La raya negra - Pedro Muñoz Seca - E-Book

La raya negra E-Book

Pedro Muñoz Seca

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Beschreibung

La raya negra es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, el autor coquetea con el fantástico al imaginarse el país ficticio de Nogalia y urdir las tribulaciones amorosas de la corte.-

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Seitenzahl: 100

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Muñoz Seca

La raya negra

CUENTO EN TRES ACTOS

Cada uno de ellos dividido en dos cuadros,

Estrenado y protestado ruidosamente, desde su primera escena, en el TEATRO FONTALBA el 14 de noviembre de 1924.

Saga

La raya negra Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1924, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508130

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Esta obra es propiedad de su autor, y nadie podrá, sin su permiso, reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los cuales se haya celebrado, o se celebren en adelante, tratados internacionales de propiedad literaria.

Los autores se reservan el derecho de traducción.

Los comisionados y representantes de la Sociedad de Autores Españoles son los encargados exclusivamente de conceder o negar el permiso de representación y del cobro de los derechos de propiedad.

–––

Droits de représentation, de traduction et de reproduction résérves pour tous les pays, y compris la Suéde, la Norvége et la Hollande.

–––

Queda hecho el depósito que marca la ley.

REPARTO

Personajes ActoresALADIA………. María Gámez. OSMUNDA………. Pilar Pérez. RAINELDA………. Blanca Jiménez. NUMILA………. Concha Castañeda. LAUCIANA………. Eugenia Illescas. RODULFO………. Alberto Romea. DIODARDO………. Emilio Valentí. HARNOLDO………. Luis Peña. VALERIO…………… Evaristo Vedia. DRACONIO………. Evaristo Vedia. ARMANDO………. Juan de Orduña. ARCADIO ………. Ceferino G. Barrajón. URTIANO………. Ceferino G. Barrajón. WIFREDO……….. Alfredo Aláiz. NARZAL………….. Alfredo Aláiz. CROMAN………. Nicolás Rodríguez TIALDO………. Antonio del Pino. DIDIO………… Manuel Pacheco. BAUDILIO………. Manuel Pacheco. EONIO………. Manuel Aliacar. QUENCIANO………. Abelardo D. Caneja. Damas, cortesanos y soldados.

–––––

ACTO PRIMERO

Cuadro primero.

Un salón en el palacio de Diodardo, Rey de Nogalia, país imaginario. Puertas en ambos laterales y un gran ventanal en el foro. Como en este salón despacha el Rey con sus Ministros, habrá, a la derecha, primer término, y bajo un rico dosel, una mesa con útiles de escritorio y un regio sillón.

El estilo del decorado, así como los trajes y la caracterización de los actores, queda encomendado al buen gusto del director artístico. El autor indica solamente que, por tratarse de un cuento, todo debe ser en él caprichoso y fantástico, pero dentro siempre de una gran sobriedad y de una gran sencillez.

–––

(Al levantarse el telón están en escena el REY DIODARDO, venerable y afabilísimo anciano, RODULFO, primer Ministro del Reino, hombre cincuentón, despejado y simpático, y EONIO, DIDIO y QUENCIANO, tres Ministros más, que constituyen el resto del Gobierno, porque en la teliz Nogalia no hay más que cuatro Ministros.)

 

DIOD. ¿Queda aún algo de firma?

RODUL. Estos dos decretos, Majestad. Es costumbre que el día de tu cumpleaños se instituya algún premio con el oro que sobra en tus arcas. Este año el Gobierno te propone la creación de dos: uno, para el general que resultando vencedor haya sabido evitar mayor número de batallas, y otro, para el obogado que haya logrado evitar mayor número de pleitos.

DIOD. Con gran placer los firmo, que bien merecen recompensa los que saben evitar tristezas y sinsabores. (Firma.) Y ahora, decidme: ¿no hay epidemias ni enfermedades que castiguen mi reino?

EONIO La salud en Nogalia es completa, Majestad. Sólo dejan de existir los que, tras una larga vida, rinden a la muerte el forzoso tributo.

DIOD. ¿No hay tampoco plagas que azoten nuestros campos?

DIDIO Jamás en tierras de Nogalia se conocieron más pingües cosechas.

DIOD. ¿Y la paz con los demás reinos está asegurada?

QUENC. Todos los reinos limítrofes, desean la prosperidad del tuyo, Majestad.

DIOD. Entonces es señal de que en Nogalia no se comete por mí ninguna injusticia. Os feicito y me felicito. Ya sabéis lo que afirma nuestra tradición: Nogalia será feliz mientras su Rey sea justo; el día que cometa una injusticia, las epidemias diezmarán su población, las plagas asolarán sus campos y las guerras desvastarán el reino.

RODUL. Ni tu bondad ni tu talento te llevarán jamás a la injusticia, Señor.

EONIO. Nogalia te adora y festeja hoy con alegría la fecha de tu cumpleaños.

DIOD. Pues un nuevo motivo de júbilo ha de haber hoy para mis súbditos. He hecho gestiones, cerca de mi primo Adalberto, el Rey de Floridia, y su embajador ha acordado conmigo, hace un instante, la boda de mi hija Aladia, la heredera de mi corona, con el Príncipe Iranio, el futuro Rey de aquella nación. (Aprobación y complacencia en los cuatro ministros.) Por fin van a lograr su anhelo los dos reinos siempre rivales.

RODUL. Gracias a tu bondad.

EONIO Y a tu sabiduría.

DIOD. Decid a los que, con arreglo al protocolo, tienen que asistir a la publicación de este acuerdo, que al sonar las cuatro lo haré saber oficialmente. (Se inclina, dando por terminada la entrevista.)

RODUL. Señor. . .

EONIO Majestad. . . (Se van los cuatro por la derecha.)

DIDIO Majestad. . . (Se van los cuatro por la derecha.)

QUENC. Majestad. . . (Se van los cuatro por la derecha.)

RAIN. (Dama de la corte, por la izquierda.) Señor . . .

DIOD. ¿Qué quieres, Rainelda?

RAIN. Tu hija, la Princesa Aladia, desea hablarte. (Aun gesto afirmativo de Diodardo, Rainelda se acerca a la puerta de la izquierda y dice hacia el lateral.) Entra, señora. (Una vez que entra Aladia en escena, se inclina Rainelda y se va.)

DIOD. ¿Qué quieres, hija mía? Habia.

ALAD. (Que es bonita, donde las haya bonitas.) Padre y Señor, en este momento no es tu hija la que te busca; es la Princesa de Nogalia la que viene a ponerse bajo el amparo de su Rey.

DIOD. Me sorprende ese lenguaje en tus labios; pero si a pedir justicia vienes, dala por conseguida. No se la he negado a nadie jamás. ¿Podría apartarse del cumplimiento del deber quien sabe que el día en que cometiera la menor injusticia lloverían los males sobre su reino? Pero no hablemos ahora sino de lo que vienes a decirme. ¿De qué se trata?

ALAD. De algo que pone en riesgo mi honor.

DIOD. ¿Es posible?

ALAD. Valerio, el embajador de Orania, me persigue con pretensiones amorosas.

DIOD. Me habías alarmado. Desde luego que su conducta es vituperable, pero si no es más que eso, no te ofende, puesto que al fin es hombre que lleva en sus venas sangre real. . .

ALAD. Si no fuera más que eso no recurriría a ti, padre mío. He tratado de evitarte el disgusto que suponía habría de causarte mi revelación, mientras Valerio se ha limitado a hablarme de su cariño cuando me encontraba en los saraos y fiestas de la corte; pero de algún tiempo a esta parte, su persecución reviste tal forma, que no ya una princesa, sino cualquiera mujer que mire por su decoro no debe tolerar. . .

DIOD. ¿Qué estás diciendo?

ALAD. Busca las ocasiones de introducirse clandestinamente en palacio; me sale al encuentro cuando paseo a solas por los jardines. . . ¿Qué más?. . . El otro día tuvo la audacia de entrar, sin anunciarse, en mi cuarto. . .

DIOD. Me asombra lo que me cuentas. Si en cualquiera seria abominable el solo intento de ultrajar a una mujer, lo es mil veces más en quien nada arriesga al intentarlo, puesto que hace sagrada a su persona el carácter de representante de otro país. . .

ALAD. Por eso recurro a ti.

DIOD. Tranquilízate. Yo hablaré a Valerio con la severidad que merece, y esa persecución odiosa cesará. . . De todas suertes hubiera cesado al saber lo que luego va a hacerse público en la corte, que cierra el paso a toda esperanza de aspiración a tu amo. . .

ALAD. (Alarmada.) ¿Qué quieres decirme, padre mío?. . .

DIOD. Que por fin voy a realizar la mayor ilusión de mi vida: darte esposo, asegurar en ti la sucesión del reino. . .

ALAD. ¿Eh?. . . ¿Cómo?. . .

DIOD. Nada he querido revelarte mientras se han llevado a cabo las negociaciones; pero ya es preciso que sepas que el Príncipe Iranio, de Floridia, te conducirá, en breve, al altar.

ALAD. (Casi sin fuerzas.) ¿El Príncipe Iranio?...

DIOD. Sí, hija mía, el heredero de un gran trono, que unido al que tú recibirás cuando yo pague mi tributo a la muerte, os hará dueños y señores de un poderoso imperio. . .

ALAD. Sí. . . pero. . . mi corazón. . .

DIOD. ¿Eh?. . . Pues no me dijiste hace dos años, cuando te hablé de este proyecto, que te sentías inclinada hacia Iranio, que sabes que está prendado de ti?

ALAD. Tú lo has dicho; hace dos años. . . Ahora. . .

DIOD. ¿Has cambiado de modo de sentir desde entonces? ¿Tienes algún secreto que ocultas a tu padre?. . .

ALAD. (Turbadísima.) No, no. . . te aseguro. . .

DIOD. Basta, Aladia. No hablemos más de esta cuestión. Conoces mi ternura paternal, y sabes que todos los sacrificios, aun el de la vida, me parecerían pocos para hacerlos en aras del cariño que te profeso. Cuanto tengo es tuyo antes que mío, y todo lo daría por ti sin vacilar, todo, menos lo que no me pertenece, esto es, el cumplimiento de los deberes que me impone la corona que llevo. Para mí, como hija, eres la luz de mi existencia, el encanto de mi alma; para mí, como Rey, eres lo mismo que el resto de mis vasallos. Si la ley me mandara castigarte lo haría sin pensar en que te di el ser. Los monarcas no podemos tener corazón a la hora de la justicia. Esta debe cumplirse en todos, y en los que están más altos, más, porque las cimas se ven desde más lejos. Creo que tu matrimonio con Iranio te hará dichosa; pero aunque creyera que labraba tu eterna desventura, te obligaría a aceptar su mano porque el bien de mi pueblo lo exige y ante eso mi amor de padre debe enmudecer. Lloraría lágrimas de sangre y mantendría mi resolución. Las coronas de los reyes—con el tiempo lo sabrás por tu propia experiencia—pesan mucho, hija mía, no son de rosas, sino de hierro. Por eso suelen herir la frente. . . Pero las coronas que hieren son las que redimen. . . ¡Una salvó al mundo y fué de espinas!

ALAD. ¡Padre mío!. . .

DIOD. Calla; Rodulfo se acerca. . .

RODUL. (Por la derecha.) Señor: Valerio, el embajador de Orania, solicita el honor de ofrecerte sus respetos. . .

DIOD. No puede llegar con mayor oportunidad. Condúcele hasta aquí y quédate a presenciar nuestra entrevista. Lo necesito.

(Vase Rodulfo por la derecha.) Tus deseos, hija mía, van a ser cumplidos. Valerio no volverá a importunarte.

ALAD. Gracias, padre mío.

DIOD. Y ve disponiéndote para el acto del anuncio de tu matrimonio. Quiero que el de hoy sea un día feliz para todos. (Aladia besa la mano de su padre y se va por la puerta izquierda.)

RODUL. (Por la derecha.) Señor. . .

VALER. (Entrando pausadamente e inclinándoseante el Rey.) El embajador de Orania tiene el honor de ofrecer al gran Rey Diodardo el homenaje de su lealtad y de su reverencia.

DIOD. Y el Rey lo acepta porque eres el representante de un pueblo y de un Monarca amigos, pero sólo por eso.

VALER. ¿Qué quiere darme a entender tu Majestad, Señor?

DIOD. Lo que no debías haber olvidado: que el carácter que ostentas te obligaba a cumplir fielmente con los deberes que te impone la hospitalidad que recibes de mi reino.

VALER. ¿He faltado a alguno?

DIOD. Al primero de todos: al respeto que debes a mi hija.

VALER. ¿Eh?. . .

DIOD. No finjas sorpresa: mi hija acaba de confesarme que has puesto en ella los ojos.

VALER. En ese caso, no me disculparé con la mentira, sino con la única disculpa verdadera: con el amor mismo, más fuerte que mi voluntad.

DIOD. ¿A eso llamas disculpa?

VALER. ¿No lo excusa todo el amor?

DIOD. ¿Hasta el entrar furtivamente en el cuarto de una mujer?

VALER. ¿Eh?. . . ¿También te ha dicho?

DIOD. Aladia no tiene secretos para mí.

VALER. Estás en un error si crees eso, rey Diodardo.

DIOD. ¿Eh?