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¿Estas segura de quienes son los amantes idóneos? Tres apasionadas historias de italianos para que lo pienses detenidamente… Boda en Sicilia Carol Grace Aquel orgulloso y apasionado italiano había encontrado a la mujer de su vida. Heredar un viñedo en Sicilia y una casa en ruinas representó para Isabel Morrison la oportunidad de empezar una nueva vida. Estaba decidida a crear un hogar y ser, por fin, feliz. El viticultor Dario Montessori quería las tierras de Isabel para devolverlas a su familia, a la que pertenecieron hasta que se vendieron por un error del que se sentía responsable. Estaba dispuesto a todo para conseguirlas, pero en su camino se interpuso una testaruda pelirroja. El jardinero y la princesa Rebecca Winters Ambos buscaban el amor verdadero La princesa Regina Vittorio se marcharía pronto de su adorado reino de Castelmare para convertirse en la reina de otro país. Gina había dedicado su vida a los deberes propios de su cargo, pero a medida que el día de su boda se iba acercando, sólo deseaba pasar un momento más con el hombre al que verdaderamente amaba. El jardinero real Dizo Fornese había sido testigo de cómo la princesa Regina se transformaba en una belleza, igual que las rosas que él cuidaba en palacio. Sabía que ella era intocable, pero aún le quedaba una oportunidad de arriesgarlo todo y reclamar a su princesa. Noche de amor italiana Anne Mather No podía dejarse llevar por el intenso deseo que sentía por ella... El nuevo empleo de Tess Daniel en Italia no empezó con buen pie cuando el adinerado Rafe di Castelli la acusó de ser la responsable de la desaparición de su hijo adolescente. En realidad a la que Rafe buscaba era a la hermana de Tess, que también había desaparecido. Tess no tardó en darse cuenta de que tenía que ayudar a Rafe a localizar a los dos jóvenes.
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Seitenzahl: 608
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pack italianos, n.º 64 - junio 2015
I.S.B.N.: 978-84-687-6185-5
Créditos
Índice
Noche de amor italiana
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
El jardinero y la princesa
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Boda en Sicilia
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
Aquel hombre estaba de pie en la puerta de la galería Medici cuando Tess pasó con el coche por delante. Sólo le dirigió una breve mirada, pues estaba concentrada en mantener el coche de Ashley en el lado correcto de la carretera. Vio cómo la miraba mientras aparcaba el coche en el aparcamiento, que había detrás de la fila de cafés y tiendas elegantes que se extendían por el paseo marítimo de Porto San Michele. Se preguntaba si no estaría siendo una paranoica al imaginarse que había un cierto aire de hostilidad en la mirada de aquel hombre.
Intentó dejar de pensar en eso. Estaba imaginándose cosas. No estaba esperándola a ella. Además, no llegaba tarde. Bueno, sólo unos minutos. Dudaba que la puntualidad de Ashley fuera mucho mejor que la suya.
Había pocos coches en el aparcamiento a esas horas de la mañana. Tess había descubierto que las tiendas italianas rara vez abrían antes de las diez y tenían un horario muy flexible. Sus vecinos en el paseo, los de Ashley en realidad, rara vez se ajustaban a horas estrictas de apertura. Pero eran encantadores y muy serviciales, y Tess les estaba muy agradecida por sus consejos durante los tres días que llevaba sustituyendo a Ashley.
Mientras entraba en la galería por la puerta trasera, Tess deseaba haberse equivocado con respecto al hombre. Se apresuró por el pasillo que daba a la tienda y desconectó la alarma. Quizá fuera un amigo de Ashley. Quizá no sabía que ella estaba fuera. Tess miró hacia la ventana y vio su sombra en el cristal. Fuera quien fuera, iba a tener que enfrentarse a él.
Tras decidir que aquel hombre podría esperar unos minutos más, Tess regresó al pasillo y entró en la pequeña oficina que había a la derecha. Ahí era donde Ashley hacía todo el papeleo y llevaba todas las cuentas. También era donde se tomaba sus descansos. Tess miró ansiosa la cafetera vacía y deseó poder tener tiempo para rellenarla.
Pero al jefe de Ashley no le haría ninguna gracia si su tardanza se convertía en una costumbre, así que se miró en un pequeño espejo que había junto a la puerta y se dirigió a abrir la galería.
La puerta era de cristal pero, al contrario que las ventanas, tenía una reja de hierro. Tuvo la precaución de subir las persianas antes de abrir, de modo que pudo ver al visitante.
Era más alto que la mayoría de los italianos, y tenía los rasgos morenos. No era guapo, pero dudaba que cualquier mujer viese eso como una desventaja. Sus rasgos tenían una apariencia peligrosa, la cual era puramente sexual, una crueldad sofisticada que le produjo un escalofrío por la espalda.
Desde luego, se dio cuenta de que aquél era el tipo de hombre por el que Ashley se sentiría atraída, y supuso que su visita a la galería sería por un motivo más personal que comercial. Cuando Tess abrió la puerta, él la miró con una ceja levantada. Aquel gesto hizo a Tess querer volver a cerrar la puerta para demostrarle lo segura que estaba de sí misma.
Sin embargo forzó una sonrisa y dijo con el mejor italiano que pudo:
–Buongiorno. Posso aiutare?
El hombre puso una cara como si ella hubiese dicho algo incorrecto, pero no la contradijo. Ni tampoco respondió inmediatamente. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y echó un vistazo al interior de la galería. Tess se preguntó en ese momento si se habría equivocado al asociarlo con Ashley pues, quizá, desearía una visita guiada.
¿Quién diablos era? Estaba segura de que no era un turista, y era una hora demasiado temprana para que fuera un coleccionista serio. Además, los cuadros que exponían difícilmente serían del gusto de un coleccionista.
Sabiendo que probablemente se equivocaba, Tess sospechó que aquel hombre no había ido allí para ver los cuadros. A pesar de su aparente interés, las duras líneas patricias de su perfil mostraban un desdén hacia ellos, o hacia ella. No sería fácil deshacerse de él, pero si Ashley estaba implicada, Tess no la envidiaba en absoluto.
Tess dudó un momento. No sabía si dejarlo que deambulara por ahí o volver a preguntarle si podía ayudarlo. Su elegante traje la hizo desear llevar otra cosa que no fuera aquella falda que le llegaba hasta los tobillos. Los tirantes de su top hicieron que se sintiera totalmente expuesta. En su lugar, Ashley habría llevado tacones y un traje elegante. Uno de lino, probablemente, con una falda que casi le llegara a la altura de las rodillas.
Entonces el hombre se giró para mirarla y ella tuvo que hacer un esfuerzo para no darle la espalda. Tenía unos ojos dorados que la observaron con una negligencia estudiada. Tess se dio cuenta de que era más joven de lo que había imaginado en un principio, y de nuevo se sintió atraída por su magnetismo primitivo. Una arrogancia sensual innata que la hizo sentirse extrañamente débil.
–¿Señorita Daniels? –dijo él con suavidad, con casi ningún rastro de acento–. Es un gran... ¿cómo decirlo? Placer conocerla al fin. Debo decir que no la había imaginado así en absoluto. Pero, aun así, va usted a decirme dónde puedo encontrar a mi hijo.
¿Era una amenaza? Tess se sintió desconcertada por el tono de su voz, y al tiempo se dio cuenta de que había cometido un error. Debía de ser a Ashley a quien buscaba, no a ella. Pero aun así, ¿qué tendría que ver Ashley con su hijo? Ella estaba en Inglaterra cuidando a su madre.
–Me temo que se ha equivocado, signore –comenzó ella.
–No, señorita Daniels, es usted la que se equivoca. Sé que usted sabe dónde está Marco. Mi, mi investigatore los vio a los dos juntos subiendo a un avión.
–No, se equivoca.
–¿Por qué? ¿Porque está usted aquí? –dijo él chasqueando los dedos–. Compró billetes a Milán, pero debe de haberlos cambiado por Génova. Cuando el avión aterrizó en Malpensa, usted y Marco no estaban a bordo. Entonces no me quedó más remedio que venir aquí. Dé gracias de que la haya encontrado.
–Pero si yo no...
–Prego?
–Quiero decir que no soy la señorita Daniels. Bueno, sí. Pero no soy la señorita Ashley Daniels. Ella es mi hermana.
–¿Es eso lo mejor que puede inventarse? –dijo el hombre con incredulidad.
–Es la verdad –dijo Tess indignada–. Mi nombre es Tess. Teresa, en realidad. Pero nadie me llama así.
El hombre la miró de arriba abajo con sus ojos de depredador.
–Es verdad –repitió ella al borde de la desesperación–. Puedo probarlo. Tengo el pasaporte aquí. ¿Es suficiente para usted?
–Déjeme ver.
Tess abrió los ojos con mirada desafiante, pero había algo en aquel hombre que la hizo darse prisa para entrar en la oficina a por su bolso. El pasaporte estaba en un bolsillo lateral. Lo sacó y, al darse la vuelta para volver a la tienda, vio que el hombre estaba detrás de ella. Con gesto desafiante, Tess le colocó el pasaporte en la mano.
Sintió algo de pánico al ver que el hombre bloqueaba su única salida. No sabía nada de él, al fin y al cabo. Sólo que, aparentemente, conocía a su hermana, y lo que sabía de ella no era nada bueno.
–Mire –dijo ella mientras él examinaba el pasaporte con detenimiento–. No sé quién es usted ni lo que quiere, pero no tiene ningún derecho a entrar aquí y acosarme, acusar a Ashley de... de...
–¿Secuestrar a mi hijo? –sugirió él mientras tiraba el pasaporte sobre el escritorio–. Attenzione, señorita Daniels –añadió retirándose su negra cabellera de la cara–. El hecho de que usted sea su hermana no cambia nada. Marco sigue desaparecido. Se marchó con su hermana. Por tanto, usted debe de tener alguna idea de dónde están.
–¡No! –dijo Tess sin saber lo que estaba diciendo aquel hombre–. Quiero decir que... sé dónde está Ashley. Está en casa de su madre en Inglaterra. Su madre está enferma. Ashley está cuidando de ella.
–¿Y por eso está usted aquí ocupando su puesto? –preguntó él sin cambiar de gesto.
–Sí. Yo soy profesora. Estaba de vacaciones. Por eso pude ayudarla.
–Está mintiendo, señorita Daniels. ¿Por qué no está usted cuidando de su madre? Acabo de leer en su pasaporte que vive usted en Inglaterra. Así que dígame por qué no está usted cuidando de ella en lugar de su hermana.
–No es mi madre. Mi padre se casó de nuevo después de que mi madre muriera. Creo que eso contesta a su pregunta. Siento mucho que su hijo haya desaparecido, pero eso no tiene nada que ver con nosotras.
–Se equivoca –dijo él. Parecía que no aceptaba su explicación, pero al menos se apartó un poco para dejarle algo de espacio. Tess caminó hacia la relativa seguridad de la tienda y él la siguió–. Diga lo que diga, su hermana no está cuidando de su madre enferma. Ella y Marco aún están en Italia. Él no lleva su pasaporte consigo, capisce?
Tess se cruzó de brazos, nerviosa, y notó cómo el corazón se le aceleraba en el pecho.
–Ha dicho usted que ella lo ha secuestrado –dijo ella–. Esa acusación es ridícula. Si, y es un gran si, mi hermana y su hijo están juntos, me temo que es asunto de ellos y no de usted.
–Non credo –dijo él con desprecio–. Mi hijo tiene dieciséis años de edad, señorita Daniels. Aún va a la escuela, con gente joven de su edad, no se dedica a ir por el país detrás de su hermana.
Tess tragó saliva. ¡Dieciséis! No podía creerlo. Ashley no sería capaz de liarse con un chico de dieciséis años. La sola idea era absurda. Liada con el padre quizá, pero no con su hijo adolescente.
Además, recordó, aferrándose a lo que sabía y no a lo que sospechaba, que Ashley estaba en Inglaterra. Maldita sea, había hablado con ella dos noches antes. Por eso Tess estaba pasando parte de las vacaciones de Semana Santa en su puesto. Ashley no podía dejar la galería desatendida y había prometido que sólo serían unos días.
–Si no conoce a mi hermana, ¿cómo puede estar tan seguro de que tiene algo que ver? –preguntó ella, dándose cuenta de que no sería fácil hacerlo cambiar de idea. Al fin y al cabo Ashley podía no haber estado en Inglaterra cuando la había telefoneado. Podía haber usado su móvil. ¿Cómo podría estar segura?
–Creo que la vi una vez. Pero eso fue hace algunos meses, y he conocido a mucha gente desde entonces. En cualquier caso, la persona que la ha estado observando no puede haberse equivocado. Yo por desgracia he estado fuera del país, pero mi ayudante contactó con su hermana hace sólo una semana. Ella juró que hablaría con Marco y lo convencería de que no había ningún futuro en su... asociación. ¿Qué tiene? ¿Veinticuatro? ¿Veinticinco? Demasiado para un chico de dieciséis.
–En realidad tiene veintiocho –dijo Tess apretando los labios. No sabía qué más decir, ni qué pensar. Pero, si era verdad, convendría con él. ¿Podría Ashley haberle mentido?
Se dio cuenta de que sí podía haberlo hecho. Y tenía que admitir que cuando Ashley le había pedido ayuda para ir a cuidar a su madre, no había sonado como algo típico de ella. La madre de Ashley, Andrea, nunca había sido una mujer particularmente fuerte, y desde la muerte del padre de ambas de un ataque al corazón hacía sólo un año, había sufrido de diferentes males de poca importancia. Tess suponía que ésa había sido la razón de que Ashley aceptara el trabajo en Italia. Cuidar de una madre, a la que le queda poco para ser una hipocondríaca, nunca había sido muy de su estilo.
Aun así, la situación no dejaba de ser increíble. Incluso Ashley tendría principios a la hora de no liarse con un chico de dieciséis años. Sólo había una manera de averiguarlo, y era llamar a la madre de Ashley. Pero a Tess le aterrorizaba la idea. Si Ashley estaba allí, parecería que no confiaba en ella.
–No sé qué decir –murmuró ella deslizando los dedos por los mechones de pelo rubio de su nuca. Se había cortado el pelo antes de ir, y no estaba convencida del todo de que el pelo corto fuera con ella. Esperaba que le diera madurez, pero tenía la sensación de que no había funcionado. Él la miraba como si no tuviera más edad que cualquiera de sus alumnos. ¿Qué diablos iba a hacer?
–Podría decirme dónde están –dijo el hombre–. Me imagino que sentirá usted lealtad hacia su hermana, pero también se dará cuenta de que esta situación no puede continuar.
–No sé dónde están –insistió Tess–. De verdad que no lo sé. Por lo que yo sé, y como ya he dicho antes, Ashley está en Inglaterra.
–Bene, entonces puede usted telefonearla –dijo él, dando voz al pensamiento que ella había tenido minutos antes–. Si está con su madre le ofreceré a usted mis más sinceras disculpas.
–¿Y si no está?
Tess lo miró, incapaz de disimular su temor, y por un momento pensó que iba a ablandarse. Pero entonces él agregó:
–Usted está muy segura de que estará.
A Tess se le pasó por la cabeza que aquel hombre no podría hacer prisioneros. Sólo esperaba que Ashley hubiera pensado lo mismo antes de fugarse con su hijo.
Si es que se había fugado con su hijo, se recordó insistentemente. Sólo tenía la palabra de aquel hombre para aceptar aquello. Y aquello de su investigador. Pero cada vez se sentía más inclinada a pensar que lo que decía aquel hombre era verdad.
–Si... si está allí, ¿quién debo decir que pregunta por ella? –preguntó Tess, dándose cuenta de que había estado mirándolo durante más tiempo del necesario. En esas circunstancias, no sería muy positivo que aquel hombre pensara que la hermana de Ashley se sentía atraída por él.
Él dudó por un momento, mientras consideraba su pregunta.
–Dígale que es Castelli. El nombre le recordará algo, estoy seguro.
Tess supuso que sería cierto, aunque no se atrevió a especular lo que sería.
–De acuerdo –dijo ella–. La llamaré. Si me deja un número donde pueda localizarlo, le llamaré en cuanto hable con ella y le diré lo que ha dicho.
–Si es que dice algo –murmuró Castelli–. Pero quizá sería mejor que la llamase ahora, señorita Daniels. Yo esperaré mientras hace la llamada.
Tess se quedó sin aliento. Estaba decidido a salirse con la suya. Pero ya era demasiado.
–No puedo llamarla ahora –dijo ella sin dejarse intimidar–. La llamaré más tarde. Y ahora, si me disculpa, tengo trabajo que hacer.
–¿Ah, sí? –dijo echando un vistazo a la galería–. Pues no parece tener muchos clientes esta mañana.
–Mire, he dicho que llamaré a Ashley y lo haré. ¿No es suficiente para usted?
–Tiene miedo de hacer la llamada, señorita Daniels –dijo él con cierta impaciencia–. Tenga cuidado, o empezaré a pensar que me ha estado mintiendo desde el principio.
–Oh, por favor –dijo Tess visiblemente ofendida–. No tengo por qué aguantar esto. Yo no tengo la culpa si su hijo ha sido tan tonto como para liarse con una mujer mayor. Usted es su padre. ¿No es acaso su responsabilidad?
Por un momento se sintió aterrorizada. El hombre parecía un depredador, y ella esperaba a que se abalanzara. Pero de pronto sus labios se tornaron en una sonrisa descaradamente sensual.
–Dio mio –dijo él–. La gatita tiene uñas.
Aquella analogía resultó curiosa. Era exactamente lo que ella había pensado de él, aunque se daba cuenta de que él no era un felino domesticado.
Y a pesar de su determinación para que él no se saliese con la suya, se encontró a sí misma disculpándose.
–Lo siento. No he debido hablarle así. No tiene nada que ver conmigo.
–No, mi scusi, signorina. Tiene usted razón. No es su problema. Por desgracia mi hijo siempre ha sido un poco, ¿cómo dicen ustedes? ¿Cabezón? No debería haber dejado que mi enfado con él cayera sobre usted.
Tess se estremeció. Él suavizó su mirada y la hizo más gentil. La miró fijamente y ella sintió que se quedaba sin aire. Sintió un escalofrío que la dejó tremendamente vulnerable. ¿Qué le pasaba? Se estaba comportando como si nunca un hombre la hubiera mirado.
–No importa –dijo finalmente, pero él no lo dejó correr.
–Sí importa –dijo–. Soy un maleducado insensible y no debería haber puesto su sinceridad en duda. Si me da el número de su hermana, yo haré la llamada.
Tess tuvo que aguantarse un gemido. Justo cuando pensaba que lo peor había pasado, le decía aquello. La había reducido considerablemente con su mirada y en ese momento entraba a matar. No se había rendido. Sólo había cambiado de estrategia. Y no estaba segura de que ésa no hubiese sido su intención desde el principio.
Tess meneó la cabeza con gesto desesperado. ¿Cómo iba a darle el número? ¿Cómo iba a permitir que hablase con la madre de Ashley, si Ashley no estaba allí? A Andrea le daría algo si se enteraba de que su hija estaba desaparecida. Y si añadía que sospechaba que se había fugado con un chico de dieciséis años, Dios sabe cómo reaccionaría.
Concentrándose en el nudo de su corbata, Tess buscó una razón para no darle el número. Pero ya era suficientemente duro encontrar excusas para su reacción ante un extraño sin la carga añadida de su culpabilidad.
–No creo que ésa sea una buena idea –dijo deseando que alguien entrara en la galería–. La madre de Ashley no está bien. No me gustaría preocuparla.
–Señorita –dijo Castelli.
–Por favor, llámeme Tess.
–Tess, entonces –convino él, aunque a ella le resultó casi imposible reconocer su nombre en su lengua. Su acento extranjero le daba un tono extraño y melódico–. ¿Por qué mi llamada iba a preocuparla? No tengo intención de intimidar a nadie.
Pero sí que intimidaba. Estaba en sus genes, una arrogancia aristocrática que dominaba sus gestos. ¿Quién era? ¿Cuál sería su pasado? ¿Y qué pensaría su mujer de la situación? ¿Estaría ella tan en contra de la relación como él?
Por supuesto que lo estaría, se dijo Tess severamente mientras apartaba nuevamente la mirada del rostro de Castelli. Pero, si Marco era como su padre, podía entender la atracción de Ashley. Si se había sentido atraída hacia su hijo, lo comprendía.
–Yo... la señora Daniels no lo conoce –dijo ella con firmeza–. Y, si por casualidad, Ashley está fuera y contesta ella el teléfono, seguro que se preocupa.
–¿Por qué? –preguntó él invadiendo de nuevo su espacio con sus inquietantes ojos–. Vamos, Tess, sé sincera. Tienes miedo de que tu hermana no esté en casa de su madre. ¿Me equivoco?
–De acuerdo –dijo ella–. Admito que existe la posibilidad, una posibilidad muy pequeña, de que Ashley no esté en Inglaterra. Pero eso no significa que esté con Marco. Con su hijo. Puede que necesitara un descanso. Es Semana Santa, yo estaba disponible y...
–Eso no te lo crees ni tú –dijo él con suavidad mientras deslizaba una mano por la corbata con un gesto innegablemente sensual. La sensualidad era una parte de su esencia, como su cara intrigante y su poderoso cuerpo bajo el traje de Armani–. También pienso que estás siendo muy comprensiva. Espero que Ashley se dé cuenta de la personita tan leal que tiene en ti.
Fue la «personita» lo que la hizo saltar. Llevaba toda su vida intentando que la gente no la juzgase por su tamaño.
–De acuerdo –dijo ella con una rabia que le daba cierta seguridad–. La llamaré. Ahora. Pero si está allí...
–Encontraré la manera apropiada de recompensarte. Y si tu hermana es como tú, entonces entenderé por qué Marco la encuentra tan... atractiva.
–No me trate con condescendencia. Ashley no tiene nada que ver conmigo. Es alta y más... más... –¿cómo podría explicarle a él que tenía curvas?–. Ella es morena y yo soy rubia.
–Así que... una vez más te he ofendido, cara. Perdóname. Supongo que ser la hermana pequeña...
–No soy la pequeña –interrumpió Tess, preguntándose por qué habría imaginado que cortarse el pelo iba a ayudarla en algo–. Ya dije que mi padre se casó otra vez después de que mi madre muriera.
–Non posso crederci! No puedo creerlo. Dijiste que tu hermana tenía veintiocho, ¿no?
–Yo tengo treinta y dos –dijo Tess brevemente, tratando de tener paciencia–. No se moleste en decir que no los aparento. Llevo los diez últimos años intentando convencer a la gente de que soy mayor que los críos a los que doy clase.
–La mayoría de las mujeres te envidiarían, Tess. Mi propia madre se gasta una fortuna en intentar conservar su juventud.
–Pero yo no soy la mayoría de las mujeres –contestó ella, dándose cuenta de que no hacía sino aplazar lo inevitable–. Y ahora, supongo que será mejor que haga la llamada.
Rafe di Castelli caminaba impaciente por la galería. Todos sus instintos le urgían a reunirse con ella en la oficina, para estar presente mientras hacía la llamada. Para asegurarse de que en efecto llamaba a su hermana. A pesar de su aparente inocencia, no tenía más razones para confiar en Tess Daniels de las que tenía para confiar en su hermana.
Pero la cortesía, y el presentimiento de que no le mentiría, hicieron que se quedara fuera. No quería escuchar cómo formulaba la pregunta. No quería notar su desilusión si él tenía razón. Y no paraba de repetirse a sí mismo que tendría razón. Verdicci había parecido muy convencido. Dos personas habían subido a un avión con destino a Milán, una de esas personas era su hijo.
Pareció durar una eternidad. Estaba muy seguro de que el italiano de Tess no era fluido y habría sido más fácil si él hubiese hecho la llamada. Pero eso habría parecido una interferencia por su parte. Además, impaciente como estaba, estaba preparado para darle tiempo a Tess mientras organizaba sus pensamientos.
Ella salió de la oficina momentos después y pudo ver al instante que estaba disgustada. Tenía el pelo revuelto, como si hubiese estado recorriéndolo con los dedos mientras hablaba. Y sus mejillas estaban rojas.
Tenía un aspecto adorable. ¿Sería así como se levantaría de la cama?
Era una imagen curiosamente inquietante, la cual decidió ignorar. Simplemente le parecía inocente, nada más.
–No está allí –dijo, e hizo una pausa para ver si él decía algo–. Andrea, su madre, no la ha visto.
Rafe sintió una mezcla de resignación y alivio. Resignación porque sus informaciones eran correctas, y aliviado de saber que no había ninguna mujer desconocida implicada.
–Usted ya lo sabía, claro –continuó ella, mirándolo con desprecio con sus ojos verdes–. Así que usted tenía razón y yo no. ¿Ahora que hacemos?
–¿Hacemos?
–Quiero decir –dijo ella avergonzada–, yo. ¿Qué hago yo? No puedo quedarme aquí para siempre. Se supone que debo volver al colegio dentro de diez días.
–Marco también –dijo él con cierta amargura–. ¿Puedo preguntar qué es lo que dijo tu hermana cuando te dio las llaves de la galería? ¿No dijo cuando regresaría?
–No he visto a Ashley –dijo ella con un suspiro.
–¿No la has visto? No lo entiendo.
–Ashley me llamó –explicó ella–. Dijo que su madre estaba enferma y que si yo podía venir unos días mientras ella iba a Inglaterra. Dijo que quería marcharse inmediatamente. Que dejaría las llaves al conserje del apartamento.
–¿Y viniste sin más?
–Más o menos. Es que la madre de Ashley y yo vivimos en partes diferentes del país.
–Ah –asintió él–. Así que tu hermana tenía toda seguridad de que no la pillarían en su mentira.
–Supongo –dijo ella, aunque no quería admitirlo, pero Rafe notó la certeza en su cara. Ella meneó la cabeza–. No puedo creer que pensara que podría salir impune. Yo podría haber llamado a Andrea. Podría haber descubierto que no estaba enferma por mí misma.
–Pero no lo hiciste.
–No –dijo Tess encogiéndose de hombros–. Ashley sabe que yo no haría eso, en cualquier caso. Andrea y yo nunca hemos estado muy unidas.
–Pero tú debías de ser muy joven cuando tu madre murió –dijo él, dándose cuenta de su insensibilidad, así que procedió a explicarse–. Supuse que esa mujer, la segunda esposa de tu padre, también cuidó de ti.
–Andrea siempre ha sido una mujer muy delicada –dijo ella–. Tener que ocuparse de dos niñas pequeñas habría sido demasiado para ella. Yo me fui a vivir con la hermana de mi madre. Ella no estaba casada y también era profesora.
Pobre Tess. Rafe no hizo ningún comentario, pero parecía que Andrea Daniels era tan insensible y egoísta como su hija.
–Parece que a los dos nos han engañado –dijo él suavizando el tono a propósito–. Es una pena que tu hermana no lleve móvil. El de Marco está apagado.
–Pero ella sí que lleva uno –exclamó Tess. Sonrió abiertamente y Rafe tuvo que advertirse a sí mismo de los peligros que tendría el responder a su feminidad–. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Me dio el número cuando se mudó a Porto San Michele.
–¿Tienes el número aquí?
–Por supuesto –dijo Tess, se dio la vuelta y se dirigió a la oficina a por el bolso. Salió unos segundos después con un pedazo de papel–. Aquí está. ¿La llama usted o llamo yo?
Rafe se dio cuenta entonces de que se habían convertido en conspiradores. Ella estaba tan ansiosa por saber dónde estaba su hermana como él. Y una vez más se dijo a sí mismo que no debía unirse mucho a ella, aunque sólo fuera de manera inocente. Seguía siendo la hermana de su enemiga. En cualquier conflicto moral, siempre elegiría a Ashley.
–Si piensas que debería hacer yo la llamada lo haré –dijo él educadamente–. Aun así creo que sería más sabio si llamaras tú. Si ella oye mi voz...
–Ah, sí. Claro.
Tess comprendió enseguida lo que él quería decir. Entonces se metió en la oficina de nuevo y regresó momentos más tarde con cara de no haber tenido mucha suerte.
–El teléfono de Ashley también está apagado –dijo ella, y Rafe vio que estaba empezando a perder la fe en su hermana–. Perece que tenía razón desde el principio. ¿Qué va a hacer ahora?
Rafe deseaba poder tener una respuesta. No serviría de nada decir lo que realmente le gustaría hacer.
–Seguir buscando, supongo –contestó finalmente–. Hay muchos complejos de vacaciones de aquí a Génova. Es posible que tu hermana alquilara un coche en el aeropuerto. Podrían estar en cualquier parte. No va a ser tarea fácil.
–Mm –dijo Tess pensativa mientras se humedecía con la lengua el labio superior. Rafe se dio cuenta de que ella no sabía lo provocativo que aquello resultaba–. ¿Me lo dirá si los encuentra? –preguntó–. Quiero decir, si encuentra a Ashley. Ya sabe lo que quiero decir.
Rafe sabía lo que quería decir. Lo que no sabía en ese momento era si quería volver a verla. Ella era demasiado joven para él, demasiado vulnerable. A pesar de ser la mayor, estaba seguro de que Ashley conocía mucho más mundo que ella.
Aquel pensamiento lo incomodó. ¿En qué diablos estaba pensando? Ella ni siquiera había dicho que quisiera volverlo a ver. Sólo le estaba pidiendo que la mantuviese informada si encontraba a su hermana. Su ayudante podría ocuparse de eso con una simple llamada.
–Sí –dijo él de pronto mientras se abotonaba la chaqueta y se dirigía hacia la puerta. Cuando llegó al marco se dio la vuelta para decir adiós y quedó sorprendido al ver la cara de desilusión de Tess. Con sus pequeñas manos sobre la cintura parecía perdida y sola, así que antes de poder evitarlo añadió–: Quizá podrías tú hacer lo mismo.
–No sé dónde encontrarlo –dijo ella abriendo mucho sus ojos verdes. En ningún momento él había pretendido darle su número. Había caído en la trampa muy fácilmente.
Decidió que tendría que darle su tarjeta. De ese modo Giulio podría encargarse y él no tendría que hacer nada. Obviamente darle su móvil habría sido más educado, pero ¿por qué habría de hacer eso con la hermana de la mujer que había seducido a su hijo?
Retrocedió unos pasos dentro de la galería y le dio la tarjeta. Ella rozó sus nudillos con los dedos y Rafe no pudo negar la ráfaga de deseo que se extendió por su cuerpo en ese instante. Se dio cuenta de que la deseaba. O quizá sólo se daba cuenta de su edad y seducirla supondría algún tipo de compensación por lo que su hermana le había hecho a Marco. ¿Qué otra razón podría tener para los sentimientos que ella inspiraba en él?
En cualquier caso, desechó la idea inmediatamente. Evidentemente estaba teniendo la típica crisis de mediana edad porque las chicas como Tess nunca le habían atraído de aquel modo. Le gustaban las mujeres jóvenes, pero bastante más sofisticadas. Llevaban vestidos de diseño y tacones, y jamás se les ocurriría salir a la calle sin maquillaje.
En su tarjeta ponía Vigneto di Castelli, y vio la expresión de Tess al leerla.
–Tiene un viñedo –murmuró–. ¡Qué interesante! Nunca había conocido a alguien que tuviera un viñedo.
Su hermana tampoco, pensó Rafe amargamente. Era demasiado cínico como para pensar que la estabilidad económica de Marco no había sido decisiva en los planes de Ashley. Aún no tenía ni idea de cuáles eran sus intenciones, pero sospechaba que tendría que ver con un soborno. Ya le había pasado otras veces con su hija. Pero, por fortuna, María tenía dieciocho, no dieciséis, cuando ocurrió.
–Es poca cosa, signorina –dijo él–. Muchas familias en Italia se dedican ahora a eso debido al incremento del consumo de vino en los últimos años.
–Ya veo –dijo ella, y sonrió. Entonces Rafe sintió otra vez la ola de deseo y supo que era hora de irse, antes de que acabara invitándola a visitar los viñedos. Imaginaba la cara de horror que pondría su madre si regresaba con una chica como Tess.
–Ci vediamo, signorina –dijo educadamente mientras se dirigía a la puerta, pero ella no iba a dejar que tuviera la última palabra.
–Me llamo Tess –le recordó ella mientras lo acompañaba fuera de la tienda para ver cómo se alejaba hacia su coche.
Como había imaginado, su madre estaba esperándolo cuando regresó a Villa Castelli.
Era una mujer alta y elegante de sesenta y tantos años. Había regresado a la villa hacía seis años, cuando Rafe se había separado de su mujer. El padre de Rafe había muerto hacía casi veinte años, y él estaba seguro de que cuidar a Marco y a María le supondría a su madre una alegría en su vida.
–¿La has visto?
Las palabras de su madre le recordaron a Rafe que, para Lucia di Castelli, Ashley Daniels aún seguía trabajando en la galería Medici. Su principal razón para visitar la galería había sido encontrar a Ashley para ver si sabía dónde estaba Marco. Sin embargo había encontrado a su hermana y se había dado cuenta de que no era lo suficientemente mayor todavía como para no poder quedar como un tonto.
–No está en la galería –dijo él mientras entraba en el porche donde su madre disfrutaba tranquilamente de un capuchino. Hacía mucho calor y Rafe tuvo que aflojarse la corbata antes de acercarse a una mesa de cristal para servirse uno de los panecillos dulces que a su madre le encantaban–. Parece que Verdicci tenía razón. Se han ido juntos –agregó, y vio cómo una criada uniformada venía a ver si deseaba tomar algo–. Sólo café, gracias, Sophia. Solo –luego se giró para dirigirse a su madre–. Su hermana lleva la galería mientras ella está fuera.
–¿Su hermana?
Su madre se mostraba escéptica, y Rafe supuso que había llegado a la misma conclusión que él.
–Su hermana –repitió él mientras se sentaba en una silla para contemplar los jardines que se extendían más allá del porche–. Créeme. No tiene nada que ver con la mujer con la que se ha ido Marco.
–¿Cómo lo sabes? –dijo Lucia con los ojos entornados–. Pensé que habías dicho que no reconocerías a esa mujer aunque la vieras.
–Y es cierto –dijo Rafe–. Pero Tess es profesora en un colegio. Y, créeme, está tan perdida como nosotros. Ashley le contó una historia de que se iba a cuidar de su madre enferma.
–¡Tess! –dijo Lucia–. ¿Qué tipo de nombre es ése?
–Es Teresa –contestó Rafe tras agradecerle a la criada el café–. No llegaremos a ninguna parte culpando a la única persona que puede que nos ayude.
–¿Cómo puede ayudarnos esa mujer? Acabas de decir que no sabe dónde está su hermana.
–Puede que Ashley se ponga en contacto con ella. Si quiere que Teresa siga creyendo la historia que le contó, tendrá que llamar para darle credibilidad.
–Me da la impresión de que la hermana de la señorita Daniels te ha causado muy buena impresión, Raphael –dijo Lucia–. ¿Por qué la crees? ¿Qué prueba tienes de que te esté diciendo la verdad?
–Créeme, ella estaba tan sorprendida como nosotros –respondió Rafe–. No puedes culparla por lo que ha hecho su hermana.
–¿Y ha contactado con su madre? –preguntó Lucia–. Perdóname, sé que estoy anticuada, pero creí que las chicas inglesas solían mantenerse en contacto con sus padres.
–Claro que lo hacen. Pero la madre de Ashley no es la de Tess. Su padre se casó dos veces. Teresa es la hermana mayor.
–Che sorpresa! –dijo Lucia sardónicamente–. La gente se casa y se divorcia por menos de nada en estos tiempos que corren. Al menos la mayoría de los católicos se toman sus votos en serio.
Rafe sabía que aquel comentario iba dirigido a él, pero prefirió no hacer caso. No valía la pena.
–La madre de Teresa murió. En cualquier caso, como habrás imaginado, Ashley no estaba en casa de su madre. Parece que no ha hecho más que mentir a su hermana.
–Me suena raro –dijo Lucia.
Rafe tuvo que controlar su rabia.
–Bueno, pues no puedo hacer nada por evitarlo.
–Pero has de admitir que es extraño que esa mujer, esa Teresa, no sepa dónde está su hermana. ¿Por qué diablos iba a querer ocultarle a ella su paradero?
–¿Porque sabía que su hermana no lo aprobaría al igual que no lo hacemos nosotros? –sugirió Rafe sarcásticamente–. No sé, mamá. Pero yo la creo y pienso que tú deberías hacer lo mismo.
Rafe se dio cuenta de lo ridículo que era tener que darle explicaciones a su madre. A veces se comportaba como si no tuviera más edad que Marco. Suponía que era por haberle dado rienda suelta en el orden de la casa después de que Gina se hubiera marchado.
–¿Y ahora qué ocurre? –preguntó ella al ver que Rafe no iba a decir nada más–. ¿Debo suponer que, a no ser que esa mujer se ponga en contacto con su hermana, la información que Verdicci nos dio es nuestra única fuente?
–También hablaré con María –dijo Rafe–. Ella y Marco comparten muchas cosas y puede que sepa dónde ha ido. Por el momento lo único que sabemos es que desembarcaron en Génova. Supongo que Ashley sabía que comprobaríamos las líneas aéreas, así que compró billetes a Milán para despistarnos.
–¿Y en qué nos ayuda saber que desembarcaron en Génova?
–Bueno, obviamente no sabía que la estábamos observando. No tiene razón para pensar que nosotros podamos haber investigado si terminaron su viaje o no. Luego, esperará que realicemos nuestras pesquisas en Milán. Pesquisas que, ahora sabemos, no nos habrían conducido a nada.
–Muy bien –dijo Lucia aceptando su razonamiento–. Pero Génova es una ciudad muy grande. ¿Cómo esperas encontrarlos allí?
–Espero que Ashley haya alquilado un coche –contestó Rafe tras terminarse el café. Se puso de pie y caminó nervioso sobre el porche, con la mirada perdida en los viñedos, iluminados por el sol de la mañana–. Verdicci está investigando las agencias de alquiler del aeropuerto. Si ha usado su verdadero nombre los encontraremos.
–¿Y si no?
–Las agencias de alquiler de coches necesitan una identificación. Si no me equivoco, habrá utilizado su pasaporte para confirmar su identidad. O eso o su permiso de trabajo. En cualquier caso habrá tenido que usar su propio nombre. Incluso puede que haya tenido que dar una dirección. Algún sitio en el que planee quedarse.
–Ah, esto es terrible. Cada vez que cierro los ojos lo único que veo es a Marco y a esa mujer, juntos. Es horrible. ¡Es asqueroso!
–No exageres, mamá –dijo Rafe al ver que se acercaba otro ataque de histeria–. Por lo que yo sé, Marco puede tener más experiencia de la que nosotros pensamos. Debe de tener algo para haber atraído a una mujer de esa edad.
–¡No me ofendas! –dijo Lucia con una mirada de horror–. ¿Cómo puedes decir algo así? Marco no es más que un niño...
–Tiene casi diecisiete años, mamá –dijo Rafe con impaciencia–. Ya no es un niño. Es un hombre. Con las necesidades de un hombre y... los deseos.
–Muy bien –dijo Lucia mientras se levantaba de la silla muy rígida–. Veo que no estás dispuesto a discutir esto de manera sensata, así que será mejor que me vaya. Debería haberme imaginado esto viniendo de ti. Nunca has tenido mano dura con ese niño y ahora todos sufrimos las consecuencias.
–Tú no sufres nada, mamá. Excepto quizá de celos. Sé que Marco siempre ha sido tu ojito derecho. Quizá deberías plantearte si no eres en parte responsable de su rebelión contra la autoridad paterna.
–No puedes culparme a mí.
–No estoy culpando a nadie. Tú lo haces. Lo único que yo hago es defenderme.
–¿Al igual que hiciste cuando Gina decidió que ya había tenido suficiente indiferencia por tu parte? –dijo su madre mientras se dirigía a la puerta–. Siempre has descuidado a tu familia, Raphael. Primero tu mujer y ahora tu hijo. Contigo el trabajo siempre es lo primero.
–Gina se acostó con el administrador de la finca –dijo Rafe apretando los dientes, pero Lucia no se achantó.
–Se sentía sola, Raphael. Necesitaba amor y tú no se lo dabas. ¿Qué esperabas?
¿Confianza? ¿Lealtad? Rafe no tenía intención de discutir sus palabras. Era una discusión que venía de lejos y no tenía interés en reavivarla. Gina no había querido amor, había querido sexo. Su aventura con Guido Marchetta puede que hubiese sido la razón de su divorcio, pero no había sido la primera. Nunca se lo había dicho a su madre pero ése no era el momento.
–Mira –dijo él con tono neutral–. Vamos a no culparnos el uno al otro. Marco está ahí fuera en alguna parte y voy a encontrarlo.
–Si puedes –dijo Lucia encogiéndose de hombros, decidida a tener la última palabra, y Rafe la dejó disfrutar de su pequeña victoria.
Como Tess había imaginado, la madre de Ashley telefoneó a la galería después de que Castelli se hubiera marchado.
Tess no la culpaba. No se habría quedado satisfecha con la escueta explicación que le había dado. Pero tan pronto como Tess había descubierto que Ashley no estaba allí, lo único que había querido hacer era colgar el teléfono.
Aun así, cuando el teléfono sonó en la oficina, Tess se detuvo un instante para rezar que fuese su hermana. La galería aún estaba vacía y no tenía excusa para no contestar.
–¿Teresa? –era evidente que la madre de Ashley no tenía dificultad alguna en distinguir las dos voces–. ¿Qué ocurre? ¿Qué haces en la galería? ¿Dónde está Ashley?
Tess suspiró. Cuando había hablado con Andrea la primera vez no había mencionado la galería. Pero sería algo natural llamar allí después de no haber obtenido respuesta en el piso de Tess. Al fin y al cabo, allí era donde se supondría que debía estar su hija.
–Um... está de vacaciones –dijo Tess finalmente, decidiendo que los mejores mentirosos eran aquellos que se acercaban más a la verdad–. Me alegra saber de ti, Andrea. ¿Qué tal estás?
–No importa cómo estoy yo, Teresa. Hace cinco minutos llamas aquí preguntando por Ashley. Debes de imaginar lo preocupada que estoy. Lo único que yo sabía era que seguía en Porto San Michele.
–¿Has sabido algo de ella?
Tess no pudo contener la excitación y su madrastra lo notó.
–Claro que he sabido algo de ella. ¿Por qué no iba a saber nada? Ella aún se preocupa por mí.
–Sí, claro que sí...
–Sólo porque tú la animaras a irse de casa y vivir sola como tú, no significa que no tenga conciencia. Sé que siempre has tenido celos de nuestra relación, Teresa, pero si se trata de un plan para hacerme pensar mal de...
–No lo es.
Tess no podía ni imaginar lo que Andrea estaba insinuando. Ella no había instado a Ashley a irse a trabajar a Italia. Y nunca había estado celosa de su relación con su madre. Envidia quizá, porque su propia madre no estaba allí para compartir sus miedos y esperanzas. Pero la tía Kate había sido una sustituta maravillosa. Y su falta de experiencia la había suplido con su amor.
–¿Y por qué me llamas? –preguntó Andrea acusadoramente–. Me preocupas innecesariamente y me haces pensar que le haya podido ocurrir algo malo.
–No es eso.
–¿Entonces qué es? Me preguntas que si sé algo de ella como si estuviera desaparecida. ¿No tienes su móvil? ¿Por qué no la llamas allí?
–Su teléfono está apagado –admitió–. Y me preguntaba si se habría ido a Inglaterra. Como podrás imaginar, yo me ocupo de la galería mientras ella no está. Había venido un cliente suyo preguntando por un cuadro y... pensé que, a lo mejor, estaba contigo.
Andrea resopló con incredulidad, y Tess tuvo una inminente sensación de injusticia por la posición tan incómoda en la que Ashley la había colocado. No solo la había dejado para enfrentarse al iracundo padre de su novio, sino que tenía que haber imaginado que Tess la llamaría a casa de su madre si creía que estaba allí.
En cualquier caso, no iba con Tess el preocupar a la gente innecesariamente, así que dijo:
–Estoy segura de que se pondrá en contacto conmigo dentro de unos días.
«Tendrá que hacerlo», se dijo a sí misma. Ashley sabía que ella tenía que estar de vuelta en el colegio dentro de diez días.
–Pero, si sabes algo de ella mientras tanto, dile que me llame. El cliente del que te he hablado tiene mucho interés en hablar con ella.
Andrea se quedó callada tanto tiempo que Tess comenzó a pensar que finalmente la había convencido. Pero justo cuando estaba a punto de excusarse diciendo que había entrado un cliente, la madre de Ashley habló de nuevo.
–¿Y no tienes ni idea de dónde puede estar Ashley? –preguntó de nuevo con cierta urgencia–. Si sabes algo, Teresa, quiero que me lo digas. ¿Crees que debería ir yo allí? Si Ashley ha desaparecido, la policía debería estar informada.
–Ashley no ha desaparecido –se apresuró a decir Tess, maldiciendo de nuevo a su hermana por haberla metido en eso–. De verdad, Andrea, no hay necesidad de preocuparse. Ashley se ha tomado un descanso, sólo eso. Probablemente ha desconectado el teléfono para no tener que atender llamadas sin importancia.
–¡Espero que no estés insinuando que si yo llamo a mi hija lo consideraría como una llamada sin importancia! –exclamó Andrea.
–Por supuesto que no –respondió Tess, decidida a preguntarle a Ashley qué diablos había ido diciéndole a su madre de su relación. Andrea nunca la había tratado con excesiva amabilidad, pero nunca antes la había considerado como una enemiga.
–Ah, bueno. Supongo que tendré que creerte. Pero recuerda, quiero que me tengas informada si surge algo. Y si hablas con Ashley, dile que espero su llamada.
–De acuerdo.
Finalmente Tess consiguió encontrar las palabras para finalizar la conversación y, con una tremenda sensación de alivio, colgó el auricular. Pero su sentimiento de indignación no finalizó con la conversación. Comenzaba a sentir que la habían tomado el pelo y pensaba que no debería haber aceptado ir allí.
Una imagen de Castelli se le pasó por la cabeza, pero trató de alejarla. No tenía intención de dejar que su encuentro con el italiano cambiase su estado. Además no era más que otra persona que no la consideraba digna de su respeto.
Así no era como Ashley le había dicho que sería su viaje. Su hermana le había pedido que se hiciese cargo de la galería, y había endulzado la petición con promesas de largos días soleados y noches explorando los bares y restaurantes del popular complejo. No es que a Tess le atrajesen mucho los bares, pero la idea de comer en verdaderos restaurantes italianos le había resultado apetecible. Además había imaginado pasar algo de tiempo en la playa.
Pero todo se había ido al traste. Tras pasar un par de noches ordenando el apartamento de Ashley, se había encontrado de golpe con aquello. Era muy típico de Ashley. Típico de su hermana pasar por encima de los sentimientos de la gente si eso la hacía feliz. Y no cabía duda de que Ashley sabía cómo habría reaccionado su hermana si le hubiese dicho sus verdaderas intenciones. Por eso se habría asegurado de haberse marchado para cuando Tess llegara.
Fue muy frustrante y decepcionante. Tess debía haber imaginado que había más de lo que Ashley le había dicho. Debería haber llamado a Andrea antes de abandonar Inglaterra. Era culpa suya por no haber mostrado ningún interés por la salud de su madrastra. Pero por el momento no podía hacer nada hasta que Ashley se pusiera en contacto con ella.
Había planeado ir a cenar a una pizzería antes de regresar al apartamento, pero cambió de opinión. Tras pasar el día sobresaltándose cada vez que alguien entraba en la galería, decidió que no quería tener a nadie alrededor. Compraría ingredientes para hacer una ensalada, los rociaría con una vinagreta de limón y gratinaría parmesano para darle sabor.
Estaba a punto de cerrar cuando un hombre apareció en la puerta. Tenía la luz a su espalda y por un momento Tess pensó que Castelli había vuelto. Se le aceleró el corazón y sintió cómo se le tensaba la garganta. Pero entonces el hombre se movió y ella fue consciente de su error.
Era Silvio Palmieri, el joven que llevaba la tienda de deportes de al lado. Aunque llamar a aquello tienda de deportes era quedarse corto. Tenía los escaparates llenos de fotos y artículos de grandes personalidades del deporte.
Se dio cuenta de que había sido un absurdo confundir a Castelli con aquel joven. Silvio era moreno, eso sí, pero ahí terminaba su parecido. No se movía con ese aire de depredador.
–Ciao –dijo él, y advirtió la expresión de Tess–. Mi scusi. ¿Te he asustado?
–Eh, es que tenía la cabeza en otro sitio –dijo Tess–. Sólo me has sorprendido, eso es todo.
Silvio frunció el ceño.
–¿Te han dado malas noticias? –preguntó él–. La madre de Ashley, ¿no habrá tenido una recaída?
–No, que yo sepa –dijo Tess con amargura, sin saber muy bien cómo se sentiría Andrea en ese momento–. ¿Has tenido un buen día?
–¿Cómo decís vosotros? ¿Así, así? Eso, ha sido un día así, así. ¿Y tú?
Tess sintió ganas de reír, pero dudó que Silvio entendiera el porqué de su histerismo. No podía implicarlo en sus problemas. A Ashley no le gustaría y Castelli no lo aprobaría.
–Ha sido... interesante –dijo ella mientras se acercaba a echar las persianas–. Pero me alegro de que se haya acabado.
–Vi a Raphael di Castelli entrar en la galería. Es muy conocido en San Michele. Mucha gente trabaja en su villa cuando llega la estación. Recogiendo la uva, ya sabe.
–¿Lo conoces? –preguntó Tess mientras asimilaba el hecho de que se llamaba Raphael–. ¿Entonces tiene un gran viñedo?
–Eso creo –dijo Silvio–. Y no, no lo conozco. No personalmente.
Tess dudó un momento. Los intereses de Ashley en Marco comenzaban a tener sentido.
–¿Y Ashley? –preguntó ella–. Creo que ella conoce a su hijo.
–Ah, Marco –asintió Silvio–. Sí. Marco, el artista.
–¿Marco es pintor?
–Le gustaría –dijo Silvio mientras señalaba los cuadros que colgaban de las paredes–. Creo que le gustaría la exposición.
Tess contuvo el aliento. Castelli no había dicho nada de que su hijo quisiera ser pintor. Pero quizá explicaba cómo Ashley había llegado a conocer a Marco.
–¿Alguno de estos cuadros es suyo? –preguntó Tess, y Marco se carcajeó.
–A mala pena, pero es ambicioso, ¿no?
–Ya veo –asintió Tess–. ¿Su padre lo aprueba?
–Creo que no –dijo Silvio–. Los di Castelli no emplean su tiempo en esas cosas. Además, Marco todavía está en la escuela.
–Ah –dijo Tess, pensando que eso explicaba muchas cosas–. Bueno, gracias por tu aportación. Ha sido muy... interesante.
–¿Y el padre de Marco? No has dicho lo que quería.
–Ah –dijo ella sin ninguna intención de hablar de los motivos de la visita con él–. Estaba buscando a Ashley. No dijo para qué.
–Mmm.
Silvio no sonaba convencido, pero Tess decidió que ya había dicho bastante.
–Ahora, tengo que irme. Quiero pasar por el supermercado antes de irme a casa.
–O podrías cenar conmigo –sugirió Silvio–. Mi trattoria favorita está aquí cerca.
–Oh, no creo que...
–¿No irás a dejarme plantado?
–Apuesto a que hay muchas mujeres dispuestas a cenar contigo, Silvio. Lo siento, pero ha sido un día muy largo y estoy cansada. No creo que yo sea muy buena compañía esta noche.
–Pero Ashley dijo que te encantaría salir conmigo –protestó él–. Me dijo que no estás... con nadie, ¿no?
–¿Eso dijo? –dijo ella, y comenzó a preguntarse qué más cosas les habría dicho a esa gente de ella–. Pues se equivocó, Silvio. Tengo novio.
No tenía ninguna necesidad de decirle que no había ningún hombre especial en su vida.
–Pero no está aquí.
–Da igual...
–Otro día, quizá –dijo él, incansable. Entonces, para alivio de Tess, salió de la tienda–. A domani, cara. Arrivederci.
–Arrivederci. Buenas noches –dijo ella.
Tess esperó a que hubiese salido de la galería para cerrar con llave. Luego se apoyó contra ella y suspiró. Menudo día. Primero Castelli y luego Silvio. Estaba deseando llegar al apartamento. Al menos allí podía estar segura de que nadie la molestaría. A no ser que Ashley tuviera otro secreto que no hubiese querido compartir con ella.
Durmió mal. No hacía más que pensar que oía el teléfono sonar, pero no era más que el viento que soplaba fuera. Consiguió quedarse dormida al alba, y cuando volvió a despertarse, el sol entraba con fuerza por la ventana.
Tras encender la cafetera, fue al baño para darse una ducha. El agua nunca salía caliente, pero por una vez apreció su frescura. Incluso giró el grifo hacia el agua fría antes de salir y envolverse en una de las toallas que Ashley le había dejado.
Tras servirse una taza de delicioso café solo, salió al balcón. El mundo parecía un poco menos hostil aquella mañana. Pero aquello era ridículo. Era la gente la que era hostil, no el mundo en general. Y si había algún culpable de su situación actual, era Ashley.
El apartamento de su hermana estaba en el último piso de un edificio en la Via San Giovanni. La carretera era una de tantas que se dirigían hacia el puerto. El edificio por fuera no era gran cosa, pero al menos los descansillos y las escaleras estaban limpios y no olía a cebolla y ajo como otros edificios.
El apartamento de su hermana era pequeño pero confortable. Le había puesto alfombras y unas bonitas cortinas, y Tess se había sorprendido al ver que tenía un dormitorio y un baño independientes, y además un comedor con cocina incorporada con todas las facilidades.
En ese momento, apoyada en la barandilla del balcón, se arrepentía de los sentimientos de traición que había experimentado la noche anterior. De acuerdo, Ashley le había mentido, había mentido a todo el mundo, pero desde el punto de vista de Tess, nada había cambiado. Seguía a cargo de la galería y era su culpa si no era capaz de disfrutar de unas vacaciones en un lugar tan maravilloso.
Pero era difícil no imaginarse lo que estaría haciendo Ashley. Liarse con un adolescente era una locura, incluso para su hermana. Era cierto que Ashley siempre había tenido sus propias normas. Tess recordaba a su padre murmurando sobre las locuras de su hija pequeña en una de sus infrecuentes visitas a Derbyshire a verla. Él y su nueva familia aún vivían en Londres por entonces, pero Tess se había mudado al convertirse en profesora. Había sido más fácil no tener que inventar excusas por las que no visitaba a su familia tanto como a su padre le hubiese gustado.
Tras darse cuenta de que se había acabado el café y de que ahí fuera no hacía más que perder el tiempo, Tess regresó al dormitorio. Dejó la toalla en el baño y caminó desnuda a la habitación para encontrar algo que ponerse.
Ignorando la sospecha de que la visita de Castelli del día anterior la estaba influyendo, eligió un vestido color crema adornado con ramitas de lavanda. Era largo, pero eligió unos mocasines de lona en vez de las botas que llevaba el día anterior.
Su pelo se había secado con los rayos del sol y ella observó sus rizos con resignación. Algunas mujeres apreciarían su ingenuidad juvenil, pero ella no. Pensó que debía habérselo dejado largo. Al menos de ese modo podría habérselo recogido.
Apartando esos pensamientos de su cabeza, aclaró su taza y la dejó escurriendo justo antes de abandonar el apartamento. Bajó las escaleras y salió a la luz del sol sintiéndose bien. Decidió que no iba a dejar que Ashley o Castelli le estropearan las vacaciones. Había planeado cerrar la galería pronto y pasar la última parte de la tarde en la playa.
El Renault de Ashley estaba aparcado a unos pocos metros del edificio, y tuvo que tener paciencia para conseguir sacarlo de entre un Fiat mal aparcado y una enorme furgoneta. No ayudó el hecho de que tuviera que mantener el control del vehículo usando el freno de mano, pues la inclinación de la carretera convertía cada maniobra en un acto de fe.
Consiguió salir y se dirigió hacia la galería. Fue recorriendo la calle con sus edificios pintados de colores, que estaban tan cerca los unos de los otros que no parecía haber espacio para nada más. Pero había jardines completamente verdes y árboles frutales. Y las fragancias de los lirios, las rosas y los jazmines se mezclaban con el aroma de la pastelería de la esquina.
El teléfono estaba sonando cuando entró en la galería. «Ashley», pensó, y se apresuró a desconectar la alarma para contestar.
–¿Sí?
–¿Teresa? –debía haberlo imaginado. Era la madre de Ashley de nuevo–. Teresa, ¿dónde has estado? He estado llamando al apartamento pero no había nadie.
–Estaba de camino hacia aquí –dijo Tess, adoptando un tono cordial a pesar de que quería chillar–. ¿Has sabido algo de Ashley?
–No. ¿Y tú?
–Si hubiera sido así te lo habría hecho saber –dijo Tess rotundamente.
–Al igual que yo, Teresa –dijo Andrea–. Y no hay necesidad de que emplees ese tono conmigo. Si no sabes dónde está tu hermana, me temo que es error tuyo, no mío.
Tess tuvo que tragarse la respuesta que le vino a los labios. No serviría de nada desahogarse con la madre de Ashley. Estaba disgustada, ¿quién podría culparla? Su hija había desaparecido y ella estaba a cientos de kilómetros de allí.
–Supongo que asumí que se mantendría en contacto –dijo finalmente, sabiendo que toda la culpa no era suya–. Además hablé con ella hace unos días.
–No me dijiste eso ayer.
–Lo olvidé –dijo Tess con un suspiro.
–O te lo guardaste a propósito para preocuparme –dijo Andrea acusadoramente–. ¿Le preguntaste dónde estaba?
No. ¿Por qué iba a hacerlo? Pero Tess se guardó la pregunta.
–No se me ocurrió –dijo ella–. En cualquier caso, se volverá a poner en contacto cuando tenga tiempo, lo sé.
–Bueno, no estoy nada conforme con esto –dijo Andrea tajantemente–. Si no hubiera sido por ese cliente de Ashley que quería hablar con ella, no me habría enterado de nada.
Ella tampoco, pensó Tess con amargura. Pero ésa era otra historia.
Entonces hubo un incómodo silencio, y antes de que Tess pudiera pensar en algo que decir, Andrea habló de nuevo.
–Ya sabes que me da la impresión de que sabes más del asunto de lo que dices. Y si Ashley se vio obligada a pedirte que la sustituyeras, es que debía de estar muy desesperada.
«Gracias».
Tess se negó a contestar a eso y Andrea siguió incansable.
–Lo único que puedo hacer es confiar en ti de momento. Pero si no has sabido nada de ella para final de semana, iré a Italia para ver yo misma lo que está pasando.
–Es tu decisión, claro.
–Sí, lo es –dijo Andrea. Era evidente que esperaba una contra argumentación por parte de Tess, y su respuesta la dejó con poco que decir–. Muy bien. En cuanto sepas algo de ella me llamas. ¿Prometido?
–Por supuesto.
De algún modo Tess colgó el teléfono sin haberle dicho a la otra mujer lo que realmente pensaba del comportamiento de Ashley. Tras colgar el auricular se quedó unos minutos mirando al vacío. Ya no le apetecía cerrar pronto la galería y pasar el resto del día en la playa. Esas supuestas vacaciones se habían convertido en un juicio. Y ella era la acusada.
No era justo. No era culpa suya que Ashley hubiese desaparecido, y no era culpa suya que se hubiera llevado al hijo de Castelli consigo. ¿Entonces por qué estaba empezando a pensar que sí era su culpa?
Tess consiguió pasar el resto del día. Por primera vez tuvo varios clientes en potencia, y estuvo un rato hablando con una pareja de Manchester que visitaba Italia por primera vez.
Aun así se sintió aliviada cuando llegó la hora de cerrar. Regresó al apartamento y a otra noche solitaria sintiéndose como la única persona de Porto San Michele que no se lo estaba pasando bien.
A la mañana siguiente se sintió mejor. Había dormido razonablemente bien y, negándose a considerar lo que ocurriría si Ashley no aparecía, se vistió con unos pantalones cortos de algodón de color rosa y un top que dejaba ver su ombligo. ¿Por qué iba a importarle lo que pensaran los demás de su apariencia?, pensó mientras se ponía unas sandalias. Eran sus vacaciones e iba a disfrutarlas.
Con ese pensamiento en la cabeza, decidió que iba a dejar el coche aparcado aquella mañana. Un paseo hacia la galería le permitiría disfrutar de un pastel relleno de crema de la pastelería, y el ejercicio le vendría bien. La comida italiana era muy buena, pero también muy abundante.