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La fantasía del pirata Anne Oliver Tenía todo lo que ella podía desear. Era Navidad y Olivia Wishart había decidido olvidar el pasado y divertirse. Y nada mejor para divertirse que una elegante fiesta. Con su nuevo vestido rojo y unos zapatos de altísimo tacón, sujetando con fuerza una copa de champán, estaba decidida a vivir la vida al máximo. Estaba convencida de que los nervios de la fiesta eran lo único capaz de acelerarle el corazón, hasta que apareció el hombre más guapo que había visto nunca. Y Olivia no iba a dejar pasar aquella oportunidad… La tentación era él Robyn Grady El papel estelar de la niñera. Ante las crecientes amenazas a su famosa familia, Dex Hunter, dueño de un estudio cinematográfico, se hizo cargo de su hermano pequeño, para lo que intentó apartarse durante un tiempo de su vida habitual en Hollywood. La niñera que contrató para que le ayudara, Shelby Scott, lo cautivó, y estaba dispuesto a lo que fuera con tal de retenerla a su lado. Pero ella había cometido un grave error con otro hombre, y no estaba dispuesta a repetirlo. Para ganársela, Dex debía demostrarle que estaba dispuesto a sentar la cabeza. Amor sin tregua Khatie DeNosky Un vaquero salvaje y un bebé por sorpresa… Cuando Jessica Farrell apareció en el rancho de Nate Rafferty embarazada de cinco meses, él no dudó en declararse. Pero la guapa enfermera no se fiaba, temía que el rico vaquero siguiera siendo de los que tomaban lo que querían y luego se marchaban. Nate la tentó con un mes de prueba bajo el mismo techo, y enseguida empezaron a pasar largos días y apasionadas noches juntos.
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Seitenzahl: 719
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pack 89 Deseo, n.º 89 - enero 2016
I.S.B.N.: 978-84-687-8088-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Índice
La fantasía del pirata
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Epílogo
La tentación era él
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Epílogo
Amor sin tregua
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Epílogo
La falsa esposa del jeque
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Olivia Wishart se aplicó una capa de brillo en los labios y comprobó su aspecto en el espejo.
–Vestido rojo, labios rojos –frunció el ceño–, pelo rojo –descolgó el vestido negro.
–Bonito, pero no para esta noche –su mejor amiga, Breanna Black, le arrebató el vestido–. Estás estupenda –le echó otro vistazo y asintió–. Te van a mirar.
–Me conformo con que me escuchen –la oportunidad de dar a conocer su obra benéfica a los contrincantes de la regata entre Sídney y Hobart era demasiado buena para desperdiciarla.
–No olvides que es Navidad –Brie le lanzó una boa de plumas blancas–. Esto te pondrá de humor.
–Supongo que te refieres a un humor festivo –Olivia hizo una mueca.
–Estaría bien para empezar –sugirió Brie entusiasmada.
La fundación Pink Snowflake era la razón por la que Olivia participaba en la regata. La fiesta que se celebraba en la mansión que dominaba la bahía de Sídney, un atractivo añadido.
–¿De verdad no te importa que compartamos la suite con Jett? –preguntó Brie por enésima vez.
–¿Ese misterioso hermano tuyo? –Olivia se calzó los altísimos tacones–, ya te dije que no. Es más, tengo ganas de conocerle.
–Hermanastro. Jett no es muy sociable. Ni siquiera estoy segura de que yo le guste.
–¿Cómo que no? –Olivia sonrió–. Aceptó tu invitación ¿no?
–Pero solo porque le falló el plan que tenía.
–Eso no lo sabes con seguridad –era el típico comportamiento irresponsable masculino.
–Me siento mal por no estar en Nochevieja, pero insistió en que no alterara mis planes por él –Brie suspiró.
–¿Y por qué ibas a hacerlo? Si estás en lo cierto, fue él quien cambió de idea y decidió venir.
Era evidente que al hermano que Breanna había estado buscando durante tres años le importaba un bledo. Aunque unidas como hermanas, Olivia había decidido no tocar el delicado tema.
–¿Cuándo aterriza?
–Llegará en cualquier momento –el móvil de Brie sonó–. Hola, Jett.
Olivia vio borrarse la sonrisa del rostro de su amiga.
–Sí, claro, de acuerdo. ¿Tienes la dirección de la fiesta? Nos veremos allí. Mándame un mensaje cuando llegues –se despidió Brie antes de colgar–. El vuelo se ha retrasado –echó un vistazo a su agenda y la sonrisa regresó–, lo cual me proporciona un par de horas para conocer al sexy patrón del Horizon Three.
–Haces bien –la animó Olivia–. Toma –le entregó una tarjeta de visita–, dásela y háblale de nuestra causa. Y recuerda, sexy o no, es nuestro contrincante.
–No te emborraches ni te líes con un extraño antes de que llegue yo –Brie ya marcaba el número del patrón del yate.
Olivia prefería despertarse con la cabeza despejada y sin lamentarse. Su amiga no opinaba lo mismo. Pero, diferencias aparte, formaban un buen equipo y confiaban la una en la otra.
–Te prometo no emborracharme.
–¿Y…?
–La fiesta es para patrones de yates, habrá hombres. Me da igual que sean extraños mientras sean ricos y estén dispuestos a desprenderse de una buena suma de dinero.
–Entonces, buena suerte y ten cuidado. Hola, Liam…
–Lo mismo te digo –murmuró Olivia mientras se dirigía al vestíbulo en busca del chófer.
El coche cruzó el puente, pero Olivia no se fijó en las luces del puerto. Su mente estaba puesta en la cita a la que acudía para hacerse las pruebas genéticas.
Tardaría semanas en tener los resultados, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Jamás se habría realizado la prueba si su madre no le hubiera hecho prometer, en su lecho de muerte, que lo haría antes de cumplir los veintiséis, la edad a la que le habían diagnosticado cáncer de mama a su abuela materna.
Ya no podía seguir negando la posibilidad de haber heredado la mutación genética.
Hasta ese momento se había negado a pensar en ello. Era Navidad, iba a competir en una regata y dirigía una asociación benéfica.
Tenía una vida que vivir.
* * *
Llegaba tarde. Jett Davies pasó junto al enorme árbol de Navidad que dominaba el vestíbulo, camino de otro tramo de escalera. La tercera planta era una zona de ocio desde la que se divisaba el puerto marítimo. Las luces iluminaban a los exclusivos invitados a la fiesta, a la que había acudido todo el que era alguien en el mundo de la navegación a vela, junto con sus glamurosas consortes o amantes. Allí estaban todos los que tuvieran suficiente dinero para desperdiciar en la regata Sídney-Hobart, una de las más importantes y difíciles del mundo.
Un mar de miradas inquisitivas se posó en él. Con la mirada al frente, se dirigió hacia una antigua escalera de caracol que había visto en un rincón. Con suerte, los empinados escalones desanimarían a todas esas mujeres con tacones. No buscaba una mujer, buscaba a su hermana, que le había enviado un mensaje en el que le informaba que se retrasaría por un problema con el coche.
Apoyado en la barandilla de un pequeño mirador, contempló el rastro de los ferris en el puerto.
Problemas con el coche. Breanna. No la conocía bien, pero sí lo suficiente para saber que no se trataba de ningún coche y sí de un hombre. Quizás tuvieran más en común de lo que pensaba.
La orquesta le atronó los oídos con una melodía navideña. No le gustaban las fiestas.
Entonces, ¿por qué había aceptado la sugerencia de su hermana para reunirse allí? En realidad iba a reunirse con más de una, porque su hermana compartía habitación con una amiga. Y eso le hizo formularse unos cuantos interrogantes sobre las braguitas color fresa y sujetador a juego que colgaban de la alcachofa de la ducha del cuarto de baño del hotel.
«Olvídalo», se recriminó. «Te doy diez minutos más, Breanna, y me marcho».
Los invitados empezaban a marcharse cuando Olivia al fin encontró un momento para sentarse tranquilamente en un rincón. Tomó un sorbo del cóctel, la primera gota de alcohol que probaba aquella noche, y contempló la iluminación del jardín.
«Date prisa, Brie».
Había dedicado toda la velada a promocionar Snowflake y estaba encantada con los resultados. Pero acababa de completar cinco intensos días de entrenamiento y necesitaba dormir.
Brie no contestó sus llamadas, aunque sí le envió un emoticono guiñando un ojo.
¿Había olvidado el acuerdo de reunirse al finalizar la velada? Pensó enviarle un mensaje informándole de que se marchaba. Hacía años habían hecho la promesa de estar siempre allí la una para la otra, y jamás habían faltado a esa promesa.
De repente, le llamó la atención un par de piernas que bajaba por una preciosa escalera de caracol. Aunque para Olivia los hombres no eran una prioridad, su radar emitió una pequeña señal de placer. Los pantalones negros cubrían unas larguísimas piernas, abrazando los muslos y un firme y redondeado trasero. La visión se hacía cada vez más atractiva.
El hombre descendió el último peldaño y, al verlo de cuerpo entero, Olivia tuvo que pestañear varias veces. Ahí estaba, el perfecto ejemplar masculino pidiendo a gritos que lo tocara.
Un extraño de aspecto delicioso y piel olivácea, una provocación para cualquier mujer que, gustosamente, deslizaría la lengua desde la barbilla hasta la perfectamente esculpida boca.
Sus miradas se fundieron y él no pareció muy contento de verla.
Le resultaba vagamente familiar. Imposible, pues jamás habría olvidado a un tipo así.
Tenía unos ojos negros, tentadores y persuasivos, y un escalofrío le recorrió la espalda a Olivia. Ese hombre exudaba el poder suficiente para doblegarla a su antojo.
Tenía mucho calor, como el que sentía en la cubierta de su yate en un soleado día navegando por Barbados.
Sus miradas seguían fijas y ella hubiera jurado que él había susurrado «problemas».
Y tanto. Problemas de los gordos. Nunca había conocido a un hombre que le hubiera provocado tal impacto. Y ni siquiera podía decirse que se conocieran.
El pulso de Olivia se disparó. El hombre se había movido con tal sigilo que no se había dado cuenta de que se interponía entre ella y la escalera que constituía la única vía de escape.
En la navegación las situaciones inesperadas y peligrosas se afrontaban de manera relajada y racional. Pasara lo que pasara, no huiría.
Con fingida indiferencia, se lanzó el extremo de la boa sobre un hombro, pero un estúpido hilo se quedó enganchado en sus labios.
–Hola.
Jett supo que era hora de irse al descubrir a Problemas, con los cabellos más rojos que hubiera visto jamás, hablándole con voz gutural, casi sin aliento. Y sin embargo era incapaz de apartar la mirada de esa pluma que se le había enganchado en el labio inferior y que intentaba arrancarse con pequeños soplidos. A su mente acudió la imagen de esa joven soplándole así en el estómago mientras le acariciaba el torso desnudo, las caderas, y más abajo.
«Limítate a devolverle el saludo y márchate. Rápido». Sin embargo, los pies avanzaron hacia ella y la mano se alargó para retirar la pluma de la bonita boca.
–Gracias –los ojos, de color menta azulada, chispearon.
Jett apretó los puños. Otra maldita Problemas con sentido del humor.
Le pareció percibir algo en la mirada divertida, pero ella la desvió, como si no tuviera intención de compartir lo que fuera con nadie.
–¿Algo interesante ahí arriba?
–No –«si tú quisieras, podría haberlo».
–Algo habrá. De lo contrario ¿a qué viene esa escalera?
–Solo un par de telescopios –él se encogió de hombros.
–¿En serio? Me encanta contemplar las estrellas.
Incluso en la penumbra veía las pecas que le cubrían la nariz. Era evidente que disfrutaba de la vida al aire libre. Sin duda se trataba de otra niña rica con mucho tiempo que perder.
–Yo diría que están pensados para observar el puerto.
–Por supuesto, ¿cómo no se me habrá ocurrido?
Olivia se acercó a la escalera de caracol y posó una mano sobre la barandilla. Tenía la piel bronceada y las uñas bien cortadas, aunque sin pintar. El escote era digno de mención. ¡Tenía que dejar de mirarla como un adolescente!
–¿Has echado una ojeada?
–¿Cómo? –la mirada de Jett se tiñó de culpabilidad hasta que comprendió que se refería al telescopio–. No.
–¿Por qué no?
–Porque… ¡Oye! No subas ahí arriba así.
De una zancada estuvo a su lado, sujetándola. El contacto le provocó una descarga en el brazo.
–¿Así, cómo? –Olivia lo miró con ojos desorbitados. Sin duda, ella también lo había sentido.
–Con esos tacones –Jett retiró la mano bruscamente–. Te romperás el cuello.
–Solo si… –uno de los tacones se enganchó en el peldaño–. Vaya, ya veo a qué te referías.
–¿Por qué no…? –él sacudió la cabeza.
–De acuerdo –Olivia se descalzó y soltó un sensual gruñido de placer que se clavó en la ya perjudicada libido de Jett–. ¡Qué alivio! –ella se los entregó por encima de la barandilla–. Aguántame esto hasta que vuelva.
–Yo… –los zapatos rojos aún conservaban el calor de los pies de la joven y olían a cuero.
Jett la vio subir. Tenía unas piernas fuertes, bien torneadas y bronceadas. Los suaves muslos desaparecían bajo el vestido. Rápidamente y sin esfuerzo, subía peldaño tras peldaño. Parecía habituada al ejercicio. ¿La mujer de un regatista?
Si él fuera el patrón de ese yate, la mantendría bajo cubierta durante todo el trayecto, para su exclusivo uso y disfrute. Desnuda y descalza. Esos pies despertaban su creatividad. Un poco de brandi y unos albaricoques maduros…
Jett volvió a sacudir la cabeza. No era momento para recetas de cocina.
Él no buscaba una mujer. Y debía recordárselo una y otra vez, porque su mente parecía haberlo olvidado. Estaba allí esperando a Breanna, su hermanastra, que estaría haciendo a saber qué con a saber quién. Debería regresar al hotel, dormir un poco. Lejos de Problemas vestida de rojo.
Lo malo era que tenía sus zapatos en la mano y no podía dejarlos ahí tirados sin más. Tampoco quería marcharse sin echarle un último vistazo. Lo cierto era que deseaba algo más que un simple vistazo. Mucho más.
Posó un pie en el primer escalón y tomó una decisión. Breanna no respondía a sus llamadas y allí arriba tenía una delicia para él solo. No necesitaba, ni quería, saber quién era. Acelerando el paso, subió la escalera con el estómago encogido y la boca hecha agua.
Olivia confiaba en que el galope de su corazón no resultara audible. Las pisadas que resonaban sobre los escalones de metal le hicieron volverse. De nuevo la visión de ese tipo la desestabilizó.
Se dirigió hacia el telescopio más grande para contemplar a los asistentes a la fiesta. Eso la mantendría distraída y le permitiría reflexionar sobre qué hacer.
Sentía la negra mirada acariciarle la espalda y la parte trasera de los muslos. El almizclado aroma masculino casi le provocó un vahído. La idea de mirar por el telescopio resultó un fracaso, pues ni siquiera sabía si estaba enfocando o no. Y en cuanto a reflexionar sobre qué hacer, lo único que se le ocurría era saborear esos labios.
–Impresionante –murmuró.
–En eso te doy la razón.
Olivia se volvió. El hombre no miraba las luces del puerto, sino a ella.
–¿Participas en la regata? –consiguió preguntar.
–Ni hablar.
–¿No te va la navegación?
– He venido por la comida gratis –Jett se encogió de hombros.
–De modo que fuiste tú el que acabó con las gambas –Olivia soltó una carcajada–. ¿Has bailado?
–No soy el ladrón de gambas –él sacudió la cabeza y sonrió– y, dado que no me lo has pedido, esta noche no he bailado.
En cambio ella, con la obsesión de explicar su proyecto benéfico a todo el que quisiera escucharla, se había matado en la pista de baile.
–No te vi…
–No llevo mucho tiempo –reconoció Jett–. De todos modos, la Macarena no es lo mío.
–¿Ni siquiera la versión navideña con sus campanillas?
–No me va la Navidad –él se acercó a la barandilla y contempló el puerto.
–¿En serio? –preguntó ella–. ¿Por el muérdago, el ponche, Papá Noel, o es algo más personal?
–En dos palabras: mercantilismo navideño –Jett se volvió hacia ella.
–No tiene por qué ser así –Olivia no se lo tragó–, a no ser que tú lo permitas.
–En cualquier caso –Jett se encogió de hombros–, ¿quién necesita muérdago? Si te apetece besar a alguien deberías hacerlo sin más, ¿no crees? –él se inclinó ligeramente hacia ella–. ¿Por qué esperar a Navidad?
–Eso dependerá de si la otra persona quiere que la besen –ella intentaba convencerse de que no lo deseaba, pero cada músculo de su cuerpo se tensó–. Un besito festivo bajo el muérdago siempre es divertido –y mucho más seguro que un rincón oscuro y apartado.
–¿Siempre? –él enarcó las cejas.
Estaba al alcance de su mano y Olivia sentía el calor que irradiaba el fornido cuerpo.
–Normalmente –se corrigió ella con una risita nerviosa–. Con unas cuantas copas, suele ser inofensivo –a diferencia del reducido espacio que los separaba.
¿Había dicho inofensivo? Era una conclusión inevitable. Ese extraño iba a besarla y ella iba a permitírselo. La excitación hacía vibrar su cuerpo como un enjambre de hormigas rojas.
–Pues convénceme de que la Navidad se merece todo este jaleo –murmuró Jett mientras le tomaba un mechón de cabellos entre los dedos.
–¿Por dónde empiezo? –Olivia se esforzaba por recuperar la compostura.
–Refréscame la memoria. ¿Papá Noel es lo mismo que Kris Kringle?
–No necesariamente –ella decidió lanzarse al vacío–. En primer lugar, y sobre todo –lo miró a los ojos a pesar de que las piernas apenas la sujetaban–, debe permanecer un secreto.
–Confía en mí, no se lo contaré a nadie –la seductora voz bañó a Olivia.
–¿Confiar en ti? Y por cierto ¿dónde están mis zapatos?
–A salvo –Jett bajó la mirada al suelo–. Me gustas descalza.
–A mí también. Resulta liberador.
Un extraño brillo asomó a la mirada de Jett y Olivia tuvo la sensación de que le estaba chupando los dedos de los pies uno a uno–. ¿Serás mi Papá Noel?
–Por ti –él le deslizó un dedo por el escote a la joven–, podría. ¿Te acuestas con alguien?
El extraño formuló la pregunta como si tal cosa. Olivia sintió una tensión jamás experimentada en el estómago y las mejillas se tiñeron de rojo.
–No creo que sea asunto tuyo –la confusión se mezcló con irritación ante tanta arrogancia.
–Lo es si voy a besarte tal y como me gustaría hacerlo –los dedos se deslizaron hasta los labios de Olivia.
De inmediato, ella sintió arder esos labios y la tirantez del estómago se transformó en un nudo. ¿Qué tenía ese hombre que le hacía perder todo sentido de precaución?
Estaba claro que sufría enajenación mental transitoria.
Con los años se había acostumbrado a que los hombres la acusaran de ser intimidante o cerrada. Todo su tiempo y energía se lo habían llevado Snowflake y sus estudios, y no le había quedado tiempo para nada más, sobre todo para relaciones fugaces y esporádicas. Tenía cosas más importantes que hacer, como ayudar a las personas con enfermedades terminales.
Pero era Nochebuena y la locura transitoria la había golpeado de lleno, pues lo único en lo que podía pensar era en besar esos labios. Solo por esa noche.
–Cuando una mujer me dice que no es asunto mío –Jett la observaba como si le leyera el pensamiento–, suele querer decir que desea que la bese, independientemente de con quién se esté acostando.
–Es evidente que no me acuesto con nadie. De lo contrario no estaría aquí hablando contigo –espetó ella airada–. Y si crees que soy de esa clase de mujer, tienes muy mal gusto y nosotros nada en común.
–Al contrario, tengo muy buen gusto para las mujeres. Si no te creyera, no volverías a verme.
–De acuerdo –Olivia se relajó un poco. Más o menos–. Porque quiero… quiero que me beses.
–Me alegra haberlo aclarado –él enrolló otro mechón de sus cabellos entre los dedos.
–Yo también.
–¿Dónde estábamos?
–Papá Noel –ella se humedeció los labios.
–Ah… –un diablo sonriente asomó a los ojos negros mientras Jett deslizaba las manos por los brazos de Olivia.
–Lo malo es que tienes más aspecto de pecador que de Papá Noel –ella se estremeció.
–¿Y cuál de los dos prefieres que sea? –susurró Jett con los labios casi pegados a los de ella.
Ese tipo leía la mente, pues no dudó de que preferiría el pecado. El masculino cuerpo se endureció contra el suyo mientras los dedos se cerraban en torno a su brazo. Olivia percibió unos reflejos dorados en el iris negro, y vio su propio deseo reflejado en ellos.
Que Dios la ayudara, pues lo que necesitaba aquella noche era experimentar algo malo y salvaje. Quería lanzarse a las negras profundidades y rendirse a la promesa de placer que leía en ellas.
Salvo que el escenario, producto de sus más íntimas fantasías, se había vuelto real y todo estaba sucediendo a velocidad de vértigo.
–Espera –Olivia apoyó una mano en el torso del hombre, duro como el acero, pero cálido y acogedor–. Espera.
–¿Todo bien? –él se apartó ligeramente–. Porque si no…
–Estoy bien –ella respiró hondo–. Muy bien –al menos lo estaría cuando pudiera acompasarse al ritmo de ese dios, endemoniadamente atractivo, que tenía enfrente.
–Te diré una cosa –continuó él–. ¿Por qué no…?
–Eso es ¿por qué no…? –Olivia le rodeó el cuello con la boa y tiró con fuerza de los extremos.
Los ojos negros emitieron un destello de sorpresa cuando Olivia se puso de puntillas y lo besó.
Desde luego ese hombre sabía besar. Mientras sus labios se fundían, ella estuvo casi segura de oír un chisporroteo. La chispa surgida entre ellos desde que se habían mirado por primera vez estalló en un incendio en la parte más baja de su estómago, enviándole oleadas de excitación por todo el cuerpo.
–¿Te gusta tener el control, cielo? –una sonrisa pícara asomó a los labios de Jett.
En otra circunstancia, oírle decir «cielo», la habría irritado, pero no tuvo tiempo, porque los masculinos labios ya estaban sobre los suyos. Violentos, mágicos, irresistibles.
Decidida a no quedarse atrás, Olivia igualó el entusiasmo del joven y se apretó contra él arqueando la espalda. El sabor masculino llenó su boca a medida que los alientos se mezclaban y las lenguas se encontraban en una sensual danza.
Ese hombre sabía a riqueza, poder y persuasión, peligro, y una fuerza de voluntad equiparable a la suya propia. Por primera vez en su vida se preguntó si un hombre, ese en concreto, podría ser demasiado para ella.
Sin embargo, no era más que un inocente flirteo en un balcón. Y la Nochebuena era propicia para locuras y caprichos.
Con gran avidez, ella exploró su cuerpo. Músculos de acero y áspero vello que asomaba por el cuello desabrochado de la camisa. Ese hombre era un regalo y ella una niña el día de Navidad.
Jett también tenía las manos ocupadas. Cálidas y firmes, se deslizaron por la espalda de Olivia. Ella sintió un escalofrío cuando le bajó la cremallera, lo único que la separaba de la desnudez, salvo por las braguitas rojas.
En un balcón a escasos metros de cientos de personas.
Con un desconocido.
Quizás había llegado el momento de vivir peligrosamente.
–Lo sabía –Jett consiguió, a duras penas, despegar los labios de los de la mujer–. ¿Ha sido un estremecimiento de placer y anticipación o necesitamos el muérdago?
–Decididamente no necesitamos muérdago –ella sonrió y le ofreció una mirada chispeante.
–Menos mal, porque no tenía ni idea de dónde encontrarlo.
–¿Por qué has dicho «lo sabía»?
No había sido su intención decirlo en voz alta, y culpó de ello a un duro día de trabajo después de una larga noche. Deslizó las manos por el femenino cuerpo y se detuvo en las caderas.
–Me refería a que eres una refrescante sorpresa para el final de un aburrido día.
–¿Nada de problemas? –Olivia posó las manos sobre las de él.
–Problemas enormes –él frotó la nariz contra la suya.
–Viviré con ello –impenitente, ella rozó los labios de Jett con los suyos–. ¿Y tú?
–Mmm –Jett chupó los dulces labios. Sabían a fresa, piña y un toque de vodka–. Yo también –murmuró antes de probar otro poco.
La erección pulsaba dolorosamente como si se tratara de la primera vez. La cabeza le daba vueltas, ebria del olor de su piel, sus cabellos y el modo en que se frotaba contra él. No era la falta de sueño lo que lo volvía loco, era ella.
La locura estaba bien, tanto como los cálidos labios de esa mujer. Había trabajado sin descanso durante meses y había llegado el momento de cambiar de ritmo.
–Quizás al final esto de la Navidad tenga su atractivo –murmuró él al oído.
–Desde luego –ella sonrió y le rodeó el cuello con los brazos. Olía a albaricoque y pepino.
Jett soltó un gruñido y la empujó contra la pared. Impaciente, se apretó contra ella sin molestarse en tomar siquiera un minuto para admirar la belleza pelirroja de la complaciente desconocida. Olivia reaccionó basculando las caderas y emitiendo un pequeño gemido de rendición, clavándole las uñas en los hombros.
–Sí, cielo, tengo lo que quieres –le deslizó una mano hasta la nuca y continuó saboreando las delicias de sus labios. La otra mano cubrió un pecho y jugueteó con el endurecido pezón.
Un nuevo gemido escapó de los labios de Olivia animando a Jett a sustituir la mano por su boca. A través de la seda del vestido, mordisqueó el pezón antes de introducirlo en la boca y chupar. El placer de esa mujer era su tortura, pues allí no podía hacerlo.
Jett contempló los ojos azules teñidos de deseo mientras deslizaba el vestido hacia arriba.
–Te gusta lo que te hago.
Ella apretó los labios, aunque no pudo contener un suave gemido.
–Hay más –le prometió él mientras sus dedos exploraban la cara interna de los muslos.
Olivia miró hacia la escalera.
–Nadie va a subir aquí –le aseguró él.
Ella lo miró con ojos desorbitados y expresión incrédula antes de dejar caer los brazos.
Jett sintió una oleada de satisfacción. Ya era suya. Al menos lo sería antes de que acabara la noche.
–Oye –murmuró él, describiendo pequeños círculos con los dedos–. Elegiste al pecador. Colabora.
–Yo… –Olivia sacudió la cabeza.
–Buena decisión –los dedos de Jett encontraron la ropa interior de raso. Estaba húmeda y caliente, y supo que casi había alcanzado su objetivo.
Pero de repente la mujer se tensó y empezó a mordisquearse el labio.
–¡Es Navidad! –la animó él.
–Pero…
–Muy bien, olvida al pecador –él acalló sus protestas con un lento beso hasta que la sintió rendirse de nuevo–. Jugaremos a Papá Noel y no hará nada que tú no quieras. Tú mandas.
¿Mandar? Olivia se habría reído de no estar cegada por el deseo y una urgencia que no había experimentado jamás.
Tomar esa copa había sido un error. En circunstancias normales, debería haber sido capaz de controlarse. Nunca había tenido problemas para resistirse a un hombre, pero ese no era un hombre cualquiera. Era un diablo, persuasivo y muy listo. Tenía las manos dentro de sus braguitas, tocándola, excitándola con el más ligero roce sobre sus partes más delicadas. En cualquier momento iba a estallar en pedazos y jamás volvería a ser la misma.
–Llega para mí –la voz que le susurraba al oído transportó a Olivia a paraísos inexplorados.
La música de Coldplay le hizo regresar a algo parecido a la realidad. Brie. Con manos temblorosas, sacó el móvil del bolso. Su amiga le sonreía desde la pantalla.
–A buenas horas llamas –Olivia frunció el ceño.
–¿Una emergencia? –Jett se detuvo, aunque sus manos permanecieron dentro de las braguitas.
–No lo creo, pero…
–Pues deshazte de quien quiera que sea.
–No –el tono autoritario de ese hombre le irritó. Por tentador que le resultara, no podía, no quería, ignorar a su amiga–. Tengo que contestar.
Olivia intentó infructuosamente apartar las manos del joven, y al final consiguió contestar la llamada.
–Hola –saludó casi sin aliento, luchando con todas sus fuerzas para no retorcerse contra las manos que seguían en sus braguitas–. ¿Todo bien?
–Genial. ¿Por qué has tardado tanto en contestar?
–Yo… –Brie no era la única que se sentía genial. ¡Qué demonios!–, estoy siendo seducida por un hombre vestido de negro. Mi Papá Noel pecador.
–Es cierto –susurró él.
Olivia apretó los labios con fuerza para no sonreír y gritar al mismo tiempo.
–Bueno –tras una pausa, Brie reanudó la conversación–. Siento haberme retrasado, pero ya estoy aquí. ¿Sigues en la fiesta? Te he buscado por todas partes.
–Sí… –¡Dios mío!, ese hombre estaba haciendo cosas increíbles con el pulgar.
Era imposible mantener una conversación coherente en esas circunstancias. Los dardos de placer se le clavaban por todo el cuerpo.
–Sigo… aquí. Ya… te lo dije.
–¿Dónde? –preguntó Brie con impaciencia.
–Ahora mismo no soy buena compañía.
–No estoy de acuerdo –murmuró Jett contra sus pechos.
–¿Qué? –la voz de su amiga sonaba confusa–. ¿Estás con alguien?
–Debe ser… –una brisa refrescó ligeramente el infierno desatado en su interior mientras el Papá Noel pecador asumía el control y la llevaba a la cima del placer y el deseo.
–¿Qué has querido decir? Ken espera. Quédate donde estás, voy a buscarte.
–No, ya voy yo.
Era justo lo que iba a hacer. Una ráfaga de chispas estalló ante ella y la mano que sujetaba el teléfono se deslizó por un costado mientras el mundo se retiraba ante la inminencia del tsunami.
De su garganta surgió el sonido, parte súplica, todo placer, mientras coronaba la cima y se lanzaba al vacío.
Un suspiro escapó de sus labios. Apretándose contra el fornido cuerpo del joven y la espectacular erección, Olivia descendió lentamente a tierra. No es que fuera virgen, pero ningún tipo le había hecho algo así jamás.
Esas caricias habían transformado a una mujer racional, disciplinada y sensata en un ser tembloroso, fuera de sí. En alguien a quien no reconocía.
Olivia echó la cabeza hacia atrás y lo miró, grabando las facciones en su mente antes de besarse los dedos y tocarle el rostro.
–Feliz Navidad.
–Olivia –de alguna parte cerca del codo izquierdo, ella oyó la voz de Brie–. ¿Estás borracha?
–No –solo que no era ella misma. Sin apartar los ojos del extraño, se llevó el móvil a la oreja–. Te veo en el aparcamiento. Dame dos minutos.
Colgó la llamada y empezó a alejarse de él. Recuperada la cordura, solo quería estar sola y pensar en lo que acababa de hacer. Lo que él acababa de hacer. «¡Por Dios!». Los músculos se le contrajeron al recordarlo. Ella no practicaba sexo casual en un balcón. No sabía qué decir.
–Gracias –fue la opción ganadora.
–¿Ya está? –el extraño la agarró del brazo–. ¿Gracias?
–Sí. ¿Qué más quieres que te diga?
–¡Aún no hemos terminado! –rugió él.
Ella desvió la mirada, sintiéndose floja ante el magnífico despliegue de masculinidad que tenía delante. Una pena que no fuera a disfrutarlo en toda su magnitud.
–Lo siento. Lo siento de veras –«ni te imaginas hasta qué punto»–, pero mi amiga espera.
–Entonces date prisa –el hombre permaneció quieto, con expresión peligrosamente imperturbable–. Y ten cuidado con los escalones.
Olivia sintió un escalofrío recorrerle la nuca, aunque sabía que no había sido una amenaza, sino una advertencia. No sabía si disimulaba la irritación que le producía su separación, sin siquiera saber sus nombres, o si sentía alivio de que solo se hubiera tratado de un revolcón navideño.
Coldplay volvió a sonar.
–Treinta segundos, Brie –contestó Olivia–. ¿Ya te has reunido con Jett? –se sentía orgullosa del tono casual del que había impregnado la pregunta.
–Olvida a Jett –contestó su amiga–. Sin duda se ha olvidado de mí. Ya encontrará el camino.
Olivia aflojó la marcha al ver a Brie dando vueltas junto al coche. Su amiga ya la había visto. Alzando una ceja, le dedicó una sonrisa burlona, sin duda ante el aspecto arrebolado que presentaba.
–Vamos.
–¡Papá Noel pecador! –su amiga no se movió del sitio–. No exagerabas ni un poquito.
–Es Navidad –Olivia corrió al coche–. ¿A qué esperamos?
–Menudas prisas –Brie la contempló detenidamente–. Cenicienta solo perdió un zapato.
–Da igual. Gracias, Ken –murmuró al chófer mientras entraba descalza en el coche–. Solo son un par de zapatos.
Su amiga la siguió y Ken cerró la puerta. Brie pulsó un botón para subir la mampara y el coche arrancó.
–¿Dónde está el resto de mi boa? –preguntó mientras le quitaba una pluma pegada al hombro.
–He captado el tonito en tu voz, Brie –Olivia cerró los ojos, pero solo consiguió ser más consciente del tumulto desatado en su interior–. Y te advierto que así no conseguirás nada.
–Las mejores amigas lo comparten todo.
–No hay nada que compartir –las mejillas de Olivia se incendiaron–. Nada de nada.
–¡Claro, y yo me lo creo! –exclamó su amiga–. ¿Nada de nada?
–Bueno, no mucho.
–¿No mucho?
–No. Sí. No. Da igual.
–¿Cómo se llama? ¿Volverás a verlo?
–A las dos preguntas, no.
–Oh –Brie parecía defraudada.
–Y aunque supiera su nombre, no te lo diría. Además, tú no me has hablado de Jett.
–Jett es mi hermano, no mi amante. Y si tanto te interesa, no he hablado nunca de Jett porque me pidió que no lo hiciera.
–¿Por qué? Espero que no haya hecho nada malo. ¿Ha estado en la cárcel?
–No –su amiga rio–. Nada de eso. Pero es conocido.
–¿Es un famoso? De serlo, lo conocería.
–Livvie, has estado tan centrada en tus estudios y tu trabajo y montando Snowflake, que lo dudo. En el fondo lo que quieres es desviar la conversación de ti.
–Te lo he dicho. De acuerdo, no te lo he dicho –ella bajó la ventanilla del coche–. No… pero él… yo… –sin poder evitarlo, sonrió–. Fue toda una experiencia orgásmica.
–¡Vaya!
–Completamente –de repente, Olivia sintió una opresión en el pecho que descartó de inmediato–. Papá Noel pecador solo existe en Nochebuena. Desaparece a medianoche y… –consultó el reloj–, ya es más de medianoche.
Oficialmente era Navidad. Si el misterioso hermano aparecía, se suponía que iban a comer con él, y si no aparecía, estarían tan ocupadas los siguientes días que Brie no podría contactar con él.
–¿No has tenido noticias de Jett?
–Me envió un mensaje diciendo que iba de camino a la fiesta –Brie se encogió de hombros–. Desde entonces, nada.
–¿Sabe que participas en la regata?
–Sí. Dado que iba a venir a Sídney de todos modos, le sugerí celebrar juntos la Navidad. Quizás no haya sido tan buena idea.
–Aparecerá, Brie. Y me muero de ganas de conocerlo.
Jett contempló la huida de la joven, cabellos rojos al viento, aliviado por no haber ido más lejos. Sin embargo, la noche no habría podido ser más caliente si no hubiera descubierto de quién se trataba. Acomodó la protuberante hinchazón que aún tardaría un buen rato en bajar.
Problemas con ropa interior color fresa. Envolviendo los deliciosos pechos.
Se quitó la boa de plumas que seguía rodeándole el cuello y la guardó en el bolsillo del pantalón. Olía a su piel. Albaricoques y pepino.
Había estado a punto de seguirla para devolverle los zapatos, para persuadirla. Seguro que en alguna parte del mundo seguía siendo Nochebuena. Entonces, le había oído pronunciar su nombre.
Había estado tonteando con la amiga de Breanna.
Una árida carcajada escapó de sus labios. ¿Cuáles eran las probabilidades? Asomado al balcón, escudriñó el aparcamiento. Allí estaba. Breanna. Y no tuvo que esperar mucho para ver los rojos cabellos ondear al viento y desaparecer dentro del coche.
Jett necesitaba enfriarse un poco. Cinco minutos. Esa mujer no tenía ni idea de quién era. Podría haber disfrutado una velada con alguien que no estuviera con él por su nombre y fama.
La amiga de Breanna.
Sexy.
Disponible.
Mala idea.
Frunció el ceño con la mirada fija en la pared contra la que ella se había descompuesto bajo sus caricias, el vestido subido, los muslos temblorosos y los gemidos de placer inundándolo todo. El olor de su excitación permanecía en el ambiente. Tendría suerte si conseguía dormir esa noche.
En cuanto la había visto, había sabido que solo le generaría problemas.
Pero, y no pudo evitar sonreír, los problemas nunca se le habían presentado en un envase tan atractivo.
–Esto es vida.
Tras cinco días de duro entrenamiento, Olivia disfrutaba del tradicional desayuno navideño compuesto por champán, fresas y pastas.
Brie, con el mismo aspecto relajado que Olivia, estaba tumbada en una hamaca contemplándose las uñas de los pies, recién pintadas de verde.
–En un par de días te aburrirías de esto.
–Cierto. Debería acercarme al gimnasio.
–De eso nada –su amiga mordisqueó un cruasán–. El ejercicio está prohibido hoy.
–Si tú lo dices –Olivia se dejó caer, casi aliviada, en la tumbona.
Qué fácil era de seducir. Seducir. Ejercicio. Calor, humedad, sudor.
–Mejor la piscina. Unos veinte largos.
–¿Después de este desayuno? –Brie la miró por encima de las gafas de sol–. No lo creo. Lo que te pasa es que te sientes culpable por ceder a los placeres con Papá Noel pecador.
–Tienes razón –el recuerdo le provocó un escalofrío por todo el cuerpo a Olivia–. Nunca pensé que el pecado pudiera ser tan divertido.
–Pues ya lo sabes.
Había mantenido una breve relación con un chico hacía años, pero desde que conoció a Brie en el sanatorio donde agonizaban su madre y el padre de Brie, se había concentrado en poner en marcha Pink Snowflake y no había tenido tiempo para relaciones.
Pero la noche anterior había despertado una parte de ella que permanecía dormida desde hacía años.
–¿Estuvo bien?
–Ese hombre tiene las mejores manos que he visto –Olivia suspiró–. Y sabe cómo usarlas.
No servía de nada recrearse en los recuerdos y optó por cambiar de tema.
–Al final Jett consiguió llegar –lo había oído entrar la noche anterior–. ¿Se perdió?
–No lo creo –Brie removió el café con una cucharilla–. Dijo algo sobre llegar tarde a la fiesta.
–Buenos días.
La profunda voz masculina hizo que Olivia diera un brinco.
–Hola –la sonrisa quedó congelada en sus labios.
¿Cómo la había encontrado? «¿Qué hace aquí?». Sin embargo, ya sabía la respuesta.
Jett.
Se apoyaba con suma naturalidad en el quicio de la puerta. Riéndose de ella. Engreído. Cada indignado vello de la nuca de Olivia se erizó.
Jett llevaba pantalones cortos, polo blanco y calzaba sandalias marrones. Junto a la puerta descansaban un par de sandalias rojas de altísimo tacón.
–Al fin te has despertado –Brie no se dio cuenta de la delatadora evidencia–. ¿Has dormido bien?
–Teniendo en cuenta las circunstancias… –contestó él con la mirada puesta en Olivia.
Esos ojos. Eran los ojos de Brie. ¿Cómo se le había podido pasar?
–Feliz Navidad –Brie le dio un beso en la mejilla–. Jett, te presento a mi mejor amiga, Olivia Wishart. Liv, este es Jett Davies, mi hermano.
–Ya he tenido el placer –él asintió y a su rostro asomó una sonrisa.
Ante la mención de la palabra «placer», Olivia sintió una punzada de culpabilidad. Qué escandaloso e inadecuado por su parte mencionarlo. Aunque su baja estatura la situaba en desventaja, se puso de pie. El sol bañaba la ya bronceada piel y ella sintió que le flaqueaban las piernas.
–Pero siempre ayuda ponerle un nombre al rostro –espetó ella al fin.
–¿Os conocéis? –perpleja, Olivia miraba de uno a otra.
–Anoche –Jett habló en tono de acusación, o desafío, antes de recoger los zapatos del suelo–. Te las dejaste, Cenicienta.
Horrorizada, ella contempló esos dedos que tanto placer le habían proporcionado. Al no hacer el menor gesto por recuperar las sandalias, Jett las volvió a dejar junto a la puerta con una perezosa sonrisa, recorriéndole el cuerpo con la mirada y deteniéndose en los pies, de nuevo descalzos.
–Espero que no fueran tus únicos zapatos.
–No –ella respiró hondo, avergonzada, furiosa. De no estar Brie, le explicaría con detalle qué podía hacer con esas sandalias–. Tengo más. Se me olvidan fácilmente. Me gusta andar descalza.
–Lo tendré en cuenta –la sonrisa de Jett se amplió.
–¿Para qué? –Olivia ocultó las manos tras la espalda para disimular el temblor–. ¿Por qué sonríes?
–¿Y por qué estás tan tensa? –sin dejar de sonreír, él se encogió de hombros.
–¿Olivia? –la voz de Brie interrumpió la conversación–. ¿Podrías ayudarme en la cocina?
–Aquí no hay cocina –le recordó ella a su amiga sin apartar los ojos de Jett–. Vosotros dos poneos al día, yo voy a nadar un poco antes de ducharme y prepararme para la fiesta de Navidad. Espero que tengas ganas de comer con Brie, Jett, tanto como ella de comer contigo.
La fuerza de la mirada asesina y la nada sutil alusión a la comida navideña sorprendieron a Jett.
–Ya te digo –él la observó recoger los zapatos y disfrutó de la visión del intocable trasero y dorados muslos al inclinarse. Olivia entró en la suite y desapareció de su vista.
–Debe de estar enfadada conmigo. Será por ese asunto de la Navidad.
–¿Asunto de la Navidad? –murmuró Brie–. Supongo que te refieres a lo de Papá Noel pecador.
–Eso también.
–¿No os presentasteis?
–¿Para qué? No fue más que… –Jett se interrumpió–. ¿Crees que debería…?
–No. Si yo fuera ella, preferiría estar sola. ¿Cuánto tiempo llevabas ahí?
–Lo bastante.
–Muy bien. Te lo dejaré claro, Jett.
A Jett siempre le inquietaba ver sus propios ojos en los de su hermana.
–Olivia es mi mejor amiga. También es la persona más generosa y considerada que conozco. Durante los últimos años ha estado tan ocupada estudiando y poniendo en marcha su propia fundación benéfica que no ha tenido nada parecido a una vida social.
–Vamos al grano. Esto va de Olivia y de mí.
–Y me parece bien. Eres mi hermano, Jett, y me importas. Lo creas o no, lo quieras o no, es lo que siento. Pero también me importa Livvie. Ella es como una hermana para mí. Ten cuidado.
–Oye, tranquila –él se sentía incómodo–. No necesito que te preocupes por mí, pero gracias.
–Jamás perdonaré a papá por lo que te hizo –ella lo miró como a un cachorrito herido.
–Olvídalo –murmuró Jett.
–Por eso me mantengo al día de lo que publica la prensa sobre ti. Conozco bien tu reputación con las damas.
–¿Y? –¿lo había vigilado los tres últimos años?
–Olivia no es así.
–Entonces anoche no era ella misma.
–No sé nada sobre anoche –Breanna agitó una mano en el aire–, no estuve allí. Solo quería explicarte cómo es, quién es. Normalmente.
–De todos modos, apenas me dirige la palabra. No pienso poner un dedo sobre ella, ni nada más.
«A no ser que ella me lo pida». Jett se puso duro solo de pensar en la noche anterior.
–Yo no digo que no te diviertas, Jett –su hermana se sentó en una tumbona–. Ella, desde luego, se merece un poco de diversión. Pero… –se encogió de hombros–. Está bien. Ya sois mayorcitos.
–No pasará nada –le aseguró él–. Mañana participas en la carrera. ¿Navega ella contigo?
–Livvie es la razón por la que participo. Hemos navegado juntas un montón de veces –Breanna sonrió–. Me muero de ganas. Están siendo unas Navidades fantásticas.
–Sí, claro –él desvió la mirada hacia el puerto. Y decidió no contarle a su hermana que el veinticinco de diciembre solía hacer cualquier cosa, salvo celebrar las fiestas.
Tras cancelarse el viaje a Tailandia, había decidido aceptar la invitación de su hermana, pero no había sido consciente de que aceptaría pasar un auténtico día de Navidad en familia hasta que ya había sido demasiado tarde.
–Me echaré una siestecita –Jett se echó en otra tumbona y cerró los ojos–. Anoche apenas dormí.
–De acuerdo –ella carraspeó–. Voy a ducharme.
–Muy bien –la mención de la ducha le recordó a Jett la ropa interior color fresa que ya había desaparecido del cuarto de baño.
–Date prisa, mamá.
Ella siempre llegaba tarde al colegio. Jett había ido solo aquella mañana porque había sido incapaz de despertarla. Había pasado tanta hambre que le había preguntado a la profesora si podía pedir un sándwich en la cafetería. Solía hacerlo cuando su madre se quedaba sin dinero.
Pero entonces habían aparecido unos extraños y se lo habían llevado a otra casa y le habían explicado que su mamá había pasado a mejor vida. Él no estaba seguro de qué significaba aquello, pero sí que jamás volvería a verla. Había llorado un montón porque ella le había dicho que lo amaba y le había prometido que algún día se irían a vivir con su padre a una enorme casa y que no les faltaría de nada.
La señora le había dicho que iba a vivir con otros niños como él, que se divertiría un montón y que haría muchos amigos. Y lo había intentado. Pero no se había divertido, y los demás niños se metían con él porque era más pequeño. Y había peleado, y ellos le habían dicho que era problemático y le habían enviado a otra casa, y luego a otra. ¿Quién necesitaba unos estúpidos amigos? Su padre se lo llevaría de allí y lo arreglaría todo.
Y mientras esperaba, soñaba. Su padre lo abrazaría como solía hacer su mamá en los días buenos, y le diría que llevaba tiempo soñando con ese día.
Y un día le anunciaron que su padre quería invitarlo a casa por Navidad. Serían sus primeras Navidades de verdad, con pavo, árbol, regalos y todas esas cosas. Quizás su padre le había comprado una bicicleta y le enseñaría a montar, y le diría que lo amaba y que quería que se quedara para siempre. Le habría preparado su propia habitación con una cama de piratas y una lámpara de piratas. Le gustaban los piratas.
Pero al llegar a la casa, el hombre de sus sueños lo había mirado con tristeza y no había sonreído. Dentro, esperaba una señora. Jett no comprendía por qué esa señora no lo miraba y por qué había abandonado la habitación con ojos llorosos. Entonces su padre le había presentado a un diminuto bebé, con unos ojos idénticos a los suyos, y le había dicho que se llamaba Breanna. Era su hermana. Y de repente el hombre ya no parecía triste. Sonreía y le permitió acariciar las suaves mejillas. Era el mejor día de su vida.
Pero la señora volvió y se llevó al bebé, y su padre le explicó que no podría formar parte de esa familia. Jamás.
Jett se acarició la rasposa barbilla. Navidad. Se sentía igual de mal que siempre.
El pequeño bebé que lo había echado de la familia resultó ser, sin embargo, una luz en su vida. Seguía sorprendiéndole que Breanna lo hubiera buscado cuando, tras la muerte de su padre, había descubierto la existencia de un hermano.
–¡Tú! –exclamó una cortante voz femenina.
–Hola, Problemas –Jett sonrió, todavía con los ojos cerrados–. Anoche no dormí demasiado.
–Tus hábitos de sueño no me preocupan.
El fresco aroma a pepino y albaricoque llegó hasta su nariz y al fin abrió un ojo. Olivia se había duchado. Sus preciosos cabellos rojos acariciaban los elegantes hombros. Un vestido corto abrazaba sus curvas, unas curvas que había conocido hacía menos de doce horas, y que habría conocido aún más si Breanna no hubiese telefoneado a su amiga.
Olivia se sonrojó visiblemente cuando él estudió sus atributos y, rápidamente, desvió la mirada.
–¿Estás segura de eso? –él sonrió–. ¿Por qué no te sientas y lo hablamos?
–Como te decía… –inesperadamente, Olivia tomó una silla y se sentó frente a él–, no es más que el habitual e irresponsable comportamiento masculino.
–Es que soy un hombre –señaló Jett–. Pensé que te habrías dado cuenta anoche. Y sí, se trataba del típico comportamiento de un hombre frente a una mujer sexy que desea lo mismo que él. Lo que no me cuadra es lo de irresponsable. Sé lo que es el sexo seguro.
–No tienes ni idea de lo que estoy hablando ¿verdad? –ella respiró hondo.
–Pero estoy seguro de que me lo vas a explicar.
–Anoche…
–Anoche… –repitió él. Había padecido una erección que sería la envidia de la mayoría de los hombres, y se lo iba a hacer pagar.
–Ni se te ocurrió que Brie esperaba noticias tuyas –Olivia se aclaró la garganta–. Ni te molestaste en llamar para hacerle saber dónde estabas.
–Ese es el motivo por el que no permito que las mujeres permanezcan mucho tiempo junto a mí.
–Brie no es cualquier mujer, es tu hermana. Le dijiste que ibas camino de la fiesta y eso fue lo último que oyó de ti. Mientras tú te divertías con una desconocida, ella estaba preocupada por lo que podría haberte sucedido.
–La desconocida eras tú –él enarcó las cejas.
–Esperaba compartir la velada con su hermano. Solo porque seas un famoso chef y crítico de cocina, sí, Brie me lo ha contado, y no, no te reconocí, sin duda un golpe para tu hipertrofiado ego, no significa que puedas tratar así a los que se preocupan por ti. Y…
–Pues sí que tenías cosas que decir –esa mujer se ponía adorablemente roja cuando se enfadaba.
–Cuando hace falta, sí.
–Comprendido –él chasqueó los dedos–. Te sientes mal porque me metí en tus bragas y te encantó, pero has decidido que no es políticamente correcto liarte con el hermano de tu mejor amiga.
–No voy a contestar a eso –Olivia pestañeó, las mejillas encendidas. Había acertado de pleno.
–¿Ya no tienes nada más que decir? –la voz de Jett encerraba diversión y frustración.
–Tengo mucho que decir, pero me aguantaré –ella alzó la barbilla.
–¿Y tienes la menor idea de cómo me siento yo? –él la miró con expresión dolorida.
«¿Ardiente como el acero fundido y duro como el hormigón?».
–Ya te pedí disculpas.
–Y yo se las pediré a Breanna –Jett asintió y desvió la mirada.
–Bien –Olivia se apartó de la puerta de la terraza–. La comida debe estar lista. Iré a comprobarlo.
–Espera –la detuvo él sujetándole un brazo–, lo comprobaremos juntos.
Olivia intentó zafarse. Sus pechos rozaban el fornido torso masculino y sus pezones se endurecieron al instante como balines. La joven reprimió un gemido.
Aquello no estaba saliendo bien. «Control, Olivia». Sin embargo, los ojos negros encerraban infinidad de promesas y ella ya era una adicta.
El corazón le galopaba y los labios le palpitaban. Un pequeño gemido surgió de su garganta y el rostro se elevó por voluntad propia. Solo un besito. Uno más. Era Navidad…
–Problemas –murmuró él con los labios tan pegados que ella casi pudo saborearlos.
Y entonces le dedicó la sonrisa del Papá Noel pecador, invitándola a seguirle.
«¡No!», quiso gritar ella a los cuatro vientos. Se negaba a que sus problemas con ese hombre interfirieran en una agradable comida familiar.
El cuajo de ese tipo era irritante. ¿Quién era él para apodarla Problemas? solo tenía que aguantarle unas horas más. «Muéstrate amable, por Brie». En un día estarían en medio del océano.
–¿Encuentras las costillas con pudin de Yorkshire a la altura? –preguntó Brie a su hermano mientras los tres degustaban el menú servido en la terraza de la suite.
–Estoy de vacaciones –él llenó las copas con champán–. La carne está tierna, el pudin está tostado. No necesito saber nada más.
–Pero tus papilas gustativas nunca descansan –sugirió Olivia.
–No, pero de vez en cuando me apetece comer sin analizar la comida.
–Tiene sentido –ella asintió–. Relájate y disfruta.
De inmediato sintió un intenso calor en la nuca. «¡Mal, mal, mal!». Fijó la mirada en la copa, pero era muy consciente de que los ojos negros de Jett estaban puestos en ella y, sin duda, el hombre había situado sus palabras en el contexto de lo sucedido la noche anterior.
–Yo estoy disfrutando del salmón a la plancha –consiguió balbucir–. ¿Qué tal el pato, Brie?
–Perfecto.
Olivia suspiró para sus adentros. El pato no era lo único perfecto allí.
–¿Y cuál es, en tu experta opinión, tu mejor plato? –se obligó a mirar a Jett a los ojos.
–Mi suflé está para morirse –él reflexionó unos segundos–. Al menos eso dicen.
A juzgar por la sonrisa, seguro que había sido una mujer. Sin duda él se lo había dado a probar directamente en la boca. No era una escena que Olivia deseara recrear en su mente, pero no podía evitarlo.
–¿Te gusta el suflé?
Jett formuló la pregunta con voz sensual. Y esos ojos negros fijos en ella…
–Intenté preparar uno una vez, pero fracasé –la cocina era la peor de sus habilidades.
–¿Solo le diste una oportunidad?
–Fue más que suficiente.
–Persistencia, Olivia –Jett le guiñó un ojo–. La clave del suflé está en el tiempo. Tienes que probar mi suflé con amaretto –las palabras le acariciaron la nuca.
–¿Vas a darnos la famosa receta? –Brie se detuvo con el tenedor en el aire–. No está publicada en ningún libro –le explicó a Olivia.
–¿Y qué tal si os dejo ver cómo lo preparo?
Olivia tragó nerviosamente y sus mejillas se incendiaron. Debería haberle reconocido por la portada de la revista Sundae Night. ¿Cómo no había reconocido esos pómulos y los oscuros cabellos?
–Brie me regaló uno de tus libros las pasadas Navidades. Ahora entiendo por qué estaba firmado.
–¿Y te gustó? –Jett se sirvió más salsa.
–Tiene algunos postres deliciosos –y de regalo unas cuantas fotos del sexy cocinero, aunque ninguna lo bastante clara para poderlo reconocer en carne y hueso–. Pero solo he probado un par de recetas. ¿Nunca te cansas de cocinar?
–Acabamos de terminar de rodar una serie para la televisión, y sigo con mi trabajo de crítico culinario. Tengo ganas de tomarme un descanso y estoy pensado en temas para libros de cocina. La idea es empezar en Tasmania en cuanto concluya el festival gastronómico.
Era el principal evento del verano en Hobart y se desarrollaba en el puerto donde concluía la regata.
–Si hay alguien que pueda apreciar ese festival, es un chef.
–Eso espero.
–Y después ¿adónde irás?
–He reservado un alojamiento en Cradle Mountain.
–Reconoce que al menos alguna vez has sido un desastre en la cocina.
–No me acuerdo –Jett sonrió divertido y los ojos negros brillaron.
–Cuéntamelo –insistió Olivia con una sonrisa.
A pesar de su antagonismo inicial, se sentía atraída por él. El modo en que sus ojos reían, la sedosa voz, las manos. Era casi incapaz de apartar la vista de esos dedos que jugueteaban con la decoración de la mesa. Y se imaginó esos dedos jugueteando con ella…
¡Para!
Jett no estaba allí por placer sino por Brie, para celebrar juntos la Navidad.
La familia de Olivia siempre había celebrado las fiestas en casa con un árbol, ridículos sombreros y comida suficiente para un regimiento. Incluso el año anterior, tras la muerte de su madre, había celebrado el día con Brie y un par de chicas del sanatorio.
–¿Te dedicas a la cosmética natural como Breanna? –pregunto Jett mirando a su hermana.
–Trabajo en el campo de la medicina natural. Comparto clínica con Brie, una masajista terapeuta y una kinesióloga. Me he tomado un mes libre para participar en la regata y centrarme en la fundación benéfica.
–Livvie está diplomada en naturopatía –presumió Brie–. También está titulada en ciencias de la salud. Está terminando un curso empresarial para poder montar una residencia oncológica. Y luego está la fundación benéfica, y…
–Brie… –Olivia se sonrojó. A los hombres no les gustaban las mujeres con más logros académicos que ellos. Nunca le había preocupado, pero de repente sí lo hacía. Quería que Jett la contemplara, sobre todo, como mujer, lo cual no tenía ningún sentido.
–Y seremos socias en la residencia –una sonriente Brie se cruzó de brazos.
–¿Me cuentas algo más sobre tu fundación benéfica? –Jett contempló pensativo a Olivia–. ¿Tiene un nombre?
–¿No te ha dicho nada aún? –preguntó Brie perpleja.
–No tuvimos la ocasión –contestó él con la mirada fija en Olivia.
–Debe ser la primera vez que sucede –su hermana soltó una carcajada–. Solo vive para hablar de la fundación Pink Snowflake. Debes ser el único hombre al que no ha acosado, y lo digo en el mejor sentido de la palabra –miró a su amiga con ojos brillantes.
Breanna tenía razón. Olivia se había sentido tan furiosa con ese hombre que había olvidado hablarle de su trabajo, o intentar arrancarle una contribución.
–Mi madre murió de cáncer de mama y quiero construir una residencia para supervivientes de cáncer y los que están sometidos a terapia. De momento es poco más que un sueño muy caro, pero terminaremos por conseguirlo. Mamá y yo creamos la fundación hace cinco años, tras su primer diagnóstico.
–Tiene unas ideas increíbles –añadió Brie–. Y me enorgullece formar parte del proyecto, si sobrevivo a la regata.
–Esa es la actitud –Oliva rio, aunque enseguida se puso seria.
Estaba cumpliendo una promesa hecha a su madre cinco años atrás. Participar con su yate en la regata de Sídney a Hobart. No lo hacía solo en homenaje a ella, también por todas las mujeres de su familia, muertas de cáncer de mama. Por todas las mujeres que padecían cáncer de mama.
–Mañana a estas horas estaremos navegando hacia la costa de Nueva Gales del Sur.
–¿Cómo se llama tu barco? –Jett se reclinó en el asiento.
–Yate –le corrigió Olivia–. Chasing Dawn. Es pequeño, pero toda una belleza –su madre y ella lo habían adquirido en una fase de remisión de la enfermedad, cuando aún había esperanza.
–De modo que habrá dos mujeres entre la tripulación –él miró de una a otra–. ¿No dicen que trae mala suerte llevar mujeres a bordo?
–¿Y qué dices del récord de la vuelta al mundo en solitario de Jessica Watson, a los dieciséis años? ¿Y sabías que en 1946 el único yate que logró llegar a Hobart estaba capitaneado por la primera mujer en tomar parte en esa regata? ¿Llamarías mala suerte a eso?
–Es evidente que al patrón de tu yate no le preocupan las distracciones –continuó Jett como si Olivia no hubiera hablado–. ¿Alguna vez intima con su tripulación?
La manera de expresarlo, totalmente sexual, hizo que Olivia sintiera ganas de abofetearlo.
Debería habérselo esperado. La sonrisa descarada, el brillo sexual en los ojos. La arrogancia masculina. Y pensar que, minutos antes, habían disfrutado de una conversación casi agradable.
–Jamás. Cada uno se centra en su trabajo. Nadie se distrae.
–Seguro –él enarcó una ceja.
–Somos un equipo, señor Davies, trabajamos como un equipo. Todos somos iguales.
–Eso me gustaría verlo.
–¿En serio? –espetó Olivia–. Si quieres, te puedo hacer un hueco.
–¿Ah, sí? –él sonrió y le mostró una dentadura digna de un anuncio de dentífrico–. ¿Vas a invitarme a bordo?
–Sí –un plan empezaba a fraguarse en la cabeza de la joven–. Un miembro del equipo se ha retirado por enfermedad, y tú serías la persona perfecta para ocupar su puesto. Snowflake necesita publicidad. Una palabra a la prensa y me harías, nos harías, a la fundación le harías un gran favor. ¿Verdad, Brie?
–Sí –hasta ese momento, su amiga parecía disfrutar con la escena–. Creo que tienes razón.
–¿En el barco? –una parte de la petulancia de Jett pareció esfumarse.
–Yate. Te encantará, Jett –Olivia habló en un tono sensual–. Toda la tripulación es femenina. Imagínate, todas esas bellezas bronceadas. Y estoy segura de que te encantarán los camastros calientes.
–¿Camastros calientes? –él la miró con ojos desorbitados.
–Si te unes a nosotras, descubrirás lo que es.
–¿Toda la tripulación? ¿El patrón también? –ya no quedaba rastro de altivez en Jett.
–Presente –Olivia se llevó la mano a una imaginaria gorra de visera.
–Pero…
–Lo sé. Para algunos se trata de mala suerte, pero Chasing Dawn siempre ha tenido mujeres a bordo y no ha sufrido una fuga de agua jamás –ella hubiera jurado que Jett había palidecido, y tuvo que apretar los labios para disimular una sonrisa–. Vamos, Jett. Di que sí. Te necesitamos.
–Por favor, Jett –Brie se unió–. Es por una buena causa y mañana cenaremos codorniz asada.
Olivia sabía que jamás ganarían la regata. No se trataba de eso. La razón que les motivaba era reunir fondos y hacerse notar. Y tener un famoso a bordo les iría muy bien. Y si además de famoso era sexy y un chef, mejor aún. La prensa se volvería loca.
¿Codorniz asada? ¿Se suponía que debía bastar para convencerlo? Jett detectó un leve movimiento en los labios de Olivia y encajó la mandíbula. Su orgullo masculino estaba en juego porque, por su amarga experiencia personal, sabía que el mareo podía convertir al tipo más duro en un lloriqueante despojo.
–Es una pena que no venga equipado adecuadamente.
–No hay problema –el tono tranquilizador de Olivia no alivió la incomodidad que él empezaba a sentir–. Tenemos gorras y camisetas con el logotipo de la fundación –insistió ella–. Alguna habrá que te sirva. También hay muchos chubasqueros, para cuando la cosa se ponga difícil.