La mujer juzgada por una mujer - Concepción Gimeno de Flaquer - E-Book

La mujer juzgada por una mujer E-Book

Concepción Gimeno de Flaquer

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Beschreibung

La mujer juzgada por una mujer es un ensayo de corte feminista de la escritora Concepción Gimeno de Flaquer. En él, la propia autora hace uso de la voz narrativa y se dedica a analizar cada uno de los aspectos que para ella son relevantes en la denuncia del lugar en el que el patriarcado ha relegado a la mujer en su época, desde la sumisión hasta la coquetería.-

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Seitenzahl: 247

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Concepción Gimeno de Flaquer

La mujer juzgada por una mujer

QUINTA EDICION. CORREGIDA Y AUMENTADA POR LA AUTORA

Saga

La mujer juzgada por una mujer

 

Copyright © 1882, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726509199

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

PRIMERA PARTE.

DOS PALABRAS.

Vuestros son mis pensamientos.

Para vosotras escribo.

No trazo una línea que no os la dedique.

Mis páginas os pertenecen.

Os las ofrezco.

Aceptadlas.

En mis novelas la figura más noble, el tipo más simpático, es siempre una mujer.

Entre mis artículos no encontrareis uno solo que no se relacione con vosotras.

He tomado la pluma para combatir atrevidamente á nuestros impugnadores, en el libro La Mujer Española, y en los periódicos fundados por mí, en Madrid, bajo el título de La Ilustracion de la Mujer, y en México, con el título de El Album de la Mujer.

Me he deleitado recorriendo la historia de todos los países, para buscar en ella nombres de mujeres célebres, y recordarles á los hombres de hoy, que en todas épocas han brillado mujeres eminentes; que no hay inferioridad intelectual en la mujer con relacion al hombre.

He intentado demostrar la aptitud de la mujer para las artes y las letras, citando obras de mujeres que fueron el asombro del mundo artístico y literario.

He descrito diferentes heroismos de la mujer.

Al leer el índice de este libro, encontrareis dos capítulos titulados: “La mujer vanidosa” y “La mujer coqueta;” pero no os alarmeis.

Tened confianza en mí.

Os afirmo que siempre os seré fiel.

Jamás me pasaré al campo enemigo.

Si sólo canto vuestros méritos y virtudes; si callo nuestros defectos, mi voz no será escuchada.

Para definiros debo ser imparcial: si no lo fuera, mis opiniones no tendrían fuerza.

Creo que una mujer observadora es más apta para juzgar á la mujer, que un hombre de gran talento.

Nunca nos juzgan los hombres con serenidad.

Si se ven correspondidos en su amor, nos apellidan ángeles; si se ven desdeñados, nos denominan crueles.

Sus juicios son hijos de sus sentimientos, y el sentimiento nunca es frio cual la razon: el sentimiento no analiza.

Los hombres sociables encuentran seductor el trato de la mujer; los misántropos no lo pueden soportar.

Observemos los contradictorios juicios de los hombres respecto á la mujer.

Ningún animal puede faltar á su instinto: el de la mujer es engañar. Beaumarchais.

La mujer es la obra maestra del Universo. Lessing.

No hay mujer que merezca nuestra atencion. Plauto.

Las mujeres son lo mejor del mundo. Rousseau.

La mujer es el jefe del pecado. Orígenes.

La felicidad del género humano depende de la mujer. Retif de la Bretonne.

Los primeros impulsos de la mujer son mejores que los nuestros. Beauchêne.

Nosotros no creemos en absoluto este aserto de Beauchêne, y la imparcialidad de nuestro juicio nos autoriza para calificar de injusta la opinión de Orígenes.

Los impulsos del hombre pueden ser tan buenos como los de la mujer. ¿Por qué exagerar las cosas?

Debemos decir sinceramente que ni somos malas ni somos perfectas. ¡Perfectas! ¿Qué derecho les asiste á los hombres para exigir que seamos perfectas, si tan imperfectos son ellos?

Los hombres son responsables de sus defectos, y muchas veces de los nuestros.

El hombre le dice á la mujer: nada eres sin mí. Yo te doy la posición social, yo te colocaré en altos puestos; mas para conquistarme necesitas ser bella. Sé bella por cualquier medio.

La mujer que oye estas palabras, si no tiene formado el criterio, se figura que su única misión es agradar realzando su belleza exterior, y no se cuida de adquirir bellezas morales.

La mayor parte de los hombres se entusiasman con las mujeres frívolas, ligeras y superficiales, encontrando graciosas sus coqueterías; y como de esas coqueterías al coquetismo no hay más que un paso, es muy fácil hacerlas incurrir en la culpa que ellos mismos condenan.

Seamos sérias: ajustemos nuestros actos á la más sana razon, y no retrocedamos en la senda que nos marque el deber.

Oigamos con indiferencia los ataques de nuestros detractores y las adulaciones de los que se fingen amigos nuestros para vencernos.

Es más fácil defenderse de los adversarios que nos increpan, que de los enemigos que nos adulan.

Defendámonos de éstos y seremos invencibles.

Seamos fuertes y triunfaremos siempre, ya que las pasiones y las debilidades de los hombres los hacen nuestros esclavos.

––––––––––

I LA NIÑA

Una niña es un sér sagrado: representa la familia futura, un mundo de ilusiones y esperanzas acariciadoras, la misteriosa página del libro del porvenir.

La vida de una niña debe sernos muy querida, porque al troncharse, se marchitan quizás las semillas de grandes ideas; tal vez el germen de más perfectas generaciones.

Las niñas son la alegría del hogar, las inseparables compañeras de la madre, la fiesta de la vida.

La madre debe conservar cuidadosamente la inocencia de la niña, porque destruir esa inocencia es agostar la infancia, es arrebatarle la felicidad.

La infancia de una niña es la alborada de un dia de Mayo, el crepúsculo matinal de un cielo sin nubes, la fresca brisa impregnada de perfumes y armonías; la mañana de la vida, pura, radiante y serena.

Las niñas que por descuido de sus padres han perdido la inocencia, ofrecen un triste espectáculo: hállanse en el otoño de la vida, sin haber gustado las delicias de la primavera; son flores frescas rodeadas de amarillentas y secas hojas.

¡Cuánta lástima inspira la vejez moral, al retratarse en la sombría frente de una niña que siempre debía verse risueña!

La niña á quien se ha rasgado el cendal del candor es una enferma del alma. Al perder el candor, pierde una niña la encantadora espontaneidad infantil que tanto seduce, la fascinadora gracia que tan adorable la hace.

Las niñas despojadas de su inocencia, se convierten en mujeres en miniatura, y como fenómenos de la naturaleza, son siempre antipáticas y ridículas.

¡Madres! A vosotras está fiada la misión de velar por la inocencia de esos ángeles terrestres llamados niñas. No deshojeis las flores de la inocencia antes que lo haga la mano del tiempo.

Las niñas que presumen de mujeres, son cual los frutos de estufa, se corrompen sin haber estado en sazón; tienen una vida ficticia, artificial.

¡Madres! No ofrezcais galas á las niñas; ofrecedles muñecas.

Una niña sin muñeca no tiene la alegría de aquellas niñas que revolotean cual alegre bandada de mariposas, convirtiendo el hogar en jardín de la existencia.

Una niña sin muñeca, es una desheredada de la fortuna, debe considerarse sola en el mundo, porque le falta su confidente, su primera amiga, la depositaria de sus expansiones.

Cuando veais una joven taciturna, de tez marchita y de alma envejecida, compadecedla; es una joven que no ha tenido infancia, porque no tuvo muñecas.

Una señora dotada de corazón ternísimo, regaló una muñeca á una pobrecita que mendigaba. Esta limosna nada vulgar, que muchos séres no comprendían, fué una limosna de amor. La muñeca era para la menesterosa la realización de un hermoso sueño, era una alegría real, una felicidad tangible que podía estrechar entre sus brazos.

Indudablemente aquella señora era madre y comprendía las necesidades morales de una niña.

Las jóvenes de carácter sombrío y concentrado, son aquellas á las cuales han faltado las alegrías de la infancia.

Prolongad la infancia de las niñas y prolongareis su ventura.

Todo sonríe en esa edad bendita. La primavera es el espejo de la niñez, de esa edad preciosa en que se gozan bajo el materno regazo venturas inefables; de esa bendita edad, en la cual no hay pesar que dure un momento, ni desdicha que pase de un segundo, ni amargura que no se dulcifique en el instante.

Gocemos todo el tiempo posible de los placeres de la edad temprana, inseguros siempre en la edad provecta.

¡Amemos á las niñas! Ellas son muchas veces el eslabón que une la cadena conyugal cuando se halla rota por el desamor.

Las niñas embellecen la existencia; ellas saben hacernos sonreir cuando el dolor nos abruma, ellas saben desarrugar el más adusto ceño.

¡Educad bien á las niñas! La discreta tolerancia con los defectos de las niñas, es una culpa que más tarde os reprocharíais.

¡Qué desconsolador, qué humillante debe ser para una madre oir la siguiente frase! “Hago á vd. responsable de mis defectos; ¿por qué no me educó vd. mejor?”

¡Qué inmensa pena debe sentir la madre que ha merecido tal acusación!

La madre debe ser la educadora de las niñas; el Eterno le ha confiado tan augusta misión.

Nadie conoce á la niña cual su madre: hay entre ambas una corriente simpática, un hilo misterioso que las atrae.

La madre posee una secreta magia que le permite comprender á la niña balbuciente: sólo la madre conoce la clave de los enigmas del corazón de la mujer.

Las niñas son la alegría, la dicha, la paz del hogar: una casa sin niñas es un verjel sin flores.

¡Benditas sean las niñas!

––––––––––

II NIÑAS Y FLORES.

Las flores son la primavera del año; las niñas la primavera de la vida. Las niñas, como las flores, tienen alborada y crepúsculo, brillante existencia, vida fugaz. Fraternizan, se aman, porque se asimilan y se comprenden: un capullo de rosa y una niña son dos capullos.

La mañana del dia, al espirar entre perfumes y frescura, convierte el capullo en flor; la mañana de la vida, al desaparecer con sus armonías seductoras, trasforma la niña en mujer.

Las flores, como las niñas, son séres sensibles que tienen vida propia; las flores respiran, crecen, palpitan, se entusiasman, se exaltan, sufren, viven, gimen, lloran, mueren. ¡Cuántas veces al tronchar una azucena os habreis detenido sin saber por qué! ¡Ah! era que oíais un gemido vagamente, el gemido de la azucena, y lo que destilaba en vuestros dedos su tallo, ese líquido que llaman savia los naturalistas, era el llanto de la flor.

Las flores, séres delicados que se agitan momentáneamente con perceptibles estremecimientos, duermen también y se despiertan solas: hay flores fluviales que al asomar la aurora alzan sus cabezas en las orillas de los lagos, permanecen erguidas durante el dia, y al declinar la tarde contraen sus pétalos y se sepultan en las profundidades de sus lechos acuáticos.

Así como las niñas tienen sus dias de recreo, las flores tienen sus horas festivas: las de sol espléndido, de brisas y fresco rocío, son para ellas grandes solemnidades, en las cuales ostentan su inocente alegría revelada en vivos matices.

Las flores tienen fisonomías distintas y hasta tipos: las hay rosadas y pálidas, raquíticas y esbeltas. En el mundo vegetal tienen también, cual las niñas, su jerarquía y heráldica: hay flores aristocráticas y plebeyas, flores que ocupan humildes puestos, flores de cuna de oro y de cuna de barro, flores distinguidas ó vulgares.

La rosa es la más ilustre, es la Venus de los jardines, la más aristocrática del verjel, la reina de las flores: cautiva la atención general, su imperio es glorioso, numerosa la pléyade de sus admiradores.

La Grecia se postró ante la rosa; las ciencias y las artes le han consagrado su culto por bella y útil. La rosa ha representado siempre un gran papel.

Homero, Herodoto, Virgilio y Horacio le han dirigido grandes elogios en sus libros. San Basilio dijo que antes del pecado de nuestros primeros padres las rosas no tenían espinas; Santa Rosa, nacida en Lima, se llamaba en realidad Isabel, pero su madre la llamó Rosa por el dulce brillo de su semblante.

Hubo en Roma durante la Cuaresma un domingo de la Rosa, dominica in rosa, en el cual el Sumo Pontífice bendecía una rosa, y la enviaba á algún príncipe ó princesa de Europa como testimonio de simpatía; esta rosa era de oro.

La rosa blanca y la rosa encarnada fueron famosas en Inglaterra, como símbolos de la casa de York y Lancaster. La rosa ha sido siempre el premio del héroe y del poeta.

Hay rosas en todos los países; la naturaleza, siempre pródiga, ha colocado la rosa bajo todos los climas, regalándola como tipo de belleza y esplendor.

Las flores son la gala de la creación, el rico manto de la naturaleza, el lujo de los pobres; la modesta frente de una pastora puede ostentar una guirnalda, del mismo modo que puede ostentar la altiva frente de la opulenta señora. La tosca maceta de la sencilla aldeana no tiene menos poesía que el soberbio búcaro de la dama de salón.

En todas las edades amamos las flores, y quien no las ama denota tener una alma fria y seca: la niña juega con ellas, la joven realza con ellas sus encantos, y el anciano se extasía con sus perfumes. ¡Qué espectáculo tan bello ofrece á la vista la blanca y respetable cabeza de un anciano inclinada sobre una maceta de flores que cultiva esmeradamente, sin desdeñar esta ocupación, que apellidaran frívola los corazones duros y prosaicos! ¡Cuántas veces una flor parietaria ha sido la dulce amiga del prisionero!

Las niñas y las flores son la sonrisa del triste, el consuelo del afligido, las cariñosas compañeras del desterrado.

Madame Roland, en su prisión, no se creía completamente desventurada, porque tenía flores y un rayo de sol.

Lo más hermoso del mundo son las flores: el profeta no encuentra para la Madre de Diós nada más sublime que ellas. Por eso en su místico lenguaje apellida á la Virgen rosa de Sión, lirio de la Siria, clavel de los Alpes, rosa de Jericó. El mes de Mayo, mes de las flores, ha sido consagrado á María. Las flores tienen su epopeya, sus páginas de gloria, su celebridad, su historia.

El mundo cristiano adorna con ellas sus altares; en la fiesta de Pentecostés ha sido costumbre echar flores desde la bóveda de los templos sobre los fieles reunidos en la nave, para simbolizar los dones del Espíritu Santo.

El niño inocente que va á regenerarse del pecado original en las aguas bautismales, lleva su pura vestidura orlada de jazmines; la fervorosa niña que llena de amor divino se acerca á la mesa celestial para gustar en éxtasis arrobador el pan de los ángeles, ostenta su aureola de blancas rosas; la casta doncella, que tímida y pudorosa se dirige al altar con el elegido de su corazón para recibir la bendición nupcial, adorna de blancos azahares el poético traje, níveo cual fiel trasunto de su virginidad; y la triste huérfana, saturada de amargura y pesar, deposita en la tumba de su madre pensamientos y siemprevivas, como pálido reflejo de la inextinguible luz del recuerdo maternal que la ilumina constantemente.

En los libros santos encontramos en bellas alegorías representado el Verbo Eterno por la flor de seis hojas—azucena,—el amor divino por la flor del manzano, los justos por la de la higuera, y por las madrágoras de Lia la fecundidad, que con tal presente fué Raquel la madre dichosa de José.

Los paganos también asociaron las flores á sus religiones y usos; los sabios eran coronados de flores; la del amaranto adornaba las estatuas de los dioses y los sepulcros de los grandes hombres, debido á que esta flor conserva después de seca su color; la estatua del pudor era representada con una rosa encarnada en la mano. Los árabes y egipcios dedicaron la acacia al diós del dia, porque observaban que las hojas de la acacia se abrían y cerraban guardando el período de la salida y la puesta del sol, y que su flor, resguardada por una especie de plumilla, imita el disco radiante del astro rey.

Los indios adoraban el loto, que aparecía en la superficie de las aguas al salir el sol, y que se ocultaba cuando él: los budhistas que profesaban la religión del sinthoismo, tenían culto por una flor particular, á la cual atribuían el mérito de prolongar la vida; y entre los brahamanes, los astrólogos escribían el horóscopo de los niños en hojas de palmera. Los romanos, desde los tiempos de los Antoninos, rociaban de flores los sepulcros y sembraban en sus alrededores las plantas más olorosas. Los habitantes del Asia Menor plantaban en el campo de la muerte arrayán, mirto y siemprevivas. Cuando entró en Alejandría el lujoso carro fúnebre en el cual era conducido el joven conquistador del Asia, adornábanlo perlas y flores.

El pino estaba consagrado á Cibeles en remotos tiempos, y á la azucena se le llamó flor de Juno. Los griegos, esos pueblos artistas, que supieron sorprender el momento fugitivo de la belleza y lo eternizaron en el mármol y el bronce, apellidan á las flores la fiesta de la vida.

Las flores han tenido siempre su culto; ellas han inspirado la religión más supersticiosa. El fresno de Odin, la palmera de Latone, la flor del espino que libra de malos pensamientos á las pastoras del Brie; la verbena de los galos, el Karenglo de los armoricanos, el compac azulado de los persas, que crece para ellos solamente en el paraíso; el Kaki, ese árbol divino á cuyas flores le supusieron alma; la mágica salameta; el árbol rojo del Komboun, del que cada hoja reproducía en relieve uno de los numerosos caracteres del alfabeto tibetiano, y otras plantas, fueron sagrados poemas milagrosos.

Herodoto refiere que Jerjes experimentó una gran ternura por una planta; la acariciaba, la estrechaba entre sus brazos y la adornaba con collares y brazaletes de oro: Carlo Magno, legislador y filósofo, recomendaba desde su trono occidental el cultivo de las plantas.

La emperatriz Josefina olvidó más de una vez los enojos del poder, contemplando la estructura de una corola en sus invernaderos de Malmaison: estudiaba las plantas y se embriagaba con sus perfumes, prefiriéndolos á las esencias de sus lisonjeros cortesanos. Las flores de todos los países tenían cabida en sus estufas. Nada más bello que la poética república formada por la soldanela de los Alpes, la violeta de Parma, el sáuce de Oriente, la cruz de Malta, el lirio del Nilo, el hileiscas de Siria, la rosa de Damieta y su jazmín querido de la Martinica.

Los pueblos más salvajes han reverenciado las flores; los más cultos las han enlazado á sus sentimientos, haciéndolas fieles intérpretes de éstos.

Frecuentemente suele ser un ramo de flores la historia de un corazón apasionado, y las hojas de cada flor, páginas de los anales de un alma.

La mujer enamorada elige las flores con sencillez infantil, para formar con ellas tiernas alegorías de sus impresiones. Si la acacia significa amor platónico, el ajenjo amargura, el alelí encarnado despecho, la acedera alegría, la artemisa felicidad, la hortensia amor constante, el avellano reconciliación, la caléndula melancolía, el narciso egoismo, la ortiga crueldad y el acónito venganza; tres flores pueden componer una frase; una guirnalda, una conversación; un ramillete una carta.

Los botánicos creen leer en las flores y conocerlas, porque las han clasificado y porque les han hecho la autopsia; porque las han bautizado, denominándolas en griego y en latín; mas este estudio fisiológico no basta, hay que estudiarlas moralmente. Linneo es el botanista que las ha analizado psicológicamente; él descubrió los amores de las flores.

Las flores, cual las niñas, tienen sentido estético y aman la música; por eso al escuchar el canto del ruiseñor se extasían enviándole sus perfumes. La corola de la flor es un santuario; en el fondo de sus pequeños tabernáculos se cumplen misterios santos y respetables que permanecen velados para los hombres, que tal vez no se ocultan á los jilgueros, los ruiseñores, las mariposas y las estrellas. ¿Quién pudiera sorprender en la callada noche ese amor diáfano, trasparente é invisible, ese amor de luz y frescura, de fulgores y esencias, de aromas y destellos, entre las flores y las estrellas?

¡Oh! qué poema tan divino se podría escribir con pluma de cisne en hojas de rosa, después de sorprender los secretos de las reinas de la floresta. Tal vez esos vagos rumores del bosque, esos susurros solemnes y misteriosos, esos murmurios dulcísimos, esas armonías de las esferas y esos quejidos blandos del viento, son los suspiros lánguidos que exhalan al mirarse las flores y las estrellas: tal vez esas perlas líquidas que llamamos rocío son besos y lágrimas cristalizados; tal vez al trocar sus esencias y reflejos se abrazan en el espacio; tal vez cantan un himno eterno á la diosa nocturna, que al encender su antorcha las envuelve en red de plata.

Si yo creyera en la metempsícosis ó trasmigración de las almas, aseguraría que cada flor encierra el alma de una niña, y cada estrella el alma de una flor. La camelia podía albergar en su seno un alma sin amor, la dalia un alma altanera, la azucena un alma cándida, el lirio un alma pura, la rosa un alma de fuego, el pensamiento un alma meditabunda, la violeta un alma modesta, la margarita un alma humilde, el jazmín un alma inmaculada.

Las niñas buenas son sencillas y tiernas cual las flores: una niña sin ternura en el alma es una flor sin rocío, es una flor de trapo y alambre. Las niñas buenas son flores bellísimas, sensibles cual la sensitiva, delicadas cual la diamela y aromáticas cual la magnolia; son flores de salón que crecen lozanas y esbeltas, al calor de la estufa del sentimiento, esmaltando las ásperas sendas de la vida, convirtiendo el erial de este mundo en verjel. Al rodear con sus tiernos brazos el cuello de sus amantes padres, les forman una cadena de amor, un collar de valiosas perlas, una guirnalda de flores inmarcesibles.

Las niñas buenas, al ocultar humildemente su belleza, son flores modestas, que no pueden pasar inadvertidas aunque lo intenten, porque las delatan las esencias de sus encantos.

Sed siempre humildes, niñas adorables, y brillareis más; sed siempre modestas cual la sampaguita que sólo abre su broche encantador en la hora de las sombras, y delicadas cual la flor del convólvulo que se marchita al acercarle el aliento.

––––––––––

III LA ADOLESCENTE.

(Consejos á una jóven.)

Ha terminado tu infancia: pasaron aquellas horas y aquellos dias que se enlazaban los unos á los otros cual los anillos de una cadena florida. Aun permaneces adormida por el arrullo maternal, por el canto del ruiseñor y por el ambiente matutino que te saluda enviándote su hálito perfumado. Todavía no has oido otros rumores que los del céfiro al juguetear entre los árboles del frondoso bosque; no has percibido otro murmurio que el del bullente arroyo ó el aleteo de la mariposa junto al cáliz de un jazmín. Si tu angelical sueño pudiera ser eterno, te dejaría gozar de él; mas como tu sueño ha de durar tan poco, no quiero fiar al hombre y al mundo el cuidado de despertarte ...... El inarmónico ruido del mundo es muy estridente y te asustaría; el hombre es brusco y te haría despertar llorando.

Hoy verteré la primera gota de hiel en el apacible lago de tu existencia; mas esa gota quizás te preserve de absorber un cáliz hasta las heces.

Te hallas en el crepúsculo de la vida, en el paréntesis que existe entre la infancia y la juventud, en el umbral del mundo social, y quiero prepararte para entrar en él.

Tus quince años son hoy la plataforma que te eleva á una altura, desde la cual no ves más que bellos paisajes y risueños panoramas.

¡Oh! el alma tengo transida de dolor al tener que hacerte descender de aquellas regiones ignotas y encantadas: mi corazón se hace trizas al quitar á tu cabeza la muelle almohada de las ilusiones para ofrecerte la dura y fria piedra de la realidad. Pero es forzoso hacerlo; debo rasgar el rosado cendal que te oculta las negras tintas del cuadro de la vida.

Antes de que penetres en la sociedad, cuyas puertas ya tienes abiertas, quiero hacerte conocer lo que encierra, guiando de este modo tu inexperiencia y vacilantes pasos. Allí oirás que te hallas en la edad más bella de la vida; pero tén presente que también son bellas las rosas, y á pesar de belleza tanta, ocultan agudas espinas.

Muy en breve los que te cerquen crearán en torno tuyo una densa atmósfera de adulación; no la aspires nunca, es una pobreza de espíritu embriagarse en su humo. No te acostumbres á este veneno, que es el peor de todos, aunque se presente en engalanada copa de oro.

La hermosura es una flor que marchita el más leve soplo del huracán, y nada puede volverle su lozanía.

La hermosura, llamada por Sócrates «tiranía de corta duración, » es, sin la virtud, cual una flor sin perfume; la mano del tiempo la pulveriza, y quedan de ella frias é inodoras cenizas.

Observa que la mujer bella solamente, es una página que consta de una línea, y por lo tanto pronto se examina; la mujer buena es un precioso libro cuyas interminables páginas se hacen más interesantes á medida que se avanza en la lectura de ellas.

Napoleón I, el coloso de su siglo, dijo: «Una mujer hermosa agrada á la vista; una mujer buena deleita el corazón; la una es una alhaja, la otra un tesoro inapreciable.»

En la sociedad se anida la calumnia, la envidia y la ingratitud. La envidia es hija de todo lo más ruin, es la lepra del alma: sé benévola y generosa, y todas las saetas que la envidia te dispare se estrellarán en el arnés de tu superioridad sin que te hieran sus afiladas puntas. La calumnia revela infamia de corazón, y generalmente son séres pigmeos los cobardes que se atreven á blandir ese arma. Si conservas y ostentas una conciencia blanca como el armiño, y pura cual la hoja de una azucena, disfrutarás una paz consoladora y serás invulnerable.

La ingratitud la encontrarás esparcida por doquier; nadie ha querido acusarse de ella por ser bajeza tan vergonzosa, y sin embargo, tiene su albergue en muchos corazones, que se parecen á la arena del desierto, en que ésta absorbe el agua del cielo y no produce fruto.

Además, tú no necesitas gratitud alguna para practicar el bien; quedas premiada con el placer que te produce la realización de una buena obra. No quiero ocultarte que en este triste valle nos afligen muchos males. Si aquí existe la felicidad, sólo se encuentra como preludio del dolor, y eslabonada con la desdicha.

¿Cómo quieres que yo te diga que el infortunio no cernerá sus invisibles alas sobre tu cabeza? Imposible.

¿Quién puede decir que en este erial ningún pesar ha llagado su alma, ni recuerdo alguno ha apagado su sonrisa? Nadie.

¿Qué mortal que cuente por horas de ventura las de su existencia, no habrá tenido una nota discordante en la armonía de su vida? Todos han prestado su óbolo en la hora de los infortunios y de las lágrimas. La vida es un océano combatido siempre de contrarios vientos, un piélago inmenso de grandes sueños y mezquinas realidades. Soy impotente para enseñarte el arte de ser dichosa; pero intentaré hacerte aprender el arte de ser menos infeliz.

Para el dolor, planta que se desarrolla en el corazón humano, hay un lenitivo: la grata frescura y benéfica sombra del árbol llamado resignación; acógete bajo su amparo.

En las tempestades de la vida podrá auxiliarte el pararayos llamado consuelo del justo, bálsamo de la adversidad, ó religión.

En el cielo reside una estrella que jamás oculta á la vista del mortal sus fúlgidos é inextinguibles resplandores. Este brillante astro se llama esperanza.

Voy á hablarte de un sentimiento que te sorprenderá tan pronto como tu corazón sacuda la somnolencia y el letargo en que yace. No tardará en llegar para tí un momento, en el cual sentirás una inquietud inexplicable, un vago é indescriptible deseo, una soledad que te aterrará, y es que necesitarás apagar en el raudal del amor la ardiente sed en que se abrasa el alma en los primeros albores de la adolescencia casta y pura. Tu corazón impresionable se abrirá á todas las ilusiones, aspirarás el amor con todas tus fuerzas, soñarás un ideal que tu fantasía revestirá de todas las perfecciones; pero ¡ay! ese sér, objeto de tu predilección, podrá parecerse al que tú has soñado, y sin embargo no será tu ideal.

En el camino de tu vida tropezarás con séres que entenderán el amor de mil diversos modos, y te lo presentarán bajo formas distintas.

Los hombres que materializan y profanan ese sentimiento, hacen de él un Proteo. El alcázar del amor tiene dos puertas: una llamada sentimiento, y la otra sensación. Cierra con premura todos los caminos que conducen á esta puerta, pues es la falsa.

El amor verdadero es la fusión de dos séres en una unidad angélica y sagrada, y la armonía de dos corazones unísonos. Nada hay más sublime que esta estrecha asociación de dos corazones, la cual permite que los pesares se reduzcan á la mitad y los goces se centupliquen.

Según el ilustre Víctor Hugo, «el amor es una parte del alma misma, y de la misma naturaleza que ella. Como ella, es una chispa divina; como ella, es incorruptible, indivisible, imperecedera. Es una partícula de fuego que está en nosotros, que es inmortal, á la cual nada puede limitar ni amortiguar.»

El amor es un himno, es la más grata y conmovedora de las armonías.