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¡Te quiero, Pepe! es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica, tanto en torno a la familia como a la idea de amor romántico. -
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Seitenzahl: 114
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Pedro Muñoz Seca
JUGUETE COMICO EN TRES ACTOS
ESTRENADO EN EL TEATRO MUÑOZ SECA, DE MADRID, EL 25 DE NOVIEMBRE DE 1932
Saga
¡Te quiero, Pepe! Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1932, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726507898
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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Droits de représentation, de traduction et de reproduction réservés pour tous les pays, y compris Suède. lo Norvège et l’Hollande.
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Queda hecho el depósito que marca la ley
A
Manuel Delgado Barreto,
maestro de periodistas
Comedor y despacho, todo en una pieza, en casa de don Ulpiano Carribero. Muebles modestos, pero de buen gusto. A la derecha (actor), primer término y como a un metro de altura, una ventana apaisada que da a un patio. A continuación, una mesa de escritorio atestada de papeles y libros. En el foro, el aparador y el trinchero, y muy a la izquierda, en chaflán, la iniciación de una galería que sirve de entrada. Dos puertas a la izquierda. Una pequeña mesa de comedor, varias sillas, cuadros con títulos, con árboles genealógicos y con bodegones baratos y una panoplia completan la decoración. Es de día. En Madrid. Epoca actual.
Están en escena al levantarse el telón FELISA y GERMANA, dos muchachas bien vestidas y bien parecidas. GERMANA arregla unas cuartillas en la mesa de escritorio y FELISA, de pie ante la ventana, mira con unos prismáticos hacia lo que se supone el patio de la casa.
Felisa. Ya entra otra vez en la biblioteca. ¡Qué raro, tú! Está nervioso, impaciente... Coge un libro... Lo tira. Coge otro. Se sienta. Se levanta. Se va... Oye, prima: al conde le pasa algo raro esta tarde. ¡Ay!... Ahora entra en esa otra habitación que tiene el bargueño dorado. ¿Ese es el cuarto que está junto al comedor?
Germana. Nosé. Yo no he estado nunca en la casa.
Papá es quien la conoce palmo a palmo.
Felisa. (Entusiasmada, sin dejar de mirar con los prismáticos.) ¡Qué hombre, Germana! ¡Cómo está apoyado en la chimenea! ¡Ay qué postura!
Germana. ¡Por Dios, Felisa!
Felisa. (Como antes.) ¡Qué desgaire, qué desaliño, qué descuido, qué abandono!... ¡¡Pepe de mi alma!!
Germana. ¡Pero chiquilla!
Felisa. ¡De mi alma, sí! ¡Ay, lo que me gusta! (Estremeciéndose.) ¡Ay, que mira hacia aquí como distraído!... (Bajando un poco la voz y como si hablara con él apasionadamente.) ¡Pepe! ¡Pepe de mi vida! ¿Qué locura es esta que siento por ti? ¡Mírame, aunque no me veas!... ¡Te quiero, Pepe!... ¡Te quiero!... ¡No te vayas! Ya se fué. Deben haberle llamado, porque se ha ido a la carrera. (Dejando los prismáticos.) Hasta cuando corre es distinguido. Es el hombre más elegante de Madrid, ¿verdad?
Germana. Para nosotros es el más bueno. ¿Qué sería de nosotros sin él? Desde que papá se quedó sin trabajo, es él quien se lo proporciona. Primero, le mandó catalogar la biblioteca; luego, arreglar el archivo, y ahora le ha encargado este libro que va a continuar resolviéndonos el problema de la vida, porque en otra clase de trabajos no hay que pensar.
Felisa. (Pendiente siempre de su acecho.) Pero, escucha, que yo me hago un lío: ¿A qué clase de trabajos se dedicaba tu padre?
Germana. A los suyos, criatura. Papá es Rey de Armas;
vamos, de los que saben de heráldica y de abolengos y de árboles genealógicos y averiguan el escudo que puede usar cada familia y los títulos nobiliarios a que puede aspirar cada persona, etcétera, etcétera.
Felisa. Y, claro, todas esas cosas habrán venido muy a menos con la República, ¿no?
Germana. ¡Figúrate! ¡Hay una huelga de pergaminos caídos, que, nosotros, si no hubiera sido por el conde!...
Felisa. Yo creía que tu padre era periodista.
Germana. No; lo que hace es que publica en algunos periódicos sus investigaciones históricas. Tiene editados unos folletos muy interesantes. La historia de la tinta, Quién inventó la boina y El postre que más le gustaba a Napoleón. Por esto del postre le concedieron las palmas académicas, una condecoración francesa muy codiciada. (Tomando un librito y enseñándoselo.) Mira, en este tomito tiene encuadernados sus tres folletos más importantes: Morriones y borgoñotas; Bacinetes, capacetes, almetes y birretes,yPor qué el escudo de Cataluña tiene barras y no las tiene el de Viena.
Felisa. (Que ha vuelto a mirar con los prismáticos.)
Ya entra otra vez en el despacho. ¿Eh? (Alteradísima.) ¡Ay! ¡Ya estamos! ¡Ay, Dios mío!
Germana. ¿Qué?
Felisa. ¡Dos señoras!
Germana. ¡A ver! (Toma de la mesa unos gemelos de teatro y mira.)
Felisa. (Rabiosa.) Bueno, eso de señoras..., ¿verdad? Dos frescas, ¿no?
Germana. ¡Por Dios! Conocidísimas. La Mimosa y la Verbena: dos polos con bolsos de mano. Esas y otras como esas le tienen acaparado de por vida. ¡Lástima de muchacho! Y la culpa no la tiene él. Dice papá que la culpa la tiene su tío, el marqués de Guadaljoló, que es un hipócrita y un fresco y en vez de darle buenos consejos, se vale de él para que le sirva de tapadera.
Felisa. ¡Ah, no! Pues eso, no. ¡No faltaría más!... ¡Jesús que descoco! ¡Así te mueras, sinvergüenza!... ¡Eres un sinvergüenza!... ¡Pero qué primes, qué estúpidos y qué i diotas son todos los hombres! ¡Todos!
Germana. Ya se van.
Felisa. Y él también. (Dejando los prismáticos.) Anda, vamos.
Germana. ¿Eh? ¿Adónde, criatura?
Felisa. Ahí, a la..., a eso de... Anda, tomaremos un refresco ahí en el café de la esquina. Te convido.
Germana. (Que no vuelve de su asombro.) ¡Pero, Felisa!
Felisa . ¡Es que quiero verle salir! ¡Corre!
Germana. Espera que le diga a tu hermana... (Hablando hacia la izquierda, último término.) Oye tú, recitadora... ¿Qué estará haciendo la Singerman? Se estará ensayando para mañana. (Llamando.) ¡Singerman!... Que nos vamos; cuidado con la puerta.
Felisa. ¡Corre! (Mutis por el foro.)
Germana. (Haciendo mutis tras ella.) ¡Está como una cabra! ¡Qué familia! (Vase.)
Por la segunda puerta de la izquierda entra en escena GALA, una muchacha monísima, pero tonta, pretensiosa y ridícula. Se peina a lo griego, con cinta y lodo, viste algo estrafalariamente, anda y acciona a lo Tórtola y recita a lo Singerman.
Gala. (Deja sobre la mesa del comedor unas cuartillas que trae, toma escena, avanza, se inclina ante un público imaginario y dice:) Señoras... Señores... En esta velada artística, pro-parados, organizada por la Juventud Roja de Cuatro Caminos, voy a dedicar a Grecia la primera parte de mi actuación, y serán Píndaro, el inmortal beocio, Bion de Esmirna y Mesco de Siracusa mis vates preferidos. (Vuelve a saludar. Pausa. Arrancándose a lo Singerman:)
Venid, hijas sagradas
de Cadmo y de Harmonía:
¡Sernéle! Tú que un día
el Olimpo lograste escalar;
y tú, que Leucotea,
hoy te apellidas. ¡Ino!
Y el alcázar marino...
(Suena un timbre dentro.) ¡No hay manera! ¿Quién, porra, reporra?... (Mutis per el foro. Pausa. Se la oye hablar dentro y aparece de nuevo seguida de DOÑA COLETA. Esta DOÑA COLETA es una señora de más de cincuenta años que calza unas botas que le están grandes, viste un traje negro que estuvo de moda hace luengos años y se toca con una mantilla verdeante o un sombrerete ridículo. Trae un envoltorio, porque es vendedora. A pesar de su pobre indumento se presenta con un empaque y una altivez que los Reyes Católicos la hubieran dejado el paso.)
Coleta. (Dentro.) Do manera que está, ¿eh?
Gala. Sí, señora; pase usted.
Coleta. (Entrando y examinando la habitación al través de unos impertinentes malísimos.) ¡Parblé! ¡El despacho en el comedor! ¿Qué ocurre aquí, joven?
Gala. Que hay huéspedes, señora.
Coleta. ¡Ah!
Gala. La señora me dirá a quién anuncio.
Coleta. A la baronesa de Tordelpalo de Júcar.
Gala. ¡Ah! Ya he oído hablar de usted. ¿Es usted la ditera?
Coleta. (Molesta.) ¿Qué es eso de ditera?
Gala. La que corre con trajes y alhajas...
Coleta. Yono corro con nada, joven. Vendo en comisión entre mis amigas, y nada más.
Gala. (Al ver a VIRGILIA, señora afable y simpática, como de cincuenta años, que entra en escena por la primera puerta de la izquierda.) Aquí está mi tía precisamente.
Coleta. ¡Ah! ¿Pero es usted sobrina de mi dilecta amiga?
Virgilia. (Gratamente sorprendida.) ¡Querida doña Coleta!
Coleta. ¡Amiga Virgilia!... ¿Cómo va?
Virgilia. Bien, ¿y usted?
Coleta. Comsí, comsá.
Virgilia. Siéntese.
Coleta. Senkiu.
Gala. ¿Van ustedes a quedarse aquí?
Virgilia. Sí.
Gala. Entonces voy a llegarme en un salto por seda roja para arreglarme la túnica que voy a llevar mañana. Para no tener que llamar cogeré la llave.
Virgilia. Bien.
Gala. Esté usted al cuidado de las patatas...
Virgilia. Sí.
Gala. (Muy ceremoniosamente.) Señora...
Coleta. (Idem.) Orrevuá madmuasell.
Gala. Mucho gusto.
Coleta. Grasie tante.
Gala. De niente. (Haciendo mutis por el foro.) (¡Qué señora más cursiforme!) (Se va.)
Virgilia. Dígame: ¿qué noticias tiene de los suyos?
Coleta. Muy buenas. Mi Mencía, la casada con Polenki Albarkoski, el conde polaco, va a entablar el divorcio. El no abre su escarcela, y ella no puede consentir que me vea yo como me veo, teniendo su marido flota en el Báltico y castillos en Varsovia, Cracovia y Pourrovia. Mi otra hija, Hildegunda, ha sido nombrada días pasados abadesa de las Clarisas, y como su convento está junto a un cuartel, estoy tranquila. Además, de mis pleitos tengo las mejores referencias. Me ha dicho Beunza que va a interponer un nuevo interdicto, y que muy pronto me darán posesión del castillo de Ailaday y de las casas que constituyen el señorío de Igollo.
Virgilia. Vamos, que sea enhorabuena.
Coleta. Volveré muy pronto a ser lo que fuí; pero mientras eso llega tengo que recurrir a mis buenas amistades. Hoy necesito tres pesetas y vengo a pedírselas.
Virgilia. ¡Mujer, por Dios! ¡No faltaría más!... (Dándoselas.) Tome usted.
Coleta. ¡Gracias, Virgilia! Con estas son ya doscientas noventa y siete... En cuanto me posesione del señorío...
Virgilia. Hablemos de otra cosa.
Coleta. Tiene usted huéspedes, ¿eh?
Virgilia. Sí; está aquí mi hermano Justo, con su familia.
Coleta. ¿Justo, Justo?... ¿Este Justo es ése tan avanzado de ideas, que es perito mercantil y toca el óboe?
Virgilia. El mismo. Un infeliz, en medio de todo; ya le conocerá usted. Mucha barba de siberiano, mucha mirada de odio y mucho escupir por el colmillo, pero en el fondo un infeliz. En el pueblo se quedó sin colocación porque que bró la fábrica de sombreros donde él llevaba la contabilidad.
Coleta. Claro; eso de los sombreros no es ya un negocio. Ahora impera el nudismo hasta en lo capilar. Vivimos en plena hongofobia, flexifobia y pajifobia.
Virgilia. Mi hermano ha venido a Madrid, con muy buen sueldo, a difundir y propagar un nuevo apagafuegos eficacísimo: el «Jeringuius-Frigidaire», una especie de jeringa extintora inventada por un amigo suyo, don Constante de la Iglesia, que es algo verdaderamente maravilloso. Porque es que no sólo apaga, sino que refresca. Se va usted al infierno con un «jeringuius», lo hace funcionar y a los veinte minutos...
Coleta. El Acuarium.
Virgilia. ¿Qué Acuarium? San Móriz, y perdóneme el santo.
Coleta. ¡Qué portento! Pues ha hecho su suerte.
Virgilia. Lomalo es que en los ratos que le deja libre lo del «Jeringuius», en vez de tocar el óbce, se dedica a propagar sus ideas políticas, que son de lo más avanzadas, porque pertenece al nuevo partido «ultraesencialista», una variedad del acratismo que aspira al reparto racional.
Coleta. Pues si es racional...
Virgilia. Es racional porque es un reparto por raciones.
Coleta. ¡Ah!
Virgilia. Una verdadera locura. Además, es de un laicismo rabioso, y como su mujer es de lo más mojigato, discuten, se pelean y son unas escenas muy mortificantes.
Coleta. Locreo. Y tienen una hijita, ¿no
Virgilia. Tres; pero aquí, con ellos, dos nada más: Felisa, que es tonta de caerse y levantarse, y Gala, esta que acaba usted de conocer, que es de las que se caen y no se levantan. DOS niñas de lo más gelatina.
Coleta. ¿Gelatina?
Virgilia. Esencia de huesos.
Coleta. ¡Ah! ¡Ol rait!
Virgilia. La Felisa nos tiene preocupados porque es de un temperamento parecido al de la otra hermana que tienen allí, en el pueblo, que ha dado bastante que hablar porque nunca se ha parado en barras. Con decirle a usted que se casó porque raptó al marido.
Coleta. ¡Remondié!
Virgilia. Como usted lo oye. Llegó al pueblo una compañía lírica, le gustó Escobosa el barítono, lo citó a su reja, supo que Escobosa a más de cantante era profesor mercantil, lo recomendó a unos amigos que tienen allí fábrica de harinas, lo colocó en la fábrica de contable,se pegó con dos vicetiples y a los tres meses se casó con él. ¡Un caso de voluntad!
Coleta. ¿Y dice usted que esta hermana es lo mismo?
Virgilia.