El drama de Adán - Pedro Muñoz Seca - E-Book

El drama de Adán E-Book

Pedro Muñoz Seca

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El dilema de Adán es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la trama se articula en torno a las ganas de desaparecer del mapa del distinguido Modesto Adán debido a las deudas que lo acucian.-

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Seitenzahl: 130

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Muñoz Seca

El drama de Adán

HUMORADA EN TRES ACTOS

Estrenada en el TEATRO MARIA ISABEL (antes Infanta Isabel) el jueves 12 de noviembre de 1931

Saga

El drama de Adán Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1931, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508604

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Esta obra es propiedad de su autor y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España, ni en los paises con los cuales se hayan celebrado, o se celebren en adelante, tratados internacionales de propiedad literaria.

El autor se reserva el derecho de traducción.

Los comisionados y representantes de la Sociedad de Autores Españoles son los encargados, exclusivamente, de conceder o negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.

–––––––

Droits de representation, do traduction et da reproduction réserves pour tona les paya, y compris la Sude, la Norvégee et la Hollande.

–––––––

Queda hecho el depósito que marca la ley.

REPARTO

personajes actores nieves Isabel Garcés. Luz María Brú. brigida Concepción Fernández. sabina Concepción Ruiz. meme María Lola Argenti. nina Carmen Pradillo. modesto José Isbert. pepe Manuel Collado. carlos Joaquín Puyol. peñalua Luis Manrique. juan Pedro González. zamas José Soria. guindate Luis Domínguez Luna. benito Jesús Valero. martin Rafael Ragel. cañeiro Faustino Cornejo.

ACTO PRIMERO

Salón de la confitería, bar y casinillo de Aureana, pueblo que se supone cercano a Madrid. Puerta de entrada a la izquierda.—En el foro dos ventanas con cristaleras y visillos.—A la derecha, primer término, medio punto que conduce a la confitería, y en último término una puertecilla que simula dar acceso a la cocina y demás dependencias.—Delante de esta puérta, y un poco en diagonal, un biombo.—Hay en escena varias mesas rodeadas de sillas y en las paredes, entre varios carteles anunciadores, uno que diga: “Conservas Sur” y otro “Agua de Hoznayo, la mejor agua de mesa”.—Es de día.—Epoca actual.—En los primeros días de Septiembre.

–––––––––

(Al levantarse el telón están en escena, SABINA, criada de la casa, y GUINDATE, camarero. Sabina, que es una vieja rabiosilla y nerviosa, acaba de aljofifar el suelo y está poniendo en orden mesas y sillas, ayudada por Guindate.)

 

Guind . ¿Ha limpiao usté también la confitería?

Sabina . Lo primero de todo. ¡Pues bueno se pone, si no, nuestro queridísimo amo! (Poniéndose los dedos índice y corazón de la mano derecha, en forma de compás, sobre la mismísima yugular.) ¡Tan simpático que es el pobre!... (Ríe Guindate.) Además, he barrido y he regao el pedazo de calle de la tienda; he aljofifao la cocina y he fregao todo lo que se ensució anoche. Ahora iré al taller a ayudar a hacer dulces; a la hora del postre ayudaré a despachar en la confitería; a la hora del café prepararé el servicio y vuelta al taller y torna a la confitería, etc., etc. (Irónica.) No, si lo paso aquí muy bien. (Repitiendo el gesto de antes.)Y muy bien pagada: una peseta y la comida; si éso es comida; porque vaya comida... Por supuesto, que me tengo yo que enterar, si a eso de los paritarios podemos acudir también las que no hemos tenido hijos, porque como podamos acudir, van a oirme. ¡Ay, si se me arreglara, por fin, lo de la señorita Nieves, la hija de don Modesto Adán, que me dijo días pasaos que quería llevarme a su casa de cocinera. Figúrate tú; yo en Madrid y guisando para tres personas. ¡La gloria! En fin, me lleve o no me lleve, estamos ya a fines de septiembre, quedan pocos veraneantes y el trabajo es menor cada día.

Benito . (Dependiente de la confitería, entra precipitadamente por la primera puerta de la derecha. Habla muy de prisa.) ¿Don Juan está?

Guind . ¡Frena, niño!

Sabina . Te advierto que el amo está muy cargao contigo, porque dice que siempre que entras así le asustas.

Benito . Bueno, ¿ha bajao o no ha bajao?

Guind . No ha bajao. ¿Qué pasa?

Benito . Que están ahí de Villa-Revilla, adonde está oculto ese que fué ministro...

Sabina . (Temerosa, imponiéndole silencio.) ¡Chist!...

Guind . (Idem.)¿No sabes que don Juan no quiere que se hable de eso? ¿Qué es lo que buscan?

Benito . Que ayer pidieron por teléfono pulpa de ba tata y de melocotón; se lo dije a don Juan y a la cuenta se le ha olvidao, porque no m’ha dejao razón ninguna. Y como viene a recoger el encargo Elimenas, el cocinero que tiene muy mal carácter, no sé qué decirle.

Sabina . Pues dile que no tienes tú la pulpa.

Benito . Señora Sabina, que estoy hablando en serio. También están ahí de Villa-Villate, por un kilo de cocos pa rayarlo y resulta que el ordinario de Madrid no ha traído todavía las dos arrobas que le encargó don Juan.

Sabina . ¿Y qué le vas a hacer tú? Diles que esperen o que vuelvan.

Martín . (Operario, en traje de faena, por la derecha último término.)Oye tú, niño.

Benito . Mándeme usted, señor Martín.

Martín . Caray, que entre tós me vais a volver a mí loco. (Presentándole un cuaderno.) ¿Esta letra es tuya?

Benito . Sí, señor.

Martín . ¿Me quieres decir qué es esto de vicetiples, lerruses y anhelos de constituyentes?

Benito . Son los nuevos nombres que ha indicao el Comité de “artes dulces”, pa sustituir a los del régimen pasao. Las vicetiples, son las antiguas capuchinas; los lerruses los piononos y los anhelos de constituyentes, los suspiros de monjas.

Martín . Pues hombre, emplear los nombres nuevos pa con el público, pero pa el taller dejar la nomenclatura clerical, porque nos vamos a hacer un lío.

Benito . Pero si es precisamente en los talleres adonre s’han negao a hacer dulces con nombres “clerigales”, señor Martín. ¡Pues buena la armó ayer el Exuperio, su ayudante de usted, con ese motivo! Usté, como anduvo d’asueto, no se enteró pero que le diga la Sabina.

Sabina . ¡Menuda fué! Nada, que encargó el señor Vicario pa festejar su onomástica, cuarenta bocaos de Santa Teresa, le dijo don Juan al Exuperio que los hiciera y el Exuperio, que al oír lo de Santa Teresa, había puesto ya la carita que él pone cuando le recuerdan que su señora se escapó con uno, hizo una crema de tal clase que a la hora y media comenzaron los bocaos a agriarse y a ponerse de un verde obscuro, que se pasó don Juan la tarde rabiando y tirando bocaos a la basura.

Guind . ¡Ese Exuperio es de un avanzao!

Sabina . Dímelo a mí que le arreglo el cuarto. Tiene a la cabecera de la cama un retrato de Marcelino Domingo, que vaya un tío feo, y le ha puesto debajo: “Te venero y te distingo—con mi afecto más leal—. porque a más de radical—eres todos los días Domingo”. (Risas.)

Martín . (Por el cuaderno.)Bueno, ¿y hay algún otro cambio de nombre?

Benito . Las yemas de San Leandro que como le gustan a todo el mundo, le han puesto yemas buenas y los tocinos de cielo, que por la misma razón los llaman tocinos ricos.

Juan . (Por la izquierda. Cincuenta años y mal encarado.) Buenos días.

Todos . (Sorprendidos y contrariados.) Buenos días.

Juan . (De mal talante.) ¿Hay Junta general? (A Benito.) ¿Qué haces tú aquí?

Benito . Que están ahí, de Villa-Revilla, por la pulpa...

Juan . Di que yo la mandaré antes de la una. (Medio mutis de BENITO.) ¡Ah! ¿Qué hay del coco? ¿Ha venido Fino?

Benito . ¿Quién es Fino?

Juan . El ordinario.

Benito . No, señor, no ha venido.

Juan . (Contrariado.) ¡Vaya! (A BENITO.) ¡Vele!

Benito . ¡Voy! (Mutis de un salto, por la derecha, primer término.)

Juan . Apunte estos encargos, Martín.

Martín . (Disponiéndose a escribir en su cuaderno.) Sí. señor.

Juan . (Examinando unas notas.) Veinticuatro pastelillos para rellenar, para don Luis de Diego, el de Villa-García. Un “volovan”” de ocho para la viuda de Diez y otro de diez para don Juan García, el de Villa-Diego.

Martín . (¡Vaya lío!)

Juan . (Haciendo memoria.) Otro encargo tenia yo... Sí: esos señores de Lagos, que quieren unos barquillos. Haga un millar.

Martín . En seguida. (Mutis por la derecha, último término.)

Juan . ¿Ha venido alguien?

Sabina . Don Modesto Adán. Le dije que no había usté bajao, y se fué preocupadísimo.

Juan . ¿Hacia dónde tiró?

Sabina . Hacia el paso a nivel.

Juan . Menos mal.

Guind . También han esta aquí dos forasteros, que a mí me han escamao. Entraron preguntando si aquí se comía...

Sabina . (Irónica.) Les dirías que no. ¿verdad?

Guind . Claro. Les indiqué dónde estaba la fonda y al salir le dijo el más joven al más viejo: “Vamos a ver cuál es el lugar de acción que nos conviene más; si la plaza, la puerta de la iglesia o el jardín de la villa”, y se fueron hacia Villa-Revilla.

Juan . (Preocupado.) ¡Caramba!...

Sabina . (Que mira hacia la izquierda.) Aquí viene otra vez el señor Adán.

Juan . (Contrariado.) ¡Vaya! (A SABINA.) Ayuda a hacer las vicetiples.

Sabina . Si, señor; con muchísimo gusto. (Mutis por la derecha, último término, poniéndose los dedos en el cuello como antes.)

Guind . Voy a poner a refrescar unas gaseosas. (Vase tras de SABINA, al mismo tiempo que entra por la izquierda y se detiene, desalentado, MODESTO ADAN, un señor como de cincuenta y cinco años, de aspecto bondadoso, que viste con cierto elegante desaliño y que no trae corbata.)

Modesto . (Como avergonzado.) Buenos días, Juan.

Juan . (Sin poder ocultar su contrariedad.) ¿Tampoco hoy?

Modesto . (Tras un suspiro triste.) ¡Tampoco! (Quitándose el sombrero desesperadamente.) ¡Soy un cobarde! (Al pasarse la mano por la frente, advierte que está sudando.) ¿Eh? ¡Estoy sudando! Espera: aquí hay una corriente espantosa. (Se quita la americana, se sienta ante una de las mesas del centro y abre los brazos, como aguardando con fruición el enfriamiento.) A ver si Dios me manda una pulmonía de las escogidas...

Juan . Una pulmonía no mata en setenta horas, don Modesto, y usted si desea cumplir con su familia y con sus amigos, tiene que morir antes del lunes.

Modesto . (Desesperado.) ¡No tengo valor para matarme, Juan!

Juan . Pero, hombre; si después de todo, para lo que vale esta cochina vida...

Modesto . ¿Qué me vas a decir a mí?

Juan . Además, que es cuestión de un minuto... ¿Qué digo? ¡Un segundo!

Modesto . Te juro, que hoy he salido de casa completamente decidido. Del paso a nivel vengo. ¡Ha pasado el rápido de Hendaya, que era una tentación! ¡Qué velocidad; qué vagones tan grandes, qué ruedas tan relucientes y cómo me atraían!... ¡Pero no pude, no pude! Y eso, que si me hubiera arrojado a la vía, creo que apenas si hubiera sufrido...

Juan . ¿Sufrir? Nada, hombre. Dicen que es una muerte casi agradable. Y luego un tren de lujo...

Modesto . ¡He perdido una ocasión!...

Juan Por eso no se apure: a las ocho y quince pasa de vuelta.

Modesto . Suele traer retraso siempre. Y que no Juan: aunque se lleve todo el día rondándome, no. ¡Soy un cobarde! (Estornuda.) ¡¡Atchis!! (Levantándose preocupado.) ¡Caray! ¿A ver si lo cojo?... (Alarga la mano hacia la americana, pero se detiene bruscamente y se vuelve a sentar.) ¿Qué hago, Dios de mi vida, si lo que quiero es morir? (Conmovido.) ¡Porque te juro que quiero morir, Juan! Mira. (Saca del bolsillo una corbata de los antiguos colores nacionales.) Me han dicho que todo el personal de la estación es de un republicanismo rabioso y voy a ponerme esta corbata para provocarles y lograr la puñalada que me está haciendo tanta falta.

Juan . ¿Y si en vez de una puñalada se reduce todo a un puñetazo en las narices? No, don Modesto: usté tiene que pensar en algo más práctico. Recuerde que la anualidad del Seguro vence el lunes y que si no muere usté antes de esa fecha, sumirá en la miseria a su pobre hija, a su infeliz hermana y a mí, porque los quince mil duros que yo le facilité para pagar la prima, constituían todos mis ahorros.

Modesto . Tú sabes, Juan, que de un año a esta parte, he hecho por morir cuanto ha estado en mi mano. Yo he atravesado varias veces al día la calle de Alcalá, de acera a acera y leyendo el A B C. durante las horas de mayor circulación, y no he logrado que ningún auto me atropelle. Yo he paseado muchas tardes por la glorieta de Cuatro Caminos, vestido de negro con un Siglo Futuro en la mano y cantando: “Venid y vamos todos, con flores a porfía”, y como si hubiera cantado la “Carmañola”. Yo he asistido al estreno de todas las obras de actualidad política y he pateado furiosamente, y, lejos de agredirme nadie, decían: “Debe ser el único que ha pagado la entrada.” Yo he ido a los toros, a barrera, cuando han actuado matadores de esos que descabellan mucho, que es casi siempre, y ni por casualidad me ha saltado un estoque. ¿Qué más puedo decirte? Este pasado julio me fuí a Pamplona, asistí al encierro de una corrida de miuras, corrí delante de los toros, como hacen los mozos más garridos y más suicidas, caí en plena calle y los toros saltaron sobre mí sin hacerme daño. Luego, desesperado, me atraqué de chorizo y tampoco el chorizo me hizo daño. Porque, esa es otra, Juan: a fuerza de querer reventar de un cólico, se me ha puesto el estómago de una conformidad, que le echo cemento y lo digiere como si fuera harina lacteada. ¡Soy un desgraciado, Juan! ¡No hay nada que acabe conmigo!

Benito . (Por donde siempre y como siempre.) ¡Don Juan!

Juan . (Asustado.) ¡Pero niño!... ¡Malhaya sea, que me das cada susto que me descuajaringas! ¿Qué pasa, niño? ¿Han traído ya las dos arrobas de coco?

Benito . No, señor. Es que preguntan de Villa-Tula si hay miel pura, marca el “Chalet” de Valdeiglesias.

Juan . Dile que esta no es la época. (Se va BENITO.)

Modesto . La envidia que le tengo a Peñalúa, el ex ministro ese que anda por ahí oculto porque le quieren matar.

Juan . Baje usted la voz, que las paredes oyen...

Modesto . ¡Qué felicidad! Poder salir a la callie y ¡pim, pam!, fuera, se acabó: a cobrar la familia. ¿Qué me aconsejas que haga, Juan?

Juan . Yo, don Modesto, insisto en que no hay más solución que un suicidio hecho con seriedad. Un veneno activo: arrojarse al rio con un peso en el cuello, el paso a nivel o el pozo de ahí al lado, que es profundísimo...

Modesto . Ni el peso, ni el paso, ni el pozo.

Juan . Entonces...

Modesto . (Insinuante.) ¿Por qué no me matas tú? (A un gesto de Juan.) Tú me quieres bien y además defiendes tu dinero.

Juan . No, si yo, al verle tan necesitado, he pensado en ello más de una vez, pero... ¡He recibido de usted tantos beneficios! Yo no era nadie y usted con su protección ha hecho de mí un hombre de provecho. ¿Cómo van estas manos?

Modesto . (Abrasándole conmovido.) ¡Gracias, Juan!

Juan . (Conmovido también.) Le quiero a usted demasiado para... Yo, a lo sumo, podría...

Modesto . ¿Qué? ¡Dí!

Juan . Si se pusiera usted al lado del pozo, le... (Acción de empujar.)

Modesto . (Abrazándole de nuevo.) Como si me empujaras Juan. Te lo agradezco lo mismo; pero, al pozo, de ninguna manera. Mi ideal sería morir por sorpresa. Vamos, cuando yo menos lo esperase. ¿Por qué no buscar a alguien que por una pequeña cantidad se comprometa a.... ¿eh?

Juan . ¡Caramba! Es una idea. No sé si estarán aquí Evaristo Bernat o Luis Duran...

Modesto . ¿Son hombres de temple?

Juan . Bernat mató a su padre, porque no quiso suscribirse a El Crisol y Durán estaba en una tienda de armas y vendía las pistolas ya cargadas, para que los inocentes compradores, al enseñarlas en sus casas, matasen a alguien.

Modesto . Me convienen Bernat y Durán.

Juan . (