografía del hombre que acababa de entrar en el restaurante lo recordaría.

–No, cariño. Ese es su hermano mellizo, el que está sentado a su lado – le explicó Kim.

Andy miró al hombre que había entrado con el atractivo moreno.

¿Era Darius o Xander Sterne? Los dos se habían sentado a la mesa y estaban charlando con la pareja.

Desde luego, no eran mellizos idénticos.

Si uno era oscuro y atractivo, el otro era claro y magnético. El segundo hombre tenía el pelo rubio, la piel dorada, los ojos castaños y una sonrisa que iluminaba sus facciones. Era alto, atlético como su hermano, con un impecable traje de chaqueta también hecho a medida.

En otras circunstancias, Andy hubiese encontrado más atractivo al segundo hombre, pero el moreno era tan arrebatadoramente apuesto que apenas se había fijado en él hasta ese momento.

El mellizo oscuro. El mellizo claro.

La mirada de Andy fue inexorablemente hacia el mellizo oscuro.

–¿Cuál es él?

–¿El guapísimo? Xander – respondió Kim.

–¿Hola? Sigo aquí – le recordó Colin, quien, con su pelo oscuro y sus ojos azules, podría ser descrito más bien como «normal».

–Tú sabes cuánto te quiero, mi amor – le aseguró Kim, apretando su mano– . Pero es imposible no admirar a un hombre tan guapo con Xander Sterne.

De nuevo, Andy apenas escuchaba la conversación entre Colin y su hermana, porque el mellizo oscuro acababa de mirar en su dirección y la pilló de nuevo observándolo.

– ... ese precioso pelo rubio, esos grandes ojos castaños, ese cuerpo tan bien trabajado... – Kim seguía cantando sus alabanzas.

–Voy al lavabo. Os dejo babeando antes de que me acomplejéis – se excusó Colin, burlón.

–¿Xander es el rubio? – le preguntó Andy a su hermana cuando se quedaron solas.

–Sí, claro.

Ah, entonces a quien había estado mirando era a Darius Sterne.

–Pero el otro es... imponente – murmuró Andy, sin pensar.

–Yo no babearía, como ha dicho Colin tan elegantemente, por Darius – Kim hizo una mueca– . A mí me da miedo. Es tan oscuro... tan huraño...

Oscuro, frío, aterrador.

Sí, tuvo que reconocer Andy, Darius Sterne era definitivamente aterrador.

Si Xander era claro y alegre, Darius era lo opuesto, un hombre tan oscuro como el pecado por dentro y por fuera. Sus facciones eran tan formidables que parecía como si no sonriera nunca.

Pero ¿qué pasaría cuando lo hiciera?

¿Qué sentiría la mujer que pusiera una sonrisa en esos arrogantes y fríos labios? ¿Cómo sería zambullirse en una de sus carcajadas? ¿Ser la responsable de poner un brillo de alegría en esos preciosos ojos de color topacio?

O un brillo de deseo.

En ese momento, Andy decidió dejar de darle vueltas al asunto.

Los hombres como Darius Sterne, los multimillonarios como Darius Sterne, se corrigió a sí misma, no miraban a las mujeres como ella, que no sabían nada del enrarecido mundo del dinero y el poder en el que se movían los hermanos Sterne.

Y, sin embargo, Darius Sterne sí la había mirado.

Brevemente, tuvo que admitir, pero le había devuelto la mirada.

¿Tal vez porque la había pillado pendiente de él, con los ojos como platos y la boca abierta?

Bueno, sí, tal vez. Pero todo el mundo en el restaurante miraba a los hermanos Sterne. Tal vez no con la misma lujuria que ella, pero miraban.

¿Lujuria?

A juzgar por el cosquilleo de sus pechos y el calor que notaba por todo el cuerpo, eso era lo que sentía.

Aunque nunca, jamás, había respondido de una forma tan visceral ante un hombre.

Hasta los diecinueve años, su vida y sus emociones habían estado totalmente dedicadas a su carrera en el ballet, sin tiempo para el romance. Y tras meses de recuperación después del accidente había tenido que concentrarse en dar un nuevo rumbo a su vida.

Su sueño de convertirse en bailarina de ballet había terminado, pero ella no era de las que se rendían y no tenía intención de quedarse sentada, compadeciéndose de sí misma. En consecuencia, supo de inmediato que tenía que hacer algo.

Había tenido que esforzarse mucho y usar la mayor parte del dinero que sus padres les habían dejado a Kim y a ella cuando murieron, cinco años antes. Pero tres años después de haber tomado esa decisión, Andy había terminado su formación como profesora de danza clásica y había abierto un estudio para niños de cinco a dieciséis años. El ballet era lo único que conocía, después de todo. Y tal vez algún día, si tenía suerte, podría descubrir y formar a una prima ballerina.

Su vida personal había sido la primera víctima de todos esos duros años de trabajo, como bailarina y más tarde como profesora. En consecuencia, no había tenido relaciones íntimas antes del accidente. Ni después.

La muerte de sus queridos padres había sido un golpe terrible y centrarse en su amor por el ballet había sido una forma de afrontar esa pérdida. Pero, solo meses más tarde, un accidente había puesto fin a su carrera, sacudiendo los cimientos de su vida.

En los últimos cuatro años había recuperado parte de su confianza, al menos por fuera, pero nunca se había atrevido a mostrarle a un hombre las cicatrices que desfiguraban una parte de su cuerpo.

Sobre todo a un hombre tan apuesto y sofisticado como Darius Sterne, que sin duda saldría con las mujeres más bellas del mundo. Él no estaría interesado en alguien como ella, con cicatrices emocionales y físicas.

–¿Darius?

Darius miró por última vez a la guapa rubia que se encontraba al otro lado del restaurante antes de volver su atención hacia las tres personas que estaban sentadas a la mesa con él: su hermano mellizo, Xander, su madre y su padrastro.

Tres personas de las que se había olvidado mientras miraba a la rubia de grandes ojos verdes y aspecto frágil. El parecido entre las dos mujeres indicaba que probablemente eran hermanas y el hombre, sentado al lado de la segunda, debía de estar con ella y no con la rubia que había despertado su interés. Y no había un cuarto ocupante en la mesa.

La mujer poseía una belleza etérea, con su pelo rubio ceniza como una cortina de seda que le caía por debajo de los hombros y los enormes ojos verdes en un rostro de delicada perfección. Pero eran esos preciosos ojos verdes lo que había llamado su atención en cuanto entró en el restaurante.

Y eso era una sorpresa porque no era su tipo en absoluto; en general, le gustaban las mujeres un poco mayores y más sofisticadas que la joven rubia. Mujeres que no esperaban de él más que un par de noches en la cama.

Pero aquella rubia de ojos verdes tenía algo que había despertado su atención.

Había algo familiar en ella; cómo inclinaba a un lado la cabeza, la elegancia de sus movimientos...

Y, sin embargo, sabía que no la había visto antes. Porque la recordaría si así fuera.

Tal vez era ese aspecto delicado lo que había llamado su atención. Era tan esbelta que parecía como si un golpe de viento pudiese tirarla; sus brazos desnudos eran increíblemente delgados, las clavículas, visibles por encima del cuello del vestido negro. Tenía un rostro encantador: ojos verdes rodeados por largas y oscuras pestañas, pómulos marcados, nariz recta, labios gruesos y sensuales y una barbilla afilada, como la de un duendecillo. Y esos mechones lisos de color rubio ceniza, como rayos de luna, tentaban a un hombre a pasar los dedos por ellos.

¿Rayos de luna?

Jamás en su vida había sido tan lírico sobre el color y la textura del pelo de una mujer.

Fuese cual fuese la razón por la que se sentía atraído por ella, Darius tenía la impresión de que el sentimiento era mutuo. Había notado esos preciosos ojos verdes clavados en él desde que entró en el restaurante para reunirse con su madre y su padrastro.

Pero tal vez la razón por la que estaba tan interesado en la rubia era que no quería estar allí en absoluto.

Su desapego había hecho que se quedase a trabajar hasta última hora en la oficina. No había tenido tiempo de cambiarse de ropa y el ceño fruncido de su madre, cuando se inclinó para darle un rápido beso en la mejilla empolvada, mostraba a las claras su reproche porque Xander y su padrastro llevaban esmoquin y él no.

Aunque hacía años que no le preocupaba contar o no con la aprobación de su madre. Veinte años, para ser exactos. Desde la muerte del padre al que Xander y él habían odiado, y el marido al que Catherine había temido. El hombre al que Darius se parecía, al menos en apariencia. Sin duda, para Catherine era difícil mirar a un hijo que le recordaba tanto a un hombre al que había detestado.

Darius podía entender la aversión de su madre, pero su rechazo le dolía y la única forma de superar ese dolor era distanciarse. No era lo ideal, desde luego, pero a medida que pasaban los años se había convertido en la única forma de soportar la situación.

En consecuencia, madre e hijo apenas se dirigían la palabra. Por suerte, Xander se comportaba con su habitual urbanidad.

Su madre, Catherine, aún bella a los cincuenta y ocho años, también sonreía de cara a la galería porque, como todos, sabía que estaban siendo observados a hurtadillas.

Solo Charlie, o Charles, como su madre prefería que llamasen a su segundo marido, se mostraba tan cálido y afable como siempre, ignorando las miradas de la gente y la tensión que había en la mesa.

Aquel día era el cumpleaños de Catherine, y esa era la razón por la que estaban allí, pero la relación con su madre era tan mala que Darius había hecho el esfuerzo de aparecer esa noche solo por respeto y afecto hacia Charlie.

–¿No es hora de que brindemos por tu cumpleaños, madre? – preguntó, levantando su copa de champán– . No puedo quedarme mucho tiempo, tengo cosas que hacer.

Cuando miró hacia el otro lado del restaurante vio que el acompañante de la segunda rubia había desaparecido. Probablemente, para ir al lavabo.

Su madre hizo un gesto de desaprobación.

–Me imagino que podrás concederme unas horas de tu tiempo.

–Desgraciadamente, no – respondió Darius sin el menor remordimiento.

–¡Habla con él, Charles! – Catherine se volvió hacia su marido.

–Ya has oído al chico, querida, tiene trabajo que hacer.

Charles Latimer, un hombre de pelo blanco entrado en años, adoraba a su esposa y hacía todo lo que estuviera en su mano para verla feliz, pero hasta él sabía que no debía discutir con Darius cuando tomaba una decisión.

–No ha dicho que tenga trabajo.

–Pero de eso se trata – afirmó Darius, ignorando la mirada acusadora de su hermano.

Había ido a cenar, ¿no? Estaba allí para celebrar el cumpleaños de su madre, como acudiría el fin de semana siguiente a una cena a beneficio de una de sus numerosas causas. ¿Qué más querían? Fuera lo que fuera, la frialdad entre Catherine y él era tal que Darius no estaba dispuesto a ceder.

Y miró de nuevo hacia el otro lado del restaurante porque había decidido que había otras cosas que le interesaban más.

–Estabas mirando a Xander, ¿no? – le preguntó Kim.

Tres años mayor que Andy, siempre se había tomado su papel de hermana protectora demasiado en serio, y más aún desde la muerte de sus padres.

Andy no respondió inmediatamente porque estaba mirando a Darius Sterne, que acababa de levantarse abruptamente de la silla.

La mujer que estaba sentada a la mesa era muy bella, de mediana edad, pelo rubio y ojos oscuros. Se parecía más a Xander Sterne. Tal vez era la madre de los mellizos, aunque no veía ningún parecido con Darius.

El hombre mayor que estaba con ellos no se parecía a ninguno de los dos, de modo que podría ser su padrastro.

No sabía cuál era la relación entre los mellizos Sterne y la pareja, pero era imposible no darse cuenta de la tensión que había en la mesa; una tensión que pareció aliviarse cuando Darius Sterne se levantó.

–No – respondió distraídamente, sin apartar los ojos de él hasta que desapareció por un pasillo, sus elegantes movimientos recordaban a los de un depredador. Un poderoso y elegante jaguar, tal vez, o acaso un tigre. Definitivamente, algo salvaje y mortal de necesidad.

–No te molestes en mirar a Darius Sterne – se apresuró a decir Kim– . Es guapísimo, pero no es para ti, cariño. Bueno, no es para ninguna mujer sensata – añadió su hermana.

Andy tuvo que tomar un sorbo de champán porque se le había quedado la boca seca.

–Desde hace años, las revistas publican cotilleos sobre Darius Sterne. Sobre sus perversiones – siguió Kim cuando Andy o respondió.

–No estarás hablando de magia negra, ¿verdad?

–No, más bien de látigos y cinturones.

Andy estuvo a punto de atragantarse con el champán.

–¡Kim! – exclamó por fin, incrédula– . ¿Por qué todo el mundo está tan obsesionado con eso últimamente?

No podía imaginarse nada más denigrante para una mujer que un hombre poniéndole un collar de perro y exigiendo que lo llamase «amo» o algo parecido. O que la atase a la cama para hacer lo que quisiera con ella. O exigiendo que se pusiera sumisamente de rodillas hasta que le diese la orden de levantarse. Se le ponía la piel de gallina al pensar en un hombre tratando así a una mujer.

Incluso un hombre que le parecía tan fascinante como Darius Sterne.

Su hermana se encogió de hombros.

–Ah, yo no soy responsable de los cotilleos que corren sobre él.

–Pero eres responsable de leerlos – le recordó Andy– . Lo que publican en la prensa amarilla casi siempre es pura fantasía, especulaciones sensacionalistas y titulares escabrosos para animar a la gente a que compre esas revistas.

–Pero ya sabes lo que dicen: donde hay humo, hay fuego.

–Y también sé lo que decía mamá: que no es sensato, ni justo, escuchar rumores y que deberíamos formarnos nuestra propia opinión sobre la gente.

–Si mamá estuviera aquí te diría que no hay nada sensato en sentirse atraída por un hombre como Darius Sterne – replicó su hermana.

Al mencionar a su madre, las dos se pusieron serias. Cuando sus padres murieron, Kim tenía veintiún años y Andy dieciocho. Había sido una pérdida devastadora para las dos, pero con el paso del tiempo habían aprendido a agradecer el tiempo que disfrutaron con ellos. Andy siempre agradecería que, al menos, hubieran vivido lo suficiente como para ver a Kim casada con Colin, y también que estuvieran presentes la noche que ella debutó como primera bailarina en Giselle, con la compañía de ballet más prestigiosa de Inglaterra.

Pero seis meses después de su muerte sufrió un accidente tras el que no podría volver a bailar en público.

Andy intentó sacudirse la tristeza que le producía ese recuerdo, incluso cuatro años después. Tenía su estudio y, poco a poco, a veces muy poco a poco, estaba consiguiendo lo que quería. Además, tenía su propio apartamento encima del estudio y eso era más de lo que tenía mucha gente.

–No te preocupes por eso, Kim. No creo que vuelva a ver a Darius Sterne en mi vida. Como tú misma has dicho, es agradable ir de escaparates.

–¡Chicas, no vais a creer lo que acaba de pasarme en el lavabo! – anunció Colin cuando volvió a la mesa, mirándolas con gesto ilusionado.

Su mujer enarcó una ceja.

–¿Queremos saberlo?

–Desde luego que sí. ¡No es nada malo, Kim! – Colin frunció el ceño– . En serio, a veces tienes la mente muy sucia, amor mío.

–Esta conversación me suena – Andy se rio, mirando a su hermana– . Kim me ha estado contando cotilleos sobre el licencioso comportamiento de los mellizos Sterne – le explicó a Colin.

– Uno de los mellizos Sterne – la corrigió Kim– . Seguro que Xander es tan caballeroso y encantador como parece.

Andy soltó un resoplido de incredulidad. Xander Sterne podría no ser tan serio como su hermano mellizo, pero un hombre con su edad y su dinero, y con ese aspecto de adonis, no seguiría soltero si fuese «un caballero» tan encantador como su hermana parecía creer.

Con tanto dinero seguramente podían elegir y, además, sería difícil para ellos saber cuándo una mujer los quería por ellos mismos o por sus millones. Pero, aun así, era raro que dos hermanos tan jóvenes y atractivos nunca se hubieran casado.

Bueno, al menos eso era lo que ella creía. En realidad, sabía muy poco sobre los Sterne. Tal vez estaban casados y habían dejado a sus esposas y docenas de hijos en casa.

Si era cierto, el flirteo de Darius Sterne con ella era más que cuestionable.

Andy decidió buscar a los hermanos Sterne en Internet en cuanto llegase a casa. Con especial énfasis en descubrir algo más sobre Darius.

–¿Debo entender entonces que estabais cotilleando sobre Darius Sterne? – Colin lanzó sobre Kim una mirada de irritación– . ¿Os dais cuenta de que es uno de mis jefes? ¿Que no estaríamos aquí esta noche si no fuese por él? Hablando de morder la mano que te da de comer...

Kim se puso colorada.

–Solo estaba repitiendo lo que he leído en las revistas.

–¿Esas revistas de cotilleos que encumbran la felicidad marital de una pareja durante un mes para crear rumores de separación el mes siguiente?

–En eso tiene razón, Kim – Andy sonrió.

Su hermana adoptó una pose de dolida superioridad.

–Bueno, venga, ¿qué ha pasado en el lavabo, Colin?

–Ah, sí – el juvenil rostro de su cuñado se iluminó– . Estaba lavándome las manos cuando... ¿a que no adivináis quién entró por la puerta?

Andy le dio un vuelco el corazón porque sabía perfectamente quién había entrado en el lavabo.

La persona que se había levantado de la mesa un minuto después de que lo hiciera su cuñado.

– Darius Sterne – confirmó Colin, emocionado– . Y me ha hablado. Llevo siete años trabajando para los hermanos Sterne y los había visto alguna vez en el edificio, pero nunca había hablado con ninguno de ellos.

Kim miró a Andy de reojo antes de volverse hacia su marido.

–¿Y qué te ha dicho?

–No os lo vais a creer. La verdad es que ni yo mismo puedo creérmelo.

–¿Qué te ha dicho? – insistió Kim, con los dientes apretados.

–Si dejas de interrogarme, a lo mejor tengo oportunidad de contártelo – bromeó Colin, que estaba pasándoselo en grande teniéndolas en ascuas.

–Andy, tú eres testigo de lo irritante que puede ser mi marido. Voy a estrangularlo si no me cuenta ahora mismo qué le ha dicho Darius Sterne – en los ojos pardos de Kim había un brillo de advertencia.

Andy estaba demasiado sorprendida por la emoción de Colin como para tomarse en serio la amenaza de su hermana. Y, como ella, estaba en ascuas, deseando saber lo que Darius le había dicho para emocionarlo de tal modo.

Capítulo 2

DARIUS, con expresión seria, miraba la discoteca desde la ventana de su despacho situado en el segundo piso.

El local estaba lleno de gente, como cada noche, los ricos y famosos deseaban ver y ser vistos como clientes del prestigioso club solo para socios.

Todo allí era tan opulento como el restaurante del piso de abajo; las paredes estaban recubiertas con papel de seda dorado, la pista de baile era de brillante mármol, como las columnas que sujetaban la galería del segundo piso, donde la gente podía tomar una copa u observar a otros clientes. Las mesas eran de mármol con pedestales dorados y se hallaban rodeadas de cómodos sofás de cuero negro.

Y Darius, con las manos en los bolsillos del pantalón y el ceño fruncido, observaba todo aquello desde la ventana de su despacho.

Las luces de colores animaban la pista de baile, llena de gente girando al ritmo de la música. Los camareros uniformados servían champán, licores y cócteles a los clientes que estaban frente a la barra o en las mesas que rodeaban la pista.

Pero era un reservado en particular donde la mirada de Darius había estado clavada durante la última media hora.

Estaba vacío, a pesar de tener un cartelito de Reservado en el centro de la mesa.

Darius apretó los labios, irritado y decepcionado. Había esperado que la rubia de ojos verdes aceptase el desafío que había puesto sobre la mesa cuando la invitó a tomar una copa. A ella y a su familia, por supuesto. O eso le había dicho a Colin Freeman, que resultó ser un empleado de Empresas Midas, cuando prácticamente lo acosó en el lavabo.

Pero ese reservado vacío parecía estar riéndose de él.

Había sido un tonto por esperar otra cosa. La guapa rubia no podía apartar los ojos de él. ¿Y qué? ¿No se quedaba el ratón hipnotizado por la cobra?

Sin duda, la razón de su interés era que sabía quién era y había oído los rumores del peligro que representaba. Un peligro que, sin duda, sería todo lo opuesto a su segura vida. Un peligro que se sentía cómoda observando desde lejos, pero con el que no tenía valor para enfrentarse cara a cara...

Sintió un cosquilleo de advertencia en la espina dorsal y cuando levantó la mirada se encontró con la rubia en la puerta de la discoteca.

Su cuñado se había referido a ella como «Andy» cuando hablaron en el lavabo. Un nombre tan masculino para una mujer de aspecto tan femenino...

Colin Freeman habló con Stephen, el jefe de seguridad, al que Darius había advertido de su llegada, y un segundo después los tres lo seguían hacia el reservado.

Andy caminaba delante de su hermana y su cuñado, con la cabeza alta, casi en un gesto desafiante. Casi como si supiera que estaba mirándola. Al caminar, el pelo rubio ceniza se movía como una cascada de seda sobre sus hombros.

Era más alta de lo que había pensado, seguramente, un metro setenta y cinco descalza, pero más con esas sandalias negras de tacón. Aunque eran tacones discretos en comparación con los zancos que llevaban algunas mujeres en la discoteca.

Su discreto vestido negro sin mangas revelaba unos brazos esbeltos y bien formados, pero era de escote cerrado y le llegaba por la rodilla, un enorme contraste con las minifaldas que llevaban las demás chicas.

Darius se dio cuenta de que no era su tipo en absoluto. Y, sin embargo...

–Andy es nombre de hombre.

Andy apretó la copa de champán que tenía en la mano al escuchar esa voz masculina tras ella. Una voz sexy, ronca, que sin la menor duda pertenecía a Darius Sterne.

¿Quién podía ser si no?

Kim y Colin estaban en la pista de baile en ese momento y, sin duda, seguirían discutiendo. Ella no quería subir a la discoteca, pero Colin había insistido en que debían hacerlo porque sería una grosería no aceptar la invitación de su jefe.

Una discusión en la que Andy no se había metido porque no sabía a quién apoyar. Por un lado, quería subir para ver si Darius estaba allí, por otro, esperaba que no estuviera.

La voz que acababa de escuchar respondía a esa pregunta.

Pero la repentina aparición de Darius, cuando por fin Colin había convencido a Kim para ir a la pista de baile, hizo que se cuestionase la razón por la que su cuñado estaba recibiendo ese trato especial por parte del dueño de Empresas Midas.

Se había sentido observada cuando llegaron a la discoteca, como si unos ojos siguieran todos sus movimientos mientras se dirigía a la mesa. Y, aunque había notado el interés de varios hombres, no era suficiente para producirle ese cosquilleo en la nuca.

Y la sensación había persistido.

Pensar que Darius pudiera haber estado observándola hizo que se sintiera incómoda.

Irguió los hombros y ordenó a sus dedos que dejasen de temblar mientras se daba la vuelta. No iba a quedarse mirándolo con cara de tonta.

Pero tuvo que tragar saliva al estar tan cerca de Darius Sterne.

Era tan alto, tan pecadoramente oscuro y atractivo bajo las tenues luces de la discoteca...

Tuvo que hacer un esfuerzo para respirar mientras se pasaba la lengua por los labios.

–En realidad, me llamo Miranda.

Darius asintió. Le gustaba su voz. Y el nombre, mucho más femenino que Andy.

Miranda era un nombre que un hombre podía murmurar al oído de una mujer mientras le hacía el amor...

Estaba lo bastante cerca como para tocar su sedoso pelo. Su piel era pálida y luminiscente, en contraste con el vestido negro. Apenas llevaba maquillaje, solo un poco de rímel en las pestañas y brillo de color melocotón en los labios. De cerca podía ver que sus ojos no eran solo verde esmeralda como había pensado, sino que tenían puntitos dorados y azules. Eran unos ojos inusualmente bonitos para una mujer inusualmente bella.

Una mujer bella que, de nuevo, conseguía excitarlo con una sola mirada. Y más al ver que se pasaba la lengua por esos labios carnosos antes de hablar con una voz tan sexy...

Una voz que se podía imaginar gritando su nombre mientras llegaban juntos al orgasmo.

–¿Te importa que me siente contigo? – Darius le hizo un gesto a un camarero, que dejó una cuarta copa de champán sobre la mesa antes de desaparecer discretamente.

Miranda enarcó una rubia ceja.

–Parece que no necesita mi permiso.

–No, ¿verdad? – Darius esbozó una sonrisa mientras se sentaba de espaldas a la pista de baile para que no pudiese mirar a nadie más que a él.

–¿Debemos darte las gracias a usted por el champán?

Él asintió con la cabeza.

–Es el mismo champán que habéis tomado durante la cena.

–¿Se ha fijado en eso desde el otro lado del restaurante? – preguntó Miranda, con el ceño fruncido.

–Le he preguntado al sumiller – Darius se sirvió una copa, sin dejar de mirarla a los ojos.

–Estamos de celebración.

–Ah.

–Hoy es mi cumpleaños.

Él hizo una mueca. Qué extraña casualidad que cumpliese años el mismo día que su madre.

–Cumplo veintitrés – siguió Miranda, porque su silencio la ponía nerviosa.

De modo que tenía diez años más que ella. Y una vida entera de experiencia. Otra razón por la que debería alejarse de aquella mujer.

–¿Quieres bailar? – se oyó decir a sí mismo. Su cerebro o, más bien, otra parte de su anatomía, tenía otras ideas sobre el tema.

–No, gracias.

–¿No? Es una negativa muy drástica.

–No me gusta bailar en público.

Los ojos verdes se clavaron en los suyos con determinación.

Darius notaba la tensión de sus hombros y cómo apretaba la copa de champán. Quizá la ponía nerviosa, pero tenía la impresión de que era algo más.

–¿Solo en privado? – preguntó en voz baja.

–No, tampoco.

–¿Por qué no?

Ella parpadeó varias veces, como intentando recuperar la compostura.

–Tal vez no se me dé bien.

Darius no podía creérselo porque todo en ella era gracia y elegancia: el delicado arco de su garganta, cómo se movía, sus largos dedos, las largas y bien torneadas piernas.

Incluso tenía bonitos los dedos de los pies. Unos dedos elegantes que podía imaginarse acariciando sus muslos en la cama.

–Bueno, ahora cuéntame cuál es la verdadera razón – insistió él, con más sequedad de la que pretendía.

Andy dio un respingo. No solo por lo perceptivo que era, sino por su habilidad para ir directo al grano. Sin duda, eso lo convertiría en un buen empresario, pero a ella le parecía desconcertante.

Todo en aquel hombre era desconcertante. Desde los anchos hombros al estómago plano bajo la camisa negra, las largas y fuertes piernas o esas facciones impresionantes, dominadas por una intensa mirada de color topacio clavada en ella.

Tuvo que hacer un esfuerzo para sonreír.

–Sabe mi nombre y se ha sentado sin esperar invitación, pero por el momento no se ha molestado en presentarse.

–¿Para qué? Tú sabes quién soy.

Sí, eso era verdad. Pero no sabía por qué estaba hablando con ella o, más bien, flirteando descaradamente con ella.

Solo había que mirarlo para saber que un hombre como él no necesitaba halagar a una mujer para seducirla. Estaba demasiado seguro de sí mismo, de su atractivo, como para rebajarse.

Pero estaba flirteando con ella, de eso no había duda.

Y su cuerpo reaccionaba de una forma insospechada ante ese flirteo, con los pezones empujando contra la tela del vestido y un calor inaudito entre las piernas.

Darius Sterne estaba flirteando con ella y Andy no entendía por qué se molestaba cuando había tantas mujeres guapas en el local. Mujeres que estarían encantadas de bailar con él o de hacer cualquier otra cosa con él o para él.

–Sí, lo sé – dijo por fin– . Es muy amable por su parte que nos haya invitado a tomar una copa en la discoteca, señor Sterne.

–Déjate de juegos, Miranda – replicó él con tono desabrido.

–No sé qué quiere decir.

–Los dos sabemos que os he invitado a la discoteca para conocerte. Tu hermana y tu cuñado son irrelevantes.

Andy miró hacia la pista de baile, maldiciendo en silencio cuando no logró localizarlos entre la gente. Cada vez le costaba más trabajo mantener una semblanza de cortesía con un hombre que se negaba a ser amable y civilizado.

–Aún no has respondido a mi pregunta. ¿Por qué no bailas en público?

Era como si pudiese ver en las profundidades de su alma, desentrañando todas sus esperanzas, todos sus sueños.

Y cómo la mayoría de ellos habían sido aplastados cuatro años antes.

La idea era ridícula, por supuesto. Aquel hombre no sabía nada sobre ella.

–Ah, espera un momento, ahora entiendo por qué tu cara me resultaba familiar – dijo Darius entonces– . Eres Miranda Jacobs, la bailarina.

Andy contuvo el aliento.

–No, ya no – respondió a toda prisa– . Perdóneme, tengo que ir al lavabo.

Tomó su bolsito negro con intención de escapar, pero Darius la sujetó por la muñeca. No con fuerza, pero sí con la suficiente firmeza como para que no pudiera moverse.

La intensidad de su mirada hizo que la protesta muriese en sus labios. Sabía por instinto que Darius no era un hombre que aceptase órdenes de nadie.

Parpadeó rápidamente al notar que se le nublaba la vista. Pero no iba a ponerse a llorar, qué tontería, y menos delante de Darius Sterne.

–Por favor, suélteme, señor Sterne.

–Darius.

Ella sacudió la cabeza.

–Por favor, suélteme.

Él no apartó la mano. Al contrario, empezó a acariciar el sitio en el que le latía el pulso con la yema del pulgar, excitándola, cuando unos segundos antes solo había querido escapar.

–Yo estaba allí esa noche, hace cuatro años, Miranda – Darius notaba el salvaje latido de su pulso bajo la yema de los dedos– . Estaba en el teatro esa noche, la noche del accidente – añadió para que no hubiera ninguna duda.

–No – protestó ella, casi sin voz.

–Sí.

Darius recordaba con claridad, casi a cámara lenta, cómo la joven bailarina había parecido tropezar con algo antes de perder el equilibrio y caer del escenario.

La exclamación del público fue seguida de un tenso silencio. La música cesó y los demás bailarines se quedaron inmóviles en el escenario, esperando conocer la gravedad de las lesiones.

Saber que era Miranda Jacobs, la bailarina aclamada por los críticos que tuvo que retirarse cuatro años antes, tras una malograda interpretación de Odetteen El lago de los cisnes, explicaba muchas cosas sobre ella.

Que su rostro le hubiese parecido familiar, por ejemplo.

O su natural, casi etérea delgadez.

La gracia de sus movimientos; una gracia con la que parecía hacerlo todo, desde caminar a sentarse cruzando los tobillos o llevarse la copa de champán a los labios.

Incluso la intensa vulnerabilidad que podía ver en sus ojos.

Había tocado un tema muy doloroso. Y era lógico, porque solo cuatro años antes, Miranda Jacobs había sido aclamada por los críticos como «la nueva Margot Fonteyn». Había sido una maravilla mirarla esa noche, bailando con un talento hipnotizador. Al día siguiente, los titulares daban la noticia del terrible accidente que podría destruir su corta y prometedora carrera.

Esos mismos periódicos habían dado a conocer días después que sus lesiones eran tan graves que nunca podría volver a bailar.

Sobre un escenario, pero no en una pista de baile.

Darius se levantó abruptamente y tiró de ella.

–Vamos a bailar.

–No – dijo ella, con expresión asustada.

–¿Hay alguna razón médica para que no puedas bailar una canción lenta?

Sus ojos resplandecían como esmeraldas.

–No estoy discapacitada, señor Sterne, pero ya no puedo bailar de manera profesional.

–Entonces, vamos – el tono de Darius no admitía réplica mientras le soltaba la mano para tomarla por la cintura.

Cuando llegaron a la pista de baile empezó a sonar una canción lenta.

–Ah, qué coincidencia – murmuró Miranda.

–No, en realidad, no lo es. El DJ estaba advertido – declaró Darius sin el menor remordimiento. Quería tener a aquella mujer entre sus brazos y no pensaba fingir.

Ella sacudió la cabeza y la cortina de pelo se movió sobre sus hombros mientras ponía una mano en su torso con intención de empujarlo.

–De verdad no quiero bailar, lo siento.

–Mentirosa – Darius, arrogante, se negaba a soltarla.

El brazo en la cintura femenina le permitía notar el temblor que recorría su cuerpo. Muy parecido al aleteo de un pájaro herido deseando liberarse.

Maldita fuera, estaba poniéndose poético otra vez.

La actitud distante de su madre hacia él durante los últimos veinte años le había enseñado que las mujeres eran veleidosas y frías, y que no se podía confiar en sus sentimientos.

Y él no tenía relaciones con mujeres complicadas o atormentadas como Miranda Jacobs. Llevaba suficiente carga emocional, igual que el resto de su familia, como para cargar con la de otra persona. De hecho, no tenía relaciones salvo en el dormitorio. Como para rascarse un picor.

Pero él mismo había forzado el baile y ya no podía echarse atrás.

–Mueve los pies, Miranda – la animó con voz ronca.

Tomó sus manos para ponerlas sobre sus hombros y empezó a moverse al ritmo de la música para que hiciese lo que le pedía.

Era tan delgada que casi temía hacerle daño. Y, si temía eso bailando con ella, hacer el amor sería imposible.

Pero eso ya ni siquiera era una posibilidad.

Hacer el amor con aquella mujer sabiendo quién era, o quién había sido, era imposible. Era demasiado vulnerable. Un baile y todo habría terminado. Después, la llevaría al reservado y volvería a su despacho hasta que su familia y ella se hubieran ido de la discoteca.

Para no volver nunca.

Sí, eso era lo que iba a hacer.

Su pelo era muy suave cuando apoyó en él la mejilla. Los mechones plateados olían a limón y a algo más intenso, jazmín quizá, provocando una reacción que, estando tan cerca, Miranda tenía que notar.

Al principio, Andy se sentía demasiado turbada por estar bailando en público, aunque fuese en la abarrotada pista de una discoteca, como para notar nada. Pero, a medida que sus nervios se calmaban, no podía negar cómo la afectaba el hombre con el que estaba bailando.

Descalza medía un metro setenta y cinco, pero incluso añadiendo unos centímetros con los tacones, Darius le sacaba una cabeza. Los anchos hombros, los bíceps marcados bajo la chaqueta y el firme estómago dejaban claro que no pasaba todo el día en el despacho, contando sus millones.

Bueno, no, estaba segura de que Darius pasaba mucho tiempo haciendo ejercicio en su dormitorio. En posición horizontal.

El roce de sus duros muslos y la nada sutil fricción del erguido miembro contra su abdomen, le había hecho olvidar que estaba bailando en público por primera vez en mucho tiempo. En realidad, era más bien arrastrar los pies, pero estaba bailando.

Con Darius Sterne.

Darius debía de tener al menos diez años más que ella y, con toda seguridad, mucha más experiencia. Era un hombre que sin duda cambiaría de compañera de cama tan a menudo como sus subordinados cambiarían las sábanas, que sería muy a menudo.

Y sabía que esas sábanas serían de satén negro...

¿Lo sabía?

¿Significaba eso que se imaginaba compartiendo esas sábanas con él? ¿Compartiendo su cama?

Debería haber seguido el consejo de Kim. Darius se la comería viva, la poseería por completo, la devoraría. Centímetro a centímetro.

Sintió un estremecimiento por la espina dorsal; un estremecimiento de placer, de anhelo por lo que Darius podría darle.

No, no podía ser. ¿Qué estaba pensando?

Sin duda, otras mujeres se sentirían halagadas por haber atraído la atención de un hombre como él. Saber que había orquestado aquel encuentro antes de ir a buscarla, notar su erección mientras bailaban, tan pegados...

Otras mujeres se sentirían halagadas, pero ella no.

Andy no podía permitirse el lujo de sentirse halagada por las atenciones de un hombre tan peligroso como él, sabiendo que no llevaría a ningún sitio.

Cuatro años antes, sus sueños se habían hecho pedazos. El sueño de ser una prima ballerina, que había tenido desde los cinco años, había muerto cuando cayó del escenario y se rompió la cadera y el fémur derechos.

Habían sido necesarios años de operaciones y horas de rehabilitación para que pudiese volver a caminar y salir de una depresión que amenazaba con enterrarla, pero lo había conseguido.

Lo único que conocía era el ballet. Había vivido, mascado y respirado ese mundo durante tanto tiempo que no podía apartarse de él y abrir su propio estudio de danza le había parecido la solución más sensata.

Pero para ello había tenido que trabajar mucho. Había estudiado sin descanso para conseguir el certificado de estudios de enseñanza seis meses antes de abrir su estudio, pero aún tenía mucho camino que recorrer para conseguir el éxito con el que soñaba.

Y no tenía ni tiempo ni energía para coquetear con un hombre como Darius Sterne. Un hombre que, sin duda, les rompía el corazón a las mujeres a diario. Un hombre que dejaba claro que esas mujeres le importaban un bledo. No eran más que simples conquistas, hermosos cuerpos para disfrutar en la cama y olvidar a la mañana siguiente.

Pero su cuerpo ya no era hermoso. ¿Cómo iba a serlo cuando llevaba las cicatrices de tantas operaciones?

Se apartó de sus brazos en cuanto la canción terminó.

–Gracias por el champán... y por el baile – su voz sonaba tensa, su sonrisa era tensa– . Ahora, si me perdona, mi hermana y mi cuñado están esperándome en la mesa. Sin duda, es hora de marcharnos – añadió, incómoda.

Darius frunció el ceño.

–Pero aún es temprano.

–Tal vez lo sea para usted, pero algunos de nosotros tenemos que madrugar.

–¿Para hacer qué?

Ella levantó la barbilla.

–Tengo un estudio de ballet, doy clases a niños. Y ahora, si me perdona...

–¡No!

Andy se quedó sorprendida por ese tono tan vehemente.

–¿Cómo que no?

Una cosa era que Darius hubiese decidido que no podía llevar más lejos su atracción por aquella mujer, y otra que fuese Miranda quien le diera la espalda.

Maldita fuera, ¿se había vuelto tan arrogante que no podía aceptar una negativa?

Pues sí, era así de arrogante.

Porque sabía que Miranda sentía interés por él.

La tensión sexual que existía entre los dos había sido palpable abajo, en el restaurante, y más aún cuando empezaron a bailar.

–Podríamos cenar juntos mañana – se le ocurrió decir mientras ponía una mano en su brazo.

–Yo... ¿qué? No, no puedo – Miranda se había puesto colorada hasta la raíz del pelo.

–¿Por qué no?

Darius frunció el ceño y ella sacudió la cabeza, impaciente.

–Le agradezco mucho la invitación porque ha hecho que mi cumpleaños fuese más especial, pero esto... esto no va a ningún sitio.

–Solo te he invitado a cenar, Miranda, no a ser la madre de mis hijos – le recordó él, en tono burlón.

Andy sintió que le ardían las mejillas.

–¿Cuándo fue la última vez que invitó a una mujer a cenar sin esperar acostarse con ella? – le espetó, levantando la barbilla en un gesto desafiante.

–¿Y por qué estás tan segura de que eso no va a pasar contigo?

Andy no estaba segura de nada. Ese era el problema.

Sería demasiado fácil dejarse llevar por su hipnotizador atractivo, pero todo se iría abajo cuando él viera sus imperfecciones físicas.

Imperfecciones físicas que, sin duda, despertarían compasión o disgusto. Y ella no quería ninguna de esas cosas.

–He dicho que no. No voy a cenar con usted, señor Sterne, ni mañana ni ningún otro día.

Se soltó de un tirón y, sin esperar respuesta, se dirigió a la mesa con paso decidido, alejándose de un hombre capaz de robarle el corazón para pisotearlo sin miramientos.

Capítulo 3

HE PENSADO que sería mejor esperar a que se fueran tus angelitos.

Andy se quedó helada al oír la voz de Darius Sterne al otro lado del estudio, con la mirada clavada en la pared de espejos en la que podía verlo reflejado.

Había pasado una semana desde que se conocieron y tenía un aspecto tan formidable como siempre. Aquel día llevaba un traje de chaqueta gris y una camisa de un tono más claro bajo el abrigo oscuro. Su pelo, un poco alborotado, enmarcaba esas facciones patricias, los ojos de color topacio estaban clavados en ella con intensidad.

La última clase de la tarde había terminado y estaba frente a la barra, repitiendo la rutina de ejercicios y estiramientos que hacía al final de cada día, antes de subir a su apartamento para ducharse y cambiarse de ropa.

¿Qué demonios hacía Darius allí?

No recordaba haberle dicho dónde estaba su estudio.

Pero si Darius Sterne quería descubrir dónde estaba solo tendría que ordenarle a uno de sus empleados que lo buscase.

La cuestión era: ¿por qué estaba allí?

Andy había intentado no pensar en aquel hombre tan turbador durante toda la semana. O en la respuesta física sin precedentes que le había provocado.

Y, en general, lo había conseguido. Pero al oír aquella inesperada voz, al ver su imagen reflejada en la pared de espejos, supo que intentar olvidarse de él había sido una pérdida de tiempo. Podía sentir calor entre las piernas y sus pechos hinchándose de deseo.

Y esas eran las razones por las que no podía darse la vuelta. Siguió mirando el espejo, apretando la barra hasta que se le pusieron blancos los nudillos.

–He tenido que separar a dos de esos «angelitos» antes de empezar la clase. Estaban discutiendo sobre quién llevaba el maillot más bonito – bromeó por fin.

–Ah, entonces están a punto de convertirse en mujeres – dijo él.

–Tal vez – murmuró Andy– . ¿Qué hace aquí, señor Sterne?

En ese preciso momento, Darius tenía que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para controlar el deseo de atravesar el estudio y besar sus deliciosos labios.

¿Quién se hubiera imaginado que una mujer podía estar tan sexy con unos leotardos?

Que Miranda Jacobs, específicamente, pudiera estar tan sexy con unos leotardos blancos, un maillot y unas zapatillas de ballet.

El maillot abrazaba su cuerpo, destacando los pequeños, pero perfectos, pechos, los pezones duros y abultados como frambuesas. Darius admiró su estrecha cintura, la leve curva de sus caderas, su trasero pequeño y respingón, las piernas largas y bien torneadas.

Era una obra de arte.

Llevaba el pelo sujeto en un moño, iba sin maquillaje y tenía las mejillas sonrosadas por el esfuerzo físico. Sin duda por culpa de la docena de ruidosas niñas que acababan de salir del estudio con sus madres.

Por alguna razón, no había esperado que Miranda llevase los mismos leotardos blancos que sus alumnas. O que una sola mirada a ese esbelto cuerpo pudiese despertarle una dolorosa erección.

Era una reacción que no mejoraba su estado de ánimo en absoluto. Había pensado en aquella mujer más de lo que debería durante la semana, en medio de reuniones, en un par de vuelos, en la ducha, en su cama vacía...

–¿Señor Sterne?

Mientras él estaba pensando cómo y cuándo le gustaría acostarse con ella, Miranda se había vuelto para mirarlo con cara de sorpresa.

Miranda Jacobs era todo lo que Darius evitaba en una mujer.

Y, sin embargo, allí estaba. Una semana después de su primer encuentro, excitado como un adolescente.

Había tenido intención de acostarse con otras mujeres en los últimos días, o noches, para ser exactos, pero la imagen de una delgada rubia de ojos verdes aparecía en su cabeza, desinflando su deseo de buscar a otra mujer.

Cada vez que entraba en la ducha o se metía en la cama por la noche se la imaginaba con ese pelo rubio ceniza extendido sobre la almohada y un brillo invitador en los fascinantes ojos verdes... era imposible conciliar el sueño y un fastidio tener que encargarse de solucionar él mismo tan enojosa situación.

Y, desde luego, no le gustaba que la imagen de Miranda apareciese en su cabeza durante las reuniones. Como le había pasado en Pekín unos días antes.

Tenía que hacer algo y la única solución que se le ocurría era acostarse con ella para apartarla de su mente.

Y, si para acostarse con ella tenía que cortejarla e invitarla a cenar, aunque esa parte podría ser difícil para alguien de su naturaleza taciturna, eso era lo que iba a hacer. Aunque solo fuera por su salud mental.

–Tenía la impresión de que ya no bailabas.

–Solo lo suficiente para mostrar los movimientos a mis alumnas – sin pensar, Andy se llevó una mano a la cadera, aunque sabía que las cicatrices quedaban ocultas por los leotardos– . ¿Por qué está aquí, señor Sterne?

Él respiró hondo.

–He venido para invitarte a una cena benéfica el sábado por la noche.

Decir que Andy se quedó sorprendida sería quedarse corto.

Había buscado su nombre en Internet y sabía que Darius no estaba ni había estado casado, o comprometido siquiera. De hecho, y por la información que había sobre él, a los treinta y tres años nunca había tenido ninguna relación seria.

Pero, curiosamente, la información no era tan detallada como esperaba.

Había muchos artículos sobre su éxito profesional. Aparentemente, su hermano y él eran los dueños de la mitad del universo, como había pensado.

Había numerosas fotografías de Darius en sitios exóticos, siempre con mujeres hermosas, la mayoría altas y voluptuosas morenas.

Pero la vida privada de Darius Sterne parecía ser exactamente eso: privada.

Había descubierto cosas sobre su vida académica y profesional, como el nombre de los colegios en los que había estudiado y el título conseguido en la universidad de Oxford. Y también sobre la red social que había creado con su hermano mellizo y que dio lugar al imperio Midas.

También había alguna breve mención a la muerte de su padre cuando él tenía trece años y sobre el segundo matrimonio de su madre cuando tenía catorce. Pero eso era todo. No había nada trascendente sobre la personalidad de Darius. Nada sobre él como hombre o su relación con el resto de la familia, aparte de su sociedad con Xander.

Y, a pesar de las advertencias de Kim sobre sus escabrosos gustos eróticos, no había ningún artículo escrito por una mujer despechada.

Aunque sospechaba que la razón para esto último era que Darius tenía una gran influencia en los medios de comunicación.

También sabía que vivía en un lujoso ático en Londres, y que poseía varias casas en otras capitales importantes como Nueva York, Hong Kong o París.

Pero ninguna de esas cosas contaba nada realmente personal.

Después de leer todo lo que pudo encontrar sobre Darius, lo único que sabía era que ella no era su tipo en absoluto.

Y, sin embargo, allí estaba, invitándola a salir.

–¿Por qué?

Andy se cubrió el cuello y los hombros con una toalla, asegurándose de que ocultase sus pechos. Le ardían las mejillas mientras atravesaba el estudio, por suerte sin la leve cojera que a veces padecía cuando estaba cansada.

¿Y por qué la intensidad de su mirada conseguía hacerla sentir como si estuviera desnuda?, se preguntó, irritada.

–Solo faltan dos días para el sábado – añadió cuando llegó a su lado– . ¿La mujer con la que había quedado ha cancelado la cita a última hora?

Si la acompañante de Darius Sterne se había echado atrás en el último momento, seguramente habría multitud de mujeres dispuestas a ocupar su sitio. No necesitaba ir a buscarla a ella.

–No tenía ninguna cita – Darius enarcó una oscura ceja– . Admito que debería haberte avisado con más tiempo, pero acabo de llegar de un viaje a las seis de la mañana.

–Y, sin duda, se ha acordado de mí inmediatamente – replicó ella, desdeñosa.

–¿Por qué piensas que he dejado de pensar en ti? – le preguntó Darius, con tono desafiante.

Le resultaba difícil de creer que hubiera pensado en ella, especialmente si había estado de viaje. Y, sin embargo, había ido a buscarla solo unas horas después de su regreso.

–¿De dónde viene?

–De China.

–¿Y no hay teléfonos en China?

El sarcasmo de ella hizo que Darius apretase los dientes.

–No me diste tu número de teléfono ni tu dirección.

–No suelo dar la dirección de mi estudio, pero parece que la ha encontrado sin ningún problema.

–Pensé que preferirías ser invitada personalmente.

–¿Ah, sí? ¿O ha pensado que sería más difícil rechazarlo si venía en persona?

Durante la última semana, Darius se había convencido a sí mismo de que Miranda Jacobs no podía ser tan intratable como había pensado esa noche en la discoteca. Que tal vez solo estaba haciéndose la dura para despertar su interés. Pero cinco minutos en su compañía y acababa de confirmar que era tan cabezota como había creído.

Él no estaba acostumbrado a recibir negativas de una mujer. Y no solo una vez, sino dos.

Darius metió las manos en los bolsillos del pantalón para no tocarla.

–No tuviste ningún problema en decirme que no a la cara la semana pasada.

Ella se encogió de hombros.

–Si ya sabía la respuesta, ¿por qué se ha molestado en venir?

Darius respiró hondo.

–Pensé que te interesaría acudir a esa cena benéfica – respondió, con los dientes apretados.

Andy lo miraba, recelosa de ese musculoso cuerpo que se hallaba a unos centímetros de ella.

Y de la excitación que recorría el suyo.

Estaban solos en el estudio, con el distante ruido del tráfico al otro lado de las ventanas rompiendo el silencio.

–¿Por qué haces esto, Darius? – le preguntó, tuteándolo por primera vez– . ¿Qué interés puedes tener en salir con una bailarina fracasada?

–¡No fracasaste, maldita sea!

Tras admitir que su deseo por Miranda no iba a desaparecer decidió descubrir todo lo que pudiese sobre ella.

Y una fracasada no habría luchado tanto para recuperarse después de numerosas operaciones como ella había hecho en los últimos cuatro años.

Una fracasada no se habría esforzado tanto para conseguir un título de profesora de ballet, una profesión que amaba, pero en la que ya no podía participar.

Una fracasada no se habría gastado el dinero que le habían dejado sus padres para abrir aquel estudio de danza.

Internet era de verdad una herramienta muy indiscreta.

Aunque él hubiera hecho su fortuna gracias a ello.

El trágico accidente de Miranda Jacobs durante su interpretación de El lago de los cisnes era de dominio público, pero desapareció de los titulares porque ninguna publicación estaba interesada en hablar de una larga y dolorosa recuperación.

–Dudo que hayas fracasado en toda tu vida – añadió.

–¿Prefieres pensar que, sencillamente, he cambiado de profesión?

–Prefiero pensar que trabajas en lo que te gusta, o en lo que puedes como casi todo el mundo – respondió Darius. Aunque Miranda era muy irritante, estaba decidido a no discutir con ella– . Bueno, entonces, ¿qué me dices sobre la cena del sábado?

–¿Por qué crees que esa causa benéfica podría interesarme?

Darius intentó disimular un gesto de triunfo al ver que empezaba a mostrar cierto interés.

–Es para ayudar a niños discapacitados o marginados.

Una causa benéfica que sí le interesaba, tuvo que admitir Andy a regañadientes, y una en la que ella misma estaba involucrada porque impartía una clase gratuita a la semana a niños discapacitados o marginados.

¿Lo sabría Darius?

Sí, claro que sí. Era un hombre que sabría siempre lo que quería saber y, por alguna razón, había querido saber cosas sobre ella.

O tal vez la veía como una obra de caridad. Alguien que una vez había estado a punto de triunfar, pero que había tenido que conformarse con un pequeño estudio de danza a las afueras de Londres.

–¿Sabes una cosa, Miranda? De verdad esperaba que esto fuese más fácil.

Ella lo miró, ceñuda.

–¿Qué significa eso?

No le gustaba nada esa sonrisa que descubría dos atractivos hoyuelos en sus mejillas.

–Si dices que sí no tendrás que saberlo – Darius se encogió de hombros.

–¿Tiene algo que ver con que mi cuñado trabaje para ti?

Había pensado que no caería tan bajo como para imponer su voluntad aprovechándose de eso.

Hasta ese momento.

–Inteligente además de guapa – bromeó Darius– . Parece que ya no necesitamos un departamento de informática tan grande, sobre todo en las oficinas de Londres, y me temo que los despidos son inevitables. Solo es cuestión de decidir quién es imprescindible y quién no.

Y los dos sabían que Colin trabajaba en el departamento informático de las oficinas de Londres.

–Eso es despreciable – dijo Andy, incrédula.

–Lo sé – admitió él– . Y me siento fatal – añadió, sin ninguna sinceridad.