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Enamorarse en Las Vegas de Myrna MacKencie Alex Lowell había ido a Las Vegas a divertirse con sus tres mejores amigas. Había renunciado al amor y a encontrar al príncipe azul y la única cita que quería tener era ¡una con sus amigas en el spa! Pero los días de descanso y relax de Alex se vieron interrumpidos cuando la recepcionista del hotel se puso de parto y ella acudió en su ayuda, ganándose así una propuesta de trabajo del propietario del hotel, Wyatt McKendrick. Wyatt era un buen tipo, además de sexy, y tentó a Alex a volver a abrir su corazón… Embarazo en Las Vegas de Shirlye Jump Desde que Molly vio a Linc en Las Vegas, donde había ido a pasar un fin de semana con sus amigas, se quedó prendada de él. Conectaron al instante y se dejaron llevar por el momento. Molly volvió a casa tras esa fantástica aventura, pero nunca imaginó que tuviera que regresar a Las Vegas para darle una noticia sorpresa a su romance de una noche. Boda en Las Vegas de Jackie Braun Después de despertarse en Las Vegas con un hombre atractivo a su lado y una alianza en el dedo, la impulsiva Serena pensó que ¡esta vez había ido demasiado lejos! Salió a hurtadillas de la suite nupcial dispuesta a seguir con su vida de soltera… El político Jonas Benjamin debió de haber quedado cautivado por la belleza y la pasión de Serena, tanto como para pedirle en matrimonio después de una única cita. Eso podría suponer un desastre para su campaña electoral… Boda con el hombre perfecto de Melissa McClone Dispuesta a no hundirse porque su novio la hubiera dejado plantada casi en el altar, Jayne Cavendish decidió pasar un fabuloso fin de semana en Las Vegas con sus tres mejores amigas.
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Seitenzahl: 871
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Pack Miniserie en Las Vegas, n.º 49 - mayo 2014
I.S.B.N.: 978-84-687-4408-7
Editor responsable: Luis Pugni
Créditos
Índice
Enamorarse en Las Vegas
Portadilla
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Embarazo en Las Vegas
Portadilla
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Boda en Las Vegas
Portadilla
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Boda con el hombre perfecto
Portadilla
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2010 Myrna Topol. Todos los derechos reservados.
ENAMORARSE EN LAS VEGAS, N.º 53 - marzo 2011
Título original: Saving Cinderella!
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-671-9849-2
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
ALEXANDRA Lowell contempló la brillante fachada del hotel McKendrick de Las Vegas, el más exclusivo en el que probablemente había entrado en toda su vida, y esperó que ese fin de semana no fuera un error. Su cuenta bancaria estaba prácticamente tiritando por tanto gasto, pero su amiga Jayne se encontraba en una situación desesperada y necesitaba alejarse de todo, así que Alex se olvidaría de su situación económica... por el momento…
Sonrió a sus tres amigas.
–Estoy haciendo la cuenta atrás. Vamos a pasar un fin de semana increíble en un universo alternativo –les dijo con alegría.
Serena se rió.
–Universo alternativo, ¿Alex? Estamos en Las Vegas, no en otro planeta.
Alex le dirigió a su amiga una paciente sonrisa.
–Vamos, Serena, has estado en mi apartamento. Lo adoro, me encanta poder tener por fin mi propia casa, pero es chiquitito. Esto es… es…
–Un universo alternativo –terminó Molly con una carcajada.
–Está bien, tenéis razón –dijo Serena–. Este lugar es impresionante. Fijaos en toda esa gente, el bullicio, la opulencia que hay en todo.
–Y tenemos un fin de semana entero –dijo Jayne–. Maldita sea, ¡vamos a pasarlo genial!
Su sonrisa deslumbraba, pero Alex sabía que sólo la lucía por el bien de todas. Ese fin de semana Jayne tendría que casarse, pero eso no sucedería y Alex lo lamentaba por ella. Las amigas no permitían que sus amigas sufrieran solas por un corazón roto. Las amigas hacían todo lo posible por animarse.
–Absolutamente –dijo Alex–. Ha sido una idea genial, Serena. –Serena había sido la que había sugerido la escapada a Las Vegas y la emoción de vivir una aventura estaba empezando a tomar forma.
–Entonces… ¿creéis que es cierto que aquí pasan un montón de cosas salvajes? –preguntó Molly.
–Eso espero –dijo Jayne con obstinada determinación–. Nos merecemos un poco de desenfreno. Durante este fin de semana, San Diego y todos los que viven en él dejan de existir.
Lo cual, para Alex, fue un fantástico consejo. Jayne no era la única que estaba pasando por un momento decisivo en su vida; Alex tenía problemas en casa.
–Absolutamente –dijo Molly–. Las únicas personas que importan este fin de semana sois vosotras, mis mejores amigas. Vamos a arrasar con todo.
–Y no nos lamentaremos –dijo Serena–. Cuando recordemos estos días quiero que tengamos una sonrisa puesta en la cara.
–Y cuando nos marchemos de aquí –declaró Alex–, sólo nos llevaremos una cosa con nosotras: un brillo de felicidad. Nunca vamos a mirar atrás y a cuestionar las elecciones que hemos hecho este fin de semana.
Con esas palabras, todas se sonrieron y echaron a andar hacia sus destinos.
EL SÁBADO por la tarde, Alex, cansada pero resplandeciente después de haber estado en el balneario, de compras, cenando y bailando, fue corriendo a por una carta de recuerdo del Sparkle, el restaurante que había en la última planta. Al día siguiente sus amigas y ella se marcharían de Las Vegas y quién sabía si volverían alguna vez.
Sin embargo, sólo una mirada a la conserje del hotel le bastó para saber que algo iba mal y la hizo detenerse.
La mujer esbozó una débil sonrisa.
–¿Puedo ayudarla? –preguntó con un fino hilo de voz.
Alex vaciló. La sonrisa de la mujer era fingida, pero sería una entrometida si hacía preguntas, ¿verdad? Se recordó que en el pasado su costumbre de lanzarse a ofrecer ayuda sin que se lo pidieran había hecho que acabaran diciéndole que se metiera en sus asuntos… o cosas peores. Intentó no pensar en el doloroso recuerdo de lo que había sucedido algunas de las veces que había sobrepasado los límites, pero quedarse anclada en los errores pasados no iba a servir de nada en esa situación. La mujer parecía angustiada, y…
–Lo siento –dijo Alex–. No quiero ser entrometida, pero creo que algo va mal. ¿Puedo ayudarla? ¿Quiere que llame a alguien?
Los ojos de la mujer se abrieron de par en par.
–¡No! ¡Usted es una huésped! Quiero decir… estoy bien. Sólo un poco cansada.
Al instante Alex se sintió culpable por haber hecho que la mujer se sintiera incómoda y disgustada por haber cometido el mismo error otra vez. Muchos de los dolorosos momentos de su vida habían empezado cuando había intentado ayudar demasiado. El recuerdo de su última relación condenada al fracaso aún la perseguía.
«Déjalo ya», se ordenó. «Discúlpate por haber hecho que esta mujer se sienta incómoda y márchate. No pienses en los errores que has cometido».
La conserje, de pronto, dejó escapar un grito que hizo reaccionar a Alex. Bajó la vista y se fijó en que había algo en lo que no había reparado: prácticamente pegada a la mesa y con las manos cruzadas delante de ella, la mujer había logrado… o casi… ocultar su embarazo. Alex no pensó en nada más. Esa mujer estaba pasando una auténtica penuria y en ese caso cambiaban las reglas. No podía vacilar.
–Olvida que soy un huésped –dijo Alex–. ¿A quién quieres que llame?
La mujer parecía una modelo de las portadas de Vogue, con el cabello y el maquillaje perfectos, pero sus ojos reflejaban miedo.
–No… no sé… No… –se había levantado y estaba mirándose la barriga–. No debería estar pasando. Me faltan cuatro semanas y… no estoy preparada. No estamos preparados. Necesito que alguien cuide de mi hijo y le dije a Wyatt, mi jefe, que aún quedaban semanas hasta que tuviera que sustituirme. No puede haber llegado el momento.
Pero había llegado, y estaba claro que había que hacer algo.
–Estoy segura de que Wyatt lo entenderá –dijo Alex.
La mujer la miró como si estuviera loca.
–A Wyatt le gusta que las cosas se hagan ordenadamente. Nada de jaleos ni líos.
«Entonces a Wyatt yo no le gustaría», pensó Alex, aunque al instante desechó esa idea; Wyatt, quien quiera que fuera, no le preocupaba.
–¿Te duele?
–No. Sí. Me siento rara. Es distinto de la otra vez. Es como… más rápido. Pero me queda otra hora de trabajo. Lois, la conserje de la noche, no vuelve de vacaciones hasta mañana, así que Wyatt ni siquiera puede encontrarme sustituta para hoy. Tengo que quedarme. –Emitió un grito ahogado y se puso una mano en la espalda.
Alex ocultó lo angustiada que se sentía.
–No te preocupes… Belinda –dijo leyendo la placa que había sobre su escritorio–. He hecho un curso de primeros auxilios y te ayudaré. ¿Estarías más cómoda sentada? No tienes que estar de pie por mí.
La mujer abrió los ojos de par en par.
–No… puedo sentarme. Mojaré la silla. El agua…
–No te preocupes por la silla –dijo Alex rodeando el escritorio–. Tienes que levantar los pies.
La mujer se sentó. Su perfecta piel palideció.
–¿Tienes el número de tu doctor?
–En mi monedero. En mi bolso. En el cajón.
En escasos segundos, Alex tenía la información e hizo la llamada. Habló con la recepcionista, dio el nombre de Belinda y recibió instrucciones. Llamó a un joven del mostrador de recepción y le pidió que localizara a su jefe.
–Tu jefe tendrá que encontrar a alguien para que ocupe el puesto de Belinda. Se va al hospital.
El joven miró la cara afligida de Belinda.
–Randy, sé lo importantes que son las próximas semanas para Wyatt –dijo la mujer apenas sin respiración–, es la temporada de los premios y vendrán críticos, un montón. Y serán anónimos. No podemos bajar la guardia.
–Estoy segura de que Wyatt lo entenderá –dijo Alex, aunque no lo sabía. Insistió en que el joven fuera a llamar a su jefe.
La mujer gritó.
–Respira –le indicó Alex con una voz dulce, pero firme–. Olvídate del hotel. Expulsa el aire.
Belinda obedeció. Alex se arrodilló a su lado, le agarró la mano y comenzó a darle instrucciones.
Una mujer vestida con un conjunto muy caro se presentó en el mostrador con expresión de incertidumbre.
–¿El Bistro Lizette?
Belinda estaba agachada. Alex agarró un mapa del escritorio, lo miró y respondió:
–Segundo piso, ala oeste, he estado allí. Le encantará –sonrió y con eso se libró de la mujer.
A lo lejos se podía oír una ambulancia y, cuando apareció otra persona en el mostrador, ella le dio indicaciones, pero no pudo evitar fijarse en que el chico de la recepción parecía preocupado.
–Wyatt viene hacia aquí –dijo mientras Alex empezaba a guiar a Belinda durante otra contracción–. Tal vez no deberíamos estar a la vista del público. Este hotel es el bebé de Wyatt…Y que conste que no pretendía hacer ningún chiste.
–Yo me ocupo de Wyatt –dijo Alex–. Tiene muchos dolores, no pienso moverla mientras no llegue la ambulancia.
Esperaba que ese tal Wyatt no regañara a Belinda por no haber programado mejor la llegada del bebé y también esperaba que no fuera ese hombre alto, atractivo, intimidante y vestido con traje de chaqueta que acababa de entrar al vestíbulo y se había girado hacia ellos.
Wyatt cruzó el vestíbulo hacia la mesa de la conserjería. Allí, dos paramédicos subían a Belinda a una camilla. Una mujer esbelta con el pelo largo y moreno le sonreía, le daba la mano y se giró hacia un hombre que había junto al mostrador. El hombre asintió, agarró el mapa que la mujer le había dado, y salió de allí.
–He llamado a tu marido y le he dicho que se reúna contigo en el hospital. Tu vecina va a quedarse cuidando de tu hijo. Me ocuparé de todo hasta que llegue alguien –le dijo la mujer a Belinda, con una voz calmada y clara–. No te preocupes. Todo está bajo control.
En ese momento, Randy, de recepción, vio a Wyatt y fue hacia él.
–Wyatt, he intentado que la mujer se llevara a Belinda a un lugar con menos público, la gente está mirando, pero me ha dicho que si te enfadabas ella se ocuparía.
Wyatt enarcó una ceja. Dada su altura y las altas expectativas que tenía puestas en sí mismo y en los demás, tenía cierta tendencia a intimidar. Las mujeres, la gente, no decían que fueran a «ocuparse de él». Y el hecho de que esa mujer en concreto lo hubiera dicho resultaba… interesante.
Vio a una señora con una blusa floreada avanzar hacia el mostrador vacío de recepción, frunció el ceño y se dirigió hacia él. Pero después de ver su serio rostro y el de Randy, fue hacia la mujer que estaba con Belinda; esa sonriente y tranquila mujer que él no podía dejar de mirar.
Debería hacer algo, debería ayudar, como solía hacer, pero aún no. Los paramédicos estaban haciéndoles preguntas a Belinda y a la mujer que ocupaba su puesto. Tenía que ver qué sucedía y, si fuera necesario, iría al rescate.
Vio que la huésped de la camisa floreada comenzó a disculparse efusivamente y explicaba que había llenado demasiado la bañera, pero la mujer de cabello oscuro sonrió con dulzura, miró a Belinda y levantó el teléfono.
–Por favor, no se preocupe –le dijo a la mujer mientras anotaba el número de habitación–, se ocuparán de ello. Avísenos si tiene algún otro problema.
La mujer con el problema de fontanería agarró la mano de su salvadora, de esa belleza morena, para darle las gracias.
Corrección, «belleza» no era la palabra exacta. La mujer no era la clásica guapa, pero había algo en ella que creaba la ilusión de belleza. A pesar de la extraña situación en la que se encontraba, actuaba como si hiciera eso todos los días y cuando Belinda gimió de dolor, le dirigió dulces y reconfortantes palabras, su preocupación parecía sincera.
El gemido de Belinda le hizo reaccionar. Estaba demasiado pálida, sufría. Tenía que ayudar.
–Llama a la oficina central y diles que envíen a cualquiera que pueda echar unos minutos aquí durante sus descansos –le dijo a Randy–. Por supuesto, les pagaré el doble por los minutos de más que trabajen. Podremos ocupar el puesto vacío… al menos por hoy –dijo caminando hacia Belinda.
–Wyatt, lo lamento –dijo la joven al verlo; él le tomó la mano.
–¿Por traer una nueva vida al mundo? No tienes que lamentar nada.
–Pero mi sustituto… –un largo gemido de angustia salió de sus labios y todo el cuerpo de Wyatt reaccionó a su dolor.
–¿Está bien? –le preguntó a uno de los paramédicos.
–Va a tener un bebé, hombre, pero todo parece ir bien. El dolor es parte del proceso.
–No pienses en el trabajo. Es una orden. Esta mañana he encontrado sustituto.
Ante sus palabras, Belinda sonrió débilmente.
–¿Has encontrado a alguien? Bien, entonces ya puedo irme –le dijo al paramédico antes de girarse hacia la mujer de cabello oscuro–. Gracias por hacer que no me haya vuelto loca.
–Gracias a ti –respondió la mujer–. No todos los días puedo decir que haya hecho algo tan satisfactorio.
Mientras los paramédicos se la llevaban, la mujer morena echó a andar hacia los ascensores.
Wyatt la alcanzó en tres largas zancadas.
–Disculpe, pero ¿quién es usted?
Ella se detuvo y, cuando lo miró con unos ojos del color del cielo, Wyatt sintió como si un enorme puño lo golpeara en el pecho. ¿Quién demonios podía tener unos ojos tan azules?
–Nadie –dijo ella.
Por un momento, Wyatt pensó que estaba respondiendo a la pregunta que él se había hecho sobre sus ojos… hasta que cayó en la cuenta de que estaba respondiéndole quién era.
–No soy más que una huésped que estaba en el vestíbulo cuando Belinda se puso de parto. No es para tanto –e hizo intención de marcharse.
–¿Que no es para tanto? Lo siento, pero… no. Soy el propietario de este lugar y creo que sí que ha sido para tanto. Sea quien sea, usted no es «nadie». Ha podido con una mujer de parto, con un Randy aturullado, con la consejería de un hotel que desconoce y todo ello a la vez que atendía a huéspedes nerviosos. Ninguno se ha sentido ofendido por el trato ni molesto y el ambiente del hotel no se ha visto alterado lo más mínimo. Dígame, señorita… «nadie», ¿suele hacer esto a menudo?
–No exactamente esto, lo de los partos, pero por desgracia, sí, tengo tendencia a meterme en esta clase de situaciones. Una vez intenté hacerle un masaje cardíaco a alguien sin saber que la víctima formaba parte de un grupo de directores de cine aficionados que estaban rodando una película. Fue embarazoso para mí y frustrante para ellos.
Hablaba en voz baja.
–No me arrepiento de haber ayudado a Belinda. Incluso el mayor ogro del mundo lo habría hecho. Pero el otro asunto… lo de atender a sus clientes… la verdad es que no me he parado a pensar en ello. Puede que les haya dado información incorrecta y lo más probable es que tenga que solucionar alguna emergencia. No me extraña que ese chico de la recepción estuviera tan irritable.
Wyatt se fijó en esos ojos azul cielo que parecían tan vulnerables. La veía como una mujer atractiva, no simplemente como una mujer que había ayudado a su empleada y a su hotel. Frunció el ceño. Tenía el acceso prohibido a las clientas del hotel.
Sacudió la cabeza.
–Me alegra que no dudara. Ha hecho que no pare el ritmo del hotel y ha ayudado a Belinda. Por lo que he podido ver, y lo que Randy me ha dicho, se ha hecho cargo de una situación difícil con calmada eficiencia.
Ella dejó escapar una deliciosa carcajada.
–¿Cree que eso podría decírmelo por escrito? Sé que me he puesto un poco mandona con Randy, y algunos dirían que en lugar de ofrecerle ayuda médica a Belinda lo que he hecho ha sido meter las narices donde no me llaman. ¿De verdad he actuado como si fuera algo perfectamente habitual en mí atender una consulta sobre fontanería? Espero que la gente apropiada se haya hecho cargo de ese problema. Si es así, entonces me alegro de que todo haya salido bien y de que no haya sucedido nada terrible. Pero bueno, sea como sea, usted ya puede volver a hacer felices a sus huéspedes –y con una sonrisa añadió–: Es un hotel verdaderamente bonito.
Le dio una palmadita en el brazo, como si él también fuera otro cliente que necesitara ayuda. Por alguna razón, eso lo molestó, aunque era ridículo. Lo que esa mujer pensara de él era irrelevante. Él nunca dejaba que le importaran las opiniones de los demás. Excepto en lo que concernía a la reputación del hotel McKendrick.
Lo cual lo llevó a lo que era realmente importante: esa mujer había hecho que las cosas se mantuvieran bajo control. Lo había impresionado, para bien, como nadie que hubiera entrevistado hasta el momento. ¿Cómo lograba hacerlo con tan poco esfuerzo?
Wyatt no lo sabía, pero tenía intención de descubrirlo. Con la marcha de Belinda, el tiempo de contemplaciones había pasado. En su opinión, la diferencia entre un buen negocio y un negocio mediocre era saber cuándo ser atrevido y audaz. La puerta de las oportunidades se había abierto, pero podía cerrarse de golpe.
–Disculpe, señorita…
–Lowell. Alexandra Lowell. Pero casi todos me llaman Alex.
Casi todos. Se preguntó si los que no entraban en esa categoría eran hombres. No importaba. Se aclaró la voz.
–Alex. Está bien. Si no le molesta la pregunta, ¿a qué se dedica?
Esos enormes ojos azules parpadearon.
–Trabajo en la recepción de una cadena de hoteles y dirijo una página web que promociona San Diego.
–Ah –eso lo explicaba todo. Ya poseía la destreza que necesitaba todo buen conserje, mientras que él tenía un mostrador de conserjería vacío y sin vistas de ser ocupado.
Ése era el problema. El hotel McKendrick era famoso por su opulencia, por sus atenciones y detalles y, sobre todo, por su servicio. Ese hotel era el proyecto que había salvado la vida de Wyatt. Lo había construido de la nada y había volcado su alma en él durante aquellos oscuros días en los que había llegado a un punto en el que se había dado cuenta de que si no canalizaba su ira en un objetivo que mereciera la pena, se destruiría a sí mismo.
El hotel era una máquina bien engrasada, pero incluso una máquina bien engrasada podía estropearse si no se la cuidaba. Unos cuantos clientes sin acceso a un conserje competente que los atendiera podían cubrir al hotel de críticas en páginas de Internet y hacerle mucho daño. Perder a Belinda dejaba un vacío en atención al cliente que tenía que ser ocupado inmediatamente. Él podía atender algunos asuntos, pero no todo el tiempo. Además, algunos huéspedes lo encontraban intimidante. Tenía que hacer algo. Y tenía que hacerlo ahora.
Wyatt miró a Alex, una mujer que, al parecer, era del agrado de los clientes; una mujer que tenía experiencia en actividades turísticas. Ninguno de los candidatos que Wyatt había entrevistado hasta el momento podría haber hecho lo que había hecho Alex. Sus instintos insistían en que actuara.
Pero se resistía. Ella era una completa desconocida que decía tener tendencia a lanzarse a ayudar a la gente, lo cual significaba que podía ser demasiado impulsiva y eso podría traerle problemas. Y, además, tenía esa mirada increíblemente vulnerable que él encontraba tan atractiva.
–Si dirige una página web, doy por hecho que es buena haciendo búsquedas por Internet.
–Esa página es mi debilidad. Por cierto, la página del hotel McKendrick es genial. El tour virtual de los restaurantes es impresionante… aunque una carta con los helados que se sirven en el bar de la piscina estaría bien. Claro está, siempre que quiera sugerencias –de pronto parecía incómoda–. Por… por favor, olvide que he dicho eso. Lo lamento si he sido grosera.
«McKendrick, esta mujer acaba de darte una sugerencia para mejorar la página web del hotel. Por lo menos tendrías que entrevistarla», gritaron sus instintos.
De acuerdo. A pesar de los fallos y errores que había cometido en su vida, tenía un instinto infalible para lo que era positivo para el hotel. Había amasado una fortuna siguiendo su instinto. A Randy lo había contratado de manera espontánea y nunca se había tenido que arrepentir de ello. Además, ahora que Belinda no estaba no podía permitirse seguir entrevistando a gente que no desempeñaría bien el trabajo. Y estaban en Las Vegas. Allí todo era rápido, temporal. Una persona que conocías hoy podía marcharse a las dos horas. Y Alex era una huésped. Sólo estaba de paso.
–Me pregunto… ¿tiene un minuto para pasar a mi despacho? –le preguntó de pronto–. Tengo unas cuestiones que hacerle.
–Me esperan mis amigas –respondió ella con cautela.
Él asintió.
–¿Cinco minutos? Es importante.
Ella seguía vacilando.
Por un segundo a Wyatt le pareció oírla murmurar algo sobre que lo más sensato era contar hasta diez, pero entonces ella asintió.
–De acuerdo. Después de todo, ¿qué pasa por cinco minutos?
«Mucho», pensó Wyatt. Mucho podría pasar y él tenía mucha experiencia al respecto. Sin embargo, en esa ocasión esperaba que lo que sucediera fuera algo más positivo.
WYATT miró a Alex mientras recorrían el pasillo hacia su despacho. Era alta y esbelta e… inquieta. Un momento antes se había disculpado para hacer una llamada.
–Mis disculpas por haberla apartado de sus amigas.
–Sólo quería decirles dónde estaba. Hacía un rato que me esperaban. Pero, ya que estoy aquí… ¿me ayudaría a hacerle llegar una tarjeta a Belinda? Los bebés son importantes.
–¿Tiene hijos?
–No. No estoy casada.
Wyatt sintió cómo todos sus sentidos se pusieron en alerta, junto con una ligera sensación de alivio; sin duda una reacción instintiva ante el hecho de que nadie reclamara a esa belleza. Pero… ¿por qué nadie la reclamaba? Él jamás se había planteado ir detrás de una mujer que quisiera tener hijos. Él no era de los que prometían relaciones «para siempre» y por eso mismo no era de los que tenían hijos.
Pero no importaba; o ella aceptaba lo que estaba a punto de proponerle y su nueva relación crearía una distancia entre ellos, o ella rechazaría su propuesta y jamás volvería a verla.
«Cinco minutos», se recordó él mientras abría la puerta de su despacho.
–Siéntese.
Ella miró la silla como si tuviera chinchetas debajo del tapizado.
–¿Algún problema?
–No. Sólo estaba pensando que me siento un poco como un niño al que han mandado, sin esperárselo, al despacho del director. Señor… señor…
–McKendrick. Wyatt McKendrick.
–Claro. Señor McKendrick. No estoy segura de qué trata todo esto, pero he de decirle que me siento bastante incómoda.
–Y que, además, es bastante sincera.
Ella se encogió de hombros.
–Ésa soy yo –pero, a pesar de sentirse incómoda, se sentó. Llevaba un vestido blanco y él no pudo evitar fijarse en que tenía unas piernas fantásticas–. Tanta sinceridad molesta a algunas personas.
Wyatt sacudió la cabeza.
–La sinceridad es… –«lo que les pido a mis empleados», había querido decir. Pero no quería empezar así; empezar con las reglas para los empleados sería una equivocación–. Seré breve, Alex. Estoy seguro de que ha podido ver lo preocupada que estaba Belinda por su sustituto.
Alex parecía algo recelosa y vaciló al responder:
–Sí.
–Se toma su trabajo muy en serio, sobresale en lo que hace.
–Debe de ser difícil encontrar un buen conserje.
–Sí. El trabajo requiere de alguien que pueda estar al tanto de todo.
–Claro.
–Alguien que sepa cómo hacer que los clientes se sientan cómodos, que vean que hay interés por lo que les preocupa, tanto si necesitan entradas para un concierto como si tienen un problema de fontanería.
Ella parpadeó. Wyatt pensó que el comentario había ido demasiado lejos, ya que ella se había ocupado de ese mismo problema hacía escasos minutos, pero no tenía tiempo que perder.
–Claro que un buen conserje también conoce todos los detalles de la ciudad, pero eso puede aprenderse.
Alex frunció el ceño.
–No lo entiendo. ¿Por qué me dice esto?
–Ahora mismo no tengo conserje.
–Le dijo a Belinda que había contratado a alguien.
–Mentí. Ella se habría preocupado y ahora mismo tiene que concentrarse en sí misma y en su familia.
Una pequeña y preciosa sonrisa hizo que el extraordinario rostro de Alex pareciera incluso más fascinante.
–No habla como el ogro que Randy parece ver en usted.
Él enarcó una ceja.
Ella se sonrojó.
–Olvide lo que he dicho.
–Ya está olvidado. Randy, a pesar de lo mucho que se aturulla, es muy bueno en lo que hace.
–Y como propietario de este… palacio de hotel, eso es muy importante para usted.
–Absolutamente. Sólo quiero a los mejores.
De pronto ella pareció más relajada.
–Bien. Por un minuto me había preocupado. Parecía como si fuera a ofrecerme un empleo.
–Y así es. Necesito un sustituto para Belinda –se sorprendió a sí mismo por haberlo soltado de esa forma. Aunque estaba en un apuro, había pretendido pensárselo un poco más. Investigar sobre ella, aunque no importaba, eso podría hacerlo después.
–No puede hablar en serio. Nunca he sido conserje.
–Y yo nunca había tenido un hotel hasta ahora. Algunas personas nacen para ciertas cosas.
–No sabe nada de mí.
–Sé lo suficiente. Y descubriré el resto.
–Podría ser una completa idiota.
–No, imposible.
–Podría ser una ladrona.
Él sacudió la cabeza.
–No lo creo.
–Podría vivir en San Diego –lo miró bajo unas pestañas larguísimas. Su expresión decía claramente: «Dame una respuesta para eso».
Wyatt se permitió la más pequeña de las sonrisas.
–Eso ya lo ha mencionado. San Diego es una ciudad preciosa.
–Lo sé. Y me encanta.
–Y… no está interesada en trasladarse.
–Lo siento. No. Tengo planes en la ciudad. Además de mi página web, San Diego a tu manera, tengo la esperanza de poder abrir pronto una tienda con el mismo nombre. Así que, aunque me halaga que me haga la oferta de contratarme, sin tener referencias mías, no puedo mudarme.
Bueno, iba a ser difícil, pero él había crecido en circunstancias difíciles. Circunstancias horribles que incluyeron golpes e insultos que anularían el ego de cualquiera. Las situaciones difíciles no lo desconcertaban lo más mínimo.
–¿No podría convencerla para trasladarse por unos meses?
Alex sacudió la cabeza y, al hacerlo, su cabello negro le acarició las mejillas.
–Lo siento. No sería factible. Tengo un empleo.
–En la recepción de una cadena hotelera. ¿Ya tiene el capital necesario para abrir su tienda? Entiendo –lo que no entendía era por qué la idea de dejar marchar a Alex lo inquietaba tanto; sólo hacía quince minutos que la conocía.
La mejor razón que se le ocurría para justificar ese impulso era que McKendrick era su vida. Convertirlo en el mejor hotel posible, lograr que lo incluyeran en las listas de los mejores hoteles de cinco estrellas, era lo que le movía a actuar así. Cualquier cosa que afectara negativamente al hotel McKendrick importunaba su vida y sus planes de futuro y, dado eso, Alex era como un regalo.
Ella agachó la cabeza y se negó a mirarlo directamente a los ojos por primera vez desde que empezó la conversación.
–Bueno, no tengo el capital. Vivir en California es caro. Pero estoy trabajando y consiguiéndolo poco a poco.
Alex habló con un tono de disculpa tal que Wyatt quiso sonreír. Como si el estado de la economía global fuera culpa suya. Aun así, vio una última oportunidad, una a la que podía aferrarse. En alguna ocasión lo habían llamado «lobo solitario», un hombre sin lazos, un hombre que seguía despiadadamente el aroma de aquello que quería. Era una buena descripción. Necesitaba triunfar y en ese mismo momento sentía la excitación de haber descubierto el punto débil de Alex.
–Entonces, si le ofreciera un sueldo mejor… –pronunció una cifra lo suficientemente alta como para que Alex levantara la cabeza– y le prometiera encontrarle un trabajo equivalente a lo que ha estado haciendo si esto no funciona o cuando regresara a San Diego dentro de dos meses, ¿tampoco la convencería para ser mi conserje?
Por alguna razón, esa última frase había sonado demasiado sensual, demasiado posesiva. Maldita sea, había sonado como si él estuviera ofreciéndole un empleo como su amante.
Y ella parecía un precioso conejo negro que quería morder el cebo pero que era demasiado precavido como para aceptar algo de un lobo.
De pronto lo miró directamente a los ojos, se puso de pie y sonrió. El bonito conejo desapareció y en su lugar apareció una mujer muy humana y muy encantadora.
–Es muy tentador y totalmente inesperado. Cuando he salido de mi habitación fui a buscar una carta al restaurante, no un trabajo. Adoro mi casa. Tengo amigos allí y no quiero dejarlo todo, tengo esperanzas y sueños y todos ellos tienen la base en San Diego.
Sólo esa frase le habría dado escalofríos a Wyatt; la gente que utilizaba el término «esperanzas y sueños» solía ser frágil y él se mantenía alejado de esa clase de gente.
–Puede que sus… sueños estén centrados en San Diego, pero aceptar este empleo la ayudaría a conseguir su objetivo mucho más rápido. Podría reunir el capital que necesita.
Ella cerró los ojos.
–¿Qué está haciendo? –le preguntó él.
No respondió inmediatamente y durante un segundo él pensó que la había oído contar en voz baja. Sí, la oyó contar. Pero cuando llegó hasta seis, Alex abrió los ojos.
–¿Qué estoy haciendo? Intento no decir «sí» –dijo algo furiosa–. Necesito tiempo. Porque si tomo la decisión equivocada, puede que ambos lo lamentemos. Toda esta situación… es una completa locura. Sólo he venido aquí a pasar el fin de semana, estoy con unas amigas y voy a volar de vuelta a casa con ellas.
–Le devolveré el dinero de su billete.
Ella enarcó las cejas.
–Eso no va a solucionar el problema.
–¿Problema?
–Tengo fama de meterme en líos que al final acaban mal. Me prometí que dejaría de hacerlo. Si acepto esto… quiero decir… mírese.
Wyatt esperó. Estaba claro que Alex tenía algo más que decir.
–Ya puedo oír lo que van a pensar. Un guapo propietario de hotel le pide a Alex que lo ayude y, ¿qué hace ella? Va corriendo a ayudarlo. Pensarán que me he vuelto loca. Yo… no… Tengo que ser lista.
«No la presiones», se dijo Wyatt. ¿No le había indicado todo lo que ella le había contado que tenía tendencia a dejarse llevar por sus emociones? Por mucho que sus instintos lo estuvieran avisando, eso no era lo él que buscaba. Ya había tenido muchas malas experiencias con gente cuyas emociones dictaban sus actos y hasta que no había sido lo suficientemente adulto como para estar solo, se había visto obligado a sufrir las amargas consecuencias.
Aun así, estaban hablando de un trabajo a corto plazo.
–Una persona sensata intentando ahorrar dinero iría a por el oro, ¿verdad? –preguntó Wyatt.
Alex frunció el ceño.
–Tal vez lo haría. Pero yo… Es un gran paso. Debería ir. Tendré que pensar en ello.
Antes de que él pudiera decir una palabra, ella ya se dirigía hacia la puerta.
–¿Alex? –dijo él antes de que la puerta se abriera.
Ella se giró para mirarlo.
–No lo piense demasiado. Quédese aquí. Haré que le merezca la pena.
Una mujer, una que no fue Alex, contuvo un grito ahogado. Ella abrió la puerta y vio a tres mujeres allí. Wyatt quiso gruñir. Siempre tenía mucho cuidado de separar su vida personal de su vida profesional. Es más, había optado por no tener mucha vida personal.
Alex se sonrojó, pero mantuvo la barbilla bien alta.
–Jayne, Serena, Molly… os presento a Wyatt McKendrick, mi potencial nuevo jefe. Wyatt, son mis mejores amigas.
Y, como estaba claro, unas amigas muy protectoras, a juzgar por sus miradas. Él asintió hacia las tres curiosas mujeres.
–Encantado de conocerlas. Espero que Alex me haga un hotelero muy, muy, feliz. La necesito.
Mal momento para decirlo. Las expresiones de sus amigas decían que él era un lobo y Alex un jugoso corderito. Intentarían convencerla para que no aceptara el trabajo.
Pero él estaba decidido a quedársela. No era sólo por el modo en que se había encargado de la situación de Belinda y de los clientes; era por cómo se había enfrentado a él. No mucha gente se atrevía a cuestionarlo. Era una mujer valiente sin ser autoritaria y ésa era una buena cualidad para un conserje.
«O para una mujer». Se extrañó ante ese pensamiento y se agachó para susurrarle al oído que aumentaría el sueldo que le había dicho en un principio.
–De verdad necesito su ayuda –dijo.
–¿Qué te ha susurrado? –le preguntó una de sus amigas.
Bien. Estaban cuidándola. Le gustaba que sus empleados tuvieran fuertes apoyos. Él había crecido sin apoyo, así que ahora no necesitaba uno, pero la mayoría de la gente sí. Eso hacía que un empleado se sintiera feliz, productivo.
Aun así, tenía una misión.
–¿Cuánto tiempo necesita?
–Me marcho mañana por la tarde.
–En ese caso, piénselo durante la noche. Nos vemos mañana aquí mismo a las ocho. Y… ¿Alexandra?
La mirada de sorpresa en sus ojos le dijo a Wyatt que muy poca gente la llamaba por su nombre completo. Bien.
Ella esperó.
–Diga «sí» –le dijo él.
–Puede que lo lamente, pero pensaré en ello.
¿Tenía razón? ¿Se arrepentiría él? Era lo más probable. Alex Lowell era muy atractiva y eso podría ser un problema. Él no establecía relaciones personales y ésa era una regla inquebrantable. Sí, lamentaría haber contratado a Alex.
Pero también lamentaría no haberla contratado. Sólo contrataba a los mejores y su infalible instinto, que había permitido que un joven furioso y rebelde construyera un imperio de la nada, le dijo que ella era la mejor.
Y la quería a su lado.
ALEX se sentía como si acabara de saltar en paracaídas y se dio cuenta de que no sabía tirar del cordón. Mil preguntas asaltaban su cerebro mientras sus amigas y ella se dirigían al dormitorio. ¿Qué había pasado? Se esperaba que Wyatt le pidiera que le contara lo que había sucedido con Belinda y, por el contrario, le había ofrecido un empleo y una obscena cantidad de dinero. Eso sí que lo recordaba. Pero sobre todo recordaba cómo cada vez que Wyatt la miraba, todo su cuerpo reaccionaba como si acabara de descubrir, a sus veintiocho años, la diferencia entre los hombres y las mujeres, y por qué algunas mujeres se tiraban de los pelos entre ellas por un viril hombre o se tatuaban nombres de hombres en sus cuerpos.
Wyatt iba a ser un problema. Y no por algo que pudiera decir o hacer. Oh, no.
Era ella. Ella era el problema. Ese hombre hacía que le temblaran las manos; casi había tenido que sentarse encima de ellas para que no se movieran, y ni siquiera así pudo hacerlo. Sus relaciones con los hombres siempre habían sido terribles, empezando por que su padre y su padrastro la habían abandonado. Aún recordaba que echó a correr detrás del coche de su padrastro, suplicándole que se detuviera. Fue el comienzo de una vida de rendimiento por encima de lo esperado, de ofrecerse voluntaria a ayudar a hombres con problemas para luego terminar con el corazón roto. Pero su última terrible experiencia con Michael había sido la peor. Una niña había sufrido con esa relación, y por eso le puso fin. Y ya que adoraba ser independiente sin la necesidad de un hombre, su reacción instantánea a Wyatt debería haber sido una advertencia de que corría el peligro de cometer un gravísimo error. Lo único sensato que podía hacer en una situación así era…
–Volver corriendo a San Diego –murmuró las palabras.
–¿Qué has dicho? –le preguntó Molly.
–He dicho que no tenéis que preocuparos por mí –le dijo a sus amigas cuando entraron en la habitación que compartía con Jayne.
–No puedes venir a Las Vegas a pasar un fin de semana y terminar quedándote –dijo Jayne–. Alex, es una locura. Podrían hacerte daño.
–No. Tengo nuevas reglas. Parámetros. Si lo aceptara, lo vería únicamente como un trabajo –«un trabajo que debería haber rechazado al instante si Wyatt no me hubiera puesto tan difícil decir que no»–. Por cierto, me encanta tu pelo.
Alex, Molly y Serena habían decidido regalarle a Jayne una sesión en el salón de belleza y se había cortado la melena, que antes le llegaba hasta la cintura.
–Gracias, pero no funcionará –dijo Jayne.
–¿Qué no funcionará?
–Quiere decir que no puedes distraernos –dijo Molly con el ceño fruncido–. Alex, estamos preocupadas por ti. Sabemos que encontrarte con Michael y con su hija la semana pasada te hizo mucho daño. Si te quedas aquí sola… bueno, no queremos que te quedes aquí sola.
A Alex se le hizo un nudo en la garganta. Molly, Serena y Jayne estuvieron a su lado cuando Michael le partió el corazón y el espíritu. La habían apoyado… siempre.
–Gracias, pero no os preocupéis. Aún no he decidido qué voy a hacer.
–Decide que «no» –dijo Serena–. Es un cambio demasiado grande para hacerlo tan deprisa.
–Sí, lo es –asintió Alex–. Estoy totalmente de acuerdo.
Jayne, Molly y Serena se miraron.
–Vas a hacerlo, ¿verdad? –preguntó Serena.
–Probablemente no debería, pero cuando me susurraba…
Contuvo la respiración ante el recuerdo del aliento de Wyatt moviendo su pelo, haciéndole cosquillas en la oreja.
Molly chasqueó los dedos en la cara de Alex.
–Vuelve, Alex.
–No estaba soñando despierta. Estaba pensando.
–¿En qué…? –preguntó Jayne.
–Estaba pensando en el señor McKendrick susurrándole al oído de ese modo tan sexy… –dijo Serena.
A Serena no se le escapaba una y era mejor no dejar que se centraran demasiado en lo irresistiblemente sexy que era Wyatt.
–Esto no tiene nada que ver con el hecho de que el señor McKendrick sea un tío bueno. La cuestión es que… me ha ofrecido un sueldo que triplica el mío y que después ha vuelto a aumentarlo.
Jayne enarcó las cejas.
–Creo que será mejor que nos sentemos mientras nos cuentas qué ha pasado.
–Hablar de esto es una gran idea –dijo Molly sentándose en la cama–, aunque convencerte para que no lo hagas sería aún mejor.
–Escupe, Lowell –le dijo Serena.
Alex suspiró. Tenían razón. Contar lo que había pasado haría que se le aclararan las ideas.
–Está bien. Todo comenzó cuando la conserje embarazada se puso de parto…
Una sonrisa elevó los labios de Serena.
–Tú sí que sabes cómo empezar una historia.
Pero Jayne no sonreía cuando terminó la historia.
–Ten cuidado, cariño. Si te quedas, esto me huele a corazón partido. Wyatt McKendrick parece un hombre que ha tenido muchas mujeres. Mujeres ricas y sofisticadas.
Y Alex no era ni rica ni sofisticada.
–Pero está ofreciéndote tu sueño, ¿verdad? –le preguntó Molly–. La oportunidad de abrir tu tienda y eso es un gran atractivo, ¿no?
–En parte –respondió Alex–. Sin esta oportunidad, puede que nunca reúna el dinero suficiente para abrir la tienda. Pero es más que eso. Toda mi vida me he visto en situaciones en las que no tenía ni poder ni un hogar estable. Después de que mi padre y mi padrastro se marcharan, mi madre se esforzó mucho por mantenernos. Nos desahuciaron en ocasiones, nunca tuvimos un hogar de verdad, y después vinieron los hombres. Siempre temporales. Robert, el atleta a quien ayudaba con los exámenes y que me dejó por la reina de la promoción; Leo, el chico extremadamente tímido al que convertí en un imán para las mujeres y que se largó con alguien a quien conocía de toda la vida. Después Michael… que intentaba ser padre soltero, yo lo ayudaba. Creía que juntos íbamos a formar un hogar, pero no fue así.
–Alex –dijo Jayne–, eso me preocupa. He leído en alguna parte que el hotel McKendrick está luchando por un premio y te conocemos demasiado bien. Eres muy afectuosa, corres a ayudar a todo el mundo y los hombres acaban haciéndote daño y sin apreciar lo que has hecho por ellos.
–La razón exacta por la que en esta ocasión estoy a salvo. Jayne, soy consciente de los errores que he cometido en el pasado. Esos hombres a los que ayudé y de los que me enamoré, pero que no me correspondieron… fueron mi campo de entrenamiento. Las cicatrices que me han dejado me protegerán porque ahora sé que sí quiero un hogar, y lo quiero más que nada en el mundo… aunque tendré que construírmelo yo sola. De ahora en adelante declaro mi independencia de los hombres que nunca te ofrecen ni un «para siempre» ni estabilidad. Voy detrás de lo que quiero y cuando consiga esa tienda volcaré todo mi corazón en ella. El dinero que Wyatt me ofrece podría acelerar ese proceso.
–¿Y qué pasa con la página web? –preguntó Molly.
–Puedo actualizarla desde cualquier lugar.
–Seguramente vivirás en el hotel y eso es lo menos parecido a un hogar. Sabes lo muy unida que estás a ese pequeño apartamento en el que llevas viviendo cuatro años.
–Lo sé, pero no estaré aquí mucho tiempo.
–Entonces, ¿te quedas?
–No lo sé. Es difícil. Os echaría de menos y… ¡ay!... todo esto ha pasado tan deprisa que no puedo pensar con claridad. Sé que cuando estaba encargándome del mostrador fue emocionante y… me sentí poderosa. Fue un poco como probar lo que sería tener mi propio negocio. Ha sido una absoluta locura, pero me ha gustado.
–Y entonces ha aparecido el guapísimo Wyatt McKendrick ofreciéndote poder sentir ese poder cada día –sugirió Serena.
Alex y Serena se miraron. Sabía que Serena estaba preocupada por la posibilidad de que Wyatt le hiciera daño si ella se quedaba ahí sin sus amigas protegiéndola.
–Si me quedara, la decisión no habría tenido nada que ver con Wyatt. Sólo he pasado unos minutos con él.
–Entonces, en esos pocos minutos, ¿qué has pensado? –le preguntó Molly.
–Que dirige un gran hotel –respondió Alex. Buena respuesta.
–¿Y esos ojos? Me encantan los ojos color ámbar –dijo Serena.
–Pero son verdes –Alex frunció el ceño y después gruñó al ver que había caído en la trampa.
–Alex… –dijo Jayne, pero Alex sacudió la cabeza.
–Si te hace sentir mejor, si decido aceptar el trabajo, no será porque Wyatt tenga unos ojos preciosos.
–Pero apuesto a que eso no te hace ningún daño –dijo Molly comprensiva.
No, no le hacía ningún daño. Y eso podía suponer un problema. Si se quedaba, tendría que vigilar constantemente su cuerpo y sus emociones, tan traicioneros. Por suerte, ya se había visto expuesta a los peligros de cometer errores emocionales y estaba haciéndose muy buena en lo que concernía a la recuperación y a seguir adelante. Lo único que tenía que hacer era recordar una cosa: Wyatt era la clase de hombre que le rompería el corazón sin ni siquiera ser consciente de ello. Así que nada de fantasear con él. Nada.
–Pero… no tomes esta decisión apresuradamente –dijo Jayne.
–Ojalá volvieras a casa con nosotras –añadió Molly.
Una parte de Alex estuvo de acuerdo. El hogar era algo estable y seguro; su apartamento era diminuto, pero a diferencia de ese trabajo, no era temporal. Su trabajo de verdad no le ofrecía nada emocionante, pero tampoco le suponía ningún peligro.
–Probablemente me vaya con vosotras –dijo Alex.
«A menos que no lo haga», pensó. Suspiró y comenzó a contar hasta diez. Siguió contando hasta que la invadió el impulso de decidirse rápidamente, aceptar el dinero y preocuparse por los riesgos potenciales más tarde.
Después de la cena, Serena y Molly fueron al bar del hotel, pero Alex y Jayne optaron por pasar la noche junto a una de las piscinas. Ambas querían tranquilidad y la Piscina de la Luna Ámbar, con su fragrante ambiente tropical, luces color ámbar bajo el agua, suave música de fondo y hamacas era como una «escapada al paraíso»; justo lo que buscaban. El estrés por el que había pasado Jayne y la imparable actividad del fin de semana la habían dejado exhausta. Necesitaba recargar pilas antes del día siguiente y Alex necesitaba la relajación del agua.
–Necesito pensar –le dijo Alex a sus amigas.
–Deberías estar divirtiéndote –le recordó Serena.
Alex pensó en esos minutos cargados de adrenalina durante los que había estado al cargo del vestíbulo del hotel y sonrió. «Ya estoy divirtiéndome», dijo. Demasiada diversión, tal vez, pero…
Entonces supo que iba a decir «sí» a la propuesta de empleo de Wyatt McKendrick. Probablemente no fuera tan peligroso, al fin y al cabo. Como Jayne había dicho, él era un hombre que probablemente tenía muchas mujeres, así que no se interesaría por ella. No pasaría mucho tiempo con él… al menos fuera de sus sueños.
Wyatt se quedó sorprendido ante su impaciencia por conocer la decisión de Alex. Había contratado y despedido a un montón de gente, basando siempre su decisión en lo que era mejor para el hotel.
«Es el momento justo», pensó. Ya había estado intentando encontrar a alguien del calibre de Belinda. Perderla tan pronto lo había pillado por sorpresa y por eso su actitud no había tenido nada que ver con los ojos azules de Alex ni con la curva de su boca cuando sonreía.
Pero cuando la vio cruzar el vestíbulo con un vestido rojo que dejaba ver esas impresionantes y largas piernas se le hizo un nudo en el estómago y su sentidos masculinos se pusieron en alerta.
Ella le sonrió tímidamente y él se preparó para oír su: «Gracias, pero…».
–Bueno, ¿qué hacemos primero? –le preguntó–. Si voy a hacer esto, quiero ser buena.
Un lento repiqueteo de placer recorrió el cuerpo de Wyatt.
–Serás buena.
–Eso no lo sabe.
–¿No tuvimos esta discusión ayer? ¿Ésa en la que intentabas convencerme de que podías ser una criminal?
–No. Simplemente quería decir que usted no sabía nada de mí.
–Creo haber mencionado que tenía intención de descubrirlo todo sobre ti. Puede que haya visto tu talento sin pulir; te aseguro que soy un hombre de negocios muy astuto.
–Como si yo no lo supiera. Quiero decir… mire este lugar, señor McKendrick.
–Llámame Wyatt. Todos mis empleados me llaman así.
Ella enarcó una ceja y durante medio segundo él pensó que iba a darle una lección sobre prácticas de negocio. Y casi deseó que lo hiciera, sería entretenido.
–Bueno, está bien, Wyatt. Cualquiera puede ver que este lugar es un palacio y que tú eres el hombre que lo hace posible. Está claro que sabes lo que haces.
–¿Y te preocupa no saber lo que vas a hacer tú?
–Si dejo mi trabajo para hacer esto y las cosas no funcionan, estaré en una situación peor que al principio.
–Las cosas funcionarán. Te enseñaré.
–Si lo haces, entonces podrías hacer directamente el trabajo tú mismo.
Él enarcó una ceja.
–¿Qué? –preguntó Alex.
–Nunca he conocido a nadie que intentara con tantas fuerzas que no la contratara.
–Sólo quiero asegurarme de que nos entendemos.
Él la miró a los ojos.
–Está bien, aquí va mi parte. Necesito un conserje y he decidido que lo seas tú. A menos que calcule mal, encajarás perfectamente en el trabajo. Ahora, dime qué opinas.
–Pretendo ser la mejor sustituta de conserje que hayas visto nunca.
–¿Sólo la mejor sustituta?
Ella levantó un delicado hombro, un acto que no pensó que resultara erótico, pero que excitó a Wyatt.
–Bueno, no quería faltarle el respeto a Belinda.
–Estoy segura de que te lo agradecería.
–¿Cómo está?
–Es madre de una niña llamada Misty.
–Oh, me encanta ese nombre. Seguro que es una preciosidad –la mirada de puro anhelo en los ojos de Alex puso a Wyatt en alerta. Tal vez Alex podía excitarlo sólo con encogerse de hombros, pero no era una mujer que él pudiera permitirse desear. Era de las que querían un hogar y él nunca había sido uno de esos hombres. No era algo que llevara dentro.
–¿Estás lista? –le preguntó.
–Sí. Sólo una cosa.
–Dime…
–Cuando llegue la tarde, mis amigas se marcharán…
–Amigas, claro.
No era un hombre que cultivara amistades. Otro fallo más, suponía… o no… Era una elección. Dejar que la gente se acercara a ti les dejaba ver demasiado y les daba demasiado poder. Hacía que una persona resultara vulnerable y él jamás haría nada que volviera a hacerlo vulnerable.
–Querrás despedirlas.
–Son mis mejores amigas.
–Amigas que estaban de vacaciones contigo.
–Sí, pero he hecho un trato contigo.
–Y espero que empieces a trabajar mañana. Exijo puntualidad y buena atención, sinceramente, me has sacado las castañas del fuego, así que no tengo intención de acortar tus vacaciones. Nos las arreglaremos un día más si alguien hace turno doble.
Ella volvió a fruncir el ceño.
–No me gusta cómo empieza esto. Tus otros empleados se molestarán si les pides que trabajen el doble para cubrir mi puesto.
–Mis otros empleados saben quién firma sus cheques, y también saben que los compensaré por las molestias que se han tomado y que les devolveré el favor cuando necesiten un día libre.
–No me gusta no cumplir con mis obligaciones.
Wyatt le dirigió su mirada más intimidatoria, esa misma que era famosa por hacer que su plantilla temblara al verla.
–No vamos a discutir esto.
–No, claro que no. Soy totalmente consciente de que estás al mando, pero aun así…
Tuvo ganas de sonreír otra vez y Wyatt nunca había sido un hombre dado a las sonrisas. Sin perder un instante, se acercó a un armario, abrió un cajón, sacó un puñado de folletos y se los entregó a Alex.
–¿Qué es esto?
–Deberes. Si vas a hacer novillos, por lo menos espero que empieces estudiándote las atracciones y las cosas que se pueden ver en la zona y en el hotel.
La sonrisa de esa mujer podría haber iluminado el salón de baile del hotel e hizo que Wyatt se tambaleara.
–Lo haré. ¿Algo más?
«Sí. Deja de sonreír. Deja de hacer que te vea como una mujer a la que quiero acariciar y simplemente sé lo que tienes que ser, una empleada muy temporal».
–Sí, una cosa más.
Ella esperó.
–Disfruta de tu día libre.
–Lo haré. Y… gracias.
–¿Por qué?
–Estás haciendo posible que cumpla mis sueños.
Wyatt quiso gritar. Ojalá no hubiera dicho eso. Los soñadores eran criaturas delicadas a las que hombres como él podían herir con facilidad. Él fue un soñador una vez, hacía mucho tiempo, y ahora intentaba evitar a los ingenuos y a los optimistas inocentes.
–Nos vemos aquí mañana a primera hora. Te diré qué harás para empezar.
Porque cuanto antes le diera trabajo, antes podría empezar a verla como una empleada más.
O eso esperaba…
ALEX vio a sus amigas hacer las maletas. A pesar de sus planes de divertirse hasta el último minuto, el día había sido extraño y triste. La noche antes siguieron caminos separados y esa mañana Serena estuvo distraída y exaltada durante el desayuno.
–Sí, anoche fue… interesante –dijo, aunque se negó a dar más detalles.
–Muy bien –fue lo único que comentó Molly sobre la noche que había pasado ella, pero Alex se fijó en que había desviado la mirada.
Y ahora que había llegado el momento de separarse, ninguna parecía muy contenta. Jayne estaba más guapa todavía con su nuevo corte de pelo, pero el dolor que reflejaban sus ojos era más intenso que antes de que hubiera empezado el fin de semana. Aun así, les dirigió a sus amigas una sonrisa.
–Estas vacaciones eran exactamente lo que necesitaba. Me alegro de que lo propusieras, Serena.
–Fue un impulso, aunque puede que no haya sido el mejor que haya tenido.
Todas miraron a Alex.
–Estoy bien. ¿Cuándo volveré a tener una oportunidad como ésta? Además, pronto regresaré a San Diego, viviré mi sueño y celebraremos una fiesta.
–Una fiesta enorme –asintió Molly.
–La mejor –añadió Serena.
Después ya no hubo nada más que decir. Las tres tenían que marcharse o perderían el avión.
–¿Prometes que estaremos en contacto? –Molly abrazó a Alex.
–Por teléfono, por e-mail, por mensajes y por todas las formas posibles –respondió Alex.
–Y no dejes que el tío bueno de tu jefe te dé demasiado trabajo –añadió Serena.
Todas se rieron.
–Tendré mucho tiempo libre.
–Y sobre todo, no… –Jayne vaciló–. Es demasiado atractivo como para que estés a salvo, Alex.
–No me enamoraré de él, Jayne –respondió Alex solemnemente–. Hoy varios de los empleados se me han acercado para decirme que todas las mujeres se enamoran de él, pero que hay algo misterioso en su pasado y nunca se relaciona con empleados ni se enamora, así que ya me han advertido. Aunque tampoco me hacía falta. Ya me he quemado demasiadas veces como para enamorarme de un hombre que lleva un cartel que dice garantía para partirle el corazón a una chica. El amor sólo le había traído dolor y ahora era alérgica a él.
Jayne logró esbozar una sonrisa y abrazó a Alex.
–Lo odiaría si te hiciera daño.
–Eso no sucederá. No me interesa y está claro que él no está interesado en mí –esas palabras fueron tanto una advertencia para sí misma como una forma de reconfortar a su amiga.
–Está bien, pero si nos necesitas… para lo que sea… –comenzó a decir Serena.
–Sólo estamos a unas horas –añadió Molly.
Después todas se metieron en un taxi y se marcharon.
Alex estaba sola, pero al día siguiente, y durante muchos días más, trabajaría para Wyatt McKendrick. Por fin dejó que la realidad cayera sobre su propio peso y admitió que no estaba tan tranquila como les había dicho a sus amigas.
A ese día le siguió una noche de insomnio que no hizo más que remarcar los riesgos de la situación, pero cuando llegó la mañana no hubo posibilidad de contener el momento… ni al hombre.
Acababa de firmar para trabajar con el hombre conocido como el soltero más esquivo de Las Vegas y, por desgracia, ella sí que lo encontraba atractivo y estaba nerviosa.
Ése, por supuesto, era el problema, pero era un problema que pretendía rectificar.
–Bueno, vamos allá, Wyatt McKendrick –murmuró. Porque cuanto antes le diera instrucciones, antes podría poner en marcha su negocio y alejarse del peligro que suponía estar demasiado cerca de ese hombre.
–Estoy lista –dijo Alex cuando se encontró a Wyatt saliendo de su despacho–. ¿Por dónde empiezo?
–Me alegra que seas tan entusiasta. Antes te negabas en rotundo a aceptar este trabajo.
–Pero ahora lo he aceptado y tengo intención de lanzarme a él de lleno.
–Está bien –dijo él–, pero técnicamente no tienes que estar en tu mostrador hasta dentro de una hora, así que voy a presentarte a algunas personas a las que quiero que remitas a los clientes.
–Como por ejemplo…
–Agentes de viajes, guías turísticos y otros contactos.
Ella sacó una pequeña libreta azul de su bolso.
–Está bien, estoy lista.
Él esbozó una pequeña sonrisa, alargó la mano y le quitó la libreta.
–Hay una hoja con toda la información en tu mostrador. El propósito de esto es presentarte y que conozcas los detalles de los negocios a los que tienes que remitir a los clientes. Quiero que anotes qué es eso que hace que estos negocios sean los mejores que se pueden tener. Llevo trabajando con algunos de ellos todo el tiempo que he estado aquí.
–¿No eres de Las Vegas?
–No. Soy de un pequeño pueblo de Illinois. Llegué aquí hace cinco años, sin conocer a nadie, pero Las Vegas me gustó.
Ella ladeó la cabeza y lo observó.
–Vaya, ¿te quedaste a pesar de no tener aquí ni amigos ni familia? Es fascinante. La mayoría de la gente viene a Las Vegas a pasar un fin de semana o una semana.
–Y la mayoría se marcha. Vienen a divertirse. Yo vine porque aquí una persona puede empezar de la nada y lograr cosas rápidamente.
Alex levantó la mirada hacia el alto techo del vestíbulo. La habitación era verde y dorada y llena de luz. Con sus suelos de mármol en color crema y con finas litografías de oro, se creaba un ambiente de lo más exquisito. Pero Alex sabía que la magia empezaba al otro lado de ese vestíbulo. El hotel estaba dividido en dos alas. Una destinada para mimarse a uno mismo con meditación y relajación y espacios para reuniones privadas o para estar totalmente a solas; la otra, preparada para las fiestas. Sin embargo, tanto una como la otra rezumaban la riqueza del vestíbulo.
–¿Diseñaste tú el hotel?
–La mayor parte.
–Pues hiciste un trabajo formidable. Mis amigas y yo vinimos porque a Jayne la habían dejado plantada antes de su boda y necesitábamos escapar de todo. El hotel McKendrick es el lugar perfecto para hacerlo.
–Gracias. Es un trabajo en progreso.
–¿Estás cambiando cosas? –había pasado demasiado tiempo de su vida viendo las cosas cambiar. O tal vez «cosas» no era la palabra adecuada. Había visto a la «gente» cambiar y había pagado un precio por ello.
–¿No te parece bien?
–El hotel es perfecto así.
–La perfección, o la imperfección, es una cuestión de opinión, ¿no crees?
–¿Es que alguien ha hablado mal del hotel McKendrick? –preguntó ella.
Él parecía divertirse.
–Te has puesto a la defensiva.
–Ey, trabajo en este hotel –bromeó–. Llevo aquí… –miró el reloj– cinco minutos y te haré saber que soy completamente leal.
Además de dada a meterse en los asuntos de los demás, se recordó ella. ¿Ya estaba aleccionando a su jefe? ¿Estaban involucrándose demasiado? Eso tendría que parar.
–Me alegra saberlo, pero un cambio puede ser positivo. Si el McKendrick quiere estar en lo alto, tengo que ir mejorándolo.
Ella asintió.
–Belinda comentó algo sobre que ésta era la temporada de premios.
–Sí –respondió él; su verde mirada era intensa–. El McKendrick ha sido nominado para uno de los galardones más prestigiosos, pero la competencia es muy fuerte y no hay garantía de éxito. Confío en que los empleados que tratan con los clientes se fijen en modos de mejorar, así que no seas tímida y hazme las sugerencias que quieras.
Alex se rió.
–¿Qué? –preguntó Wyatt.
–Nadie diría nunca que soy tímida para dar mis opiniones. Con demasiada frecuencia me cuesta mantener la boca cerrada.
Él bajó la mirada hasta la boca de Alex y de pronto ella se quedó sin aliento. Wyatt sacudió la cabeza lentamente.