Mujeres de la Biblia - Varios Autores - E-Book

Mujeres de la Biblia E-Book

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Hace treinta años, hablar de las mujeres de la Biblia era una novedad, al menos en nuestros países. La situación actual es, afortunadamente, muy distinta y, en muchos aspectos, cargada de esperanza. En estas últimas décadas, el interés por el estudio de las mujeres de la Biblia (las matriarcas, las profetisas, las mujeres sabias, las reinas, las heroínas, las esclavas, las esposas, las hijas, las prostitutas...) y de la función que desempeñan dentro del relato bíblico ha crecido hasta lo inverosímil. Esta es una invitación a conservar vivo su recuerdo y a reconstruir su historia, tejida de luces y de sombras, a caminar en la profundidad de nuestras raíces bíblicas a través de nuestras ilustres y sabias antepasadas.

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Seitenzahl: 137

Veröffentlichungsjahr: 2018

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MUJERESDE LA BIBLIA

Nuria Calduch-Benages (coord.)

TRAS LAS HUELLAS DE NUESTRAS ANTEPASADAS

NURIA CALDUCH-BENAGES

Todo empezó el 24 de mayo de 2015 en la embajada de España ante la Santa Sede. Había sido invitada por José Beltrán, director del semanario Vida Nueva, a la presentación de la versión española del suplemento femenino Donne Chiesa Mondo, que desde 2012 publica mensualmente el diario de la Santa Sede. Acepté sin dudar la invitación por dos motivos: el primero, porque era –y todavía soy– una asidua lectora del suplemento italiano y, en cuanto española, estaba muy contenta por su difusión en la lengua de santa Teresa de Jesús (de hecho se le había dedicado el primer número del nuevo suplemento con ocasión del quincuagésimo aniversario de su nacimiento); el segundo, porque era una buena oportunidad para encontrarme personalmente con Giovanni Maria Vian, el director de L’Osservatore Romano, y Lucetta Scaraffia, la coordinadora del suplemento femenino.

La tarde fue muy agradable. Intervenciones, recuerdos, fragmentos de vida, emociones, agradecimientos y una gran esperanza para el futuro. Se había firmado un acuerdo, se había gestado un nuevo proyecto y se había creado una nueva red de contactos. Nos encontrábamos frente a un gran desafío. Aunque no se dijera abiertamente, para algunos de los presentes aquella ocasión había sido el comienzo de una prolongada colaboración. Y así fue, al menos por lo que a mí respecta. Habían pasado apenas dos meses desde aquella presentación oficial cuando Lucetta Scaraffia me invitó a participar en la reunión del consejo de redacción de Donne Chiesa Mondo para mantener un intercambio de ideas y proyectar juntas nuevas colaboraciones para el suplemento femenino. A decir verdad, por una parte me sentí muy honrada por la invitación, pero, por otra, eso significaba un trabajo ulterior en mi agenda, ya de por sí desbordada de proyectos. A pesar de todo, acepté. Y estoy contenta de haberlo hecho, porque ningún esfuerzo es suficiente cuando se trata de profundizar en el papel de la mujer en la sociedad y en la Iglesia, de valorar su presencia y su iniciativa, de escuchar su voz y de reconocer su competencia.

La primera idea que me vino a la cabeza fue incluir una pequeña sección bíblica en el mensual, dedicar algunas páginas a las mujeres de la Biblia, empezando por las del Antiguo Testamento, para después, eventualmente, continuar con el Nuevo. La propuesta fue acogida unánimemente, y así empezamos una nueva aventura, sin perder de vista el objetivo que alcanzar. Una vez fijadas las figuras bíblicas susceptibles de presentación, confiamos la tarea a un grupo de conocidas biblistas, procedentes de cuatro continentes y pertenecientes a diversas confesiones religiosas. Son las que nos han acompañado durante todo el año con su guía competente y estimulante. En sus escritos hemos redescubierto los rostros de Sara, Agar, Tamar, Miriam, Débora, Ana, Betsabé, Rut, Ester y Judit; rostros surcados por la alegría y el dolor, la risa y el llanto, la alabanza y el lamento. Escogidas por Dios para llevar a cabo una misión, estas diez mujeres creyeron en su vocación y lucharon, incluso a costa de su vida, en favor de su pueblo.

Hace treinta años, hablar de las mujeres de la Biblia era una novedad, al menos en nuestros países. No así en otros lugares (por ejemplo en los Estados Unidos), donde los estudios sobre la presencia y la importancia de la mujer y del elemento femenino en los textos bíblicos datan del siglo XIX. La pionera en esta aventura fue Elizabeth Cady Stanton (1815-1902). Junto a otras veintiséis mujeres, esta notable sufragista norteamericana escribió The Woman’s Bible («La Biblia de la mujer»), en aquella época un auténtico best-seller, que fue publicado en Nueva York en dos volúmenes, respectivamente en los años 1895 y 1898 1. Las autoras decidieron comentar solamente aquellos textos bíblicos donde las mujeres estaban presentes y aquellos en los cuales su ausencia era clamorosa. En sus comentarios denunciaban los prejuicios masculinos, su influencia en la interpretación de la Biblia y la misoginia de algunos textos. La reacción no se hizo esperar, y las críticas llovieron de todas partes. ¡Benditas críticas!

La situación actual es, afortunadamente, muy distinta y, en muchos aspectos, cargada de esperanza. En estas últimas décadas, el interés por el estudio de las mujeres de la Biblia (las matriarcas, las profetisas, las mujeres sabias, las reinas, las heroínas, las esclavas, las esposas, las hijas, las prostitutas…) y de la función que desempeñan dentro del relato bíblico ha crecido hasta lo inverosímil. Los exegetas (varones, aunque sobre todo mujeres) que acuden a la Biblia para estudiar los textos sobre figuras femeninas son muchos, ya tengan una actitud positiva o negativa en sus consideraciones. Unos lo hacen para reinterpretar algunos textos conocidos que la tradición ha utilizado contra la mujer; otros pretenden arrojar luz sobre algunas tradiciones olvidadas en las que la mujer ejercía un cierto liderazgo; otros incluso investigan sobre la vida real de las mujeres, que la cultura patriarcal ha relegado al silencio y al anonimato.

Un par de ejemplos son suficientes para iluminar esta historia oculta. El primero tiene como protagonistas a dos mujeres anónimas de Israel, identificables exclusivamente por su sabiduría y su ciudad de origen. Ambas reciben el apelativo de «sabias», no por su habilidad manual o artesanal (cf. Jr 9,16; Ex 35,25-26), sino por su gran autoridad, su aguda inteligencia, su ponderado juicio, su dominio de la palabra, su capacidad de persuasión y su libertad de expresión; en resumen, por su competencia profesional. Hablamos de las mujeres sabias de Tecoa (2 Sam 14) y de Abel (2 Sam 20), que ejercieron su actividad durante del reinado de David 2.

Las mujeres sabias de Tecoa y de Abel, a pesar de no tener nombre propio, en su ambiente no resultan desconocidas. Al contrario, su fama va más allá de los confines de su ciudad, como en el caso de la mujer de Tecoa (Joab la manda llamar desde Jerusalén). No descuellan ni por su prestancia física, ni por su condición social, ni por su destreza manual, sino por su sabiduría, cualidad que les permite resolver con astucia las más intrincadas situaciones.

Ambas actúan en un contexto de extrema violencia, donde los varones dan inicio a una feroz lucha por conseguir el poder a toda costa, y donde el cuerpo de la mujer se convierte en el escenario privilegiado para reconocer al vencedor. Recordemos los hechos: Amnón viola a su hermanastra Tamar, provocando la venganza de Absalón; para demostrar el propio poder y hacer pública la rivalidad entre él y su padre, Absalón se une a la concubina de David; tras la muerte de Absalón, David vuelve a tomar a sus concubinas y las recluye hasta su muerte. No obstante este clima de agresividad, las mujeres sabias de Tecoa y de Abel trabajan activamente y con eficacia para salvaguardar la paz y la vida de sus pueblos, muy conscientes de que estos valores están por encima de las ansias desenfrenadas de poder. En lugar de sacar ventaja para sí mismas, ponen su sabiduría al servicio del bien común con un valor y una libertad impresionantes. Desafiando con la palabra a hombres poderosos (el rey David, el general Joab), arriesgan la vida para salvar a aquellas gentes, haciendo uso de su competencia y de su autoridad. He aquí en síntesis las dos historias.

El general Joab manda llamar a una mujer sabia de Tecoa (ciudad a 18 km de Jerusalén) para confiarle una delicada misión que él no puede llevar a cabo personalmente: lograr el retorno de Absalón. La mujer, siguiendo las instrucciones de Joab, debe vestirse de luto y presentarse en la corte del rey David con una historia conmovedora: viuda y con dos hijos, uno de los cuales, durante una disputa, mata al hermano; su familia exige la muerte del homicida para llevar a cabo una justa venganza y eliminar así al heredero de la familia del marido. De este modo colisionan dos principios de justicia: el deber de vengar el homicidio y el de preservar el nombre. Ella, como madre, siente el deber de defender la vida del único hijo que ahora le queda.

El rey David se conmueve con las palabras de la mujer y promete ocuparse del caso. La respuesta, correcta pero evasiva, no convence a la mujer, que no cede hasta obtener del rey una promesa formal. A continuación, de repente, abandonando la mujer la historia que ha contado, interpela directamente al rey con una magnífica oración. David está tan implicado en la escena que se siente obligado a tomar una decisión. Su hijo Absalón ha matado a su hermano Amnón, pero, si decide vengar al hijo matando al homicida, no solo no restituirá la vida a Amnón, sino que añadirá otra muerte en la propia casa. Asumida la responsabilidad que le es propia como rey y como padre, David decide a favor de Absalón y ordena a Joab que le haga volver. Con su «sabio» actuar, la mujer de Tecoa da muestras de una habilidad diplomática digna de elogio y que, por cuanto podemos constatar, era ya reconocida públicamente. ¡Joab no la había escogido por casualidad!

La historia de la mujer de Abel, ciudad cercana a Dan, en el extremo norte de Israel, se parece a la que se acaba de contar, aunque es menos complicada. Tras la muerte de Absalón, David ya no siente simpatía por Joab y, cansado de soportar su violencia, decide alejarlo de él. Así pues, lo destituye del cargo y le nombra general del ejército en Amasá. A pesar de esto, Joab consigue muy pronto desembarazarse de su rival y, durante la revuelta de Sibá, se impone como jefe del ejército contra la voluntad del rey. Tiene a todos los soldados de su parte, y con ellos asedia la ciudad de Abel, donde se ha refugiado el rebelde Sibá. Aquí entra en escena la mujer sabia que pone remedio a la dramática situación de la ciudad.

Desde la muralla, lugar visible para todos, la mujer llama a los soldados enemigos para que hagan llegar un mensaje a Joab: quiere hablar con el general. Joab no se hace esperar; acude donde la mujer y se muestra dispuesto a escucharla desde el primer encuentro. Ella da inicio a su discurso citando en primer lugar un proverbio que elogia la sabiduría de la gente de Abel, y a continuación, de repente, acusa a Joab de querer destruir la ciudad, «una madre de Israel». La respuesta de Joab es sorprendente. Él, todo un general, se excusa frente a una mujer, y le asegura que no es su intención destruir la ciudad; solo quiere capturar a Sibá. Escuchadas sus palabras, la mujer actúa con rapidez y decisión: entra en la ciudad, habla a todos los habitantes de Abel y les convence para que cumplan el deseo de Joab. Ellos decapitan al rebelde y envían su cabeza al general; de esta manera, el asedio cesa inmediatamente. Usando con astucia la razón, la persuasión y la retórica, la mujer sabia de Abel actúa con auténtica habilidad y, en este caso, también como líder del pueblo.

La sabiduría de las mujeres sabias de Tecoa y de Abel es una sabiduría en acción, una sabiduría transformada en palabras y gestos, una sabiduría que atestigua la existencia de una autoridad femenina (¡nunca un cargo oficial!), a nivel social y político, característica de un breve período de la historia de Israel. Esas son las únicas figuras supervivientes en esta fase.

El segundo ejemplo hay que buscarlo en el libro de Ben Sira, conocido también como Sirácida o Eclesiástico. En el llamado «Elogio de los padres» (Sir 44-50), Ben Sira pasa revista a la historia de Israel desde el patriarca antediluviano Henoc hasta su coetáneo, el sumo sacerdote Simón II, hijo de Onías II, llamado «el Justo» (ca. 220-195 a. C.). A simple vista adopta un lenguaje totalmente bíblico y habla de personajes conocidos en la historia del pueblo, cuyas historias son narradas en los libros bíblicos anteriores. Por otra parte, el sabio describe a los héroes tomando informaciones de textos diversos y combinando estas informaciones a su modo, lo cual resulta paradójico (por ejemplo, calla por completo el pecado de David). La galería de personajes ilustres está compuesta por patriarcas (Noé, Abrahán, Isaac, Jacob), caudillos (Moisés, Josué, Caleb), sacerdotes (Aarón, Pinjás), reyes (David, Salomón, Saúl, Roboán, Jeroboán, Ezequías, Josías), profetas (Samuel, Natán, Isaías, Ezequiel, Elías, Eliseo, Jeremías) y otros como Zorobabel y Nehemías. Sorprende el hecho de que todos los héroes mencionados sean varones. En el elenco no aparece ninguna mujer con nombre propio, ni siquiera incidentalmente 3. Las únicas mujeres que se mencionan son las muchachas que cantaban a David por su triunfo sobre diez mil y las mujeres con las que Salomón se divertía y que, como se recordará, fueron la causa de su perdición.

Ben Sira habría podido mencionar, por ejemplo, a las matriarcas (al menos a Sara), a Miriam, la profetisa, hermana de Moisés y de Aarón, o a Débora, la juez que impartía justicia bajo la palmera entre Ramá y Betel. Pero no lo ha hecho. Decide ignorarlas, callando así sus historias y silenciando sus voces. No conocemos –nadie puede conocerla– la razón de esa decisión, pero ciertamente no se debió a la ignorancia o la negligencia. Personalmente creo que la razón ha de relacionarse con la memoria colectiva, es decir, con el conjunto de representaciones del pasado que todo grupo social selecciona, conserva, elabora y comunica para distinguirse así de otros grupos y reforzar la propia identidad. Ben Sira era un maestro de sabiduría muy conocido en Jerusalén, donde enseñaba a los niños de las familias acomodadas. Era, por tanto, una persona culta, con autoridad, cuya doctrina era un punto de referencia para las jóvenes generaciones. En la memoria colectiva que había recibido, las mujeres aún no habían dejado ninguna huella o, mejor aún, estaban ahí como huellas genéricas que afirmaban, en tono más bien negativo, su existencia y corroboraban su insignificancia.

En otras palabras, para Ben Sira, el recuerdo de las mujeres no tenía valor. Por este motivo no hay nombres femeninos en el «Elogio de los padres», un texto, como tantos otros, declinado por completo en masculino. Elogiar a una mujer en particular habría significado admirarla, reconocer su cualidad y sus acciones y, a fin de cuentas, considerarla persona ejemplar, digna de ser imitada; pero esto, obviamente, no encajaba con el prejuicio androcéntrico que dominaba la antigua sociedad mediterránea, donde el honor de ser recordado estaba reservado casi exclusivamente a los varones 4. La ausencia de nombres femeninos en Sir 44-50 no se debe simplemente a la misoginia del autor, como sostienen algunos estudiosos, sino que su raíz se hunde en la memoria y en la identidad colectiva de uno de los grupos más influyentes en la sociedad de la época, cuyo máximo representante es el sabio Ben Sira.

Concluyo esta introducción con una cálida invitación dirigida sobre todo, aunque no solo, a las mujeres. Os invito, lectores todos, hombres y mujeres, a actuar como verdaderos arqueólogos de los textos bíblicos en la búsqueda de esas figuras sepultadas por el peso de un silencio que parecía eterno. Os invito a seguir sus huellas, a conocer sus nombres o incluso sus anonimatos, para escuchar sus historias con suma atención, para poder así restituir su rostro y sus voces. Os invito a liberar la Biblia de la interpretación androcéntrica para poder así alcanzar y expresar la totalidad de la existencia humana. La historia de las mujeres bíblicas constituye un auténtico desafío para todos los creyentes. Os invito a conservar vivo su recuerdo y a reconstruir su historia, tejida de luces y de sombras. En otras palabras, os invito a caminar en la profundidad de nuestras raíces bíblicas a través de nuestras ilustres y sabias antepasadas.

Y SARA RIO

NURIA CALDUCH-BENAGES

Sara es una de las matriarcas de Israel que, junto a Rebeca, Raquel y Lía, contribuyó al nacimiento del pueblo y a la construcción de su identidad y de su memoria. La historia patriarcal narrada en el Génesis no es solamente –como algunos han presentado– la sola historia de los patriarcas, sino que es también la historia de las matriarcas, destinatarias privilegiadas de la promesa divina.