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Lo que Dios dispone es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época.-
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Seitenzahl: 114
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Pedro Muñoz Seca
COMEDIA EN TRES ACTOS
Estrenada en el Teatro REINA VICTORIA de Madrid el día 13 de Noviembre de 1925
PRIMERA EDICIÓN
Saga
Lo que Dios dispone Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1925, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508048
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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Droits de representation, de traduction et de reproduction réservés pour tous les pays, y compris la Suède, la Norvège et la Hòlande.
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Queda hecho el depósito que marca la ley.
A Constanza Sáncbez Guerra
Oficialas bordadoras.--La acción en Madrid
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Habitación en casa de Angela Casalvo; una habitación de un piso cuarto de una casa de quinto orden.—Puerta de entrada en el primer término de la izquierda (actor).—En este mismo lateral y en chaflán, un balcón.—En el lateral derecha, dos puertas.—Ante el balcón hay una mesa de escritorio, con su correspondiente sillón. En el centro de la escena, una mesa de comedor pequeña.—En el fondo un aparador; entre las dos puertas de la derecha, una librería.—Seis sillas de comedor completan el mobiliario.— Este mobiliario será modestísimo: de nogal chapeado y viejo.—La acción en Madrid.—Epoca actual.—En el mes de mayo.—Es de día.
(Al levantarse el telón están en escena Nicanor y Guerrita.—Nicanor es un señor como de setenta años, pero ágil y fuerte.— Viste birriosamente, cada prenda de un color distinto, y desde luego «al difunto le estaban mejor». Usa quev é dos o gafas, de esas que los cristales tienen hechura de media luna, para poder mirar cómodamente por encima de ellos.—Guerrita, dependiente de una carbonería y en traje de mecánica, lo mismo puede tener treinta y cinco años que cincuenta, con tantísimo tiznón no hay quien calcule.)
Guerri. (Con un papel en lamano.) De manera, don Nicanor, que de la cuenta nada, ¿eh?
Nica. (Tristemente.) Nada, amigo Guerrita, nada.
Guerri. ¿Pero nada tampoco a cuenta de la cuenta?
Nica. Tampoco: y créame usted que lo siento hasta llorarlo.
Guerri. Más lo siento yo, porque le dije al señor Verganza, mi principal, que hoy no volvería yo a la tienda con las manos limpias como otras veces.
Nica. Pues ya usted ve...
Guerri.( Mordiéndose un dedo que es un puro tiznón.)
¡Por vida de la inopia!...
Nica. No se enfade usted, amigo Guerrita.
Guerri. Pero hombre; si es que llevo ya año y medio...
Nica. Yo le aseguro a usted que el día menos pensado sale usted de esta casa con los treinta y dos duros que se le deben y diez más.
Guerri. Con los treinta y dos me conformo, don Nicanor. Ni el señor Verganza ni yo admitimos propinas. Lo nuestro y nada más que lo nuestro.
Nica. Ya sé, ya sé, picarillo, que va usted a entrar en sociedad con su principal.
Guerri.( Muy halagado.) Sí, señor, ahí andamos en esos tratos.
Nica. ¡Hay que ver qué suerte!... Tan joven y condueño de una de las mejores carbonerías que hay en Madrid.
Guerri. Hombre, al cabo de cuarenta años que llevo en la casa...
Nica. ¡¡Ordago!!
Guerri. ¿Eh?
Nica. (Admirado) ¿Cuarenta años?
Guerri. Día tras día.
Nica. Pero si yo creía que tenía usted treinta y cinco a lo sumo.
Guerri. Sí, sí... ¡Cincuenta y tres!
Nica. ¡Reteórdago!... (Examinándole.) ¡Y ni una cana!
Guerri. ¡Está usted apañao!
Nica. ¿Qué?
Guerri. Que si me viera usted en Alicante en el mes de agosto...
Nica. ¿Qué, se baña usted?...
Guerri. Natural: y al quinto baño ya me caneo unas miajas, pero al décimo, me quedo más blanco que el Comendador. (RíeNicanor.) Si, usted se ríe, pero a mí maldita la gracia que me hace, porque raro es el año que no tengo algún lio por causa del kilométrico; como me retrato aquí, de negro, cuando me ven luego de blanco dicen los Revisores que soy mi padre.
Nica. ¡Su padre!
Guerri. Y se arma cada bronca, que se para el tren.
Nica. ¿Pero es que usted no se lava durante el invierno?
Guerri. Hombre... según. Yo, agua me echo tóas las mañanas pa espabilarme; ahora que dejo que ella se seque sóla, ¿sabe usted?, porque si principiara yo a restregarme con toallitas... vamos, no ganaría yo para toallas.
Nica. Sí, sí, bajo ese punto de vista...
Guerri. Ahora, cuando firmemos esa escritura ya será otra cosa. Como condueño tendré que contratar y que dar la cara...
Nica. ¿Y la va usted a dar limpia?
Guerri. Por lo menos tengo que dar siempre la misma pa evitar confusiones, de manera que una de dos, o tengo que lavarme tóos los días o que no volverme a lavar nunca jamás.
Nica. Hombre, yo creo que debe usted lavarse, amigo Guerrita.
Guerri. Eso me dice también Verganza, pero es una pensión y un cuidao más tos los días ¡y tiene uno tantas cosas encima!...
Nica. ¡Y que lo diga usted! En fin, usted tiene ya resuelto el problema del mañana. Ha sembrado usted y recoge el fruto. ¿Pero y yo?.. Treinta y dos años de apuntador en las mejores compañías de España y América y ahora que se me ha estropeado la vista y ya no sirvo, un puntapie y a vivir a costa de mi hermana y de mis sobrinas... que las pobres viven de milagro... He nacido un poco pronto. A los apuntadores de hoy no les ocurrirá esto mañana.
Guerri. Entoces ¿no cuenta usted con nada? ¿Ni siquiera le ha quedao un retiro?...
Nica. No me ha quedado más que la calle de Sevilla donde sableo a los compañeros que se dejan. ¡Qué vejez la mía, amigo Guerrita! Si ustedes quisieran colocarme en la carbonería para llevar las cuentas...
Guerri. Se lo diré al señor Verganza y cuando firmemos la escritura hablaremos.
Nica.¿Tardará eso mncho?
Guerri. No sé; en cuanto nos pongamos de acuerdo en un detalle. Porque es que yo quiero que mi apellido figure en la muestra de la tienda y dice el otro que la gente se va a reir cnando lea «Verganza y Guerra».
Nica. ¡Qué simpleza!
Guerri. ¿Verdad que sí?
Nica. Claro, hombre; pero si es hasta bonito: «Verganza y Guerra».
Guerri. Como la carbonería está en la «Plaza del Dos de Mayo».
Nica. Tonterías.
Guerri. En fin, don Nicanor ¿le parece a usted que me dé una vuelta por aquí dentro de un rato, cuando esté su hermana doña Angela?
Nica. (Dudando) Mal día es hoy, amigo mío. Ya usted ve; son las doce y media y no sé todavía qué es lo que vamos a comer.
Guerri. ¿Así andamos?
Nica. Los seis últimos días de cada mes son verdaderamente calamitosos. El día que los sindicalistas establezcan el mes de veinticuatro días entro en el partido. Porque es que a cada mes le sobran esos seis días. Hoy no hay en esta casa ni un céntimo. Para traer los litros de leche que necesita la enferma he tenido yo que hacer más equilibrios que una foca.
Guerri. ¡Válgame Dios! ¿Y cómo sigue la muchacha?
Nica. Bastante mal. Ahí está el médico ahora: don Bernardo San Juan: una gran persona; un santo, porque Sanjuan es un santo; pero no tengo fe en él: un médico que no receta, figúrese usted.
Guerri. Este Sanjuan es el de los toros ¿no?
Nica. El de los toros es San Lucas.
Guerri. No digo eso: digo que si este Sanjuan es uno que ha inventao una cosa pa que no sufran los caballos de los toros.
Nica. Ah, si, un anastésico inyectable. Pero no quieren emplearlo porque dicen que resulta carísimo y que no vale la pena. Si será buena persona que por no ver sufrir a los pobres animales...
Guerri. Pues ahora dicen que está dándole vueltas a una combinación para que a los toros le salgan los cuernos blandos. (RieNicanor.) En fin, don Nicanor, hasta luego. Daré una vueltecita cuando esté aquí su hermana de usted. Yo siento mucho ser pesao, pero...
Nica. Sí, vuelva cuando guste, amigo Guerrita, no faltaría más. Usted viene siempre a su casa... ( Se van por la izquierda.)
( Por la derecha, segunda puerta, entran en escena DON BERNARDO, LAURA y PILAR, —Don Bernardo es un afable señor como de cincuenta años, un poco descuidado en punto a indumentaria. Pilar, un poco más joven que Laura, es tan mona como ella y un algomás pizpireta que ella.)
Pilar ¿Pero siempre ha sido usted así, don Bernardo?
D.Ber. Siempre hija mía. Me he pasado la vida en tonto.
Pilar Con lo que usted ha viajado.
D.Ber. ¡Quita! No he ido más que a Francia. Tenía en Lila un pariente y me fui allí a aprender bien el francés. Yo digo en broma que cuando no he estado en tonto he estado en Lila. (Ríen Laura y Pilar.) Nunca he sabido hacer negocio, ni medrar... Logré una plaza de catedrático auxiliar en la escuela de medicina y me echaron porque no suspendía jamás a ningún alumno.
Laura. ¿Y por eso se puede echar a nadie?
D.Ber. Es que abusaban de mí, Laurita. Les aprobaba aunque no supieran ni linda jota y, tratándose de futuros médicos, eso era peligrosísimo. Un día me sorprendió el Decano examinando de Partos a uno de aquellos sinvergüenzas y la catástrofe. Porque es que aquel no sabía absolutamente nada, y como yo estaba decidido a aprobarle, le dije: «Si me contesta usted a una sola pregunta, no le suspendo».— Y le pregunté: vamos a ver ¿en quién es más frecuente los partos, en el hombre o en la mujer?
Pilar ¡Por Dios!
Laura ¡Pero don Bernardo!
D.Ber. Me echaron, hijas mías.
Pilar ¡Claro!
D.Ber. Pero no le suspendí.
Laura Bueno, ¿y cómo encuentra usted a la enferma?
D.Ber. No está peor, pero tampoco puede decirse que haya experimentado ninguna mejoría.
Pilar Lleva varios días con menos fiebre.
D.Ber. No es su estado actual el que me preocupa, sino el porvenir. Teresa está amenazada de una tuberculosis muy grave.
Laura ¡No lo permita Dios!
D.Ber. Amén, pero para tratar de evitarlo le dije ayer a vuestra madre que puesto que no hay plaza gratuita en ninguno de los sanatorios cercanos, es preciso llevar a esa muchacha a Panticosa, en seguida. Si no va... también se lo he dicho a vuestra madre, será muy pronto un caso perdido.
Laura ¡Jesús!
Pilar( Haciendo con los dedos un gesto de estar a dos velas.)Pero don Bernardo de mi alma ..
D.Ber. Sí; ya sé que es hasta inhumano hablar de eso a quien carece de recursos, pero mis deberes de médico y de amigo me lo imponen.
Laura Mamá está siempre dispuesta a todos los sacrificios, bien lo sabe usted, pero no basta con querer hacerlos, es necesario poder.
D.Ber. Es verdad ¡Pobre Angela! Después de tantos trabajos y de tantos afanes, verse condenada poco menos que a la miseria..
Pilar Suprima usted el poco menos, don Bernardo; porque aquí la que no es Papus, es como de la familia. Y hoy es de los dias más «papusianos» que yo recuerdo. Con decirle a usted que mamá se ha decidido a vender la miniatura de la abuela..
D.Ber. ¿Eh?
Laura A eso ha salido la pobre. Es lo único que había defendido, sin duda por recordar el cariño que papá la tenía, pero ante las circunstancias...
D.Ber. ¡Qué crueldad de la suerte!
Pilar No sé si se hará muchas ilusiones: afirma que la miniatura es de gran mérito y esperaba sacar por ella quinientas pesetas tal vez.
D.Ber. ¡Ojalá!
Laura Ya me contentaría con que le dieran quince o veinte duros y en último caso, menos: lo preciso para acabar este mes sin agobios. Para los que viven como nosotros, de una corta pensión y del trabajo de costura, tan mal pagado siempre, los últimos días de cada mes son de un martirio cruento.
D.Ber. ¡Válgame Dios!... Bueno, ¿y no hay maridos a la vista? Porque eso sería una solución...
Pilar Ya lo creo; ¡ojalá! Esta parece que...
Laura Vamos, quita.
Pilar Diga usted que sí, don Bernardo. Como es la más bonita de las tres y la más fina...
Laura ¡Qué tonta!...
Pilar Tiene los pretendientes por docenas y la siguen por centenares y recibe las cartas por gruesas...
Laura No digas sandeces.
D.Ber. Y qué ¿ella se inclina?...
Pilar Se inclina hacia el lado.
D.Ber. ¿Como?
Pilar