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Mujeres: vidas paralelas es un ensayo de la escritora Concepción Gimeno de Flaquer. En él se hace un repaso de figuras femeninas clave en la historia de la humanidad, desde Cleopatra hasta María Cristina de Habsburgo, desde las mujeres de Esparta a las de Atenas, para criticar el lugar secundario al que el patriarcado ha relegado a lo largo de la historia a la mujer.-
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Seitenzahl: 201
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Concepción Gimeno de Flaquer
Saga
Mujeres: vidas paralelas
Copyright © 1893, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726509151
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
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This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
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Ji na fuera en mi fa gratitud sentimiento espontaneo, me la impondría coma un delies’; por esa quiero demostrar á mis amigos del Nuevo Mundo que no se ha extinguida el recuerda de sus bandades en el alma de la extranjera á quien concedieron casinosa hospetalidad, en el alma de su invaliable amiga
Concepción Gimeno de Flaquer.
A LOS SEÑORES MINISTROS DE LOS ESTADOS UNIDOS MEXICANOS
Las layes de los griegos habían relegado á la mujer al gineceo; pero la religión, el arte y la literatura lleváronla al taller del estatuario, á las páginas de la Iliada, al pedestal y á los altares.
¿Qué importa que la mujer fuera rebajada en los códigos si era enaltecida por la poesía? Sófocles fué considerado superior á Eurípides, porque supo halagar la imaginación presentando mujeres más perfectas.
Alardeaban los griegos de no inmiscuir á la mujer en la vida pública; pero no pudiendo escapar á su influencia en la vida privada, eran gobernados por la amiga, ya que no por la esposa.
Víctimas de esa geneocracia ó soberanía femenina fueron los licios, que formaban sus genealogías con los nombres de sus abuelas ó de sus madres.
Los espartanos no sólo buscan en las mujeres pretexto para conquistar á Mesenia sino que, al darse cuenta de las desgracias causadas por Helena, no pueden menos de exclamar que es glorioso combatir por tal mujer.
La influencia de la belleza es tan grande que, al presentarse la hermosa pecadora, salúdanla con vítores los griegos y ríndenle sus armas los troyanos.
Como Frine, deslumbra á la multitud con sus hechizos y, siendo culpada, queda absuelta.
Si Eurípides y Propercio le dirigen denuestos, es para inmortalizarla. Ella ha dado nombre á una raza y á un brillante periodo histórico; ella simboliza el grandioso poder del amor, capaz de crear las mayores dichas y los mayores cataclismos.
Helena es la encarnación del sentimiento griego, de ese exaltado sentimiento estético que se convierte en idolatría. Las sociedades helénicas le erigieron templos para que se corrigieran en ellos las jóvenes deformes. ¡Hermosa alegoría del triunfo del arte sobre la ciega naturaleza!
La cultura de los antiguos pueblos mexicanos debióse, cual la de los griegos, á esa religión de lo femenino, que libra al hombre de la barbarie.
En la teogonia griega como en la azteca, la mujer tiene buena representación: tal importancia concedida á la mujer mítica revela respeto á la mujer real.
Huitzilopochtli es entre los aztecas el dios principal, y todavía veneran más á Coatlicue, madre de ese dios y de los hombres, que impera en todos los dioses, como Juno. Toci es en la antigua Tenoctitlan lo que Cibeles entre los griegos; Citlalcueye dirige el movimiento sideral cual Urania, y Chalchiutlicue, reina de los mares, protege á los viajeros como Circe. Más interesante que estas diosas es Xochiquetzal, encantadora, poética idealidad, sólo comparable á Minerva.
La imaginación de los mexicanos ha dado vida en todos los tiempos á fantásticas creaciones, lo cual no es extraño viviendo bajo aquél cielo, al que sólo puede copiar el pincel de los que llevan en el alma eternas alboradas.
En la tierra del fastuoso Moctezuma respí rase la poesía en el ambiente, en aquel ambiente que impregnan de fragancias las gardenias de Córdoba y los jazmines de Jalapa... ¿Cómo no sentirse poeta ante la contemplación de aquella tierra guardada por gigantes que, como el Popocatepetl, y el Iztaxihuatl, tienen de fuego el corazón y llevan en la cabeza perpetuas nieves?
En aquella tierra abrazada por el Atlántico y el Pacífico, sobre la que vierten lluvia de aljófar las cascadas de Ixtlamaca y Tenango, esmaltada de lagos tan pintorescos como el de Pázcuaro, que refleja esbeltas palmeras, rojos granados y dorados limoneros, en donde se dan cita las ondinas de Chalco y de Texcoco, las nereidas de ambos Océanos, las napeas del bosque de Chapultepec y las dríadas de las florestas de Mixcoac para asistir á las serenatas que ofrecen las hadas con sus guzlas de cristal, los árboles no se despojan nunca de su manto de esmeralda; los crepúsculos tienen rosáceos vapores resplandecientes; las auroras, gasas siempre cerúleas y radiantes; los mares, estelas fosforescentes y espumas diamantinas que iluminan como faros.
Xochiquetzal, discreta, prudente y casta cual Minerva, preside á los amores platónicos: inteligentes ambas, tienen entre sus atributos símbolos de las bellas artes, los escultores llevan ofrendas artísticas al templo en que son veneradas, los héroes depositan á sus pies preciados trofeos.
El nombre de esa divinidad azteca compónese de la palabra xochitl, que significa flor, y de la palabra quetzal, que representa al brillante pájaro, símbolo de la belleza entre los indios. La morada de esa diosa era el tamoanchan, paraiso donde existía el mágico árbol llamado xochitlicacan, cuyas flores hacían fieles á los amantes. Representábase á la diosa por una estatua de madera figu rando púdica joven vestida con lujosa falda de brillantes colores y túnica azul salpicada de floripondios: roja diadema de cuero con plumas de quetzal adornaba su cabeza, ostentando ricos zarcillos de oro en las orejas, joyel de piedras finas en la nariz, ajorcas en los brazos y cetro de flores en la mano.
El día que le estaba consagrado denominábase xocchilhuitl, fiesta de la flores; en ese día los pintores, plateros y tejedores llevaban á los altares de la diosa los utensilios de sus respectivos oficios para ofrecérselos. Solemnizábase con la mayor pompa en honor suyo el nacimiento de las primeras rosas y la muerte de las últimas, y dedicábasele también el ameno baile de las rosas, para el que levantaban un pabellón cubierto de las más fragantes. Mientras bailaban unos, otros, disfrazados de pájaros y mariposas, subían á los árboles preparados para la fiesta y saltaban de rama en rama, fingiendo que absorbían el rocío de las flores.
Todo cuanto se refería á esa diosa respiraba poesía; Xochiquetzal es la figura más interesante de la religión de los indios mexicanos; Minerva, la más sublime del paganismo griego.
Minerva como Xochiquetzal, es encantadora creación: distribuye la victoria porque es justa, cual Astrea; vela por la familia y el hogar porque representa el orden, cual Temis; y, entre sus atributos, vénse el esfinge, símbolo de la inteligencia, y la rueca del trabajo, denotando que las faenas domésticas y la cultura del espíritu no son incompatibles.
¡Minerva! Bella representación del talento, la fortaleza y la hermosura.
Nace armada porque la sabiduría es fuerza; es austera porque personifica á la razón; huye de las pasiones, representando el juicio y la prudencia; enemiga de la vanidad, vuelve fea á Medusa por haber hecho alarde de su belleza; púdica como la virgen del pudor, ciega á Tiresias, que la sorprende en el baño; amante de la castidad, venga á Casandra del ultraje de Ayax.
Sus armas no son ofensivas porque su lanza hace brotar del suelo el olivo de la paz, conserva el orden social, y la agricultura, las artes y la industria pónense bajo la égida de la inventora del arado y del rastrillo, mirándola como protectora de los hogares porque ha enseñado á los hombres el uso del fuego.
Tiene atributos náuticos é instrumentos matemáticos á los pies, y en la mano la estatua de la victoria.
Como institutora del Areópago preside á la justicia; como vigiladora de las fortalezas preside á la guerra defensiva é inventa la trompeta y la flauta para regularizar las evoluciones de los ejércitos. Su ave favorita es el buho, emblema del silencio y la meditación; adorna su casco con esfinges, indicando la sutileza intelectual; los ocho caballos que lleva en la visera son alegoría de la rapidéz del pensamiento.
Ella inspiró á Fidias que, apartándose de la tradición hierática, dió vuelo á su genio para crear una figura que ha causado eterna y general admiración.
La obra maestra de la arquitectura griega es el templo de esa diosa, el famoso Parthenon, monumento dórico, erigido en la cima del Acrópolis, en la ciudad querida de Minerva ó Pallas atenea.
Poética es la creadora del Areópago: adorada por los etruscos, egipcios, griegos y romanos, reunió todos los atributos de las divinidades femeninas; enaltecida por la filosofía neoplatónica, llegó á personificar el tipo de la mujer fuerte, el de la suprema sabiduría.
No es extraño que Aspasia sintiera celos de Minerva y que, como á Temístocles los trofeos de Milciades, quitáranle el sueño á la hija de Mileto los trofeos de la diosa.
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A LA COLONIA ESPAÑOLA RESIDENTE EN MÉXICO
María Cristina de Habsburgo Lorena parece haber heredado las virtudes y méritos de su ilustre bisabuela, la muy amada emperatriz María Teresa de Austria. Como la popular hija de Cárlos VI, María Cristina de Habsburgo ha recibido una educación perfecta, basada en los principios de la más pura moral, la cual le ha permitido, en la difícil situación que el infortunio le ha creado, levantarse á nna altura que admiran los españoles. La digna actitud de la augusta viuda, su prudencia, su bondad, sus generosos sentimientos hacia los enemigos de la idea política que representa, su claro criterio y sus virtudes le han atraído el respeto de los antimonárquicos y de los que la miraban con injustificada repulsión, á causa de pesar sobre ella el delito de extranjerismo, delito que, estamos seguros, no le han de hacer expiar los españoles.
Tan pronto como la digna señora se sobrepuso al dolor que embargaba su ánimo, tan pronto como pudo hacer un esfuerzo de valor moral, su primer arranque fué un rasgo de delicadeza para el pueblo que la acogió en su seno; rasgo que han sabido estimar en su justo valor los descendientes del Cid y de Pelayo.
Confío mis hijos á vuestra nunca desmentida lealtad, dijo la ilustre viuda; y este grito, escapado del alma de la madre y de la reina, tuvo resonancia en los generosos corazones del noble, del valiente, del caballeroso pueblo español.
Cuando todas las potencias europeas esperaban un conflicto entre los partidos disidentes, cuando los jefes de otras naciones fijaban ávidas miradas en nuestra infortunada patria, esperando que un trágico suceso fuese la continuación de anteriores calamidades, el heróico pueblo español daba un ejemplo de cordura que causó el asombro universal y que ha de enaltecer las ya brillantes páginas de su historia.
Mientras la interesante reina cumplía su deber, procurando salvar el trono de sus hijos, todos los partidos se unían para salvar á la patria, proclamando el mayor respeto á la afligida dama que ocupa el solio de San Fernando.
¿Qué mágico poder ha obrado el milagro de acallar todas las hostilidades? La hidalguía del valeroso pueblo celtíbero. No se equivocó la inteligente consorte del malogrado Alfonso XII al confiar en ella. Este bravo y enérgico pueblo, que no cede á ningún yugo, se inclina, siempre ante la desventura. Viva tranquila la ilustre familia de Habsburgo respecto á la suerte de María Cristina en España; la Reina Regente podrá no tener como reina simpatías generales; mas, como dama, puede contar con un defensor en cada español, porque su desgracia la hace sagrada en la tierra clásica de la hidalguía.
¡Grande tiene que ser siempre el pueblo que alienta tan levantadas ideas! Y ya que del pueblo español hablamos, es oportuno dedicar un recuerdo á los patrióticos sentimientos que sinceramente, sin jactancioso alarde, manifestaron en peligroso momento histórico tres de sus más dignos representantes: los señores Sagasta, Cánovas y Castelar. Estos eminentes hombres, jefes de tres partidos de ideas muy divergentes, obraron con tan gran alteza de miras, que su conducta merece el mayor elogio. Mientras Sagasta, gran patricio á quien jamás han endiosado el poder ni el aura popular, sabiendo vivir en medio de los mayores homenajes con lacedemónica sencillez, mientras Sagasta desenvolvía su honrada política liberal, el eminente Cánovas, ese notable estadista tan celebrado por los primeros diplomáticos de nuestros días, prestaba su valioso apoyo al gobierno, obrando con la buena fe que le distingue, al mismo tiempo que Castelar, una de las más legítimas glorias de España, encauzaba el torrente próximo á desbordarse, calmando la irritada impaciencia de sus correligionarios y ostentando una benevolencia hacia la monarquía que hizo honor á sus nobles sentimientos. ¡Salvar la patria á toda costa! Ese ha sido el pensamiento que, cual estrecho lazo, ha ligado las voluntades de tres garandes hombres que siempre habían militado en opuestos bandos.
Y no sólo quisieron salvar á la patria, sino salvar también á la triste compañera del monarca que tanto amó á España, Cánovas, cual esforzado campeón, cual galante paladín de María Cristina, despertó en todos los corazones una corriente de sentimentalismo favorable á la ilustre viuda, poetizando su dulce y bella figura con estas palabras: Ayudemos á sostener la paz pública á la augusta señora que en este momento tiene, además de la corona de regente que sustenta, otras tres coronas que d ben infundirnos el más profundo respetoyla adhesión más inquebrantable: la corona de la virtud, la de la juventudyla del dolor.
Por muchos títulos es acreedor María Cristina á la pública consideración: la joven princesa que en vida del rey no quería tomar parte en los negocios públicos ni señalarse con ninguna iniciativa, estudiaba los sucesos, sacaba deducciones y se formaba un criterio propio, tan firme como claro, que le ha sido muy útil. La reina regente posee vivísima inteligencia, gran golpe de vista é intuición exacta de cuanto parece debiera serle desconocido, con lo cual sorprende á los ministros de la Corona y á todos los diplomáticos que tratan con la soberana altos asuntos.
¡Ojalá sean las circunstancias favorables á la Reina regente para que pueda desplegar las virtudes cívicas y viriles que desplegó la vencedora de Federico II de Prusia, virtudes que no son extrañas á las princesas de la casa de Habsburgo, princesas que han brillado por la pureza de costumbres en la vida privada.
En María Teresa de Austria, cuya sangre circula por sus venas, tiene gran modelo que imitar: aquella extraordinaria mujer reorganizó la armada, reformó la justicia, dió impulso al comercio, erigió monumentos, fundó universidades y colegios, entre los cuales todavía es famoso el que se halla en Viena con su nombre, y creó observatorios, dotándolos de importantes telescopios que revelaron los secretos de la bóveda celeste á sabios de la talla de Boscovtch, Haller y Hell.
Brillante página ha consagrado la historia á la valerosa reina de Bohemia y de Hungría, cuyo trono le fué tan disputado, y cuyo imperio aumentó con terrenos en Rusia y Baviera, haciendo florecer lás ciencias y la industria en Austria, á pesar de las guerras que tuvo que sostener.
Los tesoros de las Indias que llegaron á su imperio debiéronse á los canales que hizo abrir en los Países Bajos.
Educada para reinar, asistía á los Consejos de Estado cuando solo contaba catorce años de edad.
Su talento diplomático valióle para atraerse á Hungría, que por espacio de dos siglos había sido enemiga de Austria y, al recibir los homenajes de esa nación, dirigióles ésta hábil arenga:
«Si yo ó mis sucesores quieren quitaros vuestros privilegios, que os sea permitido defenderos sin ser acusados de rebeldes.»
El efecto fué mágico; los húngaros exclamaron:
Moriamur pro rege nostra María Teresa.
Aquella gran dama sentía como una mujer y pensaba como un héroe.
No afeminaron su política los cuidados de la maternidad: nodriza de sus hijos, jamás le faltó tiempo, sin embargo, para cumplir sus altos deberes de rey.
Era tan humilde y tan caritativa que, al ver en la puerta de un templo á un niño canijo que moría de inanición porque su enfermiza madre, que se hallaba en la miseria, no podía sustentarle, cogió á la desventurada criatura, acercóla á su seno y con el alimento le devolvió la vida.
¡Extraña ternura en aquel alma de conquistador!
Tierna, piadosa é inteligente como María Teresa es María Cristina. A los pocos días de conocerla el malogrado Alfonso XII pudo admirar en ella un rasgo digno de un alma delicada. En vez de aturdirse con la felicidad que le ofrecía su destino, en vez de pretender borrar en el alma del hombre á quien amaba la imagen que había dejado otra mujer, unióse á su prometido para rendir culto á la memoria de la reina Mercedes, que había pasado por este mundo como grata fragancia, fulgor de estrella ó eco de melodía.
La religión del recuerdo fué el primer lazo que estrechó los corazones de D. Alfonso y doña Cristina, unidos más tarde por otro más fuerte, el lazo del amor.
En la basílica de Atocha, después de recibir la bendición nupcial, coronada de azahares y de regia diadema, cuando se preparaba para subir al trono de San Fernando, arrodillóse humildemente ante su buena madre y le pidió Ja bendición. Tal rasgo de amor filial conmovió á los circunstantes y tuvo resonancia en toda España.
Como la felicidad no es eterna ni para las reinas, pronto dejó de ser dichosa la enamorada compañera de Alfonso XII; la muerte dejó su alma viuda para siempre.
En su amor maternal y en las simpatías del caballeresco pueblo cuyos destinos rige, encuentra lenitivo su dolor; lenitivo he dicho y no olvido, porque éste sólo puede penetrar en almas vulgares.
La Reina Regente de España posee la bondad de Blanca de Castilla, la energía de Isabel la Católica, la habilidad política de Catalina de Médicis, el talento de Berenguela, la grandeza y la belleza de la interesante hija de Maximiliano II. Es digna de las ilustres casas de Habsburgo y de Lorena, que han dado reyes muy notables.
A la casa de Habsburgo pertenecen Alberto II el Sabio y Rodolfo IV el Ingenioso. Distinguidos por cualidades propias han sido los monarcas austriacos entre los que se destacan: Leopoldo I, el Ilustre; Alberto I, el Victorioso; Ernesto, el Valiente; Leopoldo IV, el Lileral y Leopoldo VI, el Glorioso.
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Á LOS SEÑORES GOBERNADORES DE LOS ESTADOS DE LA REPÚBLICA DE MÉXICO
Difícil es encontrar reunidos en una mujer el talento y la hermosura; mas, cuando así sucede, la que tales dones reune conviértese en prodigio de la naturaleza. Ser bella é inteligente es poseer dos cetros, es haber alcanzado todos los privilegios, todos los triunfos, todas las victorias. En tal concepto no es extraño que Mme. Recamier y Mme. Girardin hayan inspirado tanta pasión.
Fueron denominadas musas de los salones, porque el mayor encanto de estas dos mujeres consistía en su trato fascinador.
Dirigían la conversación con una gracia, con una habilidad, que se hizo proverbial.
Tanto una como otra tuvieron el talento de constituirse una corte sin favorito conocido, sabiendo reinar con serenidad olímpica, extendiendo entre sus admiradores un nuevo caduceo que pacificaba las reyertas surgidas por causa de ellas.
Mme. Recamier vióse siempre rodeada de hombres de mérito: en la escogida sociedad que se formó eran los más constantes en tributarle homenajes Jordan, Bernardotte, los Montmorency, Ballanche, Benjamín Constant y Chateaubriand.
Luciano Bonaparte quiso ser el Romeo de esta bella Julieta. ¡Napoleón el Grande ambicionó algo más!
El mérito de saber formar un círculo brillante y ameno que, cual Mme. Recamier, poseyó Mme. Girardin, heredólo ésta de su ilustrada madre Sofía Gai, distinguida literata, que cultivó las bellas letras con gran inspiración.
La cuna de Mme. Girardin mecióse al compás de cadencioso ritmo. La prodigiosa niña fué arrullada con versos correctos y sonoros. Al salón de Sofía Gai acudían constantemente Jouy, Etienne, Alexandre Saumet, Amaury Duval y Beranger; en el salón de su hija Delfina reuniéronse más tarde Mery, Lamartine, Víctor Hugo, Balzac y Jorge Sand.
Mme. Girardin y Jorge Sand dividieron sus laureles en Francia como la Avellaneda y la Coronado en España; el estilo de Jorge Sand y la Avellaneda sorprendía por vigoroso, el estilo de Mme. Girardin y Carolina Coronado cautivó por su ternura.
La encantadora figura de Mme. Girardin tiene por cuadro un buen lienzo, su época: á ella debe la mayor parte de su gloria. Poco, muy poco brillará el talento más extraordinario si éste se desenvuelve en aciagos días de indiferentismo y apatía intelectual. Madame Girardin nació en el año 1804, en esa época de entusiamo literario, en esa época romántica en que Francia concedía todos los triunfos al espíritu, haciéndole prevalecer sobre la materia.
Hasta la naturaleza pareció ponerse de acuerdo con el gusto de la época para dotar á Delfina de una belleza que hechizaba á los poetas, y que todos los novelistas querían para sus heroinas. La belleza de la inspirada poetisa era melancólica. Su espléndida cabellera, de un rubio apagado, flotaba desprendida sobre sus hombros, como la cabellera de una sibila; sus grandes ojos azules, soñadores y sentimentales, parecían suspirar; su frente, espaciosa y altiva, revelaba la fuerza del pensamiento; su boca semejaba un capullo de flor de granado; su esbelta figura tenía flexibles ondulaciones, elegancia y majestad. Delfina Gai fué comprendida por sus contemporáneos, y esto explica las múltiples admiraciones que siempre la rodearon. Cuando apenas contaba diez y ocho años de edad, la corona académica ciñó sus sienes, como premio al magnífico poema titulado Las hermanas de Santa Camila, obra que reveló su genio y fué prólogo de notables libros que más tarde debía escribir.
Entre las distintas anécdotas que se refieren, relativas á la vida de la elegante escritora, recuerdo una que voy á relatar. Acababa de subir al trono de Francia Carlos décimo; los intrigantes palaciegos querían buscarle una favorita y pensaron en Delfina Gai para ocupar este bajo puesto que los cortesanos denominan alto. Obligaron á Delfina á que escribiese una oda y se la leyera al rey. Ignorando la joven poetisa los viles planes de los palaciegos, presentóse ante él acompañada de su madre, y le leyó sus versos. Conmovieron al monarca la púdica expresión de su rostro, su noble y altiva actitud y sus levantados pensamientos vertidos en elocuentes frases y, comprendiendo que no había nacido para favorita, le dijo en un momento de caballeresca generosidad: «Teneis un talento poético de primer orden; desde hoy os señalo una pensión de 500 escudos mensuales para que busqueis en los viajes vuestras inspiraciones. Creedme, debeis salir de París, en donde os amenazan peligros que no podeis presentir».
Nunca se hubiera prestado Delfina á representar el papel de favorita porque el favoritismo de los reyes es la esclavitud, y ella era muy altiva; pero de todos modos, la conducta que Carlos observó en aquel caso fué muy noble. Aceptada la pensión del Monarca para los viajes de estudio que se ordenaban hacer á la poetisa, marchó con su madre á conocer Suiza é Italia. En Italia la recibieron triunfalmente; su celebridad había atravesado los Alpes antes que ella. Condujéronla al Capitolio entre palmas, cual nueva Corina, y allí recitó versos ante la entusiasta multitud, que le dió el nombre de la gran poetisa griega. En Italia escribió parte de su admirable poema Magdalena, Los últimos días de Pompeya y varias poesías. Viajando por la patria del arte se encontró con Lamartine en un sitio muy poético, en la cascada de Vellino, en Terni. Lamartine se enamoró de ella platónicamente y, al dedicarle algunas líneas en una de sus obras, ha estampado esta frase: «La amé siempre sin pensar en que fuera mujer; la había visto diosa en Terni».