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El libro ¡Usted es Ortiz! de Pedro Muñoz Seca es una obra teatral que encapsula la hilaridad y la crítica social de la España de principios del siglo XX. A través de un ingenioso juego de enredos e identidades, Muñoz Seca despliega su aguda observación sobre las costumbres y la hipocresía de la sociedad de su tiempo. El estilo vertiginoso y lleno de diálogos chispeantes convierte la obra en un reflejo de la comedia moderna, donde se entrelazan la sátira y el humor costumbrista, permitiendo al lector no solo disfrutar, sino también reflexionar sobre la condición humana y la identidad. La obra se sitúa dentro del contexto del teatro del absurdo, prefigurado en la rica tradición española de la comedia y las críticas sociales que marcan la época de la Restauración y la modernidad. Pedro Muñoz Seca fue un dramaturgo, poeta y humorista español, conocido por su capacidad para combinar el humor con la crítica social. Nacido en el seno de una familia con inclinaciones culturales y artísticas, su formación y experiencias en el teatro se vieron influenciadas por la vida bohemia de su tiempo, así como por su participación en el ambiente teatral de Madrid. Su obra refleja la amalgama de influencias que va desde la literatura clásica española hasta la comicidad de las vanguardias, configurando su propia voz en el panorama teatral. Recomiendo encarecidamente ¡Usted es Ortiz! a los amantes del teatro y aquellos que buscan comprender mejor la cultura española de principios del siglo XX. La obra no solo entretiene con sus situaciones cómicas y sus personajes entrañables, sino que también invita a la reflexión sobre la identidad y la moralidad en una época en transformación. La maestría de Muñoz Seca en la creación de diálogos y situaciones absurdas asegura que los lectores y espectadores se sumerjan en una experiencia que, aunque contextualizada en su época, resuena con problemáticas contemporáneas.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
Caricatura superrealista en tres actos
Un gran salón en el castillo de Ortíz de Crochiao, vetusta mansión, casi feudal, situada en las cercanías de Valtablado de Beteta, pueblecito de la provincia de Cuenca.
Hay en este salón una monumental y artística chimenea en el ángulo de la derecha, un balcón en el foro, dos puertas en el lateral izquierda y otra, la de entrada, en la derecha, primer término. Los muebles, magníficos, han conocido la florida época del renacimiento y los tapices y las alfombras y cuanto hay en la estancia, y habrá mucho y bueno, ostenta la pátina de los siglos. Hay una vitrina con abanicos y objetos de arte y dos cuadros del siglo diez y seis, escuela italiana, ricamente enmarcados. Son las once y media de la noche del día 31 de diciembre de 1926. Una mala noche porque unas veces llueve y truena y otras nieva y ventea furiosamente.
Al levantarse el telón la escena está a oscuras. Se escucha el zumbido del viento. Por la cristalera del balcón penetra la viva luz de un relámpago. Un trueno y en seguida se oye dentro la voz de Juan Cerro.
JUAN:
(Dentro.) ¡Ensienda usté, mardita sea er bicarbonato!
EVERILDA:
(Dentro.) ¡Espere usted, cristiano!… (Entra Everilda en escena por la puerta de la derecha y da vueltas a una llave de luz que hay cercana. Golpe a golpe se van encendiendo las bombillas de una gran araña que pende del centro del artesonado. Queda la escena intensamente alumbrada. Everilda, ama de llaves de la familia Ortiz, mujer de cincuenta años, trae dos saquitos de mano y viene muy abrigada, porque acaba de hacer un viaje en automóvil con Juan Cerro, especie de mayordomo, y con Eulogia, cocinera de la casa, mujer joven y algo asustadiza.)
EULOGIA:
(Entrando con una cesta, en la que se supone que hay viandas y cacharros.) ¡Jesús qué noche!
JUAN:
(Entrando con dos maletas, que no suelta, y con un abrigo que le está grande.) ¡¡¡Mardita sea el invierno, y la lluvia, y la nieve, y la provincia de Madrí, y la de Cuenca, y la hora en que yo salí de Puerto Reá, que aquel día debieron abrírseme a mí las diez yemas de los diez deos de los pies!!!
EVERILDA:
Cuando acabe usted de desahogarse ponga aquí las dos maletas.
JUAN:
(Que, como se habrá visto, es uno de esos andaluces renegantes que maldicen con los dientes apretados para que las palabras tarden más en salir y la maldición sea más larga.) ¿De desahogarme? ¡Vamos, señora!… Pa resoplá yo to lo quemao que estoy necesito dos meses. (Dejando las maletas en el sitio que indicó Everilda y estirando los brazos.) ¡Mardita sean las hipotenusas de los triángulos! ¿Pero me quieren ustede desí a que venimos aquí el 31 de Disiembre y con el tiempesito que hase, que mardita sea la nieve y el primero que hiso horchatas en el mundo?
EULOGIA:
(Cerrando la puerta de le derecha pegando tiritones.) ¡Entra un aire más frío!…
EVERILDA:
Ahora subirán leña para encender esta chimenea.
EULOGIA:
Yo creo que a la señorita le falta un tornillo.
JUAN:
Un tornillo, la tuerca y la redondelita esa que le ponen pa apretá bien. Hay que ve er caprichito de vení a come las uvas a este castillo. ¡Permita Dió que se atragante!
EVERILDA:
¿Pero qué uvas ni qué rábanos, hombre de Dios? ¿Cree usted que venimos aquí de monsergas? ¿No se acuerda usted de que hace hoy dos años que murió en este castillo D. Potentino Ortiz, el marido de la señora?
JUAN:
¡Mardita sea mi cara, que es verdá!
EULOGIA:
(Escamada.) ¿Murió aquí?…
JUAN:
Y en este sillón. (Eulogia se separa del sillón.) Parece que lo estoy viendo. ¡Tan ético y tan simpático! Claro, la viuda querrá haserle mañana temprano algún funerá y querrá que asistan a él alguna de las personas que estábamos aquí cuando “caeció” el fallecimiento.
EULOGIA:
A mí me encargó que trajera desayuno como para diez.
JUAN:
Pos diez vamos a sé. Mi número. ¡Me…!
EVERILDA:
¿Va usted a empezar de nuevo?
JUAN:
Señora, si no estoy aquí a gusto y tengo mis razones. A mí toas estas casas antiguas con yedra y lagartijas por fuera y arañas gordas y murciélagos por dentro, me… me… (Un relámpago.) ¡Me caigo en la lertrisidá y en los “reóforos” de los polos negativos!
EULOGIA:
¡Por Dios, Juan Cerro!
JUAN:
Señora, si estoy ya de relámpagos que me salen los ampéres y los kilowatios elértricos por los glóbulos de las orejas. ¡Josú, qué tiempesito!… Además, que yo sé que en este castillo suseden unas cosas muy raras y…
EULOGIA:
¡Ay, no me asuste usted!… ¿Es verdad eso, Everilda?
EVERILDA:
Por lo menos la noche que murió el señor…
JUAN:
No me recuerde usté aquella noche, Everilda, que me se ponen los pelos como garrochas. ¡También había un tormentaso!… ¡Josú! ¡Lo de veses que s'apagaron las luses!
EVERILDA:
¡Qué susto!
JUAN:
Cayó un rayo en la capilla y… ¡qué cosa tan rara! La grieta que dejó en la paré tenía justo, justo el perfí der muribundo. (Tiembla Eulogia.) Allí está que puede verse.
EULOGIA:
¿Es de veras, Everilda?
EVERILDA:
Sí, hija mía, sí. Y lo del espejo fué mucho peor. Al mismo tiempo que D. Potentino dejaba de existir, se cayó un espejo que había en ese testero…
JUAN:
(Con asco.) Eso no lo sabía yo.
EVERILDA:
Se hizo trizas…
JUAN:
(Haciendo con los dedos “lagarto, lagarto”.) ¡Mire usté qué guaza!
EVERILDA:
Y el pedazo que quedó pegado al marco era también exacta, exacta, la cara del señorito. Un dibujante no lo hubiera recortado mejor. En ese mueble lo tiene guardado la señora.
JUAN:
(Separándose del mueble.) ¡Qué malísima pata tiene eso!
EVERILDA:
Además, todos vimos el alma del señor.
EULOGIA:
(Asustadísima.) ¡Ay, Everilda!
JUAN:
(Idem.) ¿En el espejo?
EVERILDA:
No, hombre. Es que en aquel momento hubo un apagón a resultas de un trueno muy grande, y vimos cómo se abría esa puerta y aparecía una luz… (Suena un trueno y queda la escena a oscuras.)
EULOGIA:
¡¡Ay!!
EVERILDA:
¡Jesús!
JUAN:
¡Chavó!
EULOGIA:
¡Dios mío!… (Tiemblan.)
EVERILDA:
Uúúúúna cerilla…
JUAN:
Dóóóónde tengo yo er mecherito… (Saca un mechero e intenta encenderlo infructuosamente.) ¡Mardita sea er tangolio y er petrolio y er monopolio!… (Los tres ahogan un grito al ver que se abre la puerta de la derecha y asoma una luz.)
CASADO:
(Hombre del pueblo con un farol, y un poco de leña fina.) Aquí estoy yo con la leña. Con la venia de tós. Buenas noches otra vez y mandarme.
JUAN:
(¡Te daba yo a ti una de leña, mardita sea san serení der monte y su padre!…)
CASADO:
Segundo apagón que tenemos esta noche. No sé qué pasará. (Manipula en la chimenea.)
JUAN:
¿Qué quiere usté que pase, hombre? Que con los truenos “tripitan” los cables, “recurpete” en la “dignamo”, allá, aonde sarta el agua de los sartos, se carcujan las “tumbinas” y las bombinas se descargan.
CASADO:
¿Es usted ingeniero?
JUAN:
No hace farta sé ingeniero pa sabé eso que es “lementá”.
CASADO:
Encenderé aquí, con el permiso, usté lo tiene y manda. Está tó dispuesto. No hay más que arrimal las verutas y ya está. (Se dispone a encender.)
JUAN:
¡Verutas! ¡Esta gente que no sabe ni hablá!… (A Everinda.) ¿Quién es?
EVERILDA:
Es Casado.
JUAN:
Le pregunto a usté que quién es.
EVERILDA:
Casado, hombre: el alguacil de Valtablado de Beteta, que es el que tiene las llaves de la casa y el encargado de cuidar el parque…
JUAN:
Pues este Casado es un tío ca…mueso que nos ha dao un susto que a mí se m'ha quedao la ropa grande. (Nuevo relámpago, seguido de un trueno lejano.)
CASADO:
¡Mala velá!… Y con la famita que tiene este castillo cuando soplan los “lucaranes”. (Enciende la chimenea.) Yo me he determinao a entral porque estabais ustés, que si no, iba o entral aquí el “Pronuncio” de Su Santidá.
JUAN:
(¡Qué bruto!)
CASADO:
Ni que me dieran tó el oro del Pontosí… Yo sé que este castillo tiene eso que le dicen “jeta”, y yo con la jeta no quiero gromas. Por eso está tó unas miajas descuidiao. Dende que murió, ya va pa seis meses, la Geroneja, que era la encarga del cudio… En esa butaca murió; ¡Dios la haya perdonao!, de salú sirva, amén. (Juan y Eulogia, se separan de la butaca.) La pobrecilla en vísperas de casarse…
EVERILDA:
(Extrañada.) ¿Eh? ¿Pero iba a casarse?…
CASADO:
Con uno de ahí, de Cuenca. Muy simpático que era el “cuencuense”. Toas las noches venía a acompañala, porque a ella le daba mucho miedo el estal aquí sola de noche, sobre tó a estas horas; de once a una, que es cuando se ven las apariciones.
EULOGIA:
(Temblando.) ¡Ay, Everilda!…
CASADO:
Ella consultó a la señora, la señora le dio el “cosentimiento” y mire usté qué sombra…
EULOGIA:
¡Ay!…
JUAN:
¡Dónde!
CASADO:
Quiero decir, que mire usté qué mala pala; mientras que él se fué a arreglal los papeles, cogió ella la gripe y… al callejón los toreros. ¡Lástima de mujé! Ya lo sentiría la señora, ya. Porque la señora no tenía secretos pa ella, y si la dejó aquí fué, según decían, por cosas de los espíritus, que vaya usté a sabel. ¡El susto que yo pasé el día que le dieron tierra! Estábamos aquí, asina, como ahora, cuasi a oscuras, y de pronto vino una luz… (Se enciende súbitamente la luz. Juan, Everilda y Eulogia ahogan un grito de espanto y quedan luego tranquilos.) ¡Menos mal! Ya tenemos la luz otra vez.
JUAN:
Mardita sean los corales de la má, que hasta sarpullío tengo ya de tantísimo susto. ¡Haga usté er favó de callarse, hombre!
EULOGIA:
(Temblando.) ¿Y es verdad que de once a una hay apariciones?
CASADO:
Sí, señora. Y ahora más, porque ahora dicen que se aparece también el difunto don Potentino. Pero, vamos, el que aquí se ha apareció siempre, que yo lo he visto, ha sido un fraile: Fray Pompilio, uno que, según las romanzas, robó a una castellana, allá en los “lino tiempore”, cuando había castellanas. Porque este castillo es mis antiguo que el comé.
JUAN:
¡Ya lo creo; eso lo sabe tó er mundo! Allí, a la entrada, hay una lápida en el “pértigo” con una “suscrición”, de un año, que ya ven ustedes si sería antiguo el año, que toavía no se habían inventan los número: allí se pué lee: año equis, ele, eme, y qué sé yo. ¡De los tiempos de Soponcio Pilato! Porque este castillo fué de los “ebéricos”, cuando los cantagineses. Aluego, cuando la invasión “sarasena” de los árabes, lo conquistó un “gemir” muy valiente que era Arderramán de Córdoba y que se llamaba “Arcanfó”, y a este Arcanfó se lo conquistó un antipasao de mi amo que se llamaba don Gaitero de la Serda.
CASADO:
(Boquiabierto.) ¡Lo que sabe usté!
JUAN:
(Muy satisfecho.) Hombre, oigo hablá y mi amo, que es un hombre de un “saber foire” muy grandísimo; viajo por ahí con él y aunque uno no quiera, siempre se le pega a uno arguna cosa. (Suena dentro un claxon.)
EVERILDA:
Un automóvil.
EULOGIA:
¿Será la señora?
EVERILDA:
Abra usted, Casado.
CASADO:
Abriré y dejaré abierto, porque yo me tengo que ir. A las doce hay misa de fin de año en la iglesia del pueblo, y yo tengo que ayudala. Mañana vendré a prima hora, por si hace falta alguna cosa. Buenas noches nos dé Dios.
EVERILDA: