Pack Selección Harlequin - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

Dulce corazón Rebecca Winters El duque Lance Malbois era un duro militar con una cicatriz que le atravesaba la cara y le llegaba hasta el corazón. Pero lo que más deseaba en el mundo era tener a un bebé entre sus brazos y que lo llamara "papá".Andrea Fallon era una viuda embarazada y sola, pero estaba empeñada en darle a su bebé el padre y la familia que ella nunca tuvo.¿Sería un matrimonio de conveniencia la solución perfecta? Conquistada por el jeque Penny Jordan El príncipe Drac'ar al Karim, jeque de Dhurahn, había prometido que encontraría una esposa para su hermano y… ¿quién mejor que Sadie Murray, una inocente inglesa sin trabajo y sin amigos? Pero debía estar completamente seguro de que Sadie era tan inocente como parecía. Mientras estuviera en su poder,él era el que mandaba… y estaba dispuesto a probar su valía como esposa en todo momento… Aprendiendo a confiar Christine Rimmer Deseaba a aquella mujer... y no le importaba pagar el precio que fuese necesario Hacía ya mucho tiempo que Cleopatra Bliss había aprendido a no acercarse a los hombres impulsivos y poderosos como Fletcher Bravo. Por eso cuando el guapísimo director de uno de los casinos más importantes de Las Vegas le hizo aquella proposición tan irresistible, Cleo supo que tenía un gran problema. Vino y pasión Brenda Jackson El millonario Spencer Westmoreland tenía el plan perfecto para salvar el viñedo de Chardonnay Russell: se casaría con ella si a cambio le daba un hijo. Pero Chardonnay no debía albergar la esperanza de que fuera a enamorarse de ella. Chardonnay no tenía más remedio que aceptar la proposición de aquel arrogante ejecutivo. El problema era que la simple idea de convertirse en esposa de Spencer le aceleraba el corazón y despertaba en ella un enorme deseo. Pronto empezó a querer lo que estaba estrictamente prohibido...

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Autor

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Pack selección Harlequin, n.º 45 - enero 2014

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5092-7

Editor responsable: Luis Pugni

Índice

 

Créditos

Índice

Dulce corazón

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Conquistada por el jeque

Portadilla

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Aprendiendo a confiar

Portadilla

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Vino y pasión

Portadilla

Créditos

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2007 Rebecca Winters

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Dulce corazón, n.º 2186 - enero 2014

Título original: The Duke’s Baby

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-1403-5

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

 

Cuando la reina buscaba su compañía y su amor, Lancelot tenía todo lo que deseaba. Jamás había disfrutado nadie de tanta dulzura y felicidad como ellos cuando estaban abrazados...

 

Con un gemido, Andrea Fallon cerró el libro que sostenía entre las manos, incapaz de leer más a la luz del atardecer. Pero daba igual, porque no se sentía capaz de seguir leyendo aquella bella historia.

Aunque el poeta francés Chrétien de Troyes escribió la historia de Lancelot en 1171, su descripción del amor del famoso caballero por Ginebra seguía siendo tan conmovedora como entonces.

¿Qué mujer no envidiaba a la reina que inspiró tal amor en el primer caballero de la Mesa Redonda? ¿Qué mujer no deseaba ser amada con un amor tan arrollador y poderoso?

Los pensamientos de Andrea volvieron a Richard, el marido que había enterrado hacía tres meses.

«¿Me habrías amado más si hubiera podido darte un hijo?».

Desde el funeral no había dejado de pensar en su atribulado matrimonio y de preguntarse si la noticia de su inesperada esterilidad había sido tan dolorosa para Richard que parte de sus sentimientos por ella se habían desvanecido.

Él tenía treinta y un años y ella sólo veintiuno cuando se casaron... ¿quién podía haber imaginado que desarrollaría un problema para tener hijos a tan temprana edad?

Una tía de su prima tampoco había podido tener hijos, pero eso no parecía haber afectado al amor existente entre ella y su marido. Adoptaron dos hijos. Pero Richard se negaba a hablar de adopción. Quería un hijo de su propio cuerpo, no del de otro.

Conociendo sus sentimientos al respecto, Andrea no insistió en el tema de la adopción, pero a partir de entonces su relación comenzó a experimentar sutiles cambios. Richard se volvió más distante y se volcó por completo en su trabajo, ajeno al dolor de Andrea, o incapaz de enfrentarse a él porque el suyo era demasiado intenso.

Sus relaciones sexuales se fueron volviendo cada más esporádicas y durante el último año Richard se comportó más como un amigo que como un amante.

Andrea se dijo que superarían su pesar, que aquello sería sólo temporal. Pero no fue así...

–Oh, Richard... –murmuró mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.

Su tía le había asegurado que todo aquello pasaría.

–Un día conocerás a ese hombre especial que querrá casarse contigo y adoptar hijos.

Pero, pensando en las otras cosas que no habían sucedido en su matrimonio, Andrea no podía creerlo. Además, la diferencia de diez años que había entre ella y su marido había contribuido a hacerle sentir aún más que no daba la talla. El mundo académico de Richard estaba lleno de hombres y mujeres brillantes. ¿Qué podía ofrecerle ella si no podía darle el hijo que ambos anhelaban?

¿Por qué se había casado Richard con ella?

En cuanto se hizo aquella pregunta, Andrea comprendió que la profunda pena que sentía le estaba haciendo perder la perspectiva. Hacía tres semanas que había perdido el apetito.

Richard había muerto a los treinta y siete años, siendo aún demasiado joven.

Desolada, se levantó del tronco caído en que se había sentado a leer, junto a una frondosa haya. Lo que necesitaba era una buena noche de sueño para recuperarse lo suficiente como para terminar el último proyecto de su marido sobre la leyenda Artúrica. Otro par de días para fotografiar un ciervo o un jabalí, de los que aparecían en los tapices, y su colección de fotos estaría completa.

Llevaba casi una semana en Bretaña. Ya había descubierto que el Forêt de Broceliande se transformaba en un mundo encantado tras la puesta de sol. Era un lugar reservado y tranquilo, excepto por las criaturas que deambulaban entre los abedules y las hayas.

Estaba colgándose la cámara del hombro cuando escuchó un murmullo a sus espaldas que le hizo volverse.

–Oh...

De detrás de un abedul que se hallaba junto al lago surgió una solitaria figura vestida de camuflaje militar. Su aspecto de guerrero del siglo XXI asustó a Andrea.

Cada centímetro cuadrado del cuerpo de aquel hombre irradiaba una intensa energía animal. No le habría sorprendido que llevara un cuchillo y una pistola, pero sintió que aquel cuerpo alto y poderoso ya era un arma en sí. Sin duda, cuando dormía debía de hacerlo con un ojo abierto.

La tensa piel de sus rasgos aquilinos había sido bruñida bajo un sol ecuatorial que no existía en Francia. A pesar de que estaba oscureciendo percibió que sus ojos eran de un azul oscuro intenso. La estaban observando atentamente bajo unas oscuras cejas y una cabeza de pelo corto y negro.

Nunca había visto a un hombre tan ferozmente atractivo.

Por un instante lo imaginó con una brillante armadura, arrodillado ante Ginebra con el sol brillando sobre él. Entonces le habló con una voz profunda y resonante y la ilusión se rompió en mil pedazos.

–Está en propiedad ajena sin autorización –dijo, primero en francés y luego en un inglés con mucho acento.

La hostilidad de su tono desconcertó a Andrea. Y, a menos que hubiera podido fijarse en el libro que había estado leyendo, no entendía cómo había deducido que debía dirigirse a ella en inglés.

–Tengo permiso para estar aquí –respondió en voz baja.

Los ojos del desconocido se entrecerraron antes de que retirara la cámara que colgaba del hombro de Andrea. Lo hizo con tal rapidez que ella ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar.

–Nadie tiene permiso para estar aquí. Sea quien sea, le sugiero que se vaya.

–El encargado me dijo dónde podía tomar fotos de la fauna y la flora del lugar.

La mandíbula del desconocido se endureció.

–El guardia de seguridad de la puerta le devolverá su cámara mañana por la mañana. Pero si está mintiendo, le recomiendo que no vuelva por aquí.

Contempló una vez más con descaro el rostro y el cuerpo de Andrea, recordándole que era una mujer, con curvas femeninas. Pero a diferencia de otros hombres, no pareció disfrutar de ello.

–Recuerde que ha sido advertida –añadió antes de desaparecer de nuevo entre el follaje.

Aún temblando a causa de su gélido tono y de la íntima mirada que le había dedicado, Andrea necesitó unos minutos para recuperarse antes de emprender el camino de regreso al Château Du Lac.

El encargado del castillo, que le había hecho un plano de los extensos terrenos que pertenecían a éste, no le había advertido que había otro hombre patrullando la zona de noche. Probablemente no habría imaginado que se quedaría hasta tan tarde por allí para sacar fotos.

Estaba oscureciendo a marchas forzadas y se puso a caminar rápidamente. Para cuando llegó al sendero de grava que llevaba a la entrada del castillo del siglo XIII en que se alojaba tuvo que detenerse un momento para recuperar el aliento.

En la oscuridad, el imponente edificio de tres plantas con sus torres redondas y las luces del interior encendidas parecía una visión de fantasía.

Pero aquella noche nada parecía real. Andrea pensó que probablemente tenía la cabeza demasiado llena de Lancelot y de sueños rotos. Tal vez sólo había imaginado su encuentro con aquel hombre audaz cuyo inolvidable aspecto había hecho reaccionar a su cuerpo.

Su inesperada presencia había hecho salir a sus sentidos de la helada prisión en que habían permanecido adormecidos durante los meses pasados. Pero Andrea no quería enfrentarse aún a sus sentimientos. De hecho, lamentaba que aquel hombre hubiera invadido su ya precario estado mental.

Antes del incidente había sido capaz de mantenerse en su zona de seguridad temporal, impulsada por el plan que la había llevado de vuelta a aquel místico lugar. Tomar fotos no exigía pensar.

Una vez en el ampuloso vestíbulo, subió rápidamente las escaleras hasta su dormitorio en la tercera planta. Henri, el encargado del personal del castillo, le había dicho que la puerta principal permanecía abierta hasta las diez de la noche, y que, según instrucciones de Geoffroi Malbois, el duque Du Lac, que había nacido y se había criado en aquel castillo, ella podía entrar y salir cuando quisiera.

En aquellos momentos, el distinguido dueño del castillo estaba luchando contra una fuerte pulmonía que lo había aquejado tras pasar una mala gripe, pero había insistido en que ella siguiera allí.

Había insistido a Brigitte, el ama de llaves, para que instalara a su invitada en la habitación verde, raramente utilizada. En cuanto el ama de llaves abrió la puerta quedó claro por qué.

Las figuras de Lancelot y Ginebra habían sido inmortalizadas contra el ligero fondo verde de las paredes. Un artista del siglo XIV había descrito sus encuentros secretos para cada mes del año.

La primera noche que pasó allí, Andrea no dejó de moverse en la cama para observar a los dos bellos amantes. Recordaba haber pensado que ningún hombre vivo podría igualar el esplendor de Lancelot.

Pero cuando entró en la habitación aquella noche aún llevaba en la mente la imagen del desconocido, y no parecía poder librarse de ella.

Tenía intención de cambiarse y luego bajar a picar algo. La idea de comer en serio no le atraía. Si la condición del duque no había empeorado, pasaría a verlo para darle las buenas noches. El duque había insistido en que lo visitara por las tardes, aunque ella lo habría hecho de todos modos.

Andrea nunca había conocido a nadie más amable y complaciente. A pesar de lo mal que se sentía, transmitía una calidez excepcional. El duque había insistido en que se dejara de formalidades y lo llamara Geoff.

Tras haberse interesado personalmente en el proyecto del marido de Andrea durante la Semana Santa, había insistido en ayudarla en lo que pudiera y, aunque en aquellos momentos se encontraba enfermo, le había dicho que podía quedarse allí todo el tiempo que necesitara.

Durantes sus conversaciones, Andrea había averiguado que el duque llevaba una vida social muy ajetreada y que tenía un hijo de su primer matrimonio que no vivía allí. La hijastra de su segundo matrimonio, que fracasó, vivía con él cuando no estaba viajando. Evidentemente, el duque no sufría de falta de compañía. Según Henri, siempre había visitantes yendo y viniendo, lo que demostraba el aprecio que le tenían sus amigos.

Desafortunadamente, los síntomas del duque habían empeorado durante los tres últimos días y el médico había tenido que acudir en dos ocasiones.

Andrea estaba dispuesta a hacer lo que pudiera para ayudar. Tras perder a su marido de treinta y siete años a causa de un trombo, siempre se tomaría en serio la enfermedad de otra persona.

Sacó ropa limpia del armario y entró en el baño para ducharse. Cuando bajara a ver al duque buscaría a Henri para contarle lo que había sucedido en el bosque. Él se ocuparía del problema y recuperaría la cámara para ella.

 

 

Lance Malbois acarició la cabeza de Percy, el perro de su padre, antes de acercarse a la cama.

–¿Papá? ¿Estás despierto?

Su padre abrió los ojos. La enfermedad les había hecho perder su brillo habitual. Pero mientras miraba a su hijo parecieron revivir.

–Mon fils...

El corazón de Lance se encogió. Su padre estaba muy pálido y su voz sonaba muy débil. Sin el oxígeno para ayudarlo a respirar...

–¿Cuándo has llegado? –preguntó el enfermo con evidente esfuerzo.

–Hace un rato. Estabas dormido. No quería despertarte, así que he ido a dar una vuelta –Lance tomó la mano de su padre y la estrechó cariñosamente entre las suyas–. ¿Por qué no me habías avisado de que tu enfermedad era tan seria? ¿Por qué he tenido que enterarme a través de Henri?

–La pulmonía fue una sorpresa inesperada... pero estoy mejor de lo que estaba anoche –tras un breve ataque de tos, Geoff añadió–: ¿Cuánto tiempo vas a quedarte esta vez?

–Voy a quedarme definitivamente.

El rostro de Geoffroi se iluminó al escuchar la inesperada noticia.

–¿Lo dices en serio? –trató de erguirse en la cama, pero Lance se lo impidió apoyando una mano en su hombro con delicadeza.

–He dejado el ejército.

–No sabes cuánto he esperado que llegara este día. He rezado para que regresaras sano y salvo y Dios parece haberme escuchado.

Lo que estaba viendo su padre era el exterior del hombre que fue en otra época. Lance no quería que viera lo que había en el interior.

–Ahora que estoy de vuelta podremos centrarnos en tu recuperación. Yo me ocuparé de cualquier cosa que te preocupe.

Geoffroi sonrió, emocionado.

–¿Estoy soñando?

Lance carraspeó.

–Non, mon père.

Ya era hora de que empezara a ayudar a su padre, que necesitaba que asumiera algunas de sus responsabilidades. Su padre no se había limitado a criarlo desde que nació, sino que tuvo la sabiduría de concederle su libertad diez años antes sin hacerlo sentirse culpable. Al final, aquella libertad lo había hecho regresar a casa por propia voluntad.

El motivo que lo había hecho alejarse ya no importaba. Desde entonces la vida le había asestado un golpe del que nunca se recuperaría aunque viviera en el otro extremo del mundo. Al menos, allí podía ser útil para su padre.

–La enfermera está haciendo señas de que debes descansar. Me ha dicho que ya has tenido demasiadas visitas, así que ahora voy a dejarte dormir.

–No te vayas.

–Sólo voy a hablar un rato con Henri, pero prometo volver a pasar la noche aquí contigo. Percy te hará compañía mientras.

El perro gimió en respuesta a la caricia de Lance.

–¿Sabes que no quiere dejarme? –dijo Geoffroi–. Henri tiene que obligarlo a salir cuando es necesario.

Un par de años antes de que Lance ingresara en el ejército, su padre encontró un cachorro moribundo en el bosque y decidió ocuparse de él. Desde entonces eran inseparables.

–¿Estás instalado en tu suite de la parte baja?

–Oui.

–Tenemos una visita...

Lance frunció el ceño.

–¿Hay alguien alojado en el castillo?

–Sí... –Geoffroi habría añadido algo más, pero se vio interrumpido por un ataque de tos.

En opinión de Lance, quienquiera que fuera el visitante tenía que irse. Su padre no sabía decir no a nadie. Su segundo matrimonio era prueba de ello. En aquellos momentos no estaba en condiciones de darse cuenta de lo que le convenía.

Tras besar a su padre en la mejilla, hizo una seña a la enfermera y salió a buscar a Henri. Lo encontró en el vestíbulo, cerrando la puerta principal.

Lance se acercó a él por la derecha, ya que el encargado del personal de la casa no podía oír por su oído izquierdo a causa de un accidente que sufrió siendo joven.

–Tengo entendido que hay un invitado en el castillo, Henri.

El viejo encargado se volvió y asintió.

–Sí. Madame Fallon.

–¿Es alguien «especial»?

–Tu padre insistió en que la alojara en la chambre verte.

Lance no ocultó su asombro. Con el fin de preservar sus tesoros, la habitación verde nunca se había utilizado para los invitados. Aquello debía de significar que su padre, que tenía sesenta y siete años, estaba románticamente relacionado con aquella mujer.

Pero aunque aquella mujer fuera merecedora de él, algo que Lance no consideraba posible, su padre se había excedido en aquella ocasión. Era sorprendente que no se lo hubiera mencionado antes, pero, tras el desastre de su segundo matrimonio, tal vez estaba demasiado preocupado por su posible reacción en contra.

–¿Hace tiempo que la conoce?

–Se conocieron en Semana Santa, pero Madame Fallon sólo lleva aquí una semana.

Lance apretó los dientes. Una semana era tiempo suficiente como para que su padre se hubiera encaprichado de ella. ¿Qué poder tendría aquella mujer sobre él? Su padre había enterrado su corazón con la madre de Lance y había esperado hasta los cuarenta y siete años para casarse de nuevo.

Su segundo matrimonio apenas duró un año. Lo suficiente como para que escarmentara definitivamente... o eso al menos había creído Lance.

–¿Qué opinas de ella, Henri? –preguntó, preocupado.

–A tu padre le ha venido bien su compañía.

Tal alabanza por parte del discreto Henri no tenía precedentes. Evidentemente, aquella mujer también había logrado engañarlo.

–¿Cuándo estuvo Corinne por última vez en casa?

–El mes pasado. Ahora está de vacaciones en Australia.

Aquello significaba que la hermanastra de Lance no debía de estar al tanto de la última relación de su padre. Lance imaginó su reacción cuando se enterara. Y cuando averiguara que él había vuelto para quedarse...

Palmeó el hombro de Henri.

–Gracias por haber cuidado de mi padre. Ahora que voy a quedarme definitivamente en casa, puedes consultar conmigo cualquier preocupación que tengas.

Henri sonrió.

–Me alegra que estés de vuelta. Tu padre estaba deseándolo.

Si Brigitte no hubiera ido ya acostarse, probablemente habría dado a Lance más detalles sobre la nueva relación de su padre. A diferencia de Henri, su marido, el ama de llaves no era tan reservada a la hora de manifestar sus opiniones.

Cualquier sentimiento de culpa que hubiera podido alimentar Lance por haber estado alejado tanto tiempo se vio aplacado por la rabia de saber que había una nueva cazafortunas tras su padre.

Tras despedirse de Henri fue a la cocina a prepararse un café. Le habría gustado beber algo más fuerte, pero tenía que tomar unos analgésicos para calmar el dolor de una reciente herida. Desgraciadamente, no había medicina ni bebida que aplacara la agonía de los sueños rotos.

 

 

El día que Andrea llegó al castillo, Brigitte le dijo que podía utilizar la cocina cuando quisiera, a cualquier hora. Insistió en que a la cocinera no le importaría.

Tras ducharse y vestirse, Andrea bajó y se sirvió un poco de brioche que encontró en un plato bajo una cubierta de cristal. Ya que no era una hora adecuada para tomar café ni zumo, decidió conformarse con un vaso de agua para acompañarlo.

Estaba dejando el vaso en su sitio tras aclararlo cuando alguien abrió la puerta y entró en la cocina. Supuso que sería Brigitte, que a esa hora solía preparar un té con miel para el duque.

–Espero que Geoff se encuentre mejor esta noche –dijo por encima del hombro.

–Todos esperamos que suceda un milagro.

Andrea se quedó momentáneamente paralizada.

Había escuchado antes aquella voz grave con marcado acento francés. De hecho, la había escuchado apenas una hora antes.

Los latidos de su corazón se volvieron más intensos mientras giraba hacia el hombre con que se había topado en el bosque.

Él la contempló sin ningún recato, deteniendo la mirada en sus voluptuosas curvas antes de alzarla hacia sus oscuros ojos marrones.

Necesitaba un afeitado y aún vestía su uniforme de faena. El cuello de la camisa no ocultaba por completo una fina cicatriz que recorría de arriba abajo su bronceado y poderoso cuello.

Por su expresión, Andrea dedujo que no le había agradado descubrir que la intrusa a la que había encontrado un rato antes en el bosque estaba dentro del castillo, utilizando la cocina a su antojo.

–¿Quién eres? –preguntó él en un tono que inquietó aún más los ya sensibilizados nervios de Andrea.

–Andrea Fallon. Al parecer, el encargado ha olvidado decirte que Geoff tiene una invitada.

Lance se sirvió una taza de café de la cafetera y tomó un sorbo sin dejar de observarla con insolencia.

Andrea apartó la mirada.

–¿Has entregado mi cámara al vigilante de la entrada?

–No. Yo mismo te la devolveré después –Lance terminó su café y dejó la taza en la encimera.

–Puedes devolvérmela por la mañana. Y ahora, si me disculpas, quiero ir a ver qué tal está Geoff.

–Todavía no –murmuró Lance a la vez que se interponía en el camino de Andrea y la sujetaba por una muñeca para que no pudiera irse.

–¿Qué pasa? –preguntó ella a la vez que trataba de apartarse de él.

Lance la sujetó con firmeza y Andrea comprendió que no tenía nada que hacer contra aquel poderoso cuerpo.

–Eso es precisamente lo que me gustaría saber –murmuró él a la vez que la atraía hacia sí. Su varonil aroma fue tan erótico como inesperado–. ¿Cuántos años tienes? ¿Veintidós, veintitrés? Geoff tiene casi setenta...

Al comprender lo que estaba sugiriendo, Andrea dejó escapar una risa de incredulidad.

–Eso no es asunto de un empleado del castillo, desde luego, pero, por si te interesa saberlo, Geoff y yo somos amigos.

–Pero sin duda te gustaría ser algo más –dijo él mientras pegaba su cuerpo al de ella sin ningún recato. Andrea sintió una oleada de calor y gimió sin poder creer lo que estaba sucediendo.

–¿Quién te ha nombrado su guardián personal? –espetó mientras pensaba que ningún hombre tenía derecho a ser tan ofensivo y atractivo a la vez.

–Su segundo matrimonio ya fue un desastre, y si crees que voy a permitir que se case por tercera vez con una mujer tan joven que podría ser su nieta, estás muy equivocada.

Aquello ya era excesivo, y Andrea no pudo evitar seguirle la corriente en tono burlón.

–A veces la edad no es tan importante como el cariño y el amor.

Lance hizo una mueca de desagrado.

–Sobre todo cuando esperas hacerte con una fortuna tras su muerte.

–¿Es ése el motivo por el que sigues trabajando para él? –preguntó ella con una burlona sonrisa–. ¿También esperas que habrá algo para ti?

Lamentó haber hecho aquella pregunta en cuanto surgió de sus labio y trató de apartarse de él sin lograrlo.

–¿Y por qué no? Ya que te ofreces...

Andrea sintió un escalofrío al ver que el desconocido acercaba la boca a la suya.

Desprevenida, su gritito de sorpresa permitió a Lance profundizar un beso tan íntimo e intenso que conmovió a Andrea hasta el fondo de su ser. Por unos instantes, las sensaciones que se adueñaron de ella hicieron que las rodillas le fallaran.

Pero en cuanto se aferró instintivamente a él para no caer, Lance la apartó con firmeza de su lado.

A Andrea le enfureció constatar que, mientras ella estaba sin aliento, él se limitó a mirarla con una burlona sonrisa, aparentemente inmune a lo que acababa de suceder.

Se apartó de él con tal fuerza que estuvo a punto de caer al suelo. Cuando recuperó el equilibrio salió a toda prisa de la cocina y subió las escaleras rápidamente en busca de la seguridad de las habitaciones de Geoff.

Capítulo 2

 

La sonrisa que la enfermera de guardia dedicó a Andrea cuando entró indicó que su paciente estaba en condiciones de recibir una visita nocturna.

Andrea se acercó a la cama y enseguida comprobó que Geoff tenía mucho mejor aspecto. Le habían quitado la mascarilla de oxígeno y ya no estaba tan pálido.

Aún temblando a causa de lo sucedido en la cocina, se sentó en una silla junto a la cama y apoyó la mano en el brazo de Geoff.

Fuera o no empleado del duque, el desconocido se había pasado de la raya con su primitivo comportamiento y merecía ser despedido.

Para no preocupar a Geoff, averiguaría lo que pudiera sobre él a través de Henri. Éste sabría lo que hacer y manejaría el asunto con discreción para impedir que volviera a molestarla.

–¿Geoff? Soy Andrea.

El duque abrió los ojos, que también parecían haber revivido. Era evidente que estaba mejorando a marchas forzadas, algo que alegró a Andrea.

–Pareces estar sin aliento, ma chérie.

Andrea pensó que una mentira piadosa no haría ningún daño.

–Acabo de volver al castillo y lo primero que he querido hacer ha sido venir a verte.

–Me alegra que estés aquí –Geoff le palmeó la mano–. Tengo una noticia maravillosa.

–Supongo que el médico te ha dicho que por fin estás mejorando.

–Me siento mejor, desde luego, pero la gran noticia es que mi hijo ha vuelto a casa para quedarse. Hasta hoy no podía hablar de él ni de su trabajo porque era confidencial. Pero ahora ya puedo hablar. Durante lo diez últimos años ha servido al país en varias zonas del mundo como parte de nuestra cuerpo militar de elite.

Andrea se quedó muy quieta al comprender que ya había conocido al hijo del duque. No era de extrañar que hubiera aparecido en la cocina con aires de ser dueño del lugar.

¿Y no era conocido el cuerpo militar de elite francés por ser aún más mortífero que sus fuerzas especiales? Recordó el sigilo con que había surgido de entre los árboles y sintió un escalofrío.

–Esta tarde, mientras me preguntaba cuándo volvería a verlo, y a ser posible de una pieza, ha aparecido en mi habitación y me ha dicho que ha cumplido su último servicio para el país. Se ha licenciado. Grâce à Dieu. Ahora, Corinne y él podrán casarse.

–¿Corinne?

–La hija de mi segunda esposa.

Andrea parpadeó. Suponía que los hermanastros podían casarse, pero no conocía ningún caso.

–A Corinne le gustó mi hijo desde el principio. Por fin voy a poder tener los nietos que siempre he deseado. Corinne no tardará en regresar de su último viaje.

–Me alegro mucho por ti –dijo Andrea antes de ponerse en pie, incapaz de seguir tranquilamente sentada mientras digería todas aquellas revelaciones.

–Quiero que os conozcáis...

–Ya nos hemos conocido, papá –dijo una irascible voz que sólo podía pertenecer a un hombre. Andrea tuvo que reprimir un gritito de sorpresa–. Nos hemos encontrado esta tarde junto a lago.

–En ese caso, probablemente sepas ya cuánto ha sufrido esta pobre criatura, Lance.

¿Lance era su nombre?

¿Lancelot Du Lac?

–Me temo que apenas hemos hablado –dijo rápidamente Andrea, que no quería que Geoff se enterara de nada de lo sucedido. No quería entristecerlo–. Es evidente que tu hijo está deseando pasar un rato contigo. Ya que tenéis mucho de que hablar, os dejo a solas. Ya vendré a verte mañana.

–¿Lo prometes?

–Por supuesto. Tú ocúpate de seguir mejorando.

Andrea estrechó cariñosamente el brazo de Geoff y se encaminó rápidamente hacia la puerta sintiendo el peso de una acusadora mirada azul en sus espaldas.

Para cuando llegó a su dormitorio había tomado la decisión de no pasar una noche más en el castillo. Pero no debido al modo en que la había tratado Lance, ni a su absurda suposición de que iba tras su padre y su fortuna.

Necesitaba irse impulsada por el sentimiento de culpabilidad.

Sacó la maleta del armario y empezó a guardar la ropa. A la mañana siguiente iría a ver a Geoff para darle las gracias por todo y despedirse. Sería lo mejor.

Haberse hecho físicamente consciente de su hastiado hijo, un hombre cínico marcado tanto física como psicológicamente por experiencias que prefería ni imaginar, le parecía una completa traición al recuerdo de Richard.

Apenas hacía tres meses que su marido había muerto, y sin embargo aquella tarde se había sentido involuntariamente atraída por un desconocido que había tenido un comportamiento totalmente primitivo con ella.

Aún podía sentir las manos de Lance en su cuerpo, su boca devorándola... y su propia e involuntaria respuesta. Aquello era lo imperdonable.

Cuando conoció a su marido estaba trabajando en un estudio fotográfico. Había encontrado halagador que un profesor universitario hubiera considerado interesantes sus sugerencias sobre las ilustraciones del libro que estaba escribiendo.

Le había permitido atisbar su mundo. Andrea lo escuchó atentamente, deseando ayudarlo como pudiera. Al no haber recibido una educación universitaria, lo puso en un pedestal. Su relación los llevó al matrimonio. Richard fue un amante delicado.

Para llenar el vacío que le había dejado su muerte, había ido a Francia para terminar las ilustraciones gráficas de su último libro. Sólo estaba trabajando. De manera que, ¿cómo explicar su reacción ante un ex militar que era la completa antítesis de Richard?

¿Se debería al tratamiento hormonal por el que había pasado?

¿O serían ciertos los tópicos sobre las necesidades de las viudas?

Si era así... ¡qué bochorno!

 

 

Lance apoyó la mano en el respaldo de la silla que Andrea acababa de abandonar en su precipitación por evitarlo. La culpabilidad estaba escrita en cada uno de los movimientos de su cuerpo.

Había que reconocer que tenía un cuerpo y un rostro preciosos.

No podía dudarse del buen gusto de su padre, pero sí de su buen juicio a la hora de juzgar a aquélla o a cualquier otra mujer. No eran de fiar.

Acercó la silla a la cama antes de sentarse junto a su padre.

–Háblame del sufrimiento de tu invitada, papá –preguntó sin preámbulos.

Su padre lo miró con expresión amorosa.

–Cuando volviste a casa en Semana Santa, ¿conociste el profesor estadounidense que estaba trabajando en la biblioteca.

–Henri lo mencionó y lo vi de reojo, pero reconozco que apenas le presté atención.

–El profesor Fallon enseñaba literatura medieval en la universidad de Yale y vino a Bretaña a investigar. Él y su esposa se alojaron en el hotel Excalibur.

¿La mujer cuya exquisita boca aún podía saborear en sus labios era la esposa de otro? Lance no se había fijado en que llevara ningún anillo.

–Maurice me llamó desde el hotel y me preguntó si permitiría que sus huéspedes examinaran los manuscritos de nuestra colección familiar. El profesor Fallon era un reputado experto en la leyenda artúrica y ya había publicado varios libros.

–Y dijiste que sí, claro –murmuró Lance con una sonrisa que no alcanzó su mirada. Enterarse de que su padre estaba implicado en una relación con una mujer casada hizo que se le encogiera el estómago por una variedad de motivos desagradables.

–Después de averiguar que estaba escribiendo un libro titulado El Lancelot Du Lac definitivo, ¿cómo iba a negarme? Un mes después de su marcha a Estados Unidos, Andrea me escribió para decirme que su marido había muerto poco después de su llegada a causa de un derrame cerebral.

Lance se quedó paralizado al escuchar aquello.

–Me dio las gracias por haberles permitido venir al castillo a ver la biblioteca. Su marido dijo que había sido el punto culminante del viaje. Lo lamenté mucho por ella, naturalmente, y le envié unas flores con una nota en la que le decía que si quería venir alguna vez de visita sería bienvenida. Hace dos semanas me escribió para preguntarme si podía venir a tomar unas fotos en el bosque. Quiere incluir algunas fotografías extra en el último libro que escribió su marido –Geoff suspiró–. Si hubiera tenido una hija, me habría gustado que fuera exactamente como Andrea.

Una hija...

La mente de Lance tuvo que dar un giro completo. De pronto se aclararon ciertas cosas, como el hecho de que su padre hubiera permitido a Andrea ocupar la habitación verde. Jamás se lo había ofrecido a nadie más, ni siquiera a Corinne.

–Tiene la amabilidad de tu madre –continuó Geoff, ajeno a la conmoción de su hijo–. Es un rasgo de carácter difícil de encontrar.

Tan difícil que Lance no había percibido el más mínimo rastro de él durante su conversación en la cocina, antes de que sus instintos más primarios se adueñaran de él para castigarla por algo que no había hecho.

En cualquier caso, no tenía derecho a comportarse como un bruto con ella.

–Piensa publicar el libro en cuanto vuelva como un homenaje especial a su marido. Ahora que estás en casa, podrías ocuparte de enseñarle algunos lugares especiales del bosque y del castillo que sólo tú y yo conocemos. He estado demasiado enfermo desde su llegada como para acompañarla personalmente.

Lance bajó la cabeza y se masajeó los agarrotados músculos del cuello. Teniendo en cuenta lo mal que había tratado a la invitada de su padre, dudaba que ésta estuviera dispuesta a volver a dirigirle la palabra.

¿Qué diablos lo había hecho reaccionar tan violentamente con Andrea Fallon? A lo largo de su vida había conocido a muchas mujeres más bellas y exóticas. Sintió un amargo sabor en la garganta al recordar a una en especial...

Cuando la había encontrado en el bosque, Andrea le había dicho que tenía permiso para estar en la propiedad. Al ver su expresión angustiada, como si estuviera a muchos kilómetros de distancia, ¿por qué no la había reconocido como dolor y la había creído?

¿Y cómo explicar su comportamiento en la cocina cuando ni él mismo lo entendía?

En realidad no creía que su padre quisiera una relación con una mujer tan joven, de manera que, ¿cuál era la emoción latente que lo había impulsado a mostrarse cruel con una invitada inocente? Al parecer había malinterpretado por completo el comentario de Henri.

Era evidente que la vida lo había endurecido tanto que estaba aún más alejado de la sociedad civilizada de lo que creía. Al parecer ya no era apto para reincorporarse al mundo que habitaba su padre.

Se levantó de la silla.

–Ahora tengo algo que hacer, papá, pero volveré.

Tenía que hablar con Andrea antes de que se fuera a la cama. Era hora de arreglar las cosas... si no era ya demasiado tarde. Algo le decía que, si no lo hacía, Andrea ya no estaría allí a la mañana siguiente. Y no quería cargar con aquello en su conciencia.

–Adelante, hijo. Te esperaré.

–Trata de dormir un poco.

–Ahora que sé que vas a quedarte definitivamente aquí, podré descansar tranquilo. Corinne se va a alegrar mucho cuando regrese y se entere.

Lance miró a su padre y pensó que estaba demasiado enfermo como para enfrentarse a una noticia que no le agradaría. Pero la verdad tendría que aflorar en cuanto se recuperara.

Tras acudir a su habitación a por la cámara, subió a la tercera planta y se detuvo a escuchar un momento tras la puerta de Andrea. Aunque estuviera acostada, no podía dejar que pasara más tiempo sin tratar de arreglar las cosas.

Llamó con los nudillos.

–¿Andrea? Soy Lance. Tengo que hablar contigo. Si antes necesitas vestirte, esperaré.

–Si decido no abrir, ¿derrumbarás la puerta?

Lance sabía que se merecía aquel comentario.

–Sé que mi padre te estima mucho y he venido a disculparme.

–Disculpas aceptadas –contestó Andrea tras un largo silencio.

–¿No vas a abrirme la puerta?

–¿Crees que es necesario?

Lance se cruzó de brazos.

–Supongo que no quieres que vea que estás haciendo el equipaje. Si te marchas precipitadamente, mi padre nunca me lo perdonará. Ya que estoy en la caseta del perro, como soléis decir en Estados Unidos, no querrás aumentar mi castigo, ¿no?

–La caseta del perro sería un buen lugar para ti.

Lance esbozó una sonrisa. Al margen de la amabilidad que había captado su padre, aquella mujer parecía tener espíritu.

–Tienes razón. Supongo que no me creerías si te dijera que sufro de síndrome de shock postraumático...

–Sí te creería, pero has llevado el síndrome a nuevas alturas. Te pareces más a tu alter ego de lo que pensaba.

–¿Te refieres a que algún día me reuniré en el infierno con Lancelot?

–Si la armadura encaja.

–¿Cómo sabes que no he estado ya allí?

–Sólo alguien que ha estado en el infierno me habría tratado como lo has hecho tú.

Las palabras de Andrea dieron de lleno en la diana. Lance dejó de sonreír.

–¿No hay redención posible?

–No lo sé. Tendré que pensar en ello.

Lance suspiró.

–Voy a dejar tu cámara tras la puerta. Si decides quedarte unos días más, juro sobre la tumba de mi madre que no volveré a tratarte mal.

–Ya que sé cuánto amaba tu padre a tu madre, lo tendré en cuenta –contestó Andrea tras un silencio.

Era evidente que sabía cómo asestar el golpe de gracia, pensó Lance. Aquella mujer tenía muchas facetas en su carácter. Era la clase de mujer más peligrosa.

–Siento lo de tu marido. No lo sabía.

–Pensaba que Lancelot tenía poderes especiales.

Lance cerró un momento los ojos.

–He cometido muchas actos oscuros y perdido la mayoría de ellos.

–Es una pena.

Lance pensó que el tono de Andrea parecía sincero. De pronto se dio cuenta de que estaba revelando demasiadas cosas sobre sí mismo, algo que no le gustaba hacer.

–Ahora voy a volver con mi padre. No dejes que mi descortés comportamiento te impida ofrecerle la alegría de tu presencia. Me temo que podría empeorar si te vas sin darle una explicación –Lance esperaba que Andrea abriera la puerta para que pudieran hablar cara a cara, pero intuyó que no iba a suceder. Se había comportado como un cretino e iba a pagar las consecuencias–. Dors bien, Andrea –dijo antes de encaminarse a las escaleras.

Inquietado por el recuerdo de lo que había sentido cuando la había tenido entre sus brazos, comprendió que aquélla iba a ser una noche muy larga...

 

 

Encantada con los rayos de sol que se filtraban a través de las ramas de los árboles, Andrea se encaminó al lado opuesto del lago.

Con un poco de suerte, algún animal acudiría a beber en el lugar en el que pensaba tomar las fotos.

Tras una noche de gratificante sueño, algo sorprendente si tenía en cuenta su atormentado estado mental de la tarde anterior, había comprendido que lo peor que podía hacer era huir. Geoff no lo habría entendido. Y ya que ni ella misma podía entenderlo, había decidido olvidar lo sucedido y comportarse como un adulto.

Lance había demostrado ser un hombre con el alma herida y, en lo referente a su padre, su instinto de protección era realmente intenso. Unido a su desconfianza innata hacia las mujeres, debía de haberle costado verdaderos esfuerzos disculparse. Probablemente era toda una novedad para él.

El hecho de que procediera de una familia con títulos y una gran fortuna explicaba en parte sus suspicacias, pero le había devuelto la cámara y le había prometido que ya no tendría nada más que temer de él. Y ella lo había creído.

Pero no era culpa de Lance el cómo había reaccionado ella a su virilidad. En ese terreno, tan sólo podía temerse a sí misma.

Debería haber sabido que llegaría el día en que comprendería que volvía a estar sola y que era vulnerable. Pero no esperaba que sucediera allí, o que sería el hijo de Geoff quien la haría consciente de su feminidad como no lo había hecho ningún hombre hasta entonces.

Richard era el único hombre con el que se había acostado, y se había tomado su tiempo para conocerla antes de mantener relaciones íntimas con ella...

Preocupada por sus pensamientos, que parecían empujarla hacia un torbellino ineludible, buscó un tronco en que sentarse antes de que apareciera un cervatillo o algún animal parecido.

Lo cierto era que, a pesar de haber dormido bien, se sentía cansada. Aquella mañana, tras comer un poco de tortilla, había sentido náuseas. Parecían los síntomas de un embarazo, pero aquello no era posible. Y ya que había tenido los síntomas desde antes de entrar en contacto con Geoff, no creía que pudiera tratarse de la gripe.

¿Cuál podía ser la causa excepto el resultado de su pesar?

En cuanto regresara a Estados Unidos tendría que buscar trabajo y seguir adelante con su vida. Pero, en aquellos momentos, la idea de tomar cualquier decisión era demasiado para ella.

Miró a su alrededor. De vez en cuando aparecía un conejo o una ardilla, pero no se veían animales más grandes. Tal vez habían salido a primera hora de la mañana y estaban descansando mientras digerían el desayuno.

Tal vez a ella tampoco le vendría mal una siesta. Estaba pensando en la posibilidad de regresar al castillo y volver allí por la tarde cuando notó que algo avanzaba hacia ella por el agua a la velocidad de un torpedo.

Acababa de ponerse de pie de un salto, asustada, cuando una oscura cabeza surgió del agua entre un grupo de nenúfares.

Se llevó una mano a la garganta. ¡Era Lance!

–Buenos días –saludó él con una sonrisa.

Rodeado por los nenúfares, su imagen era de una imposible belleza masculina. Su aparición parecía formar parte del encanto del lugar.

–He pensado que cruzar el lago nadando sería la mejor forma de anunciar mi visita. Después de nuestro primer encuentro, lo último que querría sería volver a sobresaltarte.

–Te mueves como un felino y nadas como un pez. Si te veo volar, tendré que llegar a la conclusión de que Merlín aún merodea por estos bosques.

Los ojos de Lance se oscurecieron a causa de una emoción que Andrea no pudo entender.

–¿Por qué no vienes conmigo? Te mostraré uno de los secretos del castillo que nadie más conoce. Hay que ir nadando, pero no te preocupes. El lago no es muy profundo.

El corazón de Andrea latió más rápido ante la mera posibilidad de acompañarlo.

–No tengo bañador.

–Ya tienes uno. Corinne, la hijastra de mi padre, tiene unos cuantos para sus amigas –Lance le arrojó una pequeña bolsa de plástico que sostenía en la mano.

Andrea se agachó para tomarla y la abrió. Dentro había un biquini color cereza. Le pareció extraño que Lance no se hubiera referido a Corinne como a la mujer con que pensaba casarse. Pero ya que aquello no era asunto suyo, no dijo nada al respecto.

–Hay maleza de sobra para ocultarte. Póntelo. Yo te esperaré –dijo Lance antes de desaparecer bajo los nenúfares.

Andrea tuvo que reconocer que estaba haciendo verdaderos esfuerzos por ofrecerle una rama de olivo. Geoff, que no había podido enseñarle personalmente el bosque, debía de haber pedido a su hijo que se ocupara de hacerlo. No aceptar habría sido una grosería por su parte.

Tras un instante de duda, se refugió tras un grueso pino para ponerse el ajustado biquini.

Cuando se acercó a la orilla del lago, Lance le hizo una seña desde unos metros de distancia.

Con el corazón latiéndole con fuerza, Andrea entró en el agua y nadó hacia él. Tras unas brazadas se recuperó de la conmoción inicial y comprobó que la temperatura del agua resultaba estimulante.

–Sígueme –fue todo lo que dijo Lance antes de nadar hasta el centro del lago, donde se sumergió en las profundidades.

Andrea lo imitó y, cuando lo alcanzó, Lance señaló un objeto que se hallaba en el fondo del lago.

Se trataba de una espada y un escudo parcialmente ocultos por las plantas. Los rayos de luz que atravesaban el agua iluminaban sus contornos metálicos. Andrea habría querido quedarse un rato para inspeccionarlos, pero no estaba precisamente en forma y se estaba quedando sin aliento. Empezó a sentir un poco de miedo.

Lance debió de captar su tensión, porque la rodeó con sus brazos y ascendieron juntos a la superficie. La rápida subida aturdió ligeramente a Andrea, que se aferró al poderoso cuerpo de Lance mientras aspiraba el aire con fruición.

A diferencia de lo ocurrido la noche anterior en la cocina, él no la apartó de su lado como si hubiera sido ella la que hubiera iniciado el contacto.

–¿Te encuentras bien?

Andrea sintió que la ronca voz de Lance resonaba a lo largo de su cuerpo.

–Sí... aunque sin aliento –contestó ella mientras sus cuerpos se rozaban en un enredo de miembros–. ¿De dónde han salido esa espada y ese escudo?

–Mi padre los tiró al lago hace años para que mis amigos y yo disfrutáramos. Después decidimos dejarlas allí.

Andrea sonrió.

–Eso parece típico de Geoff. Eres muy afortunado por tener un padre tan maravilloso.

Mientras hablaba, Andrea rozó involuntariamente con los labios la cicatriz que tenía Lance en un lateral del cuello. Le llegaba desde la clavícula hasta detrás de la oreja.

–Espero que el hombre que te hizo eso no se encuentre en condiciones de volver a hacer daño a nadie –murmuró.

–¿Y si te dijera que fue una mujer?

Imaginar a Lance entablando un combate mortal con una mujer inquietó a Andrea de un modo que hizo que cualquier otro pensamiento abandonara su mente.

–Parece una herida reciente. ¿Te... duele? –balbuceó.

–No.

–Me alegra saberlo.

–¿De verdad te alegra? –preguntó Lance en tono escéptico.

–¿Que no te duela? ¡Por supuesto!

Repentinamente avergonzada por la proximidad de sus cuerpos, Andrea se apartó de Lance y comenzó a nadar.

Lance la alcanzó enseguida.

–Después de cómo te traté anoche, tendrías todo el derecho del mundo a despreciarme.

–Tienes razón, pero eso fue anoche, y ya me pediste perdón. ¿Qué te parece si lo olvidamos? Tu padre está feliz por tu regreso. Algunos hombres y mujeres no regresan de la guerra y, si lo hacen, a veces han perdido algún miembro o...

–¿O alguna otra cosa innombrable? –dijo Lance en tono burlón–. Eso es cierto –tras una pausa, añadió–: Desafortunadamente, la guerra no es la única circunstancia en que se sufren pérdidas. ¿Cuánto tiempo estuviste casada?

–Seis años.

–Aún eres muy joven.

–Tengo casi veintiocho años. No soy la niña que asumiste que trataba de conquistar a tu padre.

–Ningún hombre podría confundirte con una niña. Pero es cierto que pensaba que eras más joven.

–Ya me di cuenta.

–Supongo que sabes que has conquistado a mi padre –dijo Lance, al que no le gustaba andarse por las ramas.

Andrea decidió ser igualmente franca.

–Deduzco que no te hace precisamente gracia.

–No –replicó Lance, taciturno.

–No te preocupes. A partir de mañana por la tarde podrás disfrutar de tu padre a solas.

–Sabes tan bien como yo que no quiere que te vayas.

–Geoff ha recuperado a su hijo y eso es lo único que quiere.

–Eso no es lo único –murmuró Lance en tono críptico.

Andrea agitó la cabeza para alejar una abeja que merodeaba a su alrededor.

–Sé que tiene grandes planes para ti –dijo, y vio con sorpresa que la expresión de Lance se ensombrecía.

–Tienes la piel más suave que he tocado nunca...

Lance dijo aquello con tal franqueza que, a pesar de estar en el agua, Andrea sintió un intenso calor recorriendo su cuerpo. Empezó a alejarse de él nadando, pero Lance la adelantó sin apenas esfuerzo.

–Soy el primer hombre que te besa desde la última vez que lo hizo tu marido, ¿verdad?

Andrea se ruborizó, molesta por aquel comentario.

–No te preocupes, no estoy esperando que repitas la actuación –la expresión burlona que le dedicó Lance fue la gota que colmó el vaso–. No todas las viudas recientes están desesperadas por meterse en la cama con el primer hombre disponible. Ni siquiera cuando es tan atractivo como tú... y sobre todo con la carga emocional que llevas como un oscuro manto.

A continuación, Andrea nadó hasta la orilla del lago y se encaminó hacia donde había dejado sus ropas sin poder evitar sentirse expuesta a la mirada de Lance.

Nunca había conocido a un hombre como él. Los hombres con los que se había relacionado hasta entonces eran los colegas de su marido, profesores atrapados en un pedante mundo de prosa y leyenda, totalmente alejado de los campos de batalla reales.

Mientras su marido se había pasado la vida investigando leyendas sobre un famoso caballero del pasado, Lance había vivido una peligrosa aventura tras otra en el presente.

¿Qué se sentiría luchando cuerpo a cuerpo, especialmente si el contrario era del sexo opuesto? Ni siquiera podía imaginarlo, pero Lance había regresado del campo de batalla con cicatrices que demostraban que había sobrevivido a las atrocidades de la guerra a base de valor y de una voluntad indomable.

Una vida que podía perderse en cualquier segundo tenía que cambiar a un hombre. Aunque admiraba el heroico servicio que Lance había prestado a su país, su instinto de supervivencia le advertía que se mantuviera alejada de él.

Tras vestirse, tomó su cámara y salió de su escondite decidida a evitar a Lance hasta que saliera para el aeropuerto a la tarde siguiente. Geoff le había asegurado que alguien del servicio se ocuparía de llevarla cuando estuviera lista para irse.

Pero no tendría por qué haberse preocupado. Le bastó una mirada al lago para comprender que Lance se había ido.

Durante el trayecto de regreso al castillo no dejó de repetirse que se alegraba de que se hubiera ido. Además de sentirse muy cansada, se había ahorrado cualquier otra conversación sobre su vulnerabilidad... y más comentarios sobre la calidad de su piel. Aquellos temas estaban prohibidos.

Lo que quería era dormir. Durante las horas de olvido que aportaba el sueño se vería libre de ciertos pensamientos e imágenes que no abandonaban su mente desde la tarde anterior.

Capítulo 3

 

A la mañana siguiente, Lance llamó a la puerta de Andrea pero no obtuvo respuesta.

Su padre se sentía mejor aquella mañana y le había pedido que la avisara para que se reuniera a desayunar con ellos.

Tras llamar a la puerta dos veces más sin éxito, decidió que probablemente se habría ido ya al bosque.

No había duda de que Andrea Fallon era una mujer muy independiente. Las mujeres con que Lance se había relacionado hasta entonces habían mostrado siempre una tendencia muy diferente.

Al asomarse al exterior y ver que estaba a punto de ponerse a llover, decidió que lo mejor que podía hacer era salir a buscarla. No sabía con exactitud adónde habría ido aquella mañana, pero daba igual, porque a caballo podía recorrer los terrenos del castillo más rápidamente.

Tras ensillar a Tonnerre en el establo se encaminó en primer lugar al lago. Tras rodearlo y comprobar que no había indicios de Andrea por allí, pensó que tal vez estaba buscando la fuerte de la eterna juventud de que le había hablado su padre y se había perdido.

Pero tampoco la encontró allí. Tal vez, en lugar de ir al bosque había decidido ir paseando al pueblo por la carretera principal.

Mientras descendía con el caballo por el otro lado de la colina a la que había subido, empezó a llover. Decidido a regresar al castillo a por su coche para ir a buscar a Andrea, no se fijó en el cuerpo de una mujer que se hallaba acurrucada sobre su costado a los pies de la colina hasta que prácticamente estuvo encima de ella.

Alarmado, hizo girar bruscamente a Tonnerre y un instante después saltaba de su montura para acudir rápidamente junto a Andrea. Uno de los cascos del caballo había pisado su cámara. Se estremeció al pensar lo que podría haber sucedido si no la hubiera visto a tiempo.

–Andrea... –dijo mientras se acuclillaba a su lado.

Vio con alivio que se volvía hacia él con esfuerzo, pero su intensa palidez le hizo comprender que debía de estar enferma.

–Lance... –susurró ella temblorosamente. Después de cómo se habían separado el día anterior, Lance estaba seguro de que no habría reaccionado así a menos que tuviera problemas.

–¿Qué te ha pasado? –preguntó a la vez que la protegía de la lluvia inclinando su cuerpo hacia ella.

–Mientras paseaba me he sentido mal y me he tumbado para descansar. Pero no me he recuperado. Me temo que tengo la gripe.

–¿Entonces te has sentido mal antes de hoy?

–Sí –admitió Andrea con un hilo de voz.

Al ver el sudor que bañaba su frente, Lance masculló una maldición.

–Debes de haberte contagiado del virus de mi padre.

Sin pensárselo dos veces, la tomó en brazos y la llevó hasta el caballo.

–Voy a llevarte al médico en Lyseaux. Si estás demasiado enferma como para ir sentada delante de mí, puedo tumbarte sobre Tonnerre.

–Creo... que podré sentarme.

–Apóyate contra mí y deja que yo haga el trabajo –Lance rodeó la cintura de Andrea con una mano y utilizó la otra para tomar las riendas.

El ritmo de la marcha del caballo hizo que sus cuerpos se amoldaran a la perfección. Tras la experiencia del día anterior, cuando había sentido el roce de sus generosas curvas, apenas cubiertas por el biquini, Lance estaba deseando repetir la experiencia. Pero después de cómo se habían separado había supuesto que no volvería a repetirse la experiencia.

–¿Voy demasiado rápido para ti? –murmuró contra su fragante pelo. Olía a albaricoques y lo llevaba sujetó atrás, como el día anterior.

–No.

Eso estaba bien, porque Lance quería que el médico la examinara en cuanto fuera posible.

Unos minutos después salían del bosque al sendero de grava que llevaba al castillo. Lance dirigió al caballo hacia el coche e hizo que se detuviera junto al lateral en que estaba el asiento de pasajeros.

Desmontó rápidamente, tomó a Andrea en brazos, abrió la puerta del coche y la dejó en el asiento. Tras tumbar el asiento para que pudiera descansar, cerró la puerta. Palmeó la grupa del caballo, seguro de que volvería por su cuenta al establo, y a continuación se sentó tras el volante y puso el coche en marcha.

Lyseaux estaba sólo a tres millas, pero de todos modos pisó el acelerador para llegar cuanto antes. Si el médico decidía que Andrea necesitaba acudir al hospital, la llevaría a Rennes.

Los siguientes minutos pasaron en una actividad frenética. En cuanto la sorprendida recepcionista vio entrar a Lance con Andrea en brazos, se puso en pie de un salto y lo hizo entrar en una de las consultas.

–Enseguida aviso al doctor Semplis.

–Quiero que sea el doctor Foucher el que vea a Andrea.

–Lo siento, señor, pero hoy es el día libre del doctor Foucher.

Lance masculló una imprecación. No conocía al doctor Semplis y no quería que fuera un desconocido quien examinara a Andrea, pero, al parecer, no había opción.

–Está muy enferma.

–El doctor Semplis vendrá enseguida.

Andrea entreabrió los ojos mientras Lance la dejaba en la camilla.

–Enseguida te atienden, cariño –el propio Lance se sorprendió al escucharse utilizar aquel apelativo–. Estamos en la consulta del médico.

–Gracias –murmuró Andrea.

Unos momentos después entró una enfermera en la consulta.

–Haga el favor de esperar fuera, señor.

Lance no quería irse, pero sabía que no tenía otra opción.

–Si me necesitas, estaré al otro lado de la puerta, Andrea.

Ella asintió brevemente antes de volver a cerrar los ojos.

La última vez que Lance había dejado a un compañero herido en el hospital de campaña, el pobre diablo no había sobrevivido. Sus pesadillas estaban pobladas de aquel tipo de cosas desde hacía diez años.

Mientras esperaba en el vestíbulo, sacó el móvil y llamó al establo del castillo.

Tras cerciorarse de que Tonnerre había regresado sano y salvo, llamó a su padre y le dijo que Andrea y él habían decidido ir a Lyseaux antes de volver al castillo. Ya comerían juntos otro día.

Su padre le dijo que no había problema, sobre todo porque un buen amigo había pasado a visitarlo.

Lance colgó sin dar más explicaciones. Su padre había empezado a recuperarse de la neumonía y no quería que un disgusto lo hiciera empeorar.

Lo importante en aquellos momentos era averiguar qué tenía Andrea y lograr que se recuperara. No sabía por qué, pero se sentía responsable de ella.

–¿Señor? –Lance se volvió y vio que un médico joven se acercaba a él–. Soy el doctor Semplis.

–¡Menos mal que hay alguien de guardia! Andrea se ha puesto mala en el bosque. No podía ponerse en pie ni caminar. Creo que tiene la gripe.

–No podremos saberlo hasta que la examine, pero no se preocupe. Pronto sabremos qué le pasa. ¿Por qué no espera sentado en recepción?

–Prefiero quedarme aquí.

–Como quiera, pero puede que sea una larga espera.

–Da igual.

 

 

Andrea entraba y salía del sueño, sumida en pesadillas pobladas de caballeros de brillante armadura. El médico le dijo que estaba deshidratada e hizo que le pusieran una vía con suero. Después le sacaron sangre.

En una de las ocasiones en que despertó vio a Lance sentado a su lado.

–Debería haberme ido a casa ayer –murmuró.

Él se inclinó hacia ella y entrecerró los ojos.

–¿A un piso vacío lleno de recuerdos? ¿Y quién habría cuidado de ti?

–Tengo una amiga –contestó Andrea, extrañada por el tono casi feroz de Lance–. Es la esposa de uno de los colegas de mi marido.

–¿No tienes familia?

–Mis padres murieron cuando era pequeña y mi tía Kathy y su marido Rob me criaron junto a sus dos hijas. Aún viven en New Haven, pero están muy ocupados. No querría molestarlos después de todo lo que han hecho por mí.

–En ese caso es una suerte que te hayas quedado aquí. De lo contrario podrías haber sufrido un colapso en el vuelo de vuelta.

Andrea sabía que aquello era cierto.

–Siento tenerte alejado de tu padre.

–Afortunadamente, él está mejorando. Eres tú la que me preocupa. No entiendo por qué se está retrasando tanto el médico en darte un diagnóstico. Habría preferido que te hubiera atendido el doctor Foucher.

–Creo que llevas demasiado tiempo en el campo de batalla, donde todo sucede deprisa y las decisiones deben tomarse en segundos. Las cosas funcionan con más lentitud en la civilización.

Lance masajeó con una mano la parte trasera de su moreno cuello.

–Tienes razón –dijo, y añadió–: Parece que estás recuperando el color.

–Lo cierto es que me siento un poco mejor. Supongo que es gracias al suero.

–Dieu merci.

–Me gustaría decirte algo –susurró Andrea.

Una extraña quietud pareció rodear a Lance.

–Adelante.

–Hoy te has redimido.

–Pensaba que no había redención para mí.

–Estaba equivocada. Has rescatado a una dama en apuros. Eso es lo que hacen los héroes...

Andrea se interrumpió porque el médico entró en aquel momento en la habitación. Lance se puso en pie de inmediato.

–Finalmente he averiguado lo que os sucede.

–¿Lo que nos sucede? –Andrea miró a Lance con ansiedad–. ¿Tú también te sientes mal y no me lo has dicho?

El doctor Semplis rió.

–Va a tener un bebé, maman –se volvió hacia Lance–. Felicidades, papa.

–¿Un bebé?

–¡Pero eso es imposible! –exclamó Andrea, perpleja–. ¡No puedo estar embarazada!

–Pero lo está –dijo el médico–. De hecho, está embarazada de doce semanas.

–Doce semanas...

El médico miró a Andrea y a Lance con expresión divertida.

–Me sorprende que ninguno de los dos haya reconocido los síntomas. Dadas las circunstancias, voy a dejarlos un rato a solas. Volveré dentro de un rato.

–Espere...

–Gracias, doctor Semplis –dijo Lance, como si estuviera totalmente acostumbrado a tratar con Andrea–. Necesitamos ese rato a solas.

En cuanto el médico salió, Andrea rompió a sollozar, abrumada por la emoción.

Alarmado, Lance le alcanzó una caja de pañuelos de papel.

–¿Qué sucede, Andrea?

–No lo comprenderías...

–Has dicho que era imposible que estuvieras embarazada. ¿Significa eso que tu marido no es el padre?