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Este libro es una Guía de lectura e interpretación de "Amoris laetitia", del papa Francisco, con la intención de ayudar a conocer e interpretar mejor este texto para encontrar caminos y pautas concretas de realización de sus orientaciones en la vida de las familias. En la redacción de esta sintética Guía se ha partido de una sesión dinámica y ampliamente participada promovida en Barcelona por la asociación Laïcat XXI, red de laicos dinamizadora de su presencia en la Iglesia, especialmente en las parroquias, y en el mundo.
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Seitenzahl: 232
Veröffentlichungsjahr: 2018
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Guía de lectura e interpretación de Amoris laetitia
Salvador Pié-Ninot (coord.)
Este libro que presentamos se propone como una Guía de lectura e interpretación de «Amoris laetitia», del papa Francisco,con la intención de ayudar a conocer e interpretar mejor este texto para encontrar caminos y pautas concretas de realización de sus orientaciones en la vida de las familias, con sus gozos y, a su vez, con sus situaciones problemáticas y frágiles. En la redacción de esta sintética Guía se ha partido de una sesión dinámica y ampliamente participada promovida en Barcelona por la asociación Laïcat XXI, cual amplia red de laicos –hombres y mujeres– dinamizadora de su presencia en la Iglesia, especialmente en las parroquias, y en el mundo, y que tuvo su congreso inicial en octubre de 2015 en Poblet, acompañados por obispos de las diócesis catalanas. Esta sesión sobre Amoris laetitia (AL) tenía el objetivo de poderla conocer e interpretarla más a fondo, así como poder gozar con ella siguiendo el espíritu de su precioso título: «La alegría del amor».
Los cinco ponentes de esta sesión de Laïcat XXI, cuatro de los cuales son laicos con experiencia en el acompañamiento (Meritxell Donaire y Xavier Padilla, de la parroquia de Santa María del Mar, de Barcelona, y el matrimonio formado por Assumpta Closa y Lluís Ticó, responsables en el Centro de Preparación al Matrimonio de la diócesis) y el quinto, un presbítero, catedrático emérito de teología de la Facultad de Teología de Cataluña (Barcelona) y de la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) y ahora párroco de Santa María del Mar, de Barcelona –el que esto firma–, han aportado, revisado y ampliado sus intervenciones, incluidas en este libro. A su vez se ha contado para esta edición con dos colaboraciones significativas; por un lado, la de los esposos que fueron auditores del Sínodo de los Obispos de 2015 nombrados por el papa: Eugeni Gay Montalvo, abogado que fue vicepresidente del Tribunal Constitucional de España, y su esposa, Montserrat Rosell Torrús, y, por otro, el psiquiatra y profesor Dr. Carles Pérez Testor, presidente de la Red Europea de Institutos de la Familia, de la FIUC (Universidades Católicas) y profesor titular de la Facultad de Psicología Blanquerna, de la Universidad Ramon Llull. En definitiva, este libro ofrece el testimonio de siete laicos que viven y reflexionan sobre la experiencia familiar con motivo de Amoris laetitia junto con un teólogo y pastor.
Esta Guía de lectura e interpretación se presenta con los siguientes capítulos:
1. Presentación de Amoris laetitia y síntesis de su enseñanza (Salvador Pié-Ninot).
2. Guía de lectura de Amoris laetitia, con antología de sus textos más relevantes y pistas para la reflexión y diálogo (Salvador Pié-Ninot).
3. ¿Qué tipo de enseñanza magisterial es Amoris laetitia? (Salvador Pié-Ninot).
4. ¿Qué pasa con las críticas publicadas? Novedad y continuidad del magisterio eclesial en Amoris laetitia (Salvador Pié-Ninot).
5. En torno a Amoris laetitia: testimonio de un matrimonio auditor del Sínodo 2015 (Eugeni Gay y Montserrat Rosell).
6. Acompañar después de rupturas y divorcios (Xavier Padilla).
7. Pautas para acoger la diversidad de situaciones familiares (Meritxell Donaire).
8. Pautas para la preparación del matrimonio (Assumpta Closa y Lluís Ticó).
9. La fragilidad de la familia posmoderna (Carles Pérez Testor).
10. Bibliografía selecta sobre Amoris laetitia (S. Pié-Ninot).
No queda más que augurar que este precioso texto de Amoris laetitia sea leído tal como el mismo papa indica, diciendo: «No recomiendo una lectura general apresurada, y espero que cada a uno, a través de la lectura, se sienta llamado a cuidar con amor la vida de las familias, porque ellas no son un problema, son principalmente una oportunidad» (AL 7). Por eso, lleno de esperanza, el mismo papa concluye Amoris laetitia deseando que «no desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido» (AL 325). ¡Que de verdad esta modesta guía de lectura e interpretación pueda servir a este objetivo!
SALVADOR PIÉ-NINOT, coordinador,
en nombre de todos los colaboradores.
Barcelona, 19 de marzo de 2017,
primer aniversario de la publicación de Amoris laetitia
1
SALVADOR PIÉ-NINOT 1
El papa Francisco, poco después de ser elegido en 2013, propuso iniciar una consulta general –de forma abierta y libre– a toda la Iglesia sobre el tema de la familia, para que fuese la base de reflexión de dos Sínodos de los Obispos, ambos en octubre, uno extraordinario y más restringido en 2014 y otro ordinario y más amplio en 2015. Se respiraba así el espíritu conciliar con el que el papa Pablo VI creó novedosamente el Sínodo de los Obispos en el año 1965, como institución en la que participan representantes de los obispos de todo el mundo con el papa. Espíritu que el mismo papa Francisco recordó y conmemoró con renovada convicción precisamente en la conmemoración con motivo de los cincuenta años de la creación del Sínodo de los Obispos (17 de octubre de 2015), con un propositivo discurso centrado en la sinodalidad en la Iglesia, entendida como «caminar en común» –que esto significa «sínodo»–, en este caso de los obispos de todo el mundo con el obispo de Roma, el papa.
Además, este espíritu se constató con fuerza cuando, en la clausura del Sínodo de 2015, el mismo papa Francisco elogió a los 270 participantes por la imagen ofrecida hacia fuera de «una Iglesia que no usa módulos preconcebidos», como si de esta forma quisiese marcar un cambio de paso respecto al pasado. Y de hecho así fue, como se puede constatar en su fruto más maduro como es esta Exhortación apostólica pos-sinodal conocida por sus dos primeras palabras: Amoris laetitia («La alegría del amor»). Nótese que «la alegría» de la cual se habla, ya presente en el título de Evangelii gaudium (EG) es fruto del Espíritu Santo, que surge de Cristo resucitado (cf. EG 2). Resuena aquí la petición que san Ignacio de Loyola expresa cuando, al meditar la resurrección, quiere que se pida «gracia para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo, nuestro Señor» (Ejercicios espirituales 221); esta alegría, además, será calificada como «consolación espiritual» (n. 316).
De hecho, ya Juan Pablo II había promovido en 1980 un Sínodo de los Obispos sobre el mismo tema, que tuvo su fruto en la Exhortación apostólica Familiaris consortio, en la cual la prioridad era la visión ideal de la primera célula de la sociedad, como es la familia; con su teología del cuerpo y su visión de la familia como imagen de la Trinidad había introducido una innovación respecto a la tradición, que rechazaba ver la imagen de Dios en el hombre fuera de su alma. Con el papa Francisco se da un paso más al profundizar en una aproximación al matrimonio y a la familia no ya desde lo alto, sino desde abajo, con una mirada amorosa de la realidad, que abraza también todos los gozos y las pasiones del hombre, para mostrar la apertura a lo que Dios quiere realizar como su imagen en el matrimonio y la familia, tal como recuerda al afirmar que el objetivo de Amoris laetitia es precisamente «orientar la reflexión, el diálogo o la praxis pastoral y, a la vez, ofrecer aliento, estímulo y ayuda a las familias en su entrega y en sus dificultades» (AL 4).
La evolución de todo este proceso sinodal hasta la publicación de Amoris laetitia puede constatarse al observar que las proposiciones hechas por el primer Sínodo de los Obispos de 2014, no todas fueron aprobadas por dos tercios, tal como estaba prescrito, y en cambio, después de un año de reflexión y contrastes, todas las proposiciones del segundo y más amplio Sínodo de 2015 recibieron los dos tercios prescritos; sobre ellas el papa construye Amoris laetitia, mostrando así que su texto es fruto de un «camino conjunto» –sinodal– entre los obispos y el papa.
Los temas centrales de Amoris laetitia son los siguientes: el matrimonio cristiano, una buena noticia para todos; tener presente la realidad compleja y la fragilidad de la familia hoy; el amor como camino, un recorrido de crecimiento y, finalmente, acompañar, discernir, integrar: una conversión pastoral siguiendo el testimonio de Jesús. Así pues, en síntesis, la Iglesia católica aparece compacta sobre las cuestiones doctrinales de fondo –la indisolubilidad del matrimonio, la unión matrimonial entre un hombre y una mujer y la ligazón entre sexualidad y procreación–. Y, a su vez, con un lenguaje vivo que parte de la experiencia pastoral de los obispos reunidos en el Sínodo y del mismo papa, manifiesta novedosamente –enfoque que quizá pueda haber creado ciertos interrogantes por no ser tan habitual– una atenta mirada a los casos particulares y problemáticos de la familia y de su entorno hoy, abriendo camino hacia una pluralidad aplicativa, dado que «el grado de responsabilidad no es igual en todos los casos». Por esta razón afirma además que «las consecuencias o efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas», y por eso, «si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones concretas, puede comprenderse que no debía esperarse del Sínodo de los Obispos de 2015 y de esta Exhortación Amoris laetitia una nueva normativa general de tipo canónico, aplicable a todos los casos» (AL 300, que recoge la Relación final del Sínodo de 2015,nn. 51, 84 y 85).
Nótese que AL tiene dos padres «nobles»: santo Tomás de Aquino y san Ignacio de Loyola (tal como afirma el cardenal Schönborn). En efecto, tenemos la exposición de la moral que se inspira en las grandes tradiciones ignaciana (discernimiento de la conciencia) y dominica (la moral de las virtudes). Y, en este sentido, se intenta ir más allá de las morales de la obligación, que en su extrinsecismo generaron al mismo tiempo tanto el laxismo como el rigorismo moral, para conectarse de nuevo con la gran tradición moral católica y, a través de ella, integrar la aportación que comporta el moderno pensamiento personalista. Por eso el cardenal Schönborn, presentador oficial de esta Exhortación, concluirá con convicción que «Amoris laetitia es el gran texto de moral que esperábamos desde los tiempos del Concilio Vaticano II».
Síntesis de la enseñanza que presenta la Exhortación Amoris laetitia
He aquí sucintamente sus aportes más significativos:
a) El matrimonio católico: una buena noticia
1) La doctrina católica sobre el matrimonio: «El matrimonio cristiano, reflejo de la unión entre Cristo y la Iglesia, se realiza plenamente en la unión entre un varón y una mujer, que se donan recíprocamente en un amor exclusivo y en libre fidelidad, se pertenecen hasta la muerte y se abren a la comunicación de la vida, consagrados por el sacramento, que les confiere la gracia para constituirse Iglesia doméstica y en fermento de vida nueva para la sociedad» (AL 292).
2) Situaciones donde no se realiza plenamente la doctrina católica del matrimonio: «Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, aunque algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo. Los Padres reunidos en los dos Sínodos sobre la familia expresaron que la Iglesia no deja de valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio» (AL 292).
Como se puede constatar, se presenta la doctrina cristiana del matrimonio cuando se realiza en «plenitud» (calificativo usado 11 veces en AL), según la doctrina explicitada en el capítulo III (AL 58-88) y resumida en el antes citado AL 292, teniendo presente que «el deseo de familia permanece vivo», dado que «el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia» (AL 1). El tema del crecimiento y del acompañamiento hacia lo «mejor» es constante a lo largo del capítulo VIII, y puesto que la tarea que tiene la Iglesia es la de «acompañar a sus hijos más frágiles, marcados por el amor herido, se asemeja a la de un hospital de campaña» (AL 291), cual bella imagen plástica –y muy suya– de su comprensión de «la Iglesia en salida» (concepto central de Evangelii gaudium 20-23). En el contexto de esta significativa imagen se recuerda que también «la familia ha sido siempre el hospital más cercano» (AL 321).
Nótese, además, la novedad de la formulación cuando apunta a una realización del ideal matrimonial solo «de modo parcial y análogo» (AL 293 cita: «El matrimonio solo civil y la mera convivencia») y a «no dejar de valorar elementos constructivos» en estas realidades, a pesar de no responder plenamente a la enseñanza de la Iglesia, siguiendo la positiva doctrina conciliar sobre «la presencia de las semillas del Verbo en las otras culturas –es decir, más allá del cristianismo– [cf. AG 11, del Vaticano II], que se puede aplicar a la realidad matrimonial y familiar, aunque tampoco falten las sombras» (AL 77).
b) El objetivo central de Amoris laetitia: la integración en la Iglesia
En un texto paradigmático por su forma y por su estilo solemne, único y casi «catedralicio», se presenta el objetivo central del papa Francisco en Amoris laetitia así: «Quiero recordar aquí algo que he querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el camino: dos lógicas recorren toda la vida de la Iglesia: marginar o reintegrar [...] El camino de la Iglesia, desde el Concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia de la integración [...] El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero. Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» (AL 296).
Nótese que, a pesar de la frecuente expresión de «situaciones llamadas irregulares» (AL 296, 297, 301) o simplemente «irregulares» (AL 305), el papa, en su catequesis del 25 de junio de 2015, precisó: «Personalmente no me gusta este término de situaciones “irregulares”». Así pues, las expresiones «situaciones de fragilidad o de imperfección» (AL 296) o «situaciones complejas» (AL 312) seguramente expresan mejor su pensamiento, ya que su acento recae en las personas y su posible integración en la Iglesia siguiendo la actitud de Jesús.
c) Tres principios clave: la ley de la gradualidad, partir de la conciencia y la necesidad del discernimiento pastoral
Para poder caminar hacia el ideal pleno del matrimonio, Amoris laetitia ofrece tres principios clave que asume de la viva tradición de la Iglesia, tipificada en las referencias al Concilio Vaticano II, a Pablo VI y a Juan Pablo II, así como diversas veces –¡catorce!– al teólogo más relevante de la Iglesia, como es santo Tomás de Aquino (del siglo XIII):
1) La ley de la gradualidad. Se trata de un principio propuesto en continuidad con el magisterio de Juan Pablo II, que afirmaba que «cada ser humano avanza gradualmente con progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y absoluto en toda vida personal y social» (Familiaris consortio 9), dado que «el ser humano conoce, ama y realiza el bien según diversas etapas de crecimiento» (n. 34). Por eso, en Amoris laetitia se precisa de forma relevante que «no es una “gradualidad de la ley”», sino una gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no están en condiciones de comprender, de valorar o de practicar plenamente las exigencias objetivas de la ley (AL 295).
En esta perspectiva se habla de la «pedagogía de la gracia para alcanzar la plenitud del designio que Dios tiene para ellos» (AL 297), siguiendo el camino de la Biblia, que desarrolla toda una pedagogía para conducir al pueblo de Dios «por etapas sucesivas» a la realización de la Alianza, que encuentra su finalización y plenitud en Cristo (cf. Heb 1,1; DV 2,4). Nótese, además, que al concluir AL se invita, con un toque de profundo realismo, a la esperanza cristiana a «relativizar el recorrido histórico que estamos haciendo como familias, para dejar de exigir a las relaciones interpersonales una perfección, una pureza de intenciones y una coherencia que solo podremos encontrar en el reino definitivo» (AL 325). Por eso, todo este proceso gradual se califica, tal como la vida moral, como «un camino de crecimiento» (AL 74, y también en AL 219, 221, 263 y 295).
2) Partir de la conciencia. El papa Francisco se refiere a la conciencia en veintinueve ocasiones, y recuerda su definición en el Concilio Vaticano II «como el núcleo más secreto del hombre» (GS 16; AL 222). Por eso la tradición de la Iglesia es constante en declarar que la conciencia es la «norma inmediata de la moralidad personal» (Juan Pablo II, Veritatis splendor 60), pero a su vez se insiste sobre la necesidad de formar e iluminar la conciencia, dado que «no es siempre un juez infalible, ya que se puede equivocar» (n. 62), sea por ignorancia, sea por el debilitamiento de los buenos hábitos, sea por los efectos del pecado. Ahora bien, frente al riesgo de legalismo, el papa pide que la conciencia de las personas sea tenida más en cuenta, afirmando con claridad que «estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas» (AL 37). Y por eso desea que «la conciencia de las personas debe ser mejor incorporada en la praxis de la Iglesia en algunas situaciones que no realizan objetivamente nuestra concepción de matrimonio. Ciertamente, hay que alentar la maduración de una conciencia iluminada, formada y acompañada [...] en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo» (AL 303).
3) La necesidad del discernimiento pastoral. Citado treinta y cinco veces, con clara resonancia de Ignacio de Loyola (cf. «Reglas para el discernimiento de los espíritus», en Ejercicios espirituales 313-336) y corroborada por dos citas de Tomás de Aquino (cf. AL 304), el papa sitúa explícitamente «el discernimiento pastoral» (AL 312) bajo el signo del «amor misericordioso» a través del perdón, el acompañamiento y la paciencia, para suscitar la integración de las personas: integración en la Iglesia, signo y medio de la integración en una relación renovada con Dios. En este contexto se quiere que no se caiga en el «relativismo», es decir, en una actitud que consideraría que todas las situaciones tienen el mismo valor (por ejemplo, un matrimonio civil y un matrimonio religioso). Igualmente rechaza la tentación de convertir la consideración de las circunstancias en el único criterio de evaluación (por ejemplo: yo tengo mi conciencia para mí, y esto me basta), lo que sería puro «subjetivismo». Se trata, en cambio, de anunciar siempre la buena noticia del matrimonio cristiano en su plenitud (cf. AL 307-312).
Por eso, el «discernimiento pastoral» debe comportar un doble momento, según AL 312: en primer lugar, los fieles que viven «situaciones complejas» se deben aproximar con confianza a los representantes de la Iglesia –pastores y también laicos «preparados» (AL 312)– «que proponen el ideal pleno del Evangelio y la doctrina de la Iglesia» (AL 308); y, en segundo lugar, estos representantes de la Iglesia son llamados no a legitimarlo todo, sino a comprender las situaciones y a «entrar en el corazón del drama de las personas», a fin de ayudarlas a una maduración y a la integración en la Iglesia, siguiendo «el camino de Jesús, que es el de la misericordia y de la integración» (AL 296).
4) Los criterios del discernimiento pastoral. En la Relación final del Sínodo de 2015, que está en la base de AL 312, se ofrecen seis criterios para su recto uso: «1) Hacer un examen de conciencia, con momentos de reflexión y de arrepentimiento; 2) los divorciados que se han vuelto a casar deberían preguntarse cómo se han comportado hacia sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; 3) si hubo intentos de reconciliación; 4) cómo es la situación de la pareja abandonada; 5) qué consecuencias tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de fieles; 6) qué ejemplo ofrece a los jóvenes que se deben preparar al matrimonio». En este contexto se recuerda la significativa afirmación del Catecismo –n. 1735– de que «la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas o incluso suprimidas» (proposición sinodal n. 85 y AL 302) a causa de diversos condicionamientos.
5) Las normas y su discernimiento. El principio general viene expuesto así: «Es mezquino detenerse solo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano [...] Enseña santo Tomás de Aquino que “cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación” (ST I-II, q. 94, a. 4). Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares. Al mismo tiempo hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a una norma. Ello no solo daría lugar a una casuística insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado» (AL 304).
6) La formación de un «juicio correcto» para el discernimiento de la situación de una persona supone un diálogo profundo que toca el llamado «fuero interno», es decir, la conciencia personal e íntima, particularmente relevante en el sacramento de la confesión «con el presbítero» (AL 300), pero también «conversando con laicos entregados al Señor» (AL 312), es decir, que viven una madura experiencia cristiana. Por tanto, no basta el juicio –o «fuero externo»– basado solo en criterios externos, ya que es en el interior de la conciencia iluminada por las referencias objetivas a la norma eclesial y por el diálogo pastoral donde puede surgir un discernimiento que dé la respuesta mejor ante la situación vivida. De esta forma es posible tomarse en serio las situaciones singulares con tal de que estén siempre encaminadas a realizar plenamente el ideal del matrimonio cristiano mediante un «juicio correcto» para el discernimiento que evite una ruptura –o «doble moral» (AL 300)– entre la doctrina (una) y su aplicación pastoral (diversificada).
7) La posible ayuda de los sacramentos. El papa constata el carácter pecaminoso de ciertas situaciones (cf. AL 305), pero «el discernimiento» al cual apela permite reconocer que, en ciertos casos, la gravedad del acto está disminuida, ya que un pecado mortal implica «plena conciencia y entero consentimiento» (Catecismo 1859). De ello se sigue que es posible en estas situaciones vivir y crecer en la gracia o don de Dios con la ayuda de la Iglesia. Por eso, la nota n. 351 de AL 305 precisa que esta ayuda puede ser también la de un sacramento, ya sea el de la reconciliación o penitencia, como «lugar de la misericordia del Señor», ya sea el de la eucaristía, que «no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (texto ya presente en EG 44), y por eso ambos sacramentos pueden ser importantes en la perspectiva de la integración y del crecimiento propio de toda AL.
d) La declaración de nulidad y los centros de escucha con el servicio jurídico-pastoral diocesano: su urgencia
Dentro del punto dedicado a «acompañar después de rupturas y divorcios» (AL 241-246) se reclama «la necesidad de una pastoral de la reconciliación y de la mediación, a través de centros de escucha especializada que habría que establecer en las diócesis» (AL 242, citando la Relatio Synodi de 2014, n. 47; cf. Relatio Synodi de 2015, n. 79). A su vez se resume en AL 244, el motu proprio del papa Francisco (15 de agosto de 2015) sobre la simplificación de las causas de nulidad matrimonial, donde propone hacer más accesibles, más rápidos y gratuitos los procedimientos judiciales de reconocimiento de la nulidad del matrimonio. A partir de ahora, pues, basta una sola sentencia, y no dos conformes, como hasta ahora. Además se dispone una forma breve del proceso, cuyo juez es el obispo, para los casos de nulidad muy clara. Nótese que no se trata de atentar contra la indisolubilidad del matrimonio, sino de hacer más accesible a todos los fieles divorciados, particularmente a los más necesitados, los medios para dilucidar si «de verdad» recibieron o no el sacramento de su matrimonio, ya que es en caso negativo cuando el matrimonio se declara como nulo.
A su vez, Amoris laetitia prevé un servicio jurídico-pastoral diocesano, recordando «que la aplicación de estos documentos [sobre la nulidad] es una gran responsabilidad para los ordinarios diocesanos», teniendo presente la necesidad de «la preparación de un número suficiente de personal, integrado por clérigos y laicos, que se dedique de modo prioritario a este servicio eclesial. Por lo tanto, será necesario poner a disposición de las personas separadas o de las parejas en crisis un servicio de información, consejo y mediación ligado a la pastoral familiar, que también podrá acoger a las personas con vistas a la investigación preliminar al proceso matrimonial» (AL 244).
Nótese, finalmente, la relevancia que el papa da a la parroquia y a la formación adecuada «para tratar los complejos problemas actuales de las familias». En efecto, «la principal contribución a la pastoral familiar la ofrece la parroquia, que es una familia de familias, donde se armonizan los aportes de las pequeñas comunidades, movimientos y asociaciones eclesiales. Junto con la pastoral específicamente orientada a las familias, se nos plantea una formación más adecuada de los presbíteros, los diáconos, los religiosos y las religiosas, los catequistas y otros agentes pastorales» (AL 202). A su vez se insiste en «la necesidad de la formación de agentes laicos de pastoral familiar con ayuda de psicopedagogos, médicos de familia, médicos comunitarios, asistentes sociales, abogados de la infancia y la familia, con apertura a recibir los aportes de la psicología, la sociología, la sexología, e incluso el counseling [...] Todo esto de ninguna manera disminuye, sino que complementa, el valor fundamental de la dirección espiritual, de los inestimables recursos espirituales de la Iglesia y de la reconciliación sacramental» (AL 204).
e) Conclusión: hacia una Iglesia que, como «precioso poliedro», ejerce de «hospital de campaña» para «acompañar, discernir e integrar»
La visión de Iglesia, pues, que aparece a través de toda Amoris laetitia es la de una Iglesia –fieles y pastores– que, siendo profundamente fieles a la doctrina cristiana sobre la familia –indisolubilidad del matrimonio, unión matrimonial entre un hombre y una mujer y ligazón entre sexualidad y procreación–, quiere sentirse más realmente próxima a la múltiple pluralidad de itinerarios individuales, conyugales y familiares –positivos, frágiles, complejos, «irregulares»...– para darles «aliento, estímulo y ayuda en su entrega y en sus dificultades» (AL 4). Tal visión, presente desde el inicio de la Exhortación, se va precisando en la medida en que se avanza en su lectura, y encuentra su formulación acabada en el capítulo VIII, centrado esencialmente en la fragilidad, a la que se responde con una pastoral de la misericordia, y por eso la Iglesia es calificada felizmente como «hospital de campaña» que sabe «acompañar, discernir e integrar» (AL 291).
De hecho, en este contexto, el papa reconoce que en los dos Sínodos sobre la familia han emergido una multiplicidad de puntos de vista y de preocupaciones pastorales, y que compara a las diversas partes de «un precioso poliedro» (AL 4). Esta imagen geométrica sugiere que las diversas perspectivas, en la medida en que corresponden a la realidad, se pueden armonizar entre sí. En este sentido, la forma de tratar AL el tema de los que conviven sin matrimonio sacramental está basada en la importante distinción entre orden ético objetivo y responsabilidad personal subjetiva. Siguiendo esta importante distinción, pues, se pueden clarificar algunas afirmaciones de AL que quizá hayan sido objeto de ciertos interrogantes y discusiones, al mostrar que las diversas orientaciones y pautas para la praxis de AL son equilibradas y prudentes.
La imagen delpoliedro –al parecer inspirada en R. Guardini, El contraste [1926] (Madrid, BAC, 1996) y quizá próxima a H. de Lubac, Paradoja y misterio de la Iglesia [1965] (Salamanca, Sígueme, 32002)– se aplica al Sínodo de los Obispos en cuanto representación de la Iglesia entera y enlaza con la explicación que daba ya Evangelii gaudium así: