Mujeres de regia estirpe - Concepción Gimeno de Flaquer - E-Book

Mujeres de regia estirpe E-Book

Concepción Gimeno de Flaquer

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Beschreibung

Mujeres de regia estirpe es un ensayo de la escritora Concepción Gimeno de Flaquer. A través de un elenco de personajes femeninos históricos y contemporáneos a la autora, se presenta una dura crítica contra las tradiciones machistas y opresoras de su época, convencida en relegar a la mujer a un segundo plano social, político, cultural y vital.-

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Seitenzahl: 197

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Concepción Gimeno de Flaquer

Mujeres de regia estirpe

2. a edición

Saga

Mujeres de regia estirpe

 

Copyright © 1907, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726509120

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

I

EL ETERNO FEMENINO

Como si la mujer fuera de naturaleza enigmática, incomprensible, los pueblos antiguos vacilan entre su menosprecio y glorificación; entre el vilipendio y la apoteosis. No aciertan á explicarse si es sirena peligrosa ó genio del bien; rebájanla hasta la vil condición de esclava, y la confieren la muy alta misión de profetisa; denomínanla inferior, y la declaran musa inspiradora.

Flagelada en Arcadia, cazada en Cafrería, tiranizada en Atenas y Roma, prisionera en Turquía, vendida en Japón y China, en Arabia es acicate de voluptuosidad; bestia de carga en Judea; víctima de su marido hasta ultratumba en la India. Nulificada por las leyes y las costumbres, las religiones admítenla en sus olimpos, el arte la cincela plintos, erígela pedestal, elévala á los altares.

La eterna menor, la proscripta, es diaconisa en los pueblos orientales, pitonisa en Grecia, sibila en Roma, druída entre los galos. La India, que tanto la posterga, dice que donde la mujer es considerada, sonríen los dioses satisfechos. Compréndese que el rostro de Budha tenga eternamente tétrica expresión. En Judea júzgase nefasto el nacimiento de una hembra; Roma, que la somete á perpetua tutela, dipútala confidente de los destinos celestes al hacerla depositaria de los libros sibilinos. En Grecia, Aristóteles la iguala al niño y al esclavo, Platón considérala capaz de la sabiduría y el desempeño de algunos cargos de la República.

Menospreciada por las costumbres en la Hélade, tiene elevada representación en las tradiciones míticas. Espiritualízase su origen haciendo nacer á Minerva de un pensamiento de Zeus y á Venus de las espumas del mar. Confíanse á las sacerdotisas los misterios divinos, acátanse los fallos de la pitonisa, Eufeme distribuye la gloria, Vesta impulsa á la virtud, Urania revela á los hombres secretos siderales, inspírales Calíope elocuencia, Minerva sabiduría.

No es ya la mujer en los pueblos cristianos medioevales la mitológica Pandora que al abrir su funesta caja esparce todos los males por la tierra; su venida al mundo no es saludadacon anatemas y maldiciones; ya no es la impura, flecha del diablo, cosa con vida, ó cuerpo sin alma; pero aún la representan con el freno y la mordaza; aún dice la sentencia popular que la mujer sólo debe salir de casa tres veces: para su bautismo, para su casamiento y para su entierro. Todavía necesita la vasalla al escoger marido, la aprobación del padre, del señor feudal y del Rey; pero ya no es repudiada por ser madre de hembras; ya no tiene derecho de vida y muerte sobre ella el marido; ya hace algo más que llevar á la guerra las armas del guerrero; ya no está sometida al hijo; aunque todavía no ha dejado de ser reflejo del varón, débil eco suyo, sér relativo, artificial, todo lo más complementario. Todavía han de consistir sus virtudes en la timidez, la mansedumbre, la pasividad, la ignorancia, la nulificación. Y no debe extrañar, teniendo en cuenta que en nuestra época se ha dicho que la mujer es propiedad del hombre, como el árbol frutal del hortelano; que sólo debe considerarse como máquina para dar soldados á la patria; que es un sér intermedio entre el niño y el varón, y éste el sólo tipo de la humanidad.

La situación de la mujer en la Edad Media no está definida claramente; la caballería hizo su apoteosis, el trovador declaróla musa de sus cantos, el señor feudal su esclava. Tan vasalla era para el Barón medioeval la villana nacida en sus dominios, como la esposa. La castellana de aquellos tiempos era una prisionera inconsciente, guardada con llave de oro; deslizábasé su vida entre el reclinatorio de la capilla, la tapicería del bastidor y la contemplación de su amo, más bien su carcelero. La monótona existencia de las mujeres de aquellos días, tenía idéntico fin: el claustro; convento era el castillo, como lo era el monasterio. Compréndese que tuvieran afición á la vida monástica; les parecía más noble ser esclavas de Dios que del señor feudal.

Diferentes eran las ceremonias que seguían á la bendición nupcial, tomando la forma que les imprimían las costumbres de cada pueblo; pero todas esas ceremonias eran humillantes para la mujer. En unos países, la esposa descalzaba al marido en señal de sumisión; en otros, al apearse del caballo, le sujetaba el estribo; en los más, la rueca y el freno figuraban como primeros regalos del novio, aunque la desposada perteneciera á la nobleza.

Las cortes de amor hacen adquirir á la mujer personalidad; empieza á conceder galardones en los torneos de armas y en los torneos intelectuales; y al ser aclamada soberana de la fiesta, conquista el reinado de unas horas.

Presidiendo los torneos, aplaudiendo en ellos únicamente la justicia, la generosidad, la hidalguía, el sereno denuedo, contribuye á moralizar la sociedad, desarraigando de aquellos combates el feroz carácter que tuvieron entre los paganos; por su influencia, empieza á dar gigantescos pasos la civilización.

La caballería, protesta del espíritu contra la materia, culto rendido á la mujer medioeval, es clara muestra de que va desapareciendo la barbarie, de que se dulcifican las costumbres. El imperio que ejerce la mujer sobre el caballero es benéfico; impónele las ideas del honor y del deber.

En la época de las Cruzadas empieza á adquirir relieve la personalidad femenina; al abandonar los combatientes sus dominios para marchar á batirse por la santa causa, hízose necesario fiar á las mujeres la administración de los intereses y los cargos que desempeñaban los maridos; llevaron entonces el peso del poder, presidían juicios, sentenciaban pleitos y declaraban reos.

Mas á pesar de las manifestaciones de intelectualismo que da la mujer en la Edad Media como las habían dado en la antigüedad las Hipátias, Aspasias, Safos y Corinas, el concepto público de la mentalidad femenina sigue siendo poco favorable. Por atavismo prehistórico; por seguir la tradición de la supuesta inferioridad femenina, tal vez por lucir sátiras efectistas, que halagan la vanidad de quien las pronuncia, los filósofos, antropólogos y escritores de todos los tiempos, hacen alarde de juzgarla á cual más severamente, incurriendo en las mayores contradicciones. Patentes son éstas: Lombroso asegura que es la mujer inferior al hombre hasta en sensibilidad, y Varigny afirma que la excesiva sensibilidad femenina denota su inferioridad. Los proudhonianos creen que la mujer sólo puede ser casera ó cortesana; los sansimonianos supónenla apta para gozar de los derechos civiles y políticos.

Proudhon nos informa de que la mujer no ha inventado ni la rueca, mientras Plinio declaróla inventora de los tejidos. Descartes, profesor de Cristina de Suecia, considera muy elevada la inteligencia de la mujer; Shopenhauer la supone muy escasa; De Maistre búrlase de las mujeres ilustradas; nuestro sabio Feijóo las enaltece; quéjase Spencer de la mala educación del sexo femenino y la restringe, retrogradando hasta los anticuados sistemas aristotélicos; Voltaire acusa á la mujer de no ser creadora y dice que Pedro el Grande de Rusia hizo soldados y marinos á los que Catalina II infundió el alma. ¿Acaso infundir almas no es crear?

Ibsen lleva al teatro á la mujer, que ha conquistado su independencia porque la merece, y fuera del teatro no la trata con la misma consideración; Nietzsche vanaglóriase de un desprecio oriental á ella en algunos casos y de gran respeto en otros; Fourier, paladín de su emancipación, tiene páginas en que la rebaja; Augusto Comte, que la denomina elemento de influencia moral, condénala á la obediencia, á la pasividad; Moliere, que no escasea su ironía contra las sabias, opina que debe tener conocimientos generales de todo; Heine, que hace constantes apologías de su madre, dice que en cada mujer se esconde una larva de cortesana.

Las incoherencias de los filósofos, abstrusos sofismas é ilógicas antinomias, son sutilezas que nada resuelven, pues mientras los detractores apellidan á la hermosa Eva varón imperfecto, hueso supernumerario del hombre, los ginófilos la denominan alma de la humanidad.

____________

II

REINAS MEDIOEVALES

Les femmes ont eté souvent d’excellents conducteurs de peuples.

G. Hanotaux

I

No ha carecido el sexo femenino de aptitudes para gobernar. En la Edad Media, los reinados de las mujeres cristianas eclipsaron la gloria de los más grandes reyes. La mujer medioeval coadyuvó á la Iglesia en la fundación de las monarquías, transformando los pueblos bárbaros establecidos sobre las ruinas del Imperio romano, cristianizando el poder. Francia fué la primer nación que adoptó el Cristianismo como base de la constitución política del Estado, por influencia de la bella princesa Clotilde, que convirtió á Clodoveo con su elocuencia teológica, haciendo de él un monarca cuya fe religiosa fué lazo de unión política entre diferentes pueblos y base de la nacionalidad francesa.

Rigonta dió á España en Recaredo el primer Rey católico; á Radegunda, que abjuró del paganismo, débese el que su marido Clotario I demostrara sentimientos humanitarios con el pueblo. Los Padres del Concilio de Tours dirigiéronla una encomiástica carta en homenaje á sus virtudes. Vatilda, otra gran reina de Francia, que como Clotilde y Radegunda fué venerada en los altares, tuvo gran talento y prudencia, desterrando la simonía que mancillaba á la Iglesia y aboliendo las gabelas que empobrecían al pueblo. La madre de Felipe Augusto dirigió con gran talento los destinos de Francia cuando su hijo marchó á Tierra Santa; hábil fué la política de Doña Violante, esposa de Alfonso el Sabio; Berta, la admirable mujer que hizo de Etelberto un santo, fundó la monarquía católica de Inglaterra; Margarita irradió desde el trono de Escocia esplendores de piedad, como Matilde, la esposa de Pedro I de Alemania, gobernadora del Estado en ausencia suya; Dombrowka y Eduvigis cristianizaron á Polonia. Feliz época en la que ocupaban el trono mujeres inteligentes y virtuosas.

Enorgullécese la Italia medioeval de Matilde de Toscana, cuyos estados comprendían la Italia Central y casi toda Lombardía; ha sido comparada á Débora, á la inmortal heroína de Israel. La defensora de Gregorio VII brilla por la caridad y por la ilustración; cedió parte de sus bienes á la Iglesia, destinando muchos de ellos á la creación de institutos docentes y asilos benéficos. Propagó con el mismo entusiasmo que la fe católica, el culto de las ciencias y las artes; multiplicó las escuelas, fundó la muy docta Universidad de Bolonia, foco de luz que irradió fúlgido resplandor en la época medioeval; Universidad que fué por largo tiempo la más notable del mundo. Allí acudieron estudiantes de todas las naciones á estudiar Derecho Romano; reuniéronse los más eminentes hombres; dió lecciones de física el sabio Galvani; doctoráronse por primera vez las mujeres, desempeñando cátedras de Filosofía, Jurisprudencia, Medicina, Anatomía y Literatura, muchos siglos antes de las conquistas del feminismo. Carlo Magno había concebido el pensamiento de la creación de esa Universidad; Matilde de Toscana lo realizó, despojándose de su fortuna para dotarla. Su cetro rigió con sabiduría; los impuestos nuncaabrumaron; las leyes jamás pudieron calificarse de arbitrarias; imperó más la clemencia que la opresión; el reinado de la ilustrada Matilde de Toscana, fué el reinado del derecho y la justicia.

No es menos célebre que ella, Eleonora de Arborea, reina de Cerdeña, sabia legisladora, heroína de las armas y de la caridad.

II

Cúpole á España gran suerte con sus reinas en la época medioeval: Doña Berenguela la Grande, Reina de Castilla y de León, tuvo la gloria de haber educado á su hijo moral é intelectualmente. Fernando III el Santo es la perfecta obra de una madre modelo. Esta venerable Reina, pacificadora de todos sus Estados, virtuosa y discreta, que llevaba con tanto acierto las riendas del poder, no descuidó por los deberes que impone un trono los cuidados que exigía la educación de su hijo. Parecía hallarse destinada á dejar una gloriosa sucesión de príncipes y princesas: la madre de San Fernando es abuela de Alfonso el Sabio y de la Infanta Doña Leonor, aquella interesante mujer conocida como dechado de esposas admirables.

Doña Berenguela tuvo una descendencia que imitó sus muchas virtudes. Modesta y humilde siempre, invertía las cantidades destinadas á solemnizar con brillantes fiestas los triunfos de su hijo, en aliviar á los menesterosos. El pueblo la denominó su bienhechora; los pobres su ángel bueno. Nunca empleó la severa arma de la justicia en contra de sus vasallos: prefería la piedad. Cedió á Fernando la corona tan pronto como le fué posible, para dirigir desde la vida privada, con el mayor tino, todos los actos de su hijo. Acostumbróle á que perdonara ofensas é ingratitudes, á despojarse de todo rencor; por su influencia consiguió Fernando III, el sosiego, la tranquilidad y el engrandecimiento de la Patria.

Todos los historiadores de su tiempo hacen brillantes panegíricos de esta Reina, denominada gloria y honor de Castilla, modelo de princesas discretas, prototipo de buenas madres. Al hablar Alfonso el Sabio del dolor que su padre sintió por la muerte de Doña Berenguela, exclama: Non era maravilla de haber gran pesar; ca nunca rey en su tiempo otra tal perdio de cuantas hayamos habido, nin tan comprida en todos sus fechos.

Tenía Doña Berenguela valorde hombre en corazón de mujer. Esa gran madre dijo á su hijo: Te amo con extremo, y, sin embargo, quisiera verte muerto antes que manchado con un pecado mortal.

Fernando III, que adoraba á su madre, respetó mucho á las mujeres; la historia ha conservado esta frase suya: Mas temo á la maldición de la más ínfima mujer, que á todos los ejércitos de los moros. Fué digno hijo de Berenguela la Grande, de la famosa Reina castellana que ha inspirado tantas apologías.

Nadie escapa á la influencia materna; las madres infunden en sus hijos las virtudes y los defectos que poseen.

III

Ninguna mujer ha podido aventajar á Blanca de Castilla en ternura maternal, y, sin embargo, se hallaba dotada de tanto carácter, que no tuvo débiles condescendencias para su hijo. Rodeóle de notables profesores, autorizándoles para que empuñasen la férula siempre que el Príncipe mereciera castigo. Ellos robustecieron la inteligencia del que fué San Luis; pero la educación del corazón la debe á su madre. Blanca de Castilla cultivó en el alma de su hijo los más hermosos sentimientos. Conociendo el prestigio que ejerce una madre cuando da á sus hijos la educación moral sin influencias extrañas, no quiso renunciar á este deber. Tienen tanta relación las inclinaciones nuestras con las de nuestra madre, que se atribuye el que madame Necker, madame Guizot, madame de Campan y madame de Rémusat se preocupasen tanto por el porvenir de su sexo, á que sus madres les hablaban siempre acerca de la necesidad de mejorar la educación de la mujer.

Blanca de Castilla fomentó la instrucción pública é hizo que la protegiera su hijo Luis. Indudablemente había nacido Blanca para sembrar por todas partes la felicidad. Realizóse su matrimonio bajo muy buenos auspicios: fué prenda de paz entre Francia é Inglaterra, que habían vivido en colisiones todo un siglo.

La muerte de Felipe Augusto hizo que subiera al trono Luis VIII, y con él Blanca de Castilla. Suscitáronse nuevas guerras entre Francia é Inglaterra, que obligaron al Rey á salir de la corte. Quedó Blanca al frente de los negocios de Estado y empezaron á brillar sus buenas dotes para el gobierno. El testamento de Luis VIII la declaró Regente del Reino y tutora de su hijo primogénito.

No podían soportar los franceses el ser gobernados por una mujer, y por una española; hiciéronla blanco de diferentes calumnias, tratando de eclipsar sus virtudes; pero esta gran Reina supo desdeñarlas con digna altivez. El conde de Champagne, el de Boloña, el Conde de Evreux, Hugo de Chatillón, Enrique de Bar, Lusiñan y Enguerrando de Cucí armaron intrigas, disputando la regencia á la Princesa castellana. Pronto demostró á los que querían amendrentarla, que tenía alma varonil; la inteligente española reunió un numeroso ejército y se puso á la cabeza de él, en unión de su hijo, para hacer frente á los revoltosos y desleales varones que querían disputarle la tutoría.

Terrible era la situación de Blanca de Castilla, en una época en que el derecho, la razón y la justicia caían ante un golpe de fuerza que todo lo arrollaba. Era muy piadosa, pero jamás convirtió en fanatismo su piedad; supo sostener en el fiel la balanza del poder civil y eclesiástico.

Tan pronto como Luis fué mayor de edad, su madre le hizo subir al trono; al recibir el cetro la rogó que continuara favoreciéndole con sus consejos. Una grave enfermedad del joven Monarca puso en peligro su vida, y habiendo atribuído su curación al milagro que se realizó por un trozo de la Cruz del Salvador colocado sobre la cama del regio enfermo, cuando éste entró en convalecencia hizo solemne voto de combatir á los infieles.

Tres años empleó el Monarca en sus preparativos para el viaje á Tierra Santa; antes de salir de Francia declaró públicamente que dejaba á su madre al frente de todos sus reinos, con amplias facultades para disponer según la conviniera.

Vigorosa, constante, enérgica y justiciera, Blanca de Castilla tuvo ocasión de manifestar más de una vez, en el nuevo período de su reinado, que nadie se la imponía; firme en sus severas decisiones, libró á su abatido pueblo del dominio que querían ejercer sobre él algunos tiranuelos.

Mientras la Reina regía con gran acierto los destinos de Francia, su hijo no disfrutaba en Palestina de los favores de la suerte. Diezmado su ejército por las enfermedades endémicas y la prolongación de la guerra, que había agotado los víveres, llegó á quedar en poder del enemigo. El espíritu de Doña Blanca no se abatió con tales calamidades; reunió nueva gente, á la que concedió la roja enseña del cruzado, vendió todas sus ricas joyas, y enviando á Palestina hombres y oro, rescató á su hijo. Los dolores que la causó la separación de él, y las duras cargas que imponía el poder en tan difíciles circunstancias, quebrantaron su salud, muriendo sin tener el placer de estrechar en sus brazos á su amado Luis.

El presentimiento de Blanca de Castilla se cumplió: al marcharse Luis IX á Tierra Santa, díjole que no se volverían á ver. Este Rey amó mucho á su madre. Conducido por las sendas del honor, jamás se separó de ellas. Fué el tipo de la caballerosidad más refinada, de la mayor obediencia filial; guardó la fe conyugal y concedió á su pueblo una paternidad cariñosa. Sobrio, probo, caritativo y piadoso, la semilla de la virtud que la madre esparció en el corazón del niño germinó felizmente sin hacerse esperar mucho tiempo. Mereció estas apologéticas frases de Voltaire. Prudente y firme en el consejo; intrépido en el combate, sin ser orgulloso; compasivo, como si siempre hubiera sido desgraciado; no es dado al hombre llegar á más alto grado de virtud.

IV

También es conocida con el sobrenombre de la Grande, cual Doña Berenguela, Doña María de Molina; seguramente nadie fué más acreedora á tan glorioso título que la augusta esposa de Sancho el Bravo. Esta notable mujer destácase con gran relieve en el cuadro de nuestra historia, iluminado por los últimos reflejos vespertinos del siglo xiii , y por los albores del xiv . Nacida entre dos crepúsculos, entre un ocaso y una alborada, vino á rasgar las densas nieblas que empañaban el cielo de la monarquía castellana. Próxima á zozobrar hallábase la nave del Estado, y la inteligente Reina sacóla á flote, dirigiendo el timón con gran pericia, tomando los remos con mano hábil y vigorosa. Al morir Sancho el Bravo hizo justicia á los méritos y virtudes de su esposa, nombrándola tutora y gobernadora del Reino y del Príncipe Fernando.

Imposible es hallar en los anales de ninguna monarquía situación más difícil que la del trono en aquella época: el cetro de San Fernando tenía un peso agobiador. No podía ser más turbulento el estado del Reino; la altiva y ambiciosa nobleza castellana, no contenta con sus prerrogativas, se hallaba en pugna con los reyes; los insidiosos infantes, tíos del futuro heredero de la corona, luchaban entre sí y contra la Reina gobernadora para disputarle la tutoría del Reino; combates fratricidas se libraban entre los hijos de León y de Castilla; guerras sangrientas, provocadas por los Reyes de Aragón, Francia y Portugal, asolaban los campos; y como si esto no fuera bastante, los moros andaluces contribuían á aumentar el conflicto y la desolación. Guerras intestinas en palacio, guerras civiles en Castilla, y guerras con el extranjero.

No contaba Doña María más que con la fidelidad de Guzmán el Bueno, y con la hidalguía de los Concejos; llena de energía, de valor, prudencia, talento y resolución, defendió á su hijo contra las asechanzas de los pérfidos infantes D. Juan y D. Enrique; se impuso á la nobleza; favoreció al pueblo, haciéndose amar de él: dictó leyes inspiradas en la más rigurosa justicia, consiguió tener á raya á los enemigos de la patria y de la fe católica. Dotada de mucha instrucción, de sagacidad política y de gran táctica militar, dirigió más de una batalla; de Doña María la Grande puede decirse, cual de Isabel la Católica, que manejó el cetro, la aguja y la lanza con la misma desenvoltura.

En medio de tantos sobresaltos, que hubieran acobardado á un espíritu menos viril, se entregaba con plácida calma á la educación de sus hijos, especialmente á la del Príncipe, preparándole para que fuese un buen Rey.

Prolijo sería enumerar todos los grandes actos de tan excelente Reina. En días de gran penuria para el Erario, le fué propuesta por D. Enrique y sus secuaces la venta de Tarifa; Mas ella, secundada por Guzmán el Bueno, contestó denodadamente que jamás cometería tal infamia; que si eran necesarios fondos para la guerra, gustosa daría sus joyas, sus ricas vajillas, cuantos tesoros la perteneciesen. Verificólo, y sus platos de oro fueron sustituídos por platos de barro, demostrando su modestia, su generosidad y su amor á la patria.

Poseía tan gran valor, que en una ocasión, cuando todos se hallaban desalentados y la manifestaban que era inútil ir á defender el castillo de Lorca, ella contestó que se pondría al frente de los que quisieran seguirla para socorrer la plaza. Realizó su intento sin vacilar, ante los hielos de un cruel Enero. Grande fué también su arrojo para entrar en Segovia; los insurreccionados no la querían franquear las puertas y tuvo que atravesar por en medio de 2.000 hombres armados, á los cuales dominó con su ardimiento.

En uno de los diferentes motines urdidos por los revoltosos Haros y Laras, lanzóse entre los amotinados y les venció con su palabra. Más pueblos conquistaron sus virtudes y su elocuencia, que las armas de los caudillos.

La muy noble Valladolid fué su mansión predilecta; en esta ciudad residió casi siempre, porque los valisoletanos la eran muy adictos y encontraba partidarios, tanto en los ricos homes como en los plebeyos. En la época de Doña María la Grande es cuando se halló más floreciente Valladolid, teniendo vida propia y verdadera importancia. A Doña María debió esta ciudad la exención de gravámenes onerosos y el haber obtenido diferentes privilegios. La muy leal é histórica Valladolid, la ciudad de los célebres Concilios y célebres Cortes, de las justas y torneos (1