Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
La virgen madre y sus advocaciones es un ensayo de la escritora Concepción Gimeno de Flaquer. En él, la autora nos presenta una lista de las principales advocaciones de la virgen a modo de cortas reflexiones sobre su naturaleza, destacando tanto el fervor religioso y cristiano como el aspecto femenino empoderado de la encarnación de la virgen.-
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 109
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Concepción Gimeno de Flaquer
Saga
La Virgen Madre y sus advocaciones
Copyright © 1907, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726509182
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
No tiene este libro otro mérito que el que le presta su asunto, ni más originalidad que el de sus piadosas tradiciones.
Es sólo un breve compendio, un resumen conciso de las dulces advocaciones de la Virgen, llenas de amor místico, de ardiente veneración, de sublime poesía que en el transcurso de los siglos ha establecido la Iglesia cristiana. Con ellas fortaleció la fe de los verdaderos creyentes, elevando su espíritu á las alturas, inflamando su corazón con los anhelos de los ideales eternos mediante el culto á aquella Mujer excelsa, que, por divino decreto, Inmaculada y Pura, fué la Madre del Redentor y lo es de todos los católicos.
No se encuentra en la Historia del mundo figura más bella, ni más interesante, ni más poética que la de María.
Cuanto estas páginas contienen no es sino un extracto de lo que nuestros escritores católicos han dado á conocer en distintas obras sobre estas festividades religiosas.
Acá y allí esparcidas, al compendiarlas hemos procurado reflejar fielmente su pensamiento, conservando no sólo su espíritu, sino á veces la forma en lo que se refiere á la tradición y á la historia.
De esta manera estimamos dar una muestra del respeto que nos merecen los sabios Ministros de la religión, en cuyos libros hemos aprendido lo que en estas páginas ofrecemos hoy á la mujer española, en cuyo corazón tiene un altar la Virgen y en cuyo hogar existe un culto rendido y perdurable.
Todo bondad, todo sacrificio, todo abnegación. En ella se compendian la dicha más grande que pudo soñar el alma humana y los supremos dolores: la corona de gloria y de martirio.
Nunca será bastante cuanto haga la humanidad, á cuya redención contribuyó con su divino Hijo, para rendirla homenajes de amor y gratitud.
Las festividades que celebra la Iglesia con regocijo del mundo civilizado en las advocaciones de la Virgen, deben de ser gratas á sus ojos.
De ellas hacemos, como indicado queda, una brevísima historia, que, á no dudarlo, ha de interesar á la mujer española, tan espiritual, tan creyente, tan católica, que siempre se ha distinguido por la sencillez de su alma y por su fe religiosa.
El ateísmo es la ceguera del corazón; el fanatismo, la ceguera de la inteligencia. Por fortuna, el escepticismo rara vez se alberga en el alma de la mujer española, que, educadora de sus hijos, no se la inculca jamás. La incredulidad es la atmósfera en la que pocos españoles encuentran aire respirable.
Hállase el alma de nuestras mujeres fortalecida por la fe y la esperanza: la fe y la esperanza son el faro que ilumina sus obscuras noches de amargura, permitiéndolas en las tempestades de la vida llegar á puerto salvador. Sin la fe y la esperanza, sin estas columnas que sostienen todos los edificios que la imaginación levanta, la vida no tendría el menor encanto, moriríamos lentamente víctimas del mayor desaliento y languidez. Al calor de la fe se desenvuelven en el espíritu los sentimientos más nobles, las ideas más puras, las aspiraciones más elevadas.
En la mujer que carezca de ilustración, si no posee gran fe religiosa, dique á todas las pasiones, se desbordarán acaso perniciosos instintos.
La fe es la cultura del alma, como el estudio es la cultura del entendimiento.
La mujer se distinguió siempre por la piedad: en los primeros tiempos del Cristianismo se observó que era muy superior el número de mártires en el sexo femenino. Ella ha inspirado al hombre la fe religiosa, le ha transformado con este sentimiento en héroe: así sucedió en la época de las Cruzadas. Ella quedaba en el hogar al frente de los hijos y de los negocios del marido, para que éste se alistara entre los entusiastas soldados que habían de combatir por la Santa Cruz.
No hubiera llevado á feliz término nuestro compatriota San Vicente de Paúl la misión de su apostolado de caridad á no contar con las mujeres. Su benéfica palabra halló eco en el corazón de éstas, porque la mujer es una criatura eminentemente caritativa.
Merece tanto elogio la mujer religiosa como censura la mojigata. La mojigata, ó falsa devota, es un tipo ridículo: con el rosario en la mano y un crucifijo en el pecho, practica lo contrario á las doctrinas del Salvador; la mojigata esparce la cizaña, la calumnia y el desorden por todas partes: nadie se queda libre de su lengua viperina. Para tranquilidad de su conciencia, le basta postrarse ante el confesor y pedirle la absolución; ya absuelta, vuelve á cometer las mismas culpas. La falsa devota es un tipo repugnante: elige la iglesia para disfrazar su ociosidad, y cree cumplir con Dios intercalando oraciones entre bostezos, rumiando plegarias ininteligibles.
Las falsas devotas empequeñecen la idea de Dios: las vulgares supersticiones han trastornado á muchas mujeres, haciéndolas seres inútiles para la humanidad. Toda idea exagerada ó mal comprendida produce funestos resultados: la astrología, la magia, los oráculos, los augurios, fueron fatales, como fueron absurdas las sibilas y pitonisas.
Procure ser la mujer religiosa, mas no fanática. Los misterios de los persas, las distintas religiones de los indios, galos, egipcios y escandinavos produjeron muchos enajenamientos mentales. De todas las filosofías y religiones conocidas, el Cristianismo es la única sensata, benéfica, moralizadora.
No consiste la religión en abandonar los deberes domésticos para pasar el día arrastrándose por las iglesias: el hogar es también un templo para la mujer, desde él puede celebrar á Dios, porque, como ha dicho un brillante escritor: Hay momentos en que cualquiera que sea la actitud del cuerpo, el alma está de rodillas.
Es rendir un culto respetuoso al Creador, ofrecerle desde nuestro hogar la moral de nuestras acciones, el sacrificio de nuestros gustos y placeres. Fortalecer un alma debilitada por la duda, consolar al desgraciado y proteger la indigencia son actos muy meritorios ante Dios.
Hay personas que pasan su vida en novenas y jubileos, y á la menor contrariedad de la suerte se exasperan; otras que se complacen en destrozar la reputación del prójimo clavándole venenoso dardo: ¿cómo entienden esos seres la religión? La verdadera religión inspira valor para sufrir la desgracia, hace tender un manto sobre las miserias de nuestros semejantes, inspira benevolencia, caridad, dulzura, para soportar todas las calamidades.
Si la mujer posee una piedad ilustrada no caerá en estúpidos fanatismos: la ignorancia para nada es buena y para todo perjudica. No son incompatibles la práctica de la virtud y de la religión con la cultura del espíritu femenino. Santa Teresa de Jesús es buen testimonio de esta verdad. Esta insigne mujer, tan santa como ilustrada, levantó un monumento con sus escritos á la religión católica.
Ilustradas, modestas, inteligentes, fueron Santa Paula, Santa Marcela, Santa Eustoquia, Santa Radegunda, Santa Perpetua, Santa Gertrudis, Santa Brígida, Santa Hildegarda, patrona de los médicos católicos en Alemania, y las Santas Catalinas de Sena, de Bolonia y de Génova.
Un sabio prelado, Monseñor Dupanloup, ha dicho: «Dad á una mujer toda la ciencia, todo el genio, todo el desarrollo intelectual del que es capaz; dadle al mismo tiempo la humildad cristiana, y la veréis revestida de una sencillez y de una modestia bastante más agradables que la de la pobre india que se juzga un animal de especie algo superior á los monos, pero muy inferior á su marido. La humildad ilustrada es una virtud madre de otras muchas, inspiradora de más altos deseos de perfección, porque la humildad no impide los progresos que se logran, como no ciega acerca del mérito ajeno; nos hace apreciar lo que nos falta, y aun cuando llegáramos á la cumbre del saber, alentaría en nosotros mayores miras sin llevar consigo el orgullo ni el abatimiento.
Es indudable que se necesita ilustración hasta para practicar obras misericordiosas. La hermana de la Caridad debe poseer conocimientos en Medicina con objeto de asistir á los enfermos y poner los primeros apósitos á los heridos.
¡Hermoso es el tipo de la hermana de la Caridad!
La hermana de la Caridad es superior á la mujer, es un ángel en la tierra. Criatura llena de abnegación, habita donde mora la desgracia, abdica todas las comodidades y placeres, trueca la alegría por el dolor, los quejidos y las lágrimas. Ella carece de patria, familia y hogar; no tiene más afectos que los seres desventurados. Sus protegidos son la huérfana, el desdichado, el indigente; su sociedad fórmanla los que padecen dolores físicos ó los que sufren penas morales. En medio del fragor de los combates, entre el humo de la pólvora, los gritos del vencedor, los aves del moribundo y las blasfemias del vencido, ella se presenta serena y majestuosa como ángel protector.
¡Religión admirable es la que produce tipo tan sublime!
Para la mujer española, que tanto se distingue por su catolicismo, por su amor y fervoroso culto á la Virgen, las obras que se relacionan con la excelsa Madre del redentor del mundo deben ser una de sus lecturas predilectas.
Ninguna religión ostenta tan hermosa figura como la de la Virgen Madre.
Enorgullezcámonos las mujeres de tener en nuestro sexo una criatura que ha sido siempre santa, siempre pura, siempre impecable, siempre perfecta, siempre inmaculada.
2 de agosto.
Había antiguamente en la ciudad de Asis uu templo que fué erigido á la Virgen con el nombre de «Nuestra Señora de los Ángeles». Llamóse también de la Porciúncula, porque San Francisco denominábala Madre y cabeza de la pequeña grey de frailes menores de su Orden.
San Francisco de Asís obtuvo los más grandes favores del Cielo, y entre otros, refiere él mismo el siguiente, que colmó con exceso sus esperanzas.
Hallábase una noche orando en su aposento, próximo á dicho templo, y oyó interiormente una voz que le anunciaba encontrarse en aquél la Virgen María acompañada de Jesús y rodeada de Ángeles. Corrió al santuario, y postrado ante las gradas del altar vió y adoró aquella aparición divina, derramando lágrimas de felicidad por haber alcanzado en esta efímera vida lo que á los justos les es dado alcanzar en la eterna. Permaneció largo rato sumido en extática contemplación, de la que le sacara la voz del Señor preguntándole si quería obtener alguna gracia. El santo Patriarca suplicó al Altísimo que fuese la del perdón de los pecados á cuantos fieles, después de hacer una sincera confesión, entraran en la iglesia y orasen con devoción y recogimiento. El Señor concedió la gracia que se le pedía, y esta divina concesión fué extendida en 1221 por el Papa Honorio III á todas las Iglesias de la Orden franciscana.
Hay una particularidad digna de relatarse en la concesión pontificia que acabamos de mencionar, y es que no se hizo para ella diploma ni breve alguno por no haberlos solicitado ni admitido el Patriarca fundador de la Orden. Aseguró que la palabra del Papa era bastante, y dijo «que el Señor, como obra suya, la divulgaría y extendería por todo el orbe». Desde aquella fecha es conocido en todo el mundo católico tan señalado privilegio, que disfruta la ilustre y máxima Orden de San Francisco.
La festividad del día 2 de agosto está unida íntimamente á la indulgencia plenaria, manantial de bienes y de gracias nacidas de las misericordias del Señor. Indulgencia plenaria es la remisión de las penas que prescribían los antiguos cánones por todo linaje de pecado. San Pablo decía á los Corintios en una de sus epístolas: «Lo que vosotros habéis concedido, yo lo concedo también; y si uso de indulgencia lo hago por vosotros en persona del Salvador y como representante de Jesucristo». Consigna la Historia de la Iglesia que los cánones de Niceo, Lérida y otros que sería prolijo enumerar, dan á los Obispos facultad para la concesión de indulgencias con el fin de templar el rigor de las penas canónicas. El Concilio de Trento, en la sesión veinticinco, anatematiza á los que sostienen que las indulgencias son ineficaces ó que la Iglesia no tiene derecho para concederlas, á la vez que prohibe en ellas que haya ganancia ni sórdido interés. De este modo llegó á cortar la Iglesia los excesos que cometían los Cuestores, pretexto que tomó la herejía luterana en el siglo xvi para promover un cisma en el seno del catolicismo.