Pack Deseo Noviembre 2015 - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

Espectáculo de estrellas Kate Hardy Una aventura amorosa explosiva. Kerry Francis no se parecía en nada a las despampanantes rubias de piernas largas con las que salía Adam McRae, su atractivo vecino. Aunque Adam le resultaba irresistible, solo eran amigos… hasta que él le pidió que se hiciera pasar por su novia. Hasta ese momento, las únicas estrellas que Kerry había visto eran las que diseñaba para sus espectáculos de pirotecnia. Pero los besos y las caricias de Adam, de mentira, por supuesto, le hicieron ver algo más que las estrellas. Y cuando terminaron casándose… La noche de bodas fue inolvidable. Pero Kerry se había enamorado y no sabía lo que iba a pasar cuando la luna de miel llegara a su fin. Dos años después Kat Cantrell Dos años después de que la abandonara Keith Mitchell en el altar, Cara no estaba preparada para volver a encontrarse con él, pero ahora se vieron obligados a trabajar juntos. Keith había salido huyendo por culpa de un malentendido, pero tras conocer la verdad, y tras pasar largos días trabajando junto a Cara, la deseaba de vuelta en su cama. Pacto de adultos Kat Cantrell Después de una noche de tequila y sexo, la espontánea boda en Las Vegas no debería haber sido legalizada. Pero Meredith Chandler-Harris acababa de descubrir que seguía unida al irresistible empresario Jason Lynhurst. Ella necesitaba anular el matrimonio pero, para convertirse en el nuevo directivo de la empresa, él la necesitaba como esposa. Idilio en el bosque Janice Maynard Se refugiaron el uno en el otro. Hacer negocios todo el tiempo era el lema del multimillonario Leo Cavallo. Por eso, dos meses de tranquilidad forzosa no era precisamente la idea que tenía de lo que debía ser una bonificación navideña. Entonces conoció a la irresistible Phoebe Kemper, y una tormenta los obligó a compartir cabaña en la montaña. De repente, esas vacaciones le parecieron a Leo mucho más atractivas.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 80 Deseo, n.º 80 - noviembre 2015

I.S.B.N.: 978-84-687-7815-0

Índice

Créditos

Índice

Espectáculo de estrellas

Portadilla

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Dos años después

Portadilla

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Pacto de adultos

Portadilla

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Idilio en el bosque

Portadilla

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Uno

Kerry ignoró el timbre de la puerta. Debía ser un vendedor, sus amigos sabían que estaba sumamente ocupada en esa época del año. Diseñaba fuegos artificiales y montaba espectáculos, y el otoño era la temporada de más trabajo, tenía que coordinar montajes para la Noche de las Hogueras y para la Nochevieja.

Estaba durmiendo dos horas menos de lo acostumbrado, pues estaba dedicando mucho tiempo a la realización de su proyecto estrella: unos fuegos artificiales color verde mar, el no va más de la pirotecnia. Por lo tanto, no quería dejar de hacer lo que estaba haciendo para escuchar a alguien hablarle de alguna empresa de telefonía más barata.

El timbre volvió a sonar insistentemente.

También podía ser su amiga Trish, decidida a hacerle dejar el trabajo para ir a una aburrida fiesta por si, de casualidad, conocía al hombre de su vida, un hombre que ella no quería encontrar porque estaba encantada con su estilo de vida.

Guardó el archivo en el ordenador y, con paso firme, fue a abrir.

–¿Qué?

–¡Vaya! Debes de estar con la regla. Sabía que tenía que haberte traído chocolate.

Adam se apoyó en el marco de la puerta, ladeó la cabeza y le dedicó una deslumbrante sonrisa. Le apareció un hoyuelo en una de las mejillas. Un hoyuelo que podía volver loca a cualquier mujer, incluida a ella, y que iba acompañado de un travieso brillo en los ojos.

–¿Te vale esto? –Adam alzó una botella de un buencabernet sauvignon.

Debería haber adivinado que sería él, pensó Kerry cruzándose de brazos.

–¿Qué es lo que quieres, Adam?

–Un sacacorchos y un par de copas. Y como estamos en tu casa, te dejaré que elijas la música.

–Nadie va a elegir ninguna música. Estoy trabajando.

Adam sacudió la cabeza con otra de esas sonrisas irresistibles.

–Es viernes por la noche, pasadas las nueve. La gente normal no trabaja a estas horas.

El comentario le dolió.

–¿Y qué?

–Trabajas demasiado y necesitas un descanso. Hay que compensar el trabajo con el ocio.

Fue entonces cuando Kerry se dio cuenta de que Adam estaba bromeando.

–Estupendo. Eso lo dice el hombre que trabaja tanto o más que yo.

Adam se echó a reír.

–Sí, pero también me divierto.

Sí, era innegable que se divertía. Adam aprovechaba las vacaciones de invierno para ir a esquiar y las de verano para hacer alpinismo, además de aprovechar cualquier fin de semana que tenía libre para hacer surf en Cornualles.

–Vamos, Kerry. Necesitas un descanso y yo soy la excusa. Y he traído el vino. A propósito, ¿has cenado ya?

A veces, a Kerry le daban ganas de estrangular a su vecino del piso de arriba; sobre todo, a eso de la una de la madrugada, cuando alguna de sus novias gemía: «¡Oh, Adam!». A ella, por supuesto, no le quedaba más remedio que taparse la cabeza con la almohada en esos momentos.

Pero cuando Adam le sonreía como lo estaba haciendo… ¿quién podía resistirse?

–He tomado un sándwich para almorzar –respondió Kerry encogiéndose de hombros.

–¿Un sándwich para almorzar? Eso debe haber sido hace ocho horas por lo menos. Kerry Francis, necesitas comer algo –Adam sacudió la cabeza–. ¿Qué voy a hacer contigo, eh? Vamos, siéntate, te prepararé una tortilla.

–Tu cocina está en el piso de arriba, en tu casa –dijo ella.

–Sí, pero para cuando bajara la tortilla, ya se habría enfriado, así que mucho mejor preparártela aquí. ¿Tienes huevos y un poco de queso?

Kerry alzó las manos para pararle los pies. Adam era un torbellino. Se preguntó cómo podrían aguantarle las enfermeras, aunque trabajando en las urgencias de un hospital, supuso que la rapidez con la que Adam se movía sería una ventaja.

–Adam, no quiero una tortilla. En serio, estoy bien, no tengo hambre.

–Necesitas que alguien te cuide –declaró Adam.

–Sé cuidar de mí misma.

–Hablo en serio, Kerry –Adam le revolvió el cabello–. Vamos, siéntate y ponte cómoda mientras yo abro la botella.

¿Le estaba diciendo que se sentara y se pusiera cómoda en su propia casa? Así era Adam, un mandón a quien le gustaba organizarlo todo.

–Me cuesta creer que no te queden enfermeras a quienes marear –dijo Kerry–. Solo hace un mes que te cambiaste de hospital. ¿Las has agotado ya a todas?

–Muy graciosa –Adam hizo una mueca y se marchó a la cocina.

Ella le siguió y le vio sacar dos copas de un mueble antes de descorchar el vino.

–En serio, Adam. Todos los viernes por la noche tienes alguna chica en casa –y diferente cada semana, aunque todas ellas de piernas largas, cabello largo y rubio y despampanantes.

Sí, era extraño ver a Adam ahí, en su casa, un viernes por la noche. Cierto que ella era rubia, con la melena recogida en un moño, pero nada más. Sus piernas tenían una longitud normal, al igual que su aspecto físico en general. Y no, no era la compañera apropiada para un alto, moreno y guapo dios del sexo como Adam McRae.

–¿Qué ha pasado esta noche?

Adam se encogió de hombros.

–No todos los viernes por la noche salgo. Además, hoy he salido tarde del hospital.

Lo que no significaba nada. Adam podía trabajar todo el día, después ir a una fiesta y estar fresco al día siguiente. Estaba esquivando la pregunta, así que algo debía de pasarle.

A pesar de que Adam la irritaba en ocasiones, le gustaba. Le gustaba desde el día en que ella se mudó al piso de abajo, se quedó encerrada en la casa y él acudió en su ayuda. No solo consiguió abrirle la puerta, sino que también le llevó una taza de café y un paquete de galletas de chocolate. Sí, era un buen vecino.

A lo largo del último año se habían hecho amigos. Se entendían. Adam era médico, trabajaba en urgencias y era un animal social; ella era pirotécnica y prefería manejar productos químicos a socializar. Los dos bromeaban sobre sus diferentes estilos de vida, pero ninguno de los dos trataba de cambiar al otro. Si ella tenía un mal día, iba a casa de Adam y él le preparaba un café y le daba galletas de chocolate. Si el mal día lo tenía él, llamaba a su puerta para charlar un rato con ella.

Como esa noche. ¿Qué le pasaba?

–¿Problemas de mujeres?

–No.

–Entonces ¿qué?

–Nada. ¿Qué tiene de raro que haya venido a ver a mi piromaniaca preferida?

–Que está trabajando.

–Vamos, sé perfectamente que no te cuesta nada diseñar un cohete. Lo haces con los ojos cerrados. Ya sé que quieres diseñar el primer fuego artificial verde mar, pero hay gente que lleva años intentándolo. Kerry, nadie lo va a conseguir de un día para otro y te va a ganar. Necesitas hacer otras cosas, como oler rosas, contemplar las nubes o escuchar a los pájaros –Adam llenó las copas–. Y hablando de otra cosa, ¿me vas a dejar que elija la música?

Kerry lanzó un gruñido.

–Si vas a poner rock antiguo la respuesta es no. Prefiero algo clásico.

–¿Como qué? ¿Como un bolero?

–No digas tonterías –respondió ella con altanería–. Y para que lo sepas, no soporto a Ravel. Lo que sí me gusta es el tercer concierto de piano de Rachmaninov; sobre todo, nueve minutos después del comienzo del quinto movimiento, y también unos cinco minutos más tarde.

–¿Un doble clímax? Perfecto. ¿Dónde tienes el disco?

–Ya te lo dejaré luego. Y sabes perfectamente que no me refería a esa clase de clímax –los hombres solo pensaban en el sexo.

Aunque, pensándolo bien…

No, de ninguna manera, nada de sexo con Adam. Eso sería una completa estupidez.

–Me refería a los fuegos artificiales que me gustan a mí –añadió ella púdicamente antes de tratar de desviar la conversación–. A los fuegos artificiales les va bien la música de Tchaikovsky, de Andel…

–No, no. Mucho mejor rock clásico como Pink Floyd, Led Zeppelin, U2… ¿Te atreverías?

Kerry sacudió la cabeza.

–No estoy de humor esta noche.

–Algún día te contrataré para que montes un espectáculo de fuegos artificiales y elegiré yo la música.

Kerry se echó a reír.

–No tendrías dinero para pagarme.

–Vaya, un desafío –declaró él con un brillo travieso en los ojos.

–No, no lo es. Y deja ya de andarte por las ramas y dime qué te pasa.

–¿Crees que solo vengo a tu casa cuando me pasa algo y quiero hablar con alguien? –preguntó Adam ofendido.

–No, no siempre. Pero…

–Está bien, te lo diré. Mi madre me ha llamado por teléfono esta tarde.

Kerry sabía que, como hijo único que era, a Adam sus padres le adoraban, pero también sabía que a él le molestaba que le agobiaran. ¿Qué tal le sentaría no importarle un comino a sus padres? Debería agradecer lo afortunado que era.

Por supuesto, a ella eso no le producía resentimiento. Solo sentía… un gran vacío cuando pensaba en sus padres. Aunque, desde hacía mucho tiempo, no tenía relación con ellos. Y no le importaba, se valía por sí misma.

–¿Y qué? ¿Te ha pedido que les dediques medio día el año que viene?

Adam hizo una mueca.

–Piensas que soy un egoísta, ¿verdad?

Le había dado un golpe bajo. Y lo había hecho a propósito. Pensar en su familia la enrabietaba y lo había pagado con Adam.

Kerry alargó el brazo, le tomó la mano y le dio un apretón.

–Perdona. Dime, ¿por qué te ha disgustado la llamada de tu madre?

–Se trata de mi padre –Adam respiró hondo–. Kerry, necesito una amiga.

–Por eso estás en mi casa. Vamos, cuéntame.

–Mi padre ha tenido un infarto. No sé realmente cómo está.

–¿Quieres decir que te tienes que ir a Escocia inmediatamente?

–Estábamos faltos de personal, por eso no he podido irme esta tarde. He intentado reservar un vuelo para esta noche, pero no he encontrado ninguno. Me marcho mañana por la mañana –Adam suspiró–. Y no es eso todo. Mi padre… –Adam se interrumpió y sacudió la cabeza–. No, eso es ridículo.

–Vamos, dímelo.

–Sabes que soy hijo único –dijo Adam suspirando.

Kerry asintió.

–Para mis padres soy… no sé, supongo que su futuro. Mi padre quiere que me case y le dé nietos.

–Algo tan fácil como que yo consiga unos fuegos artificiales verde mar de aquí a dos minutos –Kerry sacudió la cabeza con cinismo–. Para ti, comprometerte con una chica significa salir con ella dos veces.

–No soy tan superficial, Kerry. Lo que pasa es que no tengo ganas de sentar la cabeza todavía. No he conocido a la persona con la que quiera pasar el resto de mi vida… si es que existe –Adam suspiró–. Pero tampoco puedo esperar, no sé cuánto tiempo le queda de vida a mi padre. Este último año, al parecer, ha tenido bastantes problemas de salud; aunque mi madre no me había dicho nada para que no me preocupara –frustrado, sacudió la cabeza y añadió–: Para que mi madre haya decidido decírmelo, ha debido ver a mi padre bastante mal. Podría morir, Kerry –la angustia se reflejó en su rostro–. Podría morir pensando que soy un insensato y decepcionado conmigo.

–Adam, estoy segura de que no has decepcionado a tus padres –dijo ella–. Eres un buen médico y solo tienes treinta años. Te va muy bien.

–No me refiero a mi vida profesional, sino a la personal. Como te he dicho, mis padres quieren verme casado y con hijos.

Kerry tenía la sensación de que había algo más que no le había dicho, así que esperó a que él continuara.

–Tenían la ilusión de que me casara con Elspeth MacAllister, la hija de los vecinos. Se hacían ilusiones con nuestra boda desde que íbamos en pañales.

Y a Adam le gustaba decidir por sí mismo.

–No me malinterpretes, es una chica estupenda y la respeto.

Lo que significaba que Elspeth MacAllister no era una hermosa rubia de piernas largas, pensó Kerry.

–Pero no es la mujer de mi vida. Además, ella no soportaría vivir en Londres, es feliz en Inverness, rodeada de gente que la conoce de toda la vida –Adam respiró hondo–. Pero eso no es lo que yo quiero, no soportaría vivir en un sitio en el que todo el mundo sabe de tu vida. Por supuesto, podría trabajar en Edimburgo, pero me gusta mi trabajo aquí. Me encanta Londres.

Se interrumpió un momento antes de continuar:

–Llevo todo el día pensando en ello. Mi padre necesita descansar, pero no lo hace. Hace tiempo traté de convencerle de que trabajara a tiempo parcial, que trabajara solo cuatro días a la semana en vez de cinco, pero no sirvió de nada. Mi madre también se lo ha dicho, pero se niega. Así que… se me ha ocurrido proponerle un trato: si él trabaja menos, yo, a cambio, sentaré la cabeza.

–¿Qué quieres decir con eso de «sentar la cabeza»? –preguntó Kerry.

–Me echaré novia –respondió Adam.

–¡No puedes echarte novia solo por complacer a alguien! –protestó ella–. Adam, eso es una locura. Y lo dices tú, que nunca sales con la misma chica dos veces seguidas.

–No estoy hablando de echarme novia de verdad –dijo Adam–. No tengo intención de casarme. Pero tengo que hacer algo para obligar a mi padre a que trabaje menos, es fundamental que lo haga. Y no se me ocurre otra cosa.

–Un falso noviazgo, ¿eh?

–Un chantaje –explicó Adam–. Una locura, sí, pero un último recurso. Quizá salga bien. Ahora, lo que necesito es una novia.

–¿No te puedes inventar una?

Adam sacudió la cabeza.

–Se me da fatal mentir. Además, mis padres querrán conocerla.

Kerry se quedó pensativa un momento.

–Bueno, no creo que te sea difícil encontrar una voluntaria.

–¿Qué quieres decir? –preguntó él frunciendo el ceño.

–Adam, sales con cientos de mujeres.

–De cientos nada –protestó sacudiendo la cabeza.

–En cualquier caso, muchas. Tu agenda debe de estar llena.

Adam se encogió de hombros.

–Pero ninguna de las chicas que conozco me valdrían, acabarían tomándose en serio el noviazgo.

–¿Por qué no pones un anuncio? –sugirió ella.

–No, no quiero a una desconocida. Entre otras cosas, es necesario que mis padres crean que estoy realmente enamorado de ella y ella de mí –respiró profundamente–. De hecho, conozco a alguien que sí me valdría. Una amiga.

–¿Por qué no hablas con ella?

–Puede que me diga que no.

Kerry se encogió de hombros.

–No te podrá decir nada si no se lo preguntas. Y si se lo explicas bien, puede que decida ayudarte.

–Tienes razón –el hoyuelo volvió a aparecerle en la mejilla–. Está bien, lo haré. Kerry Francis, ¿te importaría ser mi novia durante un tiempo?

–¿Te has vuelto loco?

–Por supuesto que no –Kerry y él eran buenos amigos. Se sentía más a gusto con ella que con ninguna otra persona. Le tenía cariño y sabía que ella también a él–. Eres la persona más adecuada para ello.

–¿Cómo es eso posible? Tú solo sales con rubias de piernas kilométricas.

Adam se echó a reír.

–Tú también eres rubia –entonces, paseó la mirada por las piernas de Kerry, enfundadas en unos vaqueros–. Y a menos que mi profesor de anatomía me engañara, tú también tienes piernas.

Y debían ser bastante bonitas, a pesar de que nunca la había visto con una falda.

–Lo repito, estás loco. No puedo hacerme pasar por tu novia.

Le sobrevino una desagradable idea. Kerry no solía salir con hombres y él había supuesto que era porque estaba completamente dedicada a su profesión. Pero quizá…

–¿Estás casada? –preguntó él con cautela. No creía que fuera así; pero, si estaba casada…

–No. No creo en el matrimonio.

–Kerry, perdona por haberte preguntado eso. Pero… somos amigos, ¿no es así? Buenos amigos.

–Sí –admitió ella.

–Me caes muy bien. Y ya te he explicado que necesito una novia con el fin de que mi padre se cuide más

Adam se pasó una mano por el cabello. A juzgar por la expresión de Kerry, se dio cuenta de que no lo estaba haciendo nada bien. Kerry nunca hablaba de su familia, lo que le hacía pensar que había sufrido; no obstante, ella no era una persona dada a hablar de sí misma y de sus sentimientos, por lo que nunca le había preguntado por su pasado.

–Escucha, siento si te he molestado en algo. Pero necesito tu ayuda, no se me ocurre otra persona a quien pedirle este favor. Ya sabes que no quiero casarme y yo sé que tú tampoco. Ninguno de los dos está buscando pareja, una persona con la que compartir nuestras vidas. Sabemos que esas cosas son un mito.

Kerry no dijo nada, se limitó a echar un trago de vino.

–Eres la única persona a quien le he contado esto –añadió Adam.

–¿Por qué?

–Porque… supongo que porque confío en ti –Adam se encogió de hombros–. Tú y yo somos muy parecidos, no tenemos dobleces, no fingimos. Kerry, necesito ayuda y tú eres la única persona que puede ayudarme. Mi padre es imposible, así que probablemente no acepte el trato. Lo más seguro es que, al final, no tengas que hacer nada.

–Pero ¿y si acepta? –preguntó ella.

–En ese caso, necesitaré una novia. Si me sacara una novia de la manga, se darían cuenta de que es una estratagema. Pero han oído hablar de ti.

Kerry frunció el ceño.

–¿Cómo es eso?

–Bueno, ya sabes que siempre están encima de mí y quieren saber lo que hago en cada momento –Adam hizo una mueca–. Así son las cosas en Inverness, por eso me vine a Londres, para vivir mi vida y no tener que rendir cuentas a nadie. Pero eso no significa que no les quiera, Kerry. Les envío correos electrónicos y les llamo por teléfono un par de veces a la semana. Y mi madre… bueno, a mi madre se le da muy bien sonsacarme. Así que le hablé de ti cuando viniste a vivir aquí. Sabe que nos hemos hecho amigos, que haces un estupendo chile con carne, que prefieres el vino tinto al blanco y que te gusta la música clásica.

Kerry arqueó las cejas.

–¿Y eso es lo que me hace la mejor candidata para ser novia tuya?

–Es más plausible. Nos conocemos desde hace un tiempo, nos llevamos bien y se podría decir que acabamos de descubrir que nos gustamos.

Kerry no pareció del todo convencida.

No le extrañaba. Ni siquiera se habían besado una sola vez. Por supuesto, se habían dado algún abrazo que otro y él le había dado un masaje en los hombros en varias ocasiones, pero lo había hecho como amigo, no como amante. Cuando estaba con Kerry no se le ocurría abalanzarse sobre ella y comérsela a besos. Kerry era Kerry, su vecina y amiga.

Estar con Kerry no era como estar con una de las mujeres con las que salía. Era distinto, no estaba con nadie como con ella. En cualquier caso, no quería analizar en profundidad lo que sentía en compañía de Kerry. Se había encendido una luz de alarma en su cerebro.

Adam suspiró y se recostó en el respaldo del sofá.

–Bien, voy a exponer la situación de otro modo. Alguien que no esperabas que sentara nunca la cabeza te dice que está prometido y se va a casar, ¿te resultaría más fácil creerle si dice que ha sido un flechazo y que hace tres días que conoce a la chica en cuestión o si te dice que, por fin, se ha dado cuenta de que está enamorado de una mujer que conoce ya desde hace bastante tiempo y que quiere compartir la vida con ella?

Kerry guardó silencio durante un tiempo que a él se le hizo eterno. Por fin, clavó esos ojos verdes en los suyos.

–Está bien, tienes razón, es más plausible si se trata de una persona a la que conoce desde hace tiempo.

–En ese caso, ¿me vas a ayudar? Te lo pido por favor.

Kerry volvió a llevarse la copa a los labios.

–¿Y qué tendría que hacer exactamente? ¿Presentarme delante de tus padres y mentir descaradamente? –sugirió ella con acritud.

–Quizá baste con hablar con ellos por teléfono y decirles lo que te parezco.

–¿Que eres superficial? –pero Kerry no pudo evitar sonreír.

Estaba bromeando, pensó él. Y le devolvió la sonrisa.

–Si eso es lo que quieres decir, adelante.

–No me gusta esto, Adam –dijo ella ya sin sonreír–. No me gusta mentir.

–Ni a mí.

–No creo que pueda hacerlo –dijo Kerry sacudiendo la cabeza–. Además, ¿cómo me vas a presentar a ellos? Te puedo imaginar diciendo: «Hola, esta es Kerry, la que se pasa el día jugando con explosivos». Les voy a encantar.

Adam no entendía por qué a Kerry le preocupaba lo que sus padres pensaran de su trabajo. Además, estaba casi seguro de que le había dicho a su madre que Kerry diseñaba fuegos artificiales.

–¿Te había dicho que mi madre es profesora de arte?

–¿Y eso qué importancia tiene? –preguntó Kerry ladeando la cabeza.

–Los pigmentos, los colores… todo eso forma parte del arte. Tenéis cosas en común. Mi madre trabaja con acuarelas, óleos y pasteles, tú con explosivos y productos químicos, pero en persecución de producir arte.

–No voy a ser tu novia, Adam. No voy a mentir a tus padres.

–Kerry, te lo suplico. Sé mi novia por un tiempo.

Kerry dejó la copa en la mesa, alzó las rodillas hasta tocarse con ellas la barbilla y se las abrazó.

–Este asunto es una especie de trato, ¿no?

–Sí, si quieres verlo así –Adam frunció el ceño.

–Y solo de cara a la galería. Para hacer que tu padre se cuide.

–Por supuesto –confirmó Adam. Y, de repente, se le ocurrió qué favor podía hacerle él a Kerry–. A cambio te pintaré el piso.

–¿Qué? –preguntó ella, parpadeando.

–Cuando viniste a vivir aquí me dijiste que querías pintar, pero todavía no lo has hecho. Así que lo haré por ti.

Kerry sacudió la cabeza.

–No, tienes demasiado trabajo como para pintarme la casa.

–Pintar paredes es una buena terapia para relajarme después de un dura jornada en el hospital Y antes de que lo preguntes, sí, sé pintar. Me pasé un verano trabajando con el maestro de obras en el pueblo.

–Vas a pintarme el piso –respondió ella pronunciando despacio las palabras.

–Sí. Tú me ayudas a mí y yo a ti, como amigos. Cualquier tarde de la semana que viene iremos a comprar la pintura que quieras y yo me encargaré del resto.

–Adam, en serio, no tienes por qué hacerlo. Te voy a ayudar de todos modos.

–Sí, pero yo también quiero hacer algo por ti.

Capítulo Dos

Adam terminó de repasar el informe médico de su padre y, desde los pies de la cama, le miró.

–Deberías haberme dicho que tenías problemas de corazón, papá –dijo Adam.

–No quería que te preocuparas, hijo –respondió Donald.

Exasperado, Adam sacudió la cabeza.

–Pues ahora sí lo estoy, papá. Tienes que cuidarte, es importante –hizo una pausa–. Creo que deberías jubilarte.

–No me vengas con eso otra vez –dijo Donald irritado.

–Papá, por favor –insistió Adam–. Estás sometido a mucho estrés. Ya llevas mucho tiempo diciendo que, como director del colegio, te pasas la mayor parte del tiempo en reuniones y discutiendo sobre presupuestos. Ya no te gusta ese trabajo. Y si sigues así, no vas a poder disfrutar con mamá tu tiempo de jubilación porque no vas a llegar a ella.

Donald lanzó un bufido.

–Estás exagerando.

–No, de eso nada. Papá, estás sometido a mucho estrés y es fatal para ti. Piénsalo bien. Si continúas así puede que no llegues a cumplir más años y mucho menos a jubilarte. Pero si te jubilas ahora y haces más ejercicio y te tomas en serio la medicación, no te pasará nada.

Donald hizo un gesto de no darle importancia con la mano.

–Es solo un bajón, hijo.

–¿Un bajón? –Adam se quedó mirando a su padre con incredulidad–. Papá, tienes una angina de pecho. Es una cosa muy seria. Y, aunque no se lo hayas dicho a mamá, no has seguido el tratamiento con disciplina. Es fácil olvidar tomar las pastillas algún día; después, se olvida tomarlas durante una semana. El resultado es un infarto. Por eso es por lo que estás en el hospital en estos momentos.

–Ha sido solo un pequeño infarto –protestó Donald.

–¿Solo? Papá, si sigues así no vas a tardar mucho en que te dé otro. Mayor. Y puede que no lleguen a tiempo de salvarte –Adam movió la cabeza de un lado a otro y suspiró–. Me gustaría que te tomaras en serio lo que te digo.

–Lo hago, hijo.

Adam se puso a pasear por la habitación del hospital.

–Si sigues así, vas a obligarme a que redacte yo mismo una carta presentando tu dimisión y a que falsifique tu firma –amenazó Adam.

–No dramatices.

–No dramatizo, lo que pasa es que quiero que te repongas. Quiero que conozcas a tus nietos y quiero que ellos te quieran tanto como yo. Quiero que tus nietos hablen del abuelo que les lee cuentos, el abuelo que les enseña los nombres de los pájaros…

–¿Nietos? –Donald lanzó un bufido–. Por la vida que llevas, eso no pasará nunca. Cada semana tienes una novia distinta.

Adam dejó de pasearse y volvió a mirar a su padre. Había llegado el momento de poner en marcha su plan. Esperaba que saliera bien.

–Te voy a proponer un trato, papá. Si tú accedes a jubilarte y a cuidarte, yo me casaré.

Moira McRae, que acababa de entrar en la habitación con dos cafés, oyó la última frase de su hijo y se echó a reír.

–Vamos, Adam. ¿Cómo se te ocurre proponer un trato que sabes que no podrás cumplir?

–Lo cumpliré si él también cumple con su parte.

Como había esperado, su padre se incorporó ligeramente en la cama.

–Está bien, acepto el trato –dijo Donald.

Adam miró a su madre.

–Mamá, eres testigo. Papá ha accedido a jubilarse y a seguir las instrucciones de los médicos a cambio de que yo siente la cabeza. Y un trato es un trato.

Moira alzó los ojos al techo.

–Como ya he dicho, ninguno de los dos lo vais a cumplir, así que no sirve de nada.

–Ya verás como sí. Voy a redactar la carta de dimisión de papá esta misma noche, cuando volvamos a casa –declaró Adam.

–¡Ni hablar! –Donald le señaló con un dedo–. También tienes tú que cumplir con tu parte del trato. Y ahora, no cuando tengas mi edad. No voy a presentar mi dimisión hasta que tú no sientes la cabeza.

Adam examinó las máquinas a las que estaba conectado su padre. Su padre, que debería estar descansando y no excitarse en lo más mínimo. Enterarse de que su hijo estaba prometido podría ocasionarle otro infarto.

No lo había pensado bien. Se había precipitado. Había sido un idiota.

–¿Lo ves? –dijo Donald en tono triunfal–. Ojalá pudieras verte la cara. Sabes que no puedes hacerlo. Así que no hay trato, no voy a jubilarme.

–Todo lo contrario –dijo Adam–. Lo que pasa es que tengo miedo de que, si te digo lo que te tengo que decir, te vuelva a dar otro infarto.

–¿Qué es lo que nos tienes que decir? –preguntó Moira.

Adam decidió arriesgarse.

–Que… que estoy prometido.

Se hizo un profundo silencio.

–¿Con quién? –preguntó Moira sin acabar de creer lo que su hijo había dicho.

–Con Kerry. La vecina que vive en el piso de abajo.

–¿Kerry? –repitió Moira parpadeando.

Adam asintió.

–¿No es un poco… precipitado? –preguntó Donald.

Adam había anticipado que le dijeran eso.

–No. Nos conocemos desde hace algo más de un año.

–No nos habías dicho que estuvierais saliendo juntos –dijo Moira en tono acusatorio.

–Hemos salido juntos desde que se vino a vivir a la casa, pero como amigos. Lo que pasa es que, últimamente, me he dado cuenta de que había algo más que amistad entre los dos. Es la mujer ideal para mí.

–Seguro que es igual que esas enfermeras rubias y despampanantes con las que sales –declaró Donald de mal humor.

–No. Es verdad que tiene el pelo rubio, pero lo lleva recogido siempre. Y sabéis perfectamente que no es enfermera, se dedica a la pirotecnia. Diseña fuegos artificiales –Adam frunció el ceño–. Y de superficial no tiene nada, papá.

–Así que es… ¿un poco seria? –preguntó Moira–. ¿Demasiado seria?

–A veces. Está muy entregada a su trabajo –admitió Adam.

–¿Quieres decir que has elegido a una chica seria y tranquila en vez de a una de esas que se pasa la vida de fiesta en fiesta? –quiso saber Moira.

Adam hizo una mueca.

–Mamá, ¿tan mala opinión tienes de mí?

–No, hijo, no. Pero te conozco. Un hombre al que le encanta la ciudad y la diversión… en fin, no entiendo que quiera sentar la cabeza con una mujer que no es así.

–Mamá, Kerry vive en Londres. Le gusta la ciudad.

–¿Es guapa? –preguntó Donald.

Adam sonrió.

–Sí –con sorpresa, se dio cuenta de que había sido sincero. Nunca había pensado en ello, pero Kerry era guapa. Tenía ojos verdes y brillantes; cuando se relajaba y se reía, su sonrisa iluminaba la estancia.

–¿Tienes una foto de ella? –le preguntó Moira.

–Sí, claro. Pero no puedo enseñárosla en este momento.

–¿Por qué no? –preguntó Donald con gesto de sospecha.

–Porque la tengo en el móvil y en el hospital está prohibido el uso de los móviles –respondió Adam–. Interfieren con la maquinaria del hospital. Y, teniendo en cuenta todas las máquinas a las que estás conectado, papá, no voy a correr ese riesgo.

Tanto su padre como su madre le miraron con incredulidad.

Adam suspiró.

–Está bien. Mamá, sal conmigo al pasillo y te enseñaré su foto.

–¿Y yo? –preguntó Donald enfadado.

–Tú te quedas donde estás –le informó Moira–. Ya te lo contaré.

Tan pronto como estuvieron fuera del alcance del oído de Donald, Moira le preguntó a su hijo:

–¿Esto del noviazgo es de verdad o lo dices para hacer que tu padre se jubile?

Su madre era muy lista. Kerry tenía razón, había sido una idea muy tonta.

–Es de verdad –mintió él.

–Mmm –murmuró su madre.

–Es cierto que quiero que papá se jubile, es lo mejor que puede hacer. Pero también es cierto que Kerry y yo estamos prometidos.

Adam buscó en las fotos del móvil y eligió una que le había sacado a Kerry la noche anterior, después de que ella aceptara el trato.

–Esta es mi prometida –declaró Adam.

–Jamás creí que llegara a oírte decir eso; tampoco tu padre, por supuesto –Moira se quedó mirando la pantalla del móvil–. No esperaba que fuera así. Parece una chica normal.

Adam sonrió.

–Es una chica normal.

Moira frunció el ceño.

–No se parece en nada a las otras chicas con las que has salido. No está embadurnada de maquillaje y, aunque es rubia, es rubia natural, no teñida.

–¿Te parece guapa?

–Sí, pero también muy natural –Moira sacudió la cabeza–. No, no vas a engañarme, Adam McRae. Puede que esta chica sea tu vecina, pero no estáis prometidos.

–Mamá, en serio, es mi novia. Si no me crees, la llamaré por teléfono. Así podrás hablar con ella. Aunque… hoy tiene una reunión de trabajo, así que, si no contesta, le dejaré un mensaje en el móvil.

Adam llamó a Kerry inmediatamente. Y sintió un gran alivio cuando ella le respondió.

–Hola, cielo, soy yo. Te llamo desde el hospital donde está mi padre, en Edimburgo.

¿Cielo? ¿Desde cuándo Adam la llamaba cielo?

Con incredulidad, Kerry parpadeó… hasta que cayó en la cuenta. Adam debía estar con sus padres, lo que significaba que estos habían caído en la trampa y se suponía que ella era su prometida.

–Hola, Adam. ¿Qué tal todo?

–Mejor de lo que esperaba. Pero a mi madre casi le ha dado un infarto cuando le he contado lo nuestro.

–¿Así que tu padre ha accedido a tomarse la vida con más calma si estamos prometidos?

–Sí. Les he dicho que teníamos pensado venir a verles los dos más avanzado el mes y que no has podido venir ahora conmigo porque tenías una reunión de trabajo el fin de semana.

Estaba claro que los padres de Adam estaban con él. Adam trataba de explicarle la situación sin traicionarse.

–Estamos en el pasillo mi madre y yo. No se puede utilizar el móvil en la habitación, por las máquinas –le explicó él.

Era evidente que la madre no se había creído el cuento de su noviazgo, por eso la había llamado, para que ella lo confirmara.

–¿Y tu madre quiere hablar conmigo? –preguntó Kerry.

–Sí.

–Adam, ¿qué puedo decirle?

–Lo que quieras.

–Menuda ayuda.

–Bueno, cielo, tienes toda la razón. Y ahora, te voy a pasar con mi madre.

Iba a tener que andarse con mucho cuidado.

–Hola, señora McRae.

–Me llamo Moira y tutéame, por favor. Tú eres Kerry, ¿verdad?

–Sí. Adam me ha dicho que tu marido está mejor. No sabes cuánto me alegro.

–Gracias, hija –Moira hizo una pausa–. Así que… te vas a casar con mi hijo.

–Bueno, sí, pero aún no hemos fijado la fecha de la boda – una boda que jamás se celebrará.

–Ah, ya.

Moira McRae no parecía convencida en absoluto. Kerry suspiró para sí. Supuso que debería esforzarse un poco más.

–Os conocéis ya desde hace un tiempo, según me ha dicho Adam –dijo Moira.

–Sí, así es –Kerry rio quedamente–. Nos conocemos desde que fui a vivir a la casa donde él vive, al piso de abajo, y Adam tuvo que romper el cerrojo para sacarme, porque me había quedado encerrada.

–¿En serio?

–Sí. Y también me preparó el mejor café con leche que he tomado en mi vida. Y luego me dio galletas de chocolate para calmarme y, a continuación, me ayudó a hacer la mudanza.

–Ya. Y… ¿cuándo te enamoraste de él?

–Me cayó bien desde el primer momento, pero enamorarme… Bueno, no fue algo inmediato. Adam va siempre a mil por hora y yo voy mucho más despacio. Pero según nos fuimos conociendo mejor, me di cuenta de que lo que le pasa es que le asusta ser una persona convencional y querer sentar la cabeza.

–Parece que conoces bien a mi hijo –comentó Moira con ironía.

–Sí, así es. Es muy buena persona y le tengo un gran respeto –hasta el momento, todo lo que había dicho era verdad. Pero también sabía que no era lo que Moira quería oír. Moira quería saber si ella estaba enamorada de Adam. Por eso, no le quedaba más remedio que representar bien su papel–. Al principio, para mí era un amigo, un buen amigo. Pero un día fuimos a una fiesta, nos pusimos a bailar y, de repente, me di cuenta de que había algo más entre los dos. Adam me besó y fue algo increíble.

Kerry tuvo la desagradable sensación de que no todo lo que había dicho era inventado. Si Adam la besaba alguna vez, sería increíble.

–Y decidisteis casaros.

–Bueno, ya sabes cómo es Adam –dijo Kerry–. Es un torbellino. Y una vez que uno se da cuenta de que quiere pasar el resto de la vida con otra persona, es natural que quiera empezar cuanto antes.

–Sí, te comprendo. A mí me pasó lo mismo con Donald. Le conocía desde hacía un tiempo y, de repente, un día, le miré, me di cuenta de quién era realmente y supe que me iba a casar con él.

Kerry estaba casi segura de que Moira tenía lágrimas en los ojos. En ese momento, se odió a sí misma. ¿Cómo podía mentir a esa pobre mujer? Sobre todo, en esas circunstancias, ahora que su marido estaba en la cama de un hospital.

–Bienvenida a nuestra familia, hija.

¿Familia? No, de ninguna manera. Aquello estaba escapando a su control rápidamente.

–Gracias –respondió Kerry.

–Adam nos ha dicho que tenías cosas que hacer hoy, pero espero que vengas pronto para que te conozcamos.

–Lo mismo digo –respondió Kerry.

–Bueno, te paso a Adam.

–Gracias.

–Kerry, hola. Ahora vamos a volver otra vez con mi padre. Te llamaré esta noche, cielo.

–Pon cualquier pretexto y sal de la habitación para leer el mensaje que voy a enviarte ahora mismo al móvil con lo que le he dicho a tu madre –dijo Kerry.

–Está bien. Te quiero –dijo él en tono avergonzado.

–Adiós.

Tras la despedida, Kerry le envió un resumen de su conversación con Moira. Adam le contestó rápidamente dándole las gracias.

–Parece una buena chica –dijo Moira cuando su hijo volvió a entrar en la habitación–. Y te conoce muy bien.

–Ya te lo había dicho –respondió Adam.

–Bueno, ¿cuándo vas a traerla para que la conozcamos? –preguntó Donald.

–Pronto, espero. El problema es que en esta época del año es cuando tiene más trabajo. Ya os lo podéis imaginar, con la Noche de las Hogueras, la Nochevieja y ese tipo de cosas. En fin, ya veremos qué podemos hacer.

Adam deseaba con todo su corazón haber hecho lo suficiente para que sus padres se dieran por contentos.

–Por la foto que me has enseñado parece una chica bastante guapa –dijo Moira–. Pero es muy distinta a las otras con las que salías. Además, no parece muy dada a las fiestas.

–También le gustan, no creas –dijo Adam cruzando los dedos disimuladamente.

¿Le gustaban a Kerry las fiestas? No lo sabía. Kerry no hablaba de ese tipo de cosas con él.

–Me ha dicho que se dio cuenta de que se había enamorado de ti en una fiesta, mientras bailabais juntos.

–Sí. Me pilló totalmente por sorpresa.

–Y a nosotros –dijo Moira.

Adam miró a sus padres y vio una expresión en sus rostros que le sorprendió. Se les veía… aliviados. Era como si pensaran que, por fin, había visto la luz y había decidido sentar cabeza, que ya no tenían por qué preocuparse por él.

Cielos. No había imaginado el rumbo que estaban tomando los acontecimientos. En realidad, había supuesto que no le creerían. Pero ahora… sus padres parecían muy contentos. Felices.

–Yo tenía la esperanza de que te enamoraras de Elspeth –dijo Donald–. Es una chica excelente.

–Pero no es la chica para ti –dijo Moira mirando a su hijo–. Elspeth no podría acostumbrarse a vivir en Londres. Sin embargo, como has dicho antes, a Kerry sí debe gustarle; de lo contrario, no viviría allí.

–Ni trabajar en lo que trabaja –añadió Donald.

–Bueno, por fin vas a casarte –Moira sonrió–. Reconozco que, al principio, no me lo creía. Pero ahora que he hablado con ella… Kerry parece conocerte muy bien. Te quiere tal y como eres. Y eso es lo que quiero para ti, hijo, alguien que no intente cambiarte ni te haga sufrir.

–Qué alegría, por fin vamos a tener una hija –dijo Donald con los ojos fijos en su mujer y sonriendo.

Adam se dio cuenta de que se había equivocado respecto a sus padres. No solo estaban contentos, estaban extasiados. Les había dado lo que realmente querían: una nuera, una esperanza de futuro.

–No te olvides de los nietos –añadió Moira–. ¿Habéis pensado ya en eso?

«¡No, no, no, no!».

–Mamá, todavía no nos hemos casado –se apresuró a señalar Adam.

–Ya habrá tiempo de eso –dijo Donald sonriente–. Los hijos vendrán cuando tengan que venir.

¡Vaya! Su padre debía estar contando ya los nietos que iba a tener.

–Estamos deseando conocer a Kerry –dijo Moira–. Tráela tan pronto como puedas.

Adam sonrió y asintió, aunque estaba hecho un manojo de nervios por dentro. Al parecer, ese falso noviazgo se estaba transformando en algo real. En fin, sería solo temporalmente, hasta que sus padres se hicieran a la idea de que quizá no estaba aún dispuesto a sentar la cabeza. Les quitaría la idea de la cabeza poco a poco y no les anunciaría la ruptura definitiva hasta que su padre se hubiera jubilado y llevara ya una vida más tranquila.

Capítulo Tres

El lunes por la noche Kerry abrió la puerta y se encontró con lo que le pareció una floristería.

–Hola –dijo Adam con una sonrisa que asomaba por encima del ramo de flores–. ¿Puedo entrar?

–Sí, claro –¿por qué llevaba todas esas flores?

Como si le hubiera leído el pensamiento, Adam le plantó las flores en los brazos y dijo:

–Para ti.

–¿Para mí?

–¿No te parece normal que un hombre le compre flores a su prometida? No olvides que, desde el sábado por la mañana, eres mi prometida.

Aunque no tenía ninguna gracia, Kerry logró sonreír.

–Gracias. Son muy bonitas.

¿Qué demonios iba a hacer con todas esas flores?

No debía haber disimulado el pánico que sentía cuando Adam le revolvió el cabello.

–¿Cuánto tiempo hace que no te regalan flores, Kerry?

–No tengo ni idea –contestó ella encogiéndose de hombros.

–Bien, estas flores son una muestra de agradecimiento por todo lo que has hecho por mí. Mi padre va a salir del hospital este fin de semana y ha accedido a jubilarse. En gran medida, es gracias a ti –Adam indicó las flores con un gesto de la cabeza–. Por cierto, necesitan agua.

¿Y dónde iba a ponerlas? No estaba segura de tener un florero en la casa. Al final, las puso en el vaso más grande que vio. Eran bonitas y olían de maravilla.

–La próxima vez traeré un florero también –dijo Adam.

¿La próxima vez? ¿Iba a regalarle flores otra vez? Aquello empezaba a parecer una relación de verdad.

Pero no lo era, se dijo a sí misma. Adam era su amigo, no su novio. Además, ella estaba mejor sola y sin compromiso, ¿no? Lo sabía desde la adolescencia y nada había cambiado.

–¿Te apetece un café?

–Menos mal, creía que no ibas a ofrecérmelo. Lo haré yo.

Kerry no protestó, Adam hacía un café estupendo.

–Tengo pasta.

–¡Menuda novia me he echado! –exclamó Adam con una sonrisa.

–Novia de mentira –le recordó ella mientras rebuscaba en los armarios de la cocina en busca de las pastas.

–Has convencido a mis padres y eso es lo principal.

Adam terminó de preparar el café, lo sirvió en dos tazas y le dio una.

–Salud. Venga, vamos a sentarnos.

Adam la siguió hasta el cuarto de estar y se sentó a su lado en el sofá. Les separaban solo unos centímetros, pero le resultó extraña la sensación de proximidad y lejanía a la vez.

Tendía que controlarse. Adam y ella no tenían una relación amorosa. Las mujeres con las que Adam salía tenían aspecto de supermodelos y solo le duraban un par de días. Por el contrario, ella solo salía con amigos; cuando salía con algún hombre, tampoco lo hacía más de dos veces. Pero le gustaba que Adam fuera parte de su vida, tener relaciones con él sería la forma más segura de conseguir que se distanciaran.

–¿Vas a volver a Escocia la semana que viene, cuando tu padre salga del hospital?

–No. Como pronto iré el lunes por la mañana. Y tú… ¿estarás trabajando?

–Sí –podía arreglarlo, pero no estaba preparada todavía para conocer a los padres de Adam; sobre todo, teniendo en cuenta que su padre acabaría de salir del hospital.

–No importa.

¿Qué haría una novia de verdad en semejantes circunstancias?

–Le enviaré a tu padre una tarjeta y un regalo deseándole lo mejor, ¿te parece?

–Estoy seguro de que a mi padre le encantará –respondió Adam.

–¿Qué le gusta leer a tu padre?

–No sé, cualquier cosa. Un poco de todo.

–Preguntaré en la librería de al lado a ver qué me recomienda.

–No tienes que regalarle nada. Pero, de todos modos, gracias –Adam le sonrió–. Por cierto, ¿fuiste a por muestras de colores el fin de semana?

–¿Muestras de colores? –repitió ella sin comprender.

–El jueves vamos a comprar la pintura y el viernes voy a pintar, así que necesitas elegir el color de las paredes. Supongo que querrás dejar los techos blancos, ¿no?

–¿Que vas a pintar el viernes? –Kerry se lo quedó mirando. ¿Cuándo habían quedado en pintar el viernes? Adam le había dicho que iba a pintarle el piso, pero no le había dicho cuándo–. Lo siento, no puedo. Tengo una reunión con un cliente.

Adam se encogió de hombros.

–Tengo una llave de tu casa. Empezaré solo y luego, cuando estés libre y si quieres, podrás ayudarme.

–¿Estás seguro de que quieres hacer eso? –preguntó ella con el ceño fruncido–. En serio, no es necesario.

–Me gusta pintar –le aseguró Adam–. Aunque voy a tener un pequeño problema.

–¿Qué problema?

–La música –contestó Adam–. No puedo pintar al son de Vivaldi ni al de esa música que tienes puesta.

–Locatelli.

Adam alzó los ojos al techo.

–¿Lo haces a propósito, eso de oír música de la que nadie ha oído hablar siquiera?

Kerry se echó a reír.

–No. Cuando estaba en la universidad, una de las chicas que vivía en el edificio donde yo vivía estaba estudiando música –su mejor amiga, Trish, pero ella y Adam no se soportaban, por lo que, cuando estaba con uno de ellos, evitaba mencionar al otro–. Me prestó unos discos de este tipo de música y descubrí que me gustaba.

Adam se la quedó mirando y, al parecer, lo comprendió.

–No, por favor, no me digas que estás hablando de Trish Henderson.

Lo mismo le ocurría a Trish con Adam, pensó Kerry al tiempo que se llenaba de aire los pulmones.

–Sí, así es. Y es mi mejor amiga, así que no digas nada de lo que puedas arrepentirte –le advirtió ella.

–Ella era tu vecina por aquel tiempo. Tu vecino, ahora, soy yo. En ese caso, ¿por qué no me dejas que te enseñe lo maravillosa que puede ser la música rock? –le preguntó Adam.

–Porque lo que me gusta es esto y no lo la música que pones tú.

–¿Te pones del lado de ella?

–No, claro que no –Kerry se cruzó de brazos–. Adam, sé que os caéis fatal y no entiendo por qué.

Adam frunció el ceño.

–Porque es una diva.

–No es una diva, es violinista. Y muy buena. Y es una de las personas menos presuntuosas que conozco.

Adam lanzó un bufido.

–¿Trataste de ligar con ella y te rechazó?

–No, ni se me ha pasado por la cabeza. Y aunque no estuviera casada, no es mi tipo –declaró él con altanería.

Quizá porque Trish prefería los vestidos de falda larga y los fulares a los zapatos de tacón alto y las minifaldas, pensó Kerry. Y porque no era rubia, sino morena. Además, era la única mujer en el mundo inmune a los encantos de Adam McRae.

–No sabes lo que te pierdes –dijo Adam.

¿Se estaba refiriendo a la música o a…?

¡Vaya, tenía que dejar de pensar en esas cosas!

–Prefiero la música clásica –apostilló ella.

–Algún día conseguiré que cambies de opinión.

–Mmm –murmuró Kerry.

Kerry recogió muestras de pintura al día siguiente y el jueves fue con Adam a la droguería más próxima a su casa.

–Me alegro de que hayas elegido algo más atrevido que el color garbanzo –dijo Adam–. Aunque el amarillo tampoco me gusta.

–Es un color bonito –protestó ella–. Es luminoso y alegre.

–Pero has elegido un amarillo muy pálido –observó él.

–No quiero nada llamativo.

–¿Se te ha ocurrido alguna vez pintar un mural de fuegos artificiales en alguna pared de tu casa?

Kerry lo miró horrorizada.

–Por favor.

Adam se echó a reír.

–Está bien, amarillo en el cuarto de estar, la cocina y el baño. Un verde claro en tu dormitorio. No está mal, lo reconozco –Adam agarró el bote de pintura verde–. Casi me dan ganas de pintar mi habitación con este color.

–¿Cómo es tu habitación? ¿Parecida a la que Doris Day le pone a Rock Hudson en la películaConfidencias a medianoche? –dijo ella con desdén.

–Nunca has entrado en mi habitación –declaró Adam–. Y, además, no salgo con tantas mujeres como crees.

–¿No tantas como Casanova? –le espetó ella.

Con gesto dramático, Adam se llevó una mano al pecho.

–Ya no, estoy prometido –dijo él.

Kerry hizo una mueca.

Adam metió más artículos en el carrito de la compra: soda cáustica, un cepillo, papel de lija, varias brochas, unos rodillos y sábanas de plástico para proteger mobiliario y suelos.

–Bueno, creo que ya lo tenemos todo.

Después de la compra fueron a cenar a un restaurante indio. Parecía casi… una cita.

Pero no era una cita. Eran amigos. Adam no iba a tomarle de la mano ni la iba a besar; no la iba a rodear con los brazos ni la iba a llevar a la cama ni le iba a hacer el amor hasta volverla loca de placer.

¿Y por qué se sentía decepcionada?

A última hora de la mañana del viernes, cuando Kerry volvió a su casa después de la reunión de trabajo que había tenido, lo primero que notó fue el ruido de la música de rock. Adam había cubierto el mobiliario del cuarto de estar con sábanas de plástico, incluido el ordenador y el mueble archivador, y estaba encima de una escalera pintando el techo.

La escalera debía ser de él, porque ella no tenía, o se la habría pedido prestada a algún vecino.

–Hola. ¿Te apetece un café?

–Sí, me encantaría. Ya casi he terminado el techo; cuando acabe, podremos ponernos los dos a pintar las paredes.

Kerry se miró la ropa. Los vaqueros que llevaba estaban casi nuevos, no quería manchárselos de pintura.

–Voy a poner la cafetera y, mientras se hace el café, me cambiaré de ropa.

¿Por qué se había puesto tan nerviosa? Debía ser porque no estaba acostumbrada a que otra persona controlara su espacio íntimo, a que se comportara como si esa casa le perteneciera.

Pero… esa persona era Adam. Solía visitarla. No debería sentirse así. ¡Y no era la primera vez que le veía con unos vaqueros ceñidos y una camiseta! Aunque Adam era muy atractivo, no comprendía por qué se le había erizado la piel al verle. Y tampoco comprendía por qué le escocían los pezones de repente ni por qué deseaba acariciarle la boca con la suya.

«Contrólate. No vas a acostarte con Adam McRae. No es tu novio de verdad», se ordenó a sí misma mientras se ponía los vaqueros y la camiseta más viejos que tenía.

Después de un sorbo de café, el ataque de pánico se le quitó y fue capaz de comportarse de forma natural con él.

–Te dejo aquí el café, encima de la mesa –una mesa que estaba cubierta con una sábana de plástico.

–Gracias. ¿No te queda ninguna pasta? –preguntó él en tono esperanzado.

–Si no recuerdo mal, la otra noche acabaste con todas.

–Vaya, lo siento. Y perdona.

Pero Adam no parecía arrepentido en absoluto.

Adam continuó pintando el techo y a ella le resultó imposible quitarle los ojos de encima. Concentrado en el trabajo, estaba encantador. Se estaba mordiendo la lengua y… qué cuerpo.

Una locura. Había visto a Adam con vaqueros en numerosas ocasiones, pero nunca desde esa posición. Cuando estiraba el brazo, se le veía el liso abdomen y un reguero de vello oscuro bajándole hasta desaparecer debajo de la cinturilla de los pantalones. ¡Cielos! No le extrañaba que las mujeres se tiraran a él.

Kerry sacudió la cabeza. Adam no era para ella. Tenía que volver a la relación de siempre con él, a bromear.

–Te has dejado un poco sin pintar ahí.

–¿Qué?

–Que te has dejado un trocito sin pintar –repitió ella señalándole una esquina.

–No, imposible. ¿Dónde?

–Te he pillado –dijo Kerry echándose a reír.

–Ahora verás… –Adam agitó la brocha con gesto amenazante y comenzó a bajar la escalera.

Kerry no estaba preocupada en lo más mínimo, sabía que era una falsa amenaza y que Adam solo quería café.

Por eso, se quedó perpleja cuando Adam le rozó la punta de la nariz con la brocha. Un brochazo de pintura blanca.

¡Le había pintado la nariz!

Kerry le miró horrorizada.

–¡Eres un… un…!

–¿Qué? –los ojos azules de Adam, con un brillo travieso, se le clavaron.

–Muy bien, tú lo has querido –Kerry agarró otra brocha, la metió en la pintura y le pintó una raya blanca en la mejilla.

Él le hizo lo mismo.

En un instante, ambos correteaban por el cuarto de estar lanzándose brochazos el uno al otro. Acabó con ella en el suelo, Adam sujetándola con un brazo mientras alzaba el otro con gesto de triunfo.

–Admite que he ganado –dijo él.

–No –Kerry logró liberar una mano y le dio un brochazo en la camiseta.

–No deberías haberlo hecho –dijo él entre risas, pero era una amenaza. Iba a vengarse de ella. Lo iba a hacer con un montón de pintura.

Pero entonces la expresión de Adam cambió.

Kerry se dio cuenta de que iba a besarla. Lo veía en la forma como las pupilas de él se habían dilatado y el iris de los ojos se le había oscurecido. Iba a bajar la cabeza y a acariciarle los labios con los suyos, que ya estaban entreabiertos, invitándole. La piel le picaba.

Kerry notó calor y pesadez en los pechos. Le sorprendió lo mucho que deseaba que Adam le deslizara la mano por debajo de la camiseta y le frotara los pezones, que se los chupara…

No iba a tener que esperar.

Iba a besarla. Iba a borrar esa sonrisa burlona de su cara.

El rostro de Kerry había cambiado. Se había suavizado. Tenía los labios entreabiertos, invitándole a bajar la cabeza y a apoderarse de esa dulce boca… Sí, sería muy fácil hacerla temblar. Mordisquearle el labio inferior. Rozarle la lengua con la suya. Enterrar las manos en los cabellos de ella. Desnudarla…

Piel con piel. Muslos contra muslos…

Y penetrarla.

Y…

No.

No iba a hacerlo.

Kerry era su amiga. No iba a destruir una amistad por el sexo.

El problema era que ya se había endurecido, que ya la deseaba. Lo único que tenía que hacer era mover la cadera y ella se daría cuenta de lo mucho que la deseaba. Y no creía ser el único. Podía sentir los pezones de ella endureciendo.

No, no iba a pensar en los pezones de Kerry. No iba a pensar en lo mucho que anhelaba tocarlos, acariciarlos, besarlos…

Tenía que apartarse de Kerry. Ya. Antes de que las cosas fueran demasiado lejos. Antes de que ella se diera cuenta de lo excitado que estaba. Antes de que fuera demasiado tarde.

–Para compensarme por lo que has hecho, vas a tener que darme de comer –declaró Adam al tiempo que se incorporaba y se volvía de espaldas a ella para que no pudiera notarle la erección.

Kerry estaba absolutamente decepcionada.

Adam no la había besado. No la había tocado.

Lo que demostraba lo estúpida que había sido. Adam no quería sexo, quería comida.

–Bien. Ahora mismo voy a prepararte un sándwich –dijo Kerry con voz fingidamente alegre.

Sería humillante que Adam se diera cuenta de lo mucho que había deseado que la besara.

Capítulo Cuatro

Ya bien entrada la tarde, Adam paseó la mirada por la estancia.

–Bueno, creo que ya está –dijo él, aunque no con mucho convencimiento.

–Me gusta. Es un color alegre y luminoso –declaró Kerry.

–A mí el amarillo me parece aburrido.

Kerry lanzó un bufido.

–El hecho de que a ti te gusten los colores fuertes no significa que tengan que gustarle a todo el mundo.

Esa era otra de las razones por las que la madre de Adam nunca creería que estaban prometidos. A Adam le gustaba mezclar colores fuertes con mobiliario sumamente moderno. A ella, por el contrario, le gustaban los colores pastel, el mobiliario tradicional e iluminación difusa. Nunca podrían poner una casa juntos.

Como si le hubiera leído el pensamiento, Adam le dio un golpe juguetón.

–Eh, hacemos un equipo estupendo. Si alguna vez te cansas de los fuegos artificiales, montaremos una empresa de decoración. McRae & Francis –Adam lanzó una carcajada–. Suena bien.

–Mejor Francis & McRae. Por orden alfabético.

–No, nada de eso. Hay muchas cosas que no siguen un orden alfabético.

–La mayoría sí.

–Bueno, dejémoslo, no discutamos por eso ahora –dijo Adam.

–¿Qué te pasa? ¿Dónde está tu espíritu competitivo?

Adam miró el bote de pintura.

–Podríamos acabar muy mal.

Kerry se echó atrás inmediatamente.

–Vale, voy a preparar un café –no quería tener otra pelea de pintura con Adam.

Porque si acababa otra vez en el suelo debajo de él, tenía la sensación de que Adam, por fin, acabaría besándola. Y ella le rodearía el cuello con los brazos y tiraría de él hacia sí…

Lo que necesitaba era un baño. Pero pensar en ello le pareció también una mala idea, porque empezó a imaginar a Adam en la bañera con ella, enjabonándole el cuerpo…

«Vamos, cálmate», se ordenó a sí misma en silencio. Y, al momento, se puso a preparar el café mientras Adam recogía las sábanas de plástico.

–¿Quieres que llame por teléfono y pida que nos traigan una pizza? –preguntó Kerry.

Adam sacudió la cabeza.

–No, gracias, esta noche no puedo.

Kerry se recordó a sí misma que su noviazgo era falso y que no era de su incumbencia lo que Adam fuera a hacer aquella noche. Ni a quién iba a ver. Ni a quién iba a besar. Adam se había pasado el día entero preparando las paredes y había pintado la cocina y el cuarto de estar. ¿Por qué iba él a querer hacer algo con ella aquella noche?

–Vale. Yo también tengo que pasar al ordenador las notas que he tomado en la reunión de esta mañana –dijo ella para que Adam no pensara que estaba pendiente de él.

Adam acabó de recoger las sábanas y se bebió el café rápidamente.

–Bueno, hasta luego. Ah, antes de que se me olvide, ¿te importaría que te llamara desde Escocia? Lo más seguro es que mis padres quieran hablar contigo.

–No, no me importa. Pero avísame antes si quieres que diga, o no, algo en particular.

–Vale, gracias.

Adam sonrió y se marchó a su casa.

Y Kerry tuvo la sensación de que su amistad había cambiado. Adam no le había revuelto el cabello ni le había dado un abrazo.

Era como si su vieja relación hubiera llegado a su fin.

–Adam, ¿te pasa algo? –preguntó Pansy.

Adam forzó una sonrisa.

–No, nada. Estoy un poco cansado, eso es todo. En realidad, creo que me voy a ir ya.

Pansy se lo quedó mirando.

–¿En serio te encuentras bien? Siempre eres el último en irte de una fiesta.

–He tenido una semana agotadora –respondió Adam encogiéndose de hombros.

Le preocupó darse cuenta de que estaba aburrido. ¿Desde cuándo se aburría en una fiesta? Siempre había gente con la que charlar, reír…